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Folleto de Abonos Químicos de Montaña (AQM)

 

 

Esta máquina fue un éxito por su capacidad de trabajo, fácil manejo y sus diversas aplicaciones, aparte de su gran solidez y fortaleza. Su primer trabajo fue en los taludes de la carretera de Cangas de Onís a Panes, en la zona de Corao. Restauramos unos taludes con una pendiente de sesenta grados, sobre roca. Fue nuestro primer éxito.

De este trabajo hice un folleto informativo para las empresas. Conservo este folleto como pieza de museo por reflejar la primera obra realizada con esta máquina y por haber salido tan bien, pese a la dificultad del terreno. Siempre ha sido mi costumbre hacer las cosas bien.

Aunque este folleto resultó caro, fue muy interesante y valorado para mucha gente. Refleja distintas obras que consistieron en cubrir con césped hasta las mismas rocas a base de investigar y hacer pruebas hasta conseguir los resultados que esperábamos.

Se cubrieron con césped toda clase de terrenos, zaorras del ferrocarril y grandes rocas. Después de aquellos trabajos pasamos a trabajar en obras por Asturias y León, en taludes, carreteras, puertos de alta montaña y minas a cielo abierto. Donde más trabajamos, como era natural, fue en la zona del  Nalón, Caudal y Aller, para las empresas de Ensidesa, Hunosa, Feve, Renfe, y otras empresas con minas de menos envergadura. También en el Monte Lumajo, en la Central Eléctrica de Rioscuro, en Villablino y en Cistierna, León.

 

Folleto AQM. Demostración del trabajo de la hidrosembradoraFolleto AQM. Trabajos realizados por la hidrosembradora

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Folleto AQM. Trabajos realizados con hidrosembradora

 

No podía pagar una maquina de importación, era mucho dinero para invertir, imposible poder con ello. En nuestro país no las había. No me quedaría más remedio que hacerme una hidrosembradora, pensé que sería la única forma de poder seguir adelante. 

Hidrosembradora ILlevaba tiempo dándole vueltas al tema y, a pesar de las advertencias de aquel hombre que sabía eran ciertas, no me di por vencido. Sabía que para los taludes de carreteras y otros lugares esta máquina era indispensable. Si no la conseguía los días como contratista de esta clase de obras estarían contados.

Tenía que construirme una maquina propia. Si no podía en un año, emplearía los necesarios para ir pagando los gastos de su construcción. Al regreso de aquel viaje comencé a trabajar en el proyecto. Llevé conmigo a un topógrafo a ver una de importación, con el fin de tomar alguna medida. Pero al día siguiente pensé que lo mejor sería dejar este tema, podría meterme en líos si la copiaba

Decidí comenzar desde cero por mi cuenta, a diseñar una que fuera totalmente distinta y española, que pudiera patentarla y hacerla a mi gusto.

El diseño de esta máquina me llevó largo tiempo. Mis conocimientos eran escasos para una obra de esa envergadura. Iba a resultar difícil. Trabaje días y noches sin descanso. El problema no era el trabajo que llevaría construirla, sino lo absorbente que era aquella obra. Me resultaba demasiado complicado y no me dejaba dormir.

Algunas veces la bravura de la juventud no nos deja ver el peligro al que muchas veces estamos expuestos en el trabajo o en la carretera por las prisas. Cuanto más corras más peligros tendrás.

Evita esa prisa en todas partes pero sobretodo en carretera y en el trabajo, es muy mala cosa. Por ella pierdes capacidad, te absorbe la inteligencia y no estás en tu estado normal, aunque te creas que dominas tu máquina bien, no es verdad.

Cuando ya tenía parte de la máquina diseñada, un prototipo de mi propia imaginación, decidí comenzar su construcción. Cogí el coche y marche a buscar un soldador.

Cuando iba por Sama me encontré con un viejo amigo, Aquilino Fernández, que habíamos sido compañeros de trabajo en la oficina del Cargadero del Grupo San Mamés. En aquel tiempo era profesor de la Escuela Elemental de la Felguera y yo estaba destinado a las oficinas centrales del Grupo. Hacía ya tiempo que no nos veíamos. Charlamos un rato y le conté mis proyectos.

-Llegas a tiempo, me dijo, en el piso a lado del mío hay un buen soldador. Es uno de los mejores del la región. Aunque viaja por obras de distintos países, acaba de llegar por tres meses.

Nos acercamos hasta el edificio donde vivían y llamó al timbre. Bajó y nos presentamos. Le expliqué lo que pensaba hacer y dijo que no tenía ningún inconveniente en ir a trabajar conmigo hasta que le llamaran para marchar. Subió de nuevo a su casa y al poco tiempo bajó. Comenzamos los trabajos de la máquina, aquella misma mañana. Nada más llegar dimos comienzo a la construcción de lo que iba ser una gran máquina, la primera de nuestro país.

Lo primero que teníamos que hacer eran cuatro fuertes caballetes para poder resistir el gran peso de la máquina, donde colocaríamos su base, además de una cuba con capacidad para 5000 litros. Llevaba un motor de setenta caballos de gasoil. Un cambio de marchas y una doble transmisión. Una bomba de alta presión de treinta caballos, la que mandaba el material al cañón de lanzamiento o a las mangueras, cuando se trataba de largas distancias. Además, un fuerte reductor que transmite la fuerza al mezclador interior, provisto de un eje central con unas paletas para hacer la mezcla de los distintos materiales que llevaba según los casos a tratar. Esta máquina es para trabajos de hidrosiembra, también para los bomberos, al lanzar agua con gran potencia y rapidez. Igualmente para repartir cal en grades extensiones de terreno. Solo en catorce a quince minutos expulsaba los 5000 litros a una distancia de 200 metros, o más, según los casos y la presión que se necesitara.

Esta máquina lleva en la superficie una base plana para poder trabajar el personal, protegido por una balaustrada, además de unas cadenas que, en la obra, se colocaban superpuestas encima de la balaustra o laterales para la seguridad del personal, evitando que uno se pudiera caer desde aquella altura. Se alimenta a través de sus dos escotillas con el agua necesaria, abonos químicos, semillas diversas, paja molida, celulosa y pegamento para fijar el material en pendientes muy elevadas.

A la vez que fabricaba esta máquina, tenía que trabajar mis ocho horas de servicio y buscar tiempo para visitar obras, por distintos lugares y distintas empresas, algunas fuera de Asturias. Me encontraba agotado por tanto trabajo, por lo que casi me mato en coche un día. Tenía un grupo de diez hombres en una obra de alta montaña y fui a ver las obras. La entrada era por el alto de una montaña y bajé viendo toda la explotación. Estuve con mi gente. Salí a las 12 con destino a casa para ayudar al soldador. Cuando iba llegando a un cruce de carreteras, a unos 100 metros antes, me quedé dormido y sin darme cuenta el coche se iba contra  un muro. Antes de colisionar desperté, frené. El susto fue grande. Aparqué y salí del coche para dar un pequeño paseo para despejar, pensando que si este sueño me hubiera dado bajando de la montaña, seguro que volaría por toda aquella enorme pendiente. Tuve suerte.

hidrosembradora

Cogí el coche y continué. Era un lunes del mes de mayo, un día de esos con nubes y con mucho calor. Como todos los lunes había mercado en Sama. La circulación era muy lenta, aun no se había construido el corredor del Nalón y las carreteras de la zona estaban saturadas. Cuando circulaba por delante del Pozo María Luisa en caravana, a unos 20 kilómetros por hora, me quedé de nuevo dormido. Mi coche invadió el carril contrario. Esta vez no desperté y me dirigía a empotrarme debajo de un trailer. La gente miraba cómo iba a quedar debajo de aquel camión. El coche que llevaba detrás era de la Guardia Civil de Laviana. El Sargento Abelino y un guardia civil.          

Avelino que había estado con su mujer cenando con nosotros el jueves anterior, pues era familia por parte de mi mujer, dijo a su compañero:

-Es Arsenio algo le ha pasado. Le daria  un infarto, va como muerto. 

El camionero pitó fuerte, pero el dormido siguió su camino hacia el camión. El camionero que vio al conductor del coche sin sentido, en el momento de la colisión fue muy hábil y dio un viraje para evitar meterme bajo su camión. Casi tira la casa de aseo del Pozo María Luisa, pero me libró de lo que pudo haber sido mi final. Me pegó de lado y me lanzó contra otro coche, un volvo que circulaba en dirección contraria. Le reventó una rueda y le destrozó una parte. Desperté con el último porrazo. Avelino y el compañero se lanzaron a sacarme del coche pensando en lo peor. Yo estaba aturdido, tenía diversas magulladuras, golpes y dolores. Me llevaron al bar de en frente para examinarme mejor y poder recuperarme del susto y de los golpes. El dueño del bar preguntó al sargento si esta borracho.

-¿Cómo va estar borracho Arsenio? Él no se emborracha le respondió Avelino en tono fuerte y molesto por que pensara eso de mí. Todo lo contrario, es por trabajar demasiado y no descansar ni para dormir. Está inventando una máquina y no para. Yo estuve en su casa el jueves, con mi esposa, a cenar con ellos. Su esposa se quejaba de que no dormía por tanto trabajo y tenía miedo de que le pasara algo por falta descanso.

Abelino también me aconsejo en aquella visita que trabajara un poco menos, que a esa marcha no había quien lo aguantara. Tenían razón. Mi esposa fue la primera que se dio cuenta del peligro, pero no le hice caso. Muchas veces fallamos y en este caso pudo haber sido grave, nunca más cogería el coche sin haber dormido.

Después de lo ocurrido cuando un día íbamos mi esposa y yo desde Teruel a Zaragoza. Eran las 12 del medio día y parecía darme un poco el sueño. A pesar de que ya procuraba dormir mejor y dosificar más el trabajo por precaución. En cuanto me di cuenta, aparqué para dormir media hora. Mi esposa leyó el periódico. Seguimos el viaje sin más problemas. A partir de aquella experiencia me había dado cuenta de que no se puede luchar contra la naturaleza. Seguiría trabajando mucho pero procurando dormir lo necesario para evitar problemas al volante.

Regresábamos de comprar ganado en una graja de las mejores del país. Tenía ganado selecto en porcino. Era la Granja Virgen de La Fuente, situada a unos 150 kilómetros de Teruel, en las montañas del norte. Hasta esas lejanías íbamos a buscar el ganado. Otras veces comprábamos de importación.

La reparación del coche costó 375.000 pesetas. En aquel tiempo era un montón de dinero. El coche era nuevo, un Crysler 150, pero se quedó que daba pena verlo. Era difícil creer que allí hubo un hombre al que sacaron sin problemas después de un porrazo tan gordo, el que lo vio dijo haber sido una gran suerte, muchos no lo hubieran contado. Gracias que no circulaba a gran velocidad. Pero la falta la había venido cometiendo desde hacía ya tiempo, por trabajar más de lo que estaba permitido y no dormir lo suficiente.

La construcción de la máquina fue una lucha tremendamente dura: catorce meses interminables duró su construcción, entre el tiempo de diseño y mano de obra. Fue un tiempo lleno de inconvenientes y dificultades. Cuando estábamos a mitad de su construcción, una mañana llamaron al teléfono al soldador Paulino. Le dijeron que tenía que salir con carácter urgente para el Estrecho de Bering, a una base petrolera. Cuando me lo comunicó, se me paró el reloj. No me lo podía creer. Me quedaba todo para mí solo. Aquel hombre era muy trabajador y prudente. Un soldador con una capacidad de trabajo asombrosa, era un veterano en la materia. Me entendía a la perfección, pero se iba. Recibí un disgusto terrible. Los dos estábamos muy a gusto, a pesar de los inconvenientes que surgían en un trabajo de esa categoría. Él se encontraba cerca de su casa y ganaba un buen sueldo y yo contento con su buen trabajo.

Este gran hombre lo sintió mucho. Le daba pena dejarme solo con aquella obra tan difícil. Con su gran corazón me dijo:

-Tengo un compañero de trabajo, muy bueno. Voy a verle antes de irme y decirle que te saque del apuro. Lo mereces, eres muy buen compañero y buen jefe. Sabes entender a la gente y eso es muy importante, por eso no quiero dejarte solo. Es aquí donde algunos mandones que revientan a la gente, deberían de copiar de las palabras de Paulino el soldador, de cómo se debe tratar a la gente.

Jamás olvidé aquellas palabras de aquel gran hombre. Nos dimos un abrazo de hermanos y nos despedimos.

Paulino como siempre un caballero, no se olvidó de lo prometido y su amigo llegó. Aquella misma tarde ya me llamó por teléfono el nuevo soldador Elías me dijo: tratándome como si me conociera de tiempo:

-Basta con que me lo haya pedido mi amigo Paulino. Dijo que merecía la pena sacrificarse por ti, que eras buena persona. Que estabas muy apurado y con muchas ganas de terminar tu máquina.

Elías era tan buena persona como su compañero, un gran hombre, trabajador prudente, noble y cumplidor al máximo. Los dos eran profesionales cualificados en su oficio. Eran dos personas dignas de apreciar que comprendieron mi lucha, mis ganas de trabajar y de seguir a delante. Los dos se dieron cuenta de mi situación y se comportaron todo lo mejor que un hombre puede hacer por un semejante. Estos dos soldadores son un claro ejemplo de la nobleza de mucha gente que hay por el mundo.

Al día siguiente, a las 8 de la mañana se presentó Elías a trabajar. En un momento cogió la marcha del trabajo. Entendía mis explicaciones y sabía trabajar en equipo. Cada uno a lo suyo y cuando lo necesitaba me pedía explicaciones. Todo marchaba muy bien, hasta una mañana que se encontraba barrenando una pieza con la máquina de barrenar móvil y le dio un enorme tirón en la muñeca derecha, lo suficiente para mandarlo de baja. De nuevo me quedé solo,  menudo disgusto. Ya era bastante el problema del trabajo de aquella máquina para que encima me surgieran éstos problemas. Me quedé solo para mover piezas de muchos kilos. Luego la cantidad de soldadura que había que hacer me llevaría a mí solo una eternidad, por lo que tuve que buscar a otro soldador, ya que yo tenía que cumplir con mi jornada en la empresa. Solo podía trabajar en la maquina, por las tardes y noches. Por esa razón me vi agotado.

Realmente era difícil hacer una máquina que acababa de diseñar. Tienes que construirla a base de apuntes, sin planos. A medida que avanzaba, iba improvisando. No me podía alejar de este trabajo. Todos los soldadores me decían que si me iba ya no podían trabajar, pues los planos de la maquina estaban en mi cabeza y ahí no podían entrar. Tenía que estar allí para explicarles lo que había que hacer. Ellos no entendían los croquis que yo había confeccionado a mi manera. Nadie más que yo los podía manejar. Por ese motivo tenía que estar presente el máximo de tiempo posible. Además, había que manejar grandes piezas, con las que uno solo no podía.

El taller era casero y no había  grúa, solo disponía de dos trácteres, que también era mejor manejar entre dos. Fueron tantos los cambios que hubo que hacer del primer prototipo, que incluso antes de llegar a la mitad de la máquina ya no se parecía en nada a lo que había proyectado. Haces un proyecto pero nunca sabes cómo va a ser hasta que lo terminas. Fueron muchos los problemas que surgieron: falta de espacio para los mecanismos, distribución de los acoplamientos y otros mil obstáculos que hubo que subsanar. Es imposible imaginarse la capacidad humana cuando se encuentra en un proyecto de esa envergadura.

Luchas y luchas sin descanso para buscar la solución de tu problema y cuando menos lo piensas, das con él y vuelves a fabricar otro artefacto que te sacará del apuro para seguir adelante con tu invento y no fracasar. Te absorbe hasta tal punto que cuando vas por la calle o estás en tu propia casa y te hablan, ni te enteras. Es tan grande la lucha interna en tu cabeza que solo vives para la dichosa máquina. Pero después de mucha batallar la maquina salió y mucho mejor de lo que nunca pude imaginar.

Las primeras prótesis que fabriqué, las hacía con hierro y aluminio, ya que en aquel tiempo el acero inoxidable andaba escaso y era muy caro.

Antes de comenzar a construir mis prótesis, en mi casa, tuve que aprender a soldar hierro. Me compré un grupo de soldar y a base de tiempo y en ratos perdidos me practicaba, pero el problema seguía conmigo. Aunque conseguí soldar hierro, no podía soldar el aluminio, ya que mi grupo era de corriente alterna y no servía para el aluminio. Comprar otro de corriente continua era muy caro y mi economía era débil. Esas máquinas al salir al mercado fueron carísimas. Pensé que lo mejor sería que la empresa que tenía varios de esos grupos, me prestara uno por un tiempo para que me diera lugar a saber si podría soldar el aluminio. Si lo conseguía podría compra uno de ocasión. Así fue, hablé con el perito de Hunosa, la empresa donde yo trabajaba como conserje, y me dijo que ellos no soldaban aluminio pero que me lo cambiaba por el mío durante un tiempo y sin problema. Trajeron el grupo de corriente continua y se llevaron el mío.

Me compré un paquete de electrodos de aluminio que eran súper caros. Salían a unas 50 pesetas cada uno. Lo que me resultó muy caro, pues un novato como yo tuve que quemar electrodos en cantidad para poder aprender. Aunque al principio me dio mucho que hacer ya que con frecuencia se quedaban pegados los electrodos, seguí con las prácticas. Con paciencia y tiempo conseguí soldar también el aluminio. Les llevé el grupo de ellos, me devolvieron el mío y asunto resuelto.

Durante años seguí haciendo mis prótesis de hierro y aluminio, hasta que más tarde comenzó a comercializarse el acero inoxidable. Pero yo no me sentía capacitado para trabajar este material de un milímetro de grosor. Pues si hoy todavía no soy un buen soldador, porque solo soy un aficionado que me defiendo, pero no como un profesional, peor lo era en aquel tiempo y por eso las construía en aluminio. Después de muchas pruebas y de trabajar durante largo tiempo soldando hierro y aluminio, me decidí a probar a soldar y trabajar el acero inoxidable y ya nunca dejaría de trabajar con este buen material que,  a parte de su fortaleza, es mucho más limpio y bonito.

El aluminio que trabajé durante varios años era de un grosor de dos milímetros, lo más ligero que se podía poner, pero muy sencillo y soltaba un oxido que manchaba las camisas y, para evitar ese problema, lo cubría de cuero. Lo que al principio se veía  muy bonito, al poco tiempo se impregnaba del aceite del engrase de los rodamientos y seguía manchando la ropa, además, de acumular más peso a lo que ya iba sobre cargado. Para manejar bien estos aparatos deberían ser lo más ligeros posible. El peso repercute a la hora de trabajar, por eso tuve que estudiar muy bien el hacer unas prótesis en acero inoxidable, procurando no aumentar más el peso, pero respetando la resistencia necesaria para soportar los esfuerzos del trabajo y del volante del coche. Para asegurarme de su resistencia, los sometí a grandes pruebas de peso, manejando sacos de abono de 50 kilos y tirando por pesadas viguetas además de soportar el esfuerzo de labrar la tierra, o hacer una zanja con pico y pala.

Para conseguir un buen acabado de mis prótesis, diseñé y monté una máquina pulidora, para pulirlas y dejarlas brillantes como una patena. Tan fuerte y robusta es esta máquina, que a pesar de los años de trabajo que tiene, sigue trabajando como siempre. Esmerila y pule como es debido. Hasta me sirve para pulir las hebillas que hago para mi reloj de pulsera, ya que las comerciales vienen con un pasador que no aguanta la presión de mis aceros y cada poco se pierde una hebilla y a comprar otra pulsera. Por esa causa decidí hacérmelas caseras, pero muy bonitas y seguras, además de que son eternas por ser de un solo cuerpo y en acero inoxidable, claro.

Otro detalle de esta hebilla, es que me dio mucho quehacer la primera, pero resultó una gran experiencia, porque se me ocurrió hacer una prensa, provista de un fuerte usillo y con unas matrices que me permiten hacer cosas artesanales con unas medidas milimétricas, porque para cada caso hago una plantilla y en un momento. Todo es cuestión de pensar en la forma de hacer las cosas lo mejor y más rápido posible.

Por ejemplo, para manejar el ratón de mi ordenador, tenía un cilindro que me permitía manejarlo aunque con cierta dificultad, por lo que diseñé otro sistema en varilla de acero y a medida de mi prótesis que me permite trabajar a la perfección. Me resultó muy fácil de construir con esta nueva prensa que monté. Además me sirve para realizar unos cuantos trabajos más como son la artesanía en acero inoxidable.

La construcción y montaje de estas prótesis, duró largo tiempo. Trabajé dos meses abundantes. Fue una obra de artesanía casera en acero inoxidable que llevaría muchas horas de trabajo a un buen profesional, por lo que a mí, un aficionado, cualquier tipo de trabajo me lleva mucho más tiempo. Por muy hábil que uno sea, las dificultades para algunas cosas están a la vista. Hay cosas que no puedo hacer con la rapidez que quisiera, pero con mucha paciencia van saliendo y desde luego a mi gusto, ya que es muy importante a la hora de trabajar con estas poótesis. Se trata de una obra muy delicada, a medida de cada brazo y con mucha paciencia para adaptarlas y mecanizarlas, además de darles el acabado con el brillo necesario, bien pulidas, como si fueran de fábrica. Así lo decían los que me rodeaban, familiares y amigos, que me visitaban y miraban con toda la atención asombrados del trabajo que un hombre puede desarrollar.

Desde luego que les comprendo, porque ni yo mismo hace unos años me podía imaginar que conseguiría hacer trabajos de esta calidad. La necesidad, la paciencia y el arte, te ofrecen estos excelentes resultados que por muy difícil que parezcan están ahí.

Como anécdota, después de aprender a soldar este material, un amigo mío carnicero, me pidió que le hiciera una obra de soldadura en aluminio. Era chapear el interior de su furgoneta, la DKV Mercedes, en toda la superficie del interior. Me invitó ir a ver una obra similar que le habían hecho a un colega suyo para que yo la viera. La medí, tome nota de todo y se hizo esa obra.

Dado que para mí solo era una obra muy pesada y de mucho tiempo y yo tenía mucho trabajo, contraté un soldador para que los dos trabajáramos en equipo.

Ocurrió algo muy curioso. Cuando le dije al soldador de qué se trataba, dijo: yo no sé soldar aluminio y tú tampoco. ¿Como lo vamos hacer? Yo le contesté: en poco tiempo lo conseguirás, tú eres profesional, yo un aficionado y lo conseguí. Sólo es ponerse y con tiempo se consigue. Respondió: ¿Qué tú ya sabes soldar a aluminio? Pero si hace menos de quince días no sabías. Así es, le dije,  pero hoy ya puedo soldarlo.

 Le mostré lo que yo había soldado y se quedó muy sorprendido. ¿Tú soldaste esto? Por favo,r quiero ver como lo haces. Cogí la pantalla y me puse a soldar. Él con otra para mirar lo que  yo hacía. Aquello lo animó y se puso a soldar y, en un tiempo razonable, aprendió también a soldar él.

Cuando terminamos de realizar esta obra  vinieron a verla los mecánicos de la empresa Hunosa y, además, el ingeniero y el perito porque querían comprobar cómo soldaba yo porque no se lo podían imaginar ya que allí nadie sabía soldar con alumnio.

Lo que son las cosas, aquel favor que me hicieron al prestarme el grupo, les sirvió para que más tarde yo mismo les soldara las manillas de los martillos neumáticos que se utilizaban para apretar los tornillos de los cuadros metálicos de las minas, que por ser de aluminio se rompían con cierta frecuencia.

Desde luego que las cosas no se consiguen por estar mirando como correnlos aires, así decía mi madre. Los trabajos  algunas veces presentan problemas que no son fáciles de resolver. Al comenzar a trabajar el acero inoxidable, no encontraba el material apropiado con las medidas necesarias para trabajarlo, porque la casa que lo vende sólo sirve cantidades grandes para la industria y no a los particulares.

Tuve que buscarlo por los desguaces y esto me costó muchos más días de trabajo para fabricar las piezas, hasta que me encontré un  señor que me había conocido tiempo atrás, en mi finca, y que más tarde me vendió el acero necesario y con el grosor ideal para trabajarlo sin tener que convertir una llanta de 50 mm. en una de 25, por ejemplo, lo que multiplica el trabajo.

 

El día que sacaron fotografías a mis máquinas

En una ocasión llamé a Justo Arienza, el fotógrafo de Blimea, para hacer unas fotos de mis máquinas. Era un gran profesional, muy trabajador y una excelente persona, apreciado por todos en nuestro valle. Vino con su hijo, de unos veinte años. Después de saludarnos Arienza me dijo:

— Arsenio, cuando entramos a tu finca y te vi, me acordé de tu accidente y de lo mal que lo pasaste y le dije a mi hijo “este hombre es de acero, mucho aguantó, y mira donde está. Yo tuve que sacarle su polla para orinar, fue la única que cogí en mi vida”. Luchaste mucho pero hoy estás en un pabellón muy alto. Los que conocimos tu situación casi no lo podemos creer. Saliste adelante, hay que ser valiente, decía mirando a su hijo, mira estas máquinas que le fotografiamos. Él mismo las inventó y él mismo las hace, no se puede creer si no lo ves. Fíjate hijo, le dijo, como será  este hombre de luchador, que hasta las manos que lleva él las inventó y las fabrica aquí en su casa. Es casi imposible creer que en estas condiciones sea capaz de hacer estas máquinas. Cuando las personas que sabemos cómo fue tu accidente comentamos tu caso, los que no te conocen, no lo pueden creer. Les parece imposible que te hayas podido recuperar y sobre todo que puedas trabajar con esos aparatos que, además, son metálicos y deben pesar mucho. Tienes a la gente asustada de lo mucho que trabajas. Eres mundial, dijo.

Habían pasado más de cuarenta y cuatro años y no se había olvidado del sufrimiento que vio en mí cuando me tuvo que ayudar, así me lo dijo.

—No hay palabras suficientes para describir tu fuerza de voluntad, amigo, dijo él al despedirnos.

Había sido panadero en su juventud, y me ayudó cuando subía con su mulo y sus maniegas a los pueblos del valle San Mamés a servir el pan. Caminando por aquellos caminos llenos de barro y estrechos por donde las maniegas no cabían. Precisamente los mismos caminos por donde yo paseaba lleno de amargura y sufrimiento y agobiado por mi situación, esperando encontrarme con un vecino que me ayudara para poder orinar. Todavía no había luz, ni teléfono, ni carretera por algunos pueblos, aunque sí en el nuestro.