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Dado que mi negocio de vino, no despegaba, solo me daba pérdidas, pensé que si yo mismo tuviera una bodega para hacer los vinos caseros, podría mejorar mi negocio. Traje dos barricas de mosto recién pisado, de Valdevimbre León, con el fin de probar cómo se hacía. Me salió un gran vino.

Al construir nuestra casa, había construido una cueva, que al principio serviría de almacén provisional para los materiales de la casa y más tarde para el vino, ya que yo era profesional del ramo de soltero. Tenía un almacén de vinos al por mayor en el bajo de la casa uno de mis hermanos en Blimea.

En cuanto la pude dejar libre la cueva en mi finca y con la casa terminada. Metí en ella dos bocoyes de mosto. Había llamado a uno de los  transportistas para ir a por un camión de vino y aprovechar para cargar estos dos bocoyes. Le pregunté si podría cargar dos bocoyes mas, dijo que se podían cargar. Quedamos de acuerdo para salir de madrugada al día siguiente.

Llegamos a la bodega en Valdebimbre León, se cargó el camión de vino con catorce bocoyes. Cuando íbamos a cargar los de mosto, el camionero me dijo.

-¿Qué es que te sobra el dinero Arsenio o estás loco?

-El que parece estar loco eres tú. Con lo mal que están los tiempos y me dices esa tontería. En primer lugar yo no puedo tirar el dinero porque no lo tengo. Solo quiero mejorar mi economía para poder vivir de mi trabajo. ¿Qué puedo hacer sino luchar para poder vivir? En estos tiempos el que no trabaja no come. Yo trabajo mucho y no gano dinero, ¿y me dices esa salvajada?

¿Es que no te vale el vino que llevas?

-Esa es una pregunta que no te voy a responder. Cada uno gobierna su casa, yo gobierno la mía y creo saber a dónde voy, vale.

El bodeguero también protestó. Los dos se rieron de mí, como diciendo. ¿Este joven cito no sabe por dónde anda? Yo tenía veintitrés años. Solo les dije, ¿Ya vernos quien es el último que se ríe? Es cosa de tiempo.

Salimos con el camión de vino y cuando circulábamos a la altura de la plaza de toros de León le dije al camionero. Para, que hay problemas.

Sentí una explosión. Fue uno de los bocoyes de mosto. Habían dejado mal el corcho, sin expansión para los gases de la fermentación. Con la explosión rompió la cuba por la parte de arriba. Le dije que había que dar la vuelta hasta Valdevimbre a cambiarlo por otro. Él camionero se puso conmigo como un lobo, se enfado demasiado. Yo muy joven y él un veterano de los que lo saben todo. Pero yo nuca me dormí en los laureles.

-Quieto moreno le dije: no te pongas tan bravo, te pago los kilómetros y la comida del viaje y nada tienes que decir. ¿Por qué me faltas el respeto? Sabes muy bien que soy hombre serio y nunca falte a nadie. Te pago como un banco, siempre al contado y en mi tierra el que paga manda y el otro trabaja. Si tú no entiendes esto como dices, yo tampoco entiendo otras cosas. Cada uno sabe lo que quiere y a donde va. Dado que no tenía derecho a sacar las cosas de su sitio, le dije: con cierta energía, si en lo sucesivo no te interesa trabajar para mí, lo dices y en paz. Si te crees que te las sabes todas, estas confundido. Nunca te olvides de que sabe más el tonto en su casa el listo en la ajena. 

Dimos la vuelta y se cambió por otro bocoy. Esta vez le advertí de cómo se hacía la fisura al corcho para dejar paso libre a los gases.

Seguimos viaje, se descargó el camión en su lugar y los dos bocoyes de mosto se metieron a la cueva donde más tarde se hizo un gran vino. Cuando se inauguró mi casa, el vino ya era añejo. Tenía un color y un sabor excelente, era vino de primera calidad. Para festejar la nueva casa invite a los ingenieros mis jefes, al albañil y a sus ayudantes. Se hizo una espicha de vino. En nuestra región lo normal es espicha de sidra, pero yo quise que fuera de vino por dos razones: una, por ser profesional del ramo y otra por tratarse de mi propio vino, que para mí fue una gran alegría, a demás de aprender otro oficio más el hacer vino natural y en nuestra finca.

Después de comprobar por segunda vez de que había salido buen vino, quise alquilar una bodega en uno de los pueblos de León, a un señor que tenía cinco. Dijo que me dejaba la que tenia junto a su casa y que no me cobraría nada. A cambio él tendría las llaves para ir a la bodega los domingos. Yo, que sabía cómo se guisaban en algunas partes y que ya me había llevado alguna por ser demasiado confiado, le dije que le pagaba con vino o una renta, pero las llaves para mí. Dijo que no le interesaba.

Hace pocos años durante una fuerte nevada, no se podía circular con facilidad. Los coches se quedaban atrancados en la cuesta del Pozo. Tuvimos una avería en el compresor de 600, el más grande y más necesario, que había dejado al Pozo con menos de la mitad del aire comprimido. El jefe me dijo: ¿Arsenio con tu coche podrás circular con tanta nieve?

-Claro que si jefe, mi coche sabe navegar por la nieve, lo hace con mucha frecuencia, no se olvide que trabajo en puertos de alta montaña.

Necesitamos bajar la pieza del compresor a los talleres de Santa Ana.

-Vamos a llevarla cuando quiera no hay ningún problema.

Desde su despacho mirábamos cómo remolcaban los coches que no podían subir la cuesta con un tractor.

-Debe de estar muy malo, ya ves que no suben los coches, dijo el jefe.

Sí, pero son conductores que no manejaron la nieve, nosotros subimos y ajamos con toda normalidad. Vamos a recoger la pieza al compresor y arrancamos.

Vale, eres hombre muy seguro para todo y no dudo de que bajes y subas aunque otros no puedan.

Se levantó de su asiento, me dio una palmada en el hombro y dijo:

-Eres bravo. Vamos.

Salimos, el fue al compresor donde estaba la pieza, yo a por el coche. Lo acerqué, cargamos la pieza y arrancamos. Al momento nos encontramos con los que remolcaban los coches atascados. Entre estos estaba mi cuñado Anselmo que los ayudaba. Paré a saludarlos y me dijo:

-Estamos remolcado los coches que no pueden subir y ¿tú te atreves a salir? Ya veremos cómo vas a subir.

-Estoy ganado el pan, cuñado le dije riéndome y seguimos.

El ingeniero jefe de Pozo después de escuchar lo que el otro me había dicho, se río y dijo:

-¿Estos son a los que tú llamas gallinas?

Siempre había sido un hombre de bromas y muy alegre.

-Algo así- le dije. El miedo que tienen es el que no les deja subir, ya verás como nosotros subimos igual que bajamos, sin problemas.

-¿Cómo te arreglas para saber de todo? ¡Qué pena que no hayas podido estudiar! Hubieras sacado una carrera brillantemente y con facilidad.

-¡Sabe Dios lo que sacaría jefe! De todas formas me conformo con ser como soy. Me las arreglo y no me quejo. Después de las tormentas, siempre vino el sol, hoy ya no me puedo quejar, después de tanta lucha las cosas ya no me van tan mal. Luchar y resistir es vencer.

-Cierto amigo, bien te lo mereces, sufriste mucho para llegar adonde estas.

Bajamos a los talleres y presentamos la pieza al tornero. Después de examinarla el jefe le preguntó, ¿cuánto tiempo llevaría hacer la pieza?

-Unas cinco horas, pero tiene que traer la pieza donde tendría que ser acoplada para tomar las medidas y probarla después. El jefe me miró y dijo que no había ningún problema, que tenía un conductor especialista en nieve, que en un momento regresaríamos.

Salimos y, en lugar de subir por la cuesta del Pozo, subí por Blimea. El jefe al ver que íbamos por ese lado preguntó.

-¿Por qué vas por Blimea? 

-Por dos razones: una por si están atravesados los coches y el tractor, puede que tengamos que parar, por lo que podría patinar el coche al arrancar y la otra, para darle una sorpresa a mí cuñado que tan difícil le pareció.  

-Eres terrible me dijo el jefe riéndose, no hay quien pueda contigo, te las sabes todas.

Llegamos de nuevo y cogimos la pieza que, a pesar de pesar unos 50 ó 60 kilos, no cabía en el coche debido a su gran volumen. Cuando de nuevo bajamos la cuesta todavía seguían remolcando coches. Al pasar, mi cuñado me dijo:

-Pero, ¿por dónde subiste, que pasa que tú vas por los prados con el coche?

-Por la carretera hombre, por los prados está muy malo.

-Hay que comprar coches como éste les dijo mi jefe y podrán subir la cuesta.

-Será el conductor dijo, uno de ellos, porque coches como ése achicaron también.  

Más tarde después de pasar la nevada, me encontré con mi hermana Celia y su marido Anselmo, me dijeron, que la gente se había quedado asombrada por aquello. Decían que era un buen conductor, nadie había podido subir, pero  Arsenio bajo y subió varias veces. Ni los conductores de la Empresa se habían atrevido.

Lo mismo ocurrió una tarde de domingo. Estábamos mi esposa y los tres hijos en Gijón, en un quinto piso en casa de Ana María, la de Leontina y Miguel, vecinos y amigos. Miraba por la ventana y con sorpresa vi que empezaron a blanquear las montañas del alto de la Madera, nevaba con mucha gracia. Le dije a mi esposa. Si se cubren las montañas de la costa, muy pronto se cierran el resto de carreteras de la otra zona. Así que lo mejor será marchar para no quedar trancados mañana hay que trabajar. Con la intensidad que le daba aun que  en Gijón no cuajaba, bien claro se veía que había invernada. Nos despedimos de aquella familia y caminito de Sotrondio. Cuando llegamos al alto vimos que la nieve aumentaba. A medida que avanzábamos nos encontramos varios coches atravesados que no podían circular. Yo subía despacio y sin problemas. La gente miraba extrañada. ¿Por qué un 124 podía y ellos no? Este coche tenía fama de muy falso, por ser de tracción trasera, pero, como casi todo tiene arreglo, le había puesto unas cubiertas muy buenas, además un peso de 50 kilos en el maletero, de contrapeso. Esto, junto con mi experiencia para conducir en la nieve, me permitió circular entre muchas  evadas, nunca tuve ningún problema ni me quede  trancado. Mientras que a otros les resultaba tan difícil, yo subía con normalidad. Llegamos a Sotrondio sin problema ninguno y sin parar para nada, ni en la cuesta de Villar.

Mi esposa me dijo: Eres buen conductor y llegaremos a Sotrondio, pero no podrás subir la cuesta del pozo, tendrás que dejar la cocha abajo.

Porque dices eso, tu sabes que nunca me quede trancado, ni en esa cuesta ni en otros lugares. Seguro que subimos, este coche es mundial, ¿no lo ves como circula y los otros no? Los niños eran pequeños y mi esposa temía la nieve por ellos.

Desde luego que no aconsejo circular sin cadenas. Aun siendo veterano puede surgir un despiste, nadie es infalible, todos podemos cometer un error y sobre todo si no se conoce bien la carretera. Además, en este tiempo está totalmente prohibido y Tráfico no deja circular sin ellas, o las pones o te quedas. Son un medio de seguridad, por ello es obligatorio y con toda la razón. En el invierno las cadenas deben ir siempre en el coche.  

En uno de mis viajes a visitar obras, una mañana estaba con un ingeniero de la Vasco Leonesa en su despacho en las Minas de Santa Lucía, León. Tenían una obra de restauración en minas a cielo abierto en aquellas montañas, aparte de una gran escombrera que querían sembrar. Nevaba con toda gracia. Al marchar, el ingeniero me dijo:

-No vas a poder subir a ver tu obra a Pajares.

-Sí que subiré, traigo el BX-Todo Terreno.

-Con un todo terreno sí que subirás.

Nos despedimos y salí. Recogí a mi esposa que está tomando un café en un bar cercano y arrancamos. Procuré circular despacio porque nevaba con mucha intensidad, aparte de que era mezcla de hielo. Íbamos tranquilos pero al pasar a la altura de la antigua fábrica de cementos de Arbás mi coche dio una vuelta con toda normalidad. Sin más nos quedamos mirando para el lado de dónde veníamos. Acostumbrado a ese tipo de conducción, procuré dominarlo y seguir hasta delante de una fuente, a una distancia de 300 metros para dar la vuelta. Mi esposa se puso nerviosa.

-Tranquila, que no pasa nada le dije.

Dimos la vuelta y seguimos hasta la Estación de Esquí. Estuve con nuestra gente en la obra y reanudamos el viaje por el puerto de Pajares.

A mitad de la cuesta del 17%, ya casi en la cumbre, a unos 200 metros, vimos una señora que con su paraguas y sus zapatos de alto tacón, iba puerto abajo. Con aquella tremenda nevada y un frio de varios grados bajo cero, le dije a mi esposa:

-Esta señora se rendirá antes de llegar al pueblo de Pajares, vamos invitarla a que suba al coche, como es posible que se atreva a circular por este peligro.

Paré a su altura.

-Suba señora, que se va a cansar. Hay mucha nieve para ir andando hasta el pueblo. 

-Sí que hay mucha nieve dijo ella, se lo agradezco.

Se subió y reanudamos viaje. Al momento comenzó a contarnos un montón de cosas. Era una señora de unos 45 años, rubia y con una hermosa cabellera larga, desde luego muy elegante. Por su forma de expresarse debía tener algún tipo de carrera. Nos hablaba de distintas cosas explicándose asombrosamente. Al principio, hasta nos prestaba escucharla, pero la sorpresa fue cuando su charla se salió de lo normal. Dijo que era la Gobernadora de Oviedo, que era profesora de la Universidad de Santander y Catedrática de Zaragoza entre muchas carreras más que decía tener. Hasta se inventó una que ni existía, con un nombre tan raro como extraño, que no me quedó en la memoria. La pobre mujer, tan bonita y tan agradable, estaba muy m al. Su locura rebasaba los límites. Lo sentimos mucho. Nos dio mucha pena que en plena juventud, padeciera una enfermedad tan dura. Pensábamos que se desplazaría hasta el pueblo de Pajares, cosa que me pareció una barbaridad, por la larga distancia y la gran nevaba. Se le había ocurrido salir andando, desde sabe Dios dónde. Ni se lo preguntamos ni ella lo dijo. Cuando la vimos fue en el alto del Puerto y no sabíamos de donde procedía, solo nos dijo que iba hasta Oviedo. La bajamos hasta Mieres, donde nosotros cambiamos de sentido para Langreo. Señora le dige: ¿Si va para Oviedo  la llevamos a la parada del aautobus?.

Si, se lo agradezco mucho, muchas gracias. Cuando se bajo del coche fue ami ventañilla y me estrecho sumano. Diendo, señor me alegro mucho de conocerle, es usted un artista, nunca vi un conductor sin mañols y usted lo hace mejor que algunos con ellas. Todo esto lo decía con una bonita sonrisa y muy alegre.

 No la volvimos  a ver más. A los pocos días el periódico hablaba de un escándalo en Mieres por una mujer en esas condiciones, nunca supimos si sería ella o no, lo que sí habíamos notado en ella era su gran inteligencia y serenidad para explicar las cosas.

Al poco tiempo de subirse ella al coche, y a pesar de circular a muy poca velocidad, por el exceso de hielo el coche me hizo otra de las suyas. Se dio la vuelta y de la misma forma de antes lo controlé y seguí para arriba a dar la vuelta donde pudiera. Mi esposa se puso algo nerviosa, pero aquella señora estaba muy tranquila:

-Señora dijo: aquella mujer, lleva usted un buen conductor, ¿no ve como maneja el coche? Lo domina perfectamente. Y dirigiéndose a mí, Señor me presta ver como conduce, vaya importante que es su forma de manejarse.

Lo decía con tanto arte, que daba la impresión de que hasta le había gustado la maniobra del coche, en lugar de asustarse. No tenía las cadenas allí y, dado el estado de la carretera, era normal que surgieran esas cosas, pero sabiendo manejarlo, normalmente no tiene demasiada importancia, dado que en ese estado no hay circulación y la carretera es casi para ti. Si al contrario, hubiera circulación, sería peligroso.

Lo que quiero destacar de todo esto, es que no nos olvidéis que un coche en marcha nunca se sabe lo que puede hacer en algunos casos. Hay que ver que bajábamos por una de las pendientes más pronunciadas después  de la del 17% y el coche sin más se dio la vuelta para arriba, increíble pero cierto. Si en mis años de conductor vi cosas difíciles esta fue una.

Siempre me ha gustado conducir entre la nieve, se me da bien. Uno de mis jefes lo sabía porque le llevé muchas veces con nieve. Un invierno en el que había caído una fuerte nevada y los coches no circulaban por esta zona, los ingenieros y el Director venían en el tren. Mi jefe que sabía que podía ir a por ellos, me llamó y fui a recogerlos a la estación de Sotrondio. Llevé al jefe a una oficina que llamaba la Moncloa. Era la oficina central de la zona de Carrocera, en el parque Sotrondio-Blimea. Después llevé a los ingenieros, cada uno a su Pozo, Cerezal y San Mamés. Un día el Director se quedó en una reunión y no vino. Solo iban dos ingenieros, el economista y el geólogo, por cierto, toda muy buena gente. Mi jefe el más bromista, iba a mi lado. Sabía que uno de los que nos acompañaban era miedoso y me dijo:

-Arsenio, haz una de tus maniobras en la nieve.

El sabía el lugar donde se podía hacer una de esas bromas, yo ya le había explicado algo al respecto. No terminó de decirlo cuando el coche se quedó mirando al revés. El hombre se asusto y dijo con un tono muy brusco:

-No me digas que esto lo hizo Arsenio porque quiso.

Mi jefe y el economista que lo sabían, no pudieron darle contestación por la risa. Por mucho que le explicaron más tarde, no le convencieron de que había sido intencionado para gastarle una broma y que en el lugar escogido no se podía marchar el coche. Todo era cuestión de saber, como en todas las cosas. Una broma de esta clase solo se puede hacer en lugar privado como fue en este caso, en terrenos de la empresa donde no había circulación y con terreno llano, con bordillo en los laterales. En carretera, aparte de estar prohibido, es peligroso no se puede hacer.

En el momento de dar la vuelta y seguir la marcha, porque no había parado el coche, el economista le dijo:

-¿Quieres que vuelva a dar la vuelta para que lo veas mejor?

-No hace falta gracias. 

Al dejar aquella obra, nos llamaron para la restauración de la explotación de Cantil en el alto de Santo Emiliano de HUNOSA. Entre otros materiales para la restauración poníamos cal viva para  regular el ph. La traíamos de Legorreta, muy cerca de la frontera con Francia. A parte de ser de muy buna calidad, tenía buen precio. Se trasportaba en camiones de gran tonelaje. Ya habían llegado varios camiones sin problemas para otras obras. Pero al pedir para esta obra me dijeron que no podrían servirla antes de un mes, por una avería en uno los hornos. Además, acababa de haber una huelga del transporte por carretera y que tenían un stop para servir por orden de pedido. Para nuestra obra aquello era un duro golpe. Por más vueltas que di buscando cal por Asturias y Galicia no pude conseguirlo. No podía parar la obra. Ante la imposibilidad de conseguirlo, lo comente con el jefe y me dijo que no se podía parar. Que si la paraba era mi problema, porque me la quitaba. Salí de la obra para seguir buscando aquel dichoso camión de cal que tanta falta me hacía, pero sin saber que esta cal casi me cuesta la vida.

Bajé a la Felguera a ver a Costa, el transportista que nos traía los camones de distintas partes del país, con cloruro de potasa de las minas de Verían de Navarra, superfosfato de cal de Cartagena y de Sevilla; también camiones de maíz y cebada de León.

Costa fue un gran hombre muy buena persona, cumplidor, serio y amigo de hacer favores. Siempre nos apreciamos mucho. Le conté mi problema. Desde su despacho llamó a varias partes pero no consiguió nada. No podía verme sufrir al saber que no podía parar la obra. Después de pensarlo decidió llamar a Legorreta, Irún, donde le dijeron que no podían complacerle, que estaban muy apurados y lo sentían, pero nada podían hacer. Después de escucharle, le dijo al director:

-Yo te he hecho muchos favores y tú tienes que hacerme este a mí. Arsenio es hombre serio y uno de tus clientes. Si no le sirves ese camión, le quitarán la obra. No me puedes negar este favor.

-¿Cuándo lo cargarías?

-Dentro de dos horas le dijo, tengo un camión esperando muy cerca de esa zona. Dime que sí y le llamo.

-Que salga para acá, lo vamos a cargar.

Le dio las gracias y llamó al camionero, que ya esperaba su llamada. Lo cargó al poco tiempo para llegar a primera hora del día siguiente.

Aquella mañana salimos como siempre, a las 7 y media para entrar a las 8 en Cantil Santo Emiliano. Yo iba con este equipo de nueve hombres, el resto de personal ya había salido más temprano para otra explotación, al ser el camino más largo. Íbamos diez hombres en dos coches. Al marchar les dije:

-Cargar el toldo en uno de los coches, está lloviendo y va a llegar el camión con la cal viva. Hay que taparlo.

Metieron todo y se olvidaron del toldo. Cuando bajamos de los coches, a la entrada de la obra, uno de los chavales dijo:

-Nos hemos olvidado del toldo.

-Yo voy a buscarlo les dije. Poneos a techo, no bajéis a la corta hasta que deje de llover. 

Cogí el coche y bajé muy despacio por aquella carretera, que en aquel tiempo era muy peligrosa por su mal piso hasta Mieres. Pero sobretodo en la parte hacia Langreo, en cuanto caían cuatro gotas se producían muchos accidentes por el barrillo que dejaban los camiones que transportaban escombros a una gran escombrera de esa zona. Llevaba el Crysler 150, coche seguro y bien calzado. Bajé con precaución porque llovía. A pesar de circular despacio, al pasar por la curva que había en el Entrego, cerca de la Gasolinera, el coche derrapó hacia la izquierda. De repente vi un camión que circulaba a excesiva velocidad y que se venía encima. Era un camión de tres tracciones vacío. Pegué un volantazo para darle la espalda y librarme de él. Aquí sí que estaba bien despierto, de no haberme dado cuenta a tiempo pudo haber sido trágico. Posiblemente no pudiera escribir este episodio. El coche fue al desguace. Yo me libré por los pelos. El mismo conductor del camión dijo a uno de mis cuñados que me había librado de milagro. Dijo que nada pudo hacer. Sí que lo pudo haber evitado si no hubiera conducido a una excesiva velocidad. Una de las pruebas de la excesiva velocidad del camión, es que del tremendo golpe, el coche salió despedido fuera de la carretera y a una excepcional distancia y en terreno llano, porque había una plazoleta. Tan brutal fue el impacto que el coche quedo hecho un amasijo de hierros y yo dentro. Nadie que lo haya visto se pudo explicar cómo me salvé.

Ya estaba amaneciendo. Los municipales a pesar de no estorbar el coche, desviaron el tráfico a otro lado. Aquello era una pista de patinaje. Había gasoil y, al llover los coches se deslizaban. Siempre me hice esta pregunta: ¿por qué había gasoil allí y quién la derramó? Esa fue una de las razones del accidente y la otra, la velocidad del camión. Llegó una pariente, y su marido. Cuando lo vieron se asustaron. No dejaban de mirarme, al igual que al coche, que está totalmente destrozado. Ella lloraba y me consolaba diciendo: “no te disgustes, te salvaste. No fue tu culpa. Mira como está de malo que hasta han cambiado el tráfico”. Cierto siempre es un  consuelo el pensar que tu no tuviste la culpa.

Llegó el camión con la cal y seguía lloviendo. El personal al ver que no regresaba, fueron ellos a por el toldo para taparlo. Aquel día lo pasé en cama, todo mi cuerpo estaba lleno de golpes, pero sin gravedad. Lo más grave del caso fue lo que sufrí, por el susto y por la pérdida del coche, que estaba nuevo y era un buen coche que yo apreciaba mucho por lo seguro que era. 

Aquel toldo que se puso para tapar el camión de cal, lo robaron. Menos mal que los ladrones esperaron a robarlo después de parar de llover. 

Es inconcebible la actuación de aquel hombre que olcupara un cargo de esa envergadura. Un traidor que macahacaba a la gente sin piedad. A la espalda me ponía en lo más alto, según me dijo un alto cargo de una empresa del Estado, que por sus comentarios sobre mis buenos trabajos me llamó para ver una obra del Estado que él representaba.

Cuando llegué para que anunciaran mi visita, me dijeron que había que pedir audiencia unos cuantos días por anticipado.

-Me espera el Jefe les dije, por favor, dígaselo por teléfono.

-¿Le conoce?

-No me conoce más que a través de otra persona, pero me espera, no lo dude, le dije.

-De acuerdo le llamo.

Esto era en el bajo, él señor estaba en el tercero. Cuando subimos esperaba a la puerta del ascensor. Nos recibió con mucha amabilidad, como si nos conociera de siempre. Me acompañaba mi esposa. Pasamos a su despacho y nos presentó a un Ingeniero compañero suyo y a una señora. En la presentación les dijo.

Este hombre es un modelo de trabajando, polifacético, diseñador de maquinas y constructor de estas. Es unas manitas, especialista en diversas obras. Mi tío le aprecia mucho porque le saca las castañas del fuego. El tío de este señor, que por cierto me pareció una buena persona, era el que me machaco sin piedad. Lucrándose de mi trabajo y el de mi personal. Cuando veía uno de mis trabajadores que destacaba, le ofrecía más dinero y me lo quitaba, ya que él podía pagarlo que fuera, a base de quitarlo a los demás. Pero yo tenía un límite para pagar. Hasta esta estafa llego el tío. Tres veces ocurrió esto y los chavales como personas educadas y como sabían que los apreciaba, me lo consultaron. Me dijeron que si me parecía mal que lo aceptaran.

No me parece mal más que lo de ese individuo que es un tirano. No perdáis la ocasión es mucha la diferencia en dinero y con ese mala persona tendréis largo tiempo trabajo. Con migo no lo sé, porque nos va echar. Ir tranquilos si no estuvieras contentos, aquí tenéis vuestro trabajo por lo buenos que sois. Yo tenía una buena plantilla de gente y una buena convencía entre todos.

Me acompañaba mi esposa porque aprovechaba el viaje para ir a ver otra obra y teníamos que hacer noche fuera de casa y ami no me gustaba ir solo. Los hijos estaban casados, por eso siempre íbamos juntos. Cuando mi esposa le oyó decir aquello me miró como diciendo, qué clase de persona será ese individuo, para decir esas cosas. Ya que no deja de machacar a mí marido. Eso me comentó más tarde, sorprendida al saber que podían pasar esas cosas. No cesaba de decirme que cómo era posible que hubiera esa clase de gente. Desde luego yo mismo ni me creía lo que acababa de oír. No se me ocurrió más que decirle que era mejor que no me apreciara tanto y riñera menos.

-¿Cómo dice? Preguntó el señor.

-Sí, es que me echa alguna de esas que seguro usted conoce.

Era lo que había y ni yo me lo podía explicar. Por delante una cara y por detrás otra. Aquel hombre nos habló de distintas maquinas mías y del portón de la entrada a nuestra finca, que lleva un mecanismo de mi creación, desconocido en el mercad y que él mismo quería ponerlo en su finca. A pesar de no ponerle ningún inconveniente nunca llegó a copiarlo. Nunca le volvería a ver, ni me dio la obra de la que hablo. Pero lo que sí me dejó sorprendido fue que supiera de mis obras y máquinas con tanto de talle.

En cuanto dejamos aquella maldita obra ya descasamos, tanto mi familia como yo. Aquellos sabotajes no tienen calificativo, eso es lo último del mundo que un hombre puede hacer: traicionar a una familia por la mera razón de hacer daño, sintiéndose seguro de no ser descubierto, pero sin darse cuenta de que todos no lo hubieran aguantado como nosotros. Pudo haberse encontrado con uno tan malo como él, que le hundiera o le diera su merecido, porque esta clase de gente casi siempre se encuentra con el zapato a su medida. Tanto sufrí que hasta pensé, sino tuviera familia yo me encargaría de arreglar el asunto al precio que fuera, pero mi esposa y los hijos estaban por encima de todo y nada pude hacer. Había que mantener la casa y estudiar a mis seres queridos, por eso no me quedo más remedio que aguantar.

Cuando te encuentras atropellado y sin defensa posible y en momentos de tanta angustia casi prefieres que te trague la tierra, que soportar tanta traición, tanta estafa. Es increíble pero ocurrió.