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El jueves 14 de marzo de 2002, después de pasar varios años sin vernos, nos encontramos mi esposa y yo en el mercado de Pola de Laviana con un viejo amigo y compañero de trabajo en aquellos duros años.

Marcelino García Cuetos, “Lino” el de Herminia la de Mari yina del Cepeal, de San Mamés, así le llamamos los vecinos y amigos. Marcelino intervino con el resto de compañeros para salvarme de las garras de aquel terrible peñón, que me tubo hora y media debajo del, soportando un excepcional peso, más que suficiente para morir por asfixia en poco tiempo.

Después de saludarnos, recordamos con todo detalle aquel tremendo accidente que a pesar de pasar 48 años nunca lo olvidamos.

-Arsenio te conservas muy bien a pesar de de lo que pasaste me dijo Marcelino.-fuiste hombre de suerte. Te salvaste de la muerte varias veces. Si las dos explosiones de la dinamita fueron peligrosas lo del peñón en la mina, que te tubo hora y media debajo no fue menos. De mil solo hubieras salido tú con vida. Es imposible explicar cómo pudiste aguantar tanto peso. Desde el primer momento que vimos las dimensiones del peñón, todos pensamos lo mismo. Arsenio está muerto, aplastado por tanto peso. Solo te veíamos un poco por la espalda. Era imposible pensar que tuvieras con vida.

En aquellos trágicos  momentos que ya no podía con tanto peso encima de mí, lo malo fue que os oía todo lo que hablabais, pero yo no podía hablar por lo oprimido que estaba. Quería deciros, picar aprisa que estoy vivo, sacarme pronto porque ya no aguanto más. Eso era lo que yo pensaba pero no había fuerzas para hablar y eso me hizo sufrir mucho. Sobre todo cuando Alfredo Lamuño dijo, pica con cuidado para no picarlo a él, y Cortina dijo: ya no lo siente esta muerto no ves que ni se queja. Eso agudizo mi sufrimiento porque pensé, no estoy muerto pero poco tiempo me queda de vida. No sabía el tiempo que llevaba enterrado porque perdí la noción del tiempo. Pero me di cuenta de que las fuerzas tienen un límite y las mías ya se estaban agotando. Cada vez me costaba más el poder respirar porque el peso tan grande iba venciendo mis fuerzas y poco apoco me quitaba mas la respiración, por eso me di cuenta de que en pocos minutos iba a morir asfixiado.

Cuando te sacamos ya no dabas señal de vida, respirabas tan despacio por lo oprimido que te dejo el cuerpo, que todos pensamos, está muriendo poco apoco. Si difícil fue salvarte de este accidente, también te salvaste de morir por la detonación de la dinamita cuando te corto las manos, además del accidente unos años antes desengolando el pozo de La Escribana de cuarta planta sur, en el pozo San Mames, donde por poco te deshace la dinamita. Está muy claro que no muere más que el que la debe. Lo tuyo fue demasiado fuerte y en cambio estas aquí para contarlo y como un chaval.

-Sí que tuve la vida en peligro varias veces pero no era mi hora. Aunque ya no aguantaba tanto peso por tener el cuerpo estrujado como una sardina. Fue mucho lo que sufrí, tanto tiempo enterrado. Por eso pensé que en poco tiempo moriría asfixiado  antes de que llegarais a sacarme. Cuando os oí decir que no podías con el peso del peñón, ni con palancas y que teníais que picarlo con el martillo para sacarme, creí que no aguantar tanto tiempo ya que poco apoco mi cuerpo se iba hundiendo por el peso. En aquellos momentos cuando me veía morir por no poder respirar, pensaba, yo aquí muero, pero lo peor será para mis padres y hermanos que van a sufrir mucho. Hay que ver los pensamientos que yo tenía, convencido de que iba morir, la pena que sentía sobre todo era por mis padres que habían pasado por un montón de adversidades y un duro trabajo toda la vida y no merecían un disgusto de esta clase. Aunque el susto que sufrieron fue gordo por estar los cuatro días sin sentido, solo respiraba y no sabían ni los médicos lo que podía ocurrir.

– Tú también te encuentres bien Lino, que conserves esa memoria muchos años más.

-Bueno de memoria regular, lo que ocurre es que las cosas que nos pasaron en el trabajo nunca se olvidan.

-Tan mal lo pasamos que no es fácil olvidarlo. Creo que esos recuerdos permanecerán siempre en nuestras mentes. Las peripecias de la vida nunca se olvidan y sobre todo cuando se ve en peligro la vida de un amigo y compañero, como siempre lo fuimos tú y yo, además de vecinos, quintos a laves.

En aquel momento llegó Abrahán de la “Cagüerna”, marido de mi prima Tina.

-Aquí tienes a Arsenio le dijo Lino. -Como un roble. El accidente de las manos fue su salvación. A pesar de lo mucho que sufrió, de seguir trabajando en la mina y con aquella marcha que trabajaba a este hombre ya estaría dando geranios hace unos cuantos años. No paraba, al igual que su padre, quería comer al trabajo. Fíjate Abrahán cómo sería la suerte de este hombre, que se salvó varias veces de la muerte. El peñón que lo pilló en San Luis de segunda planta sur, Pozo San Mames, era como para no salvarse nadie, pero él está aquí. Es increíble, para sacarlo de debajo de aquella mole, hubo que picarlo a martillo porque no éramos a moverlo ni con palancas. Suerte tuvo que lo cogió de hombro a hombro y al estar tan estrecho el tayu, porque aun no había picado la tierra del muro, al caer el peñón y ser tan grande apiló hacia un lado y Arsenio quedó debajo con menos de la mitad de peso. Nunca se sabe lo que un hombre puede aguantar. Aunque el peso le meció el cuerpo y le rompió la clavícula y no podía respirar por tanto peso, lo pudo aguantar. Tuvo 4 días sin conocimiento en el hospital de Sama. Cuando Gerardo y yo fuimos a verlo estaba como muerto. Al salir de allí nuestro comentario fue, Ya no despierta mas, tendrá el cuerpo destrozado por el peso del peñón. Pero despertó.

Siempre que los compañeros comentamos este accidente nos preguntamos cómo pudo salvarse bajo tanto peso. Pues aquí esta él para contarlo. Fíjate Habrán que de lo grueso que era y largo el peñón, no se pudo mover porque pegaba en el techo y este honre debajo, es increíble muchacho, el martillo fue la única solución para sacarlo pero con mucho tiempo porque picar arenisca ya sabes lo difícil que es. Lo sacamos y lo  bajamos a la galería sin conocimiento. Te pusimos en una mesilla con unas tablas debajo y marcho el vigilante contigo para fuera. Arsenio aquel día quedamos de brazos caídos todos los de la rampla, nadie pudo trabajar asustados porque pensamos que ibas muerto y que al día siguiente tendríamos que ir a tu entierro pero te salvaste  como si fuera un milagro.

Hay cosas que no se pueden calcular y éste es un caso más dijo Lino: Lo bueno es estar aquí.

El comentario de Lino al marchar fue:

-Si ese peñón tarda un poco más en caer pudo haber cogido a Aladino Suarez Llaneza de La Bobia, que era el que tenía que arrancar con ese tayu, pero estaba destinado a Arsenio. Así es la vida y nadie se puede apartar de su destino, está muy claro.

Marcelino  García Cuetos y Gerardo Iglesias del Romeru y yo a entramos a trabajar el mismo día y siempre fuimos buenos amigos.

Aquel jueves fue la última vez que nos veríamos, Marcelino García Cuetos, “lino” a los dos meses murió, no me entre hasta pasados unos días a mi regreso a Sotrondio, Lo sentí mucho éramos amigos desde la infancia y buenos compañeros de trabajo. Lo último que trabajamos juntos fie en San Gaspar de 4ª  planta sur, picando carbón. Era un excelente compañero y muy buena persona, lo mismo que su esposa Herminia, que la conocí desde niña. Su madre Herminia, y su abuela Maryina del Cepeal, personas muy trabajadoras y muy buenas que siempre apreciamos. 

Gerardo Iglesias Alonso, otro amigo desde la infancia y compañero de trabajo largo tiempo, primero de rampleros y después de picadores, que también murió. Cuando perdí las manos trabajábamos juntos en los mazizos de San Gaspar de 3ª planta Sur, Pozo San Mames. Gerardo era un hombre sereno, agradable y muy trabajador. Por ser huérfano de padres tuvo que ir a vivir a mi pueble de la Bobia, por eso motivo ya fuimos amigos desde niños. Allí vivía con su hermano Leandro y su esposa Marina, los que también recuerdo con mucho afecto porque lo mismo que Gerardo, que su esposa Manolita siempre fueron muy buenas personas por ese motivo y en prueba de nuestra amistad les quiero recordar en mi dura historia. Por haber convivido con ellos como buenos vecinos que fuimos.

En este día, 4 de Diciembre del 2014, se cumplen 60 años de mi accidente en el que perdí las dos manos. Fecha inolvidable para mí, para mi familia y también para mis compañeros, amigos y conocidos, que tampoco se olvidaron de aquel trágico día, sábado 4 de Diciembre de 1954, en el que dos mineros asturianos perdieron las manos. Así decía el título de La Nueva España.

Cuando, a las nueve menos diez de la mañana, me disponía a detonar cinco cartuchos de dinamita, a trescientos metros de mi casa, en La Bobia de San Martín del Rey Aurelio,  sin darme tiempo a nada, la desgracia me sorprendió, cortándome las manos por la muñeca.

Alejandro los detonaba a las dos de la madrugada cuando regresaba del trabajo en Blimea para festejar nuestra patrona Santa Bárbara. Tuvo peor suerte, además de las manos perdió un ojo.

Una prueba de tal recuerdo es que algunos compañeros me piden que escriba algo, recordando los 60 años de aquel día tan duro para todos, ya que sufrieron mucho por nosotros, como es natural.

Así mismo me dicen que debo hacer un buen artículo, para mostrar a la gente la valentía de un minero, que consiguió vencer ante tanto dolor. Alejandro no pudo con ello y dejó de luchar, abatido para siempre por tanto sufrir.

 

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   Mi foto de actual

 

Claro que sí, yo también creo que debo dar a conocer algo tan importante como es el saber que las personas podemos vencer las adverslersidades tan duras que nos impone muchas veces la vida, aunque al principio nos parezcan imposibles de soportar.

Bien claro está que mi vida no fue un camino de rosas, fue demasiado lo que tuve que soportar. Hay que tener en cuenta que no podía hacer nada, ni siquiera comer. Tenían que cebarme, llevarme al aseo, ducharme, vestirme. Además de no saber que iba ser de mi vida y pensando que, ¿a dónde iba a ir sin manos? Me sentía como perdido en el mundo. Es imposible describir lo que hay que soportar.


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  Arsenio Fernádez y Alejandro Antuña

 

Después de todo lo ocurrido, mil gracias doy porque no fue lo suficiente para perder el sentimiento por los míos. Mis queridos padres y hermanos, que tanto sufrieron. Por eso no quise agudizar más su dolor, quitándome la vida, a pesar de tener que soportar los inmensos dolores de mis brazos y la angustia que me atormentaba noche y día, al sentirme totalmente indefenso. Por eso no acepté, la invitación de Alejandro, cuando, a la semana de perder las manos, quiso que los dos juntos nos suicidáramos tirándonos al tren que pasa por delante del Hospital Adaro, de Sama de Langreo, donde estábamos hospitalizados, para no ser una carga para los demás y dejar de sufrir.

 

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 Alejandro Antuña, de 25 años,  mi hermano Constantino, con  18 años y yo, con 20.

 

Así fue como él lo pintaba, diciendo que nuestra vida era como un camino sin salida. «Mejor la muerte que la vida», decía convencido, lo que le llevó a la perdición, ya que por pensar de esa forma nunca levantó la cabeza hasta que se murió siendo tan joven. A pesar de mis consejos diciéndole que había que aguantar, a ver que nos deparaba el transcurrir del tiempo, nada pude conseguir, todo le pareció imposible y se cobijó en la bebida y ésta lo destrozó más todavía. Fue una gran pena, porque pudo haber formado un hogar y tener esos hijos, que son nuestra alegría y nuestro cariño, por ellos luchamos hasta la muerte.

 

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 Arsenio Fernández, el Niño de Bustio y Alejandro Antuña

 

La pregunta que nuca tendrá respuesta es, ¿qué hubiera sido de mi vida si no tuviera hijos? Aunque viven lejos, cada uno en su hogar, están ahí y nunca perdemos el contacto, ellos fueron y son los que me ayudan a soportar tanto dolor por la pérdida de la madre, mi esposa.

Tengo que decir, aunque sea a los cuatro vientos, que toda mi vida fue muy dura, llena de lucha y duro trabajo para poder vivir de mi propio esfuerzo pero lo mantuve con alegría, hasta que mi esposa falleció. Eso es lo que no puedo olvidar. Pasaron cinco años pero la pena sigue y la soledad también. Es demasiado dura la soledad sin el ser que yo quería, la compañera de mi vida. Tengo que decir que mis hijos y mis nietos  son también mi vida, sin olvidarme del resto de la familia que también me ayudaron con cariño. Eso es lo importante, vivir unidos porque la unión de una familia es una de las cosas grandes que la vida nos puede dar, cuando lo deseamos de corazón.

Un cordial saluda para todos. Un fuerte abrazo para los que conocieron y recuerdan ese día de Santa Bárbara. Hasta siempre amigos.

Arsenio.

Me ha sorprendido mucho el impacto y lo mucho que gustó a la gente el reportaje que salió en La Nueva España y que trataba de contar un poco de cómo fue mí vida de trabajador sin manos.

Desde entonces, y aún después de pasar varios días, sigo encontrando gente que me saluda y me felicita, unos diciendo que es una vida ejemplar, otros que soy hombre como el acero de duro. La mayoría lo valoran muy positivamente y yo lo agradezco de corazón. Por ese motivo les doy las gracias desde este pequeño artículo.

Respecto a este tema quiero destacar que, aunque el camino no fue precisamente de rosas para mí porque tuve que luchar mucho para llegar a donde estoy, el mérito no es sólo mío. Al principio, cuando estaba soltero, me sirvió de acicate el cariño de mis padres y hermanos y más tarde el de mi querida esposa, el de los hijos y nietos y también el del resto de la familia. Todos juntos fueron el motor que me dio fuerzas para combatir un montón de adversidades, para seguir adelante con dinamismo y alegría, trabajando con todas mis fuerzas hasta aquel fatídico día 5 de octubre de 2009 que mi esposa murió y me quedé más triste y solo que la noche, porque yo la quería más que a mí propia vida. Fue algo maravilloso para los dos el vivir unidos y sentirnos amados uno por el otro. De la noche a la mañana me cambió la vida totalmente y ahora es como si no amaneciera para mí. Por muy fuerte y valiente que uno sea, el perder a la compañera de mi vida ha sido terrible para mí, demasiado.

Debo decir que después de toda mi dura historia, me ha resultado mucho más duro perder a mi esposa que cuando perdí las dos manos. Porque ella me ayudó mucho a combatir mi desgracia y todo aquello dejó de ser un problema ya que yo tenía sus manos que también me ayudaban con cariño. La prueba está en que trabajé como uno más y sin traumas y lo hice con ánimos y empeño en la lucha diaria, hasta que ella me dejó. Hoy me siento sin fuerzas y sin ganas de casi nada. Paso la vida escribiendo o estudiando. Sigo con las clases de mi profesora Ana Rosa Hevia, de Candás. Todavía esta mañana de hoy martes 29 de Octubre del 2013, me dio una clase, porque es para mí el estudio y la escritura como una terapia para mi dolor. Si toda mi vida fue de mucho movimiento porque nunca pude parar, hoy peor, siempre tengo que hacer algo porque no puedo ser de otra forma. La soledad es demasiado dura. Hay que ver que hasta los animales no están solos y van en pareja.

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Cuando por las mañanas abro la ventana de mi habitación y observo el bonito paisaje que tengo delante y mientras que escucho el rugir de las aguas del bravo Cantábrico que sólo esta unos 40 metros de distancia, miro como vuelan y aterrizan en el campo los pajarillos que, al rayar el alba, buscan su primer alimento del día. Van en pareja y se cuidan el uno al otro como hacemos los humanos. Eso es muy bonito, claro que lo es, porque no se sienten solos. Seguro que cuando hicieron el mundo esto ya era así y no hay quien lo cambie, porque la soledad nadie la quiere. El amor existe en el mundo y es posible que un día yo lo vuelva encontrar, porque mujeres las hay muy buenas y también necesitan del calor de un hombre como nosotros el de ellas, porque así es la vida y así la hay que entender.

Sobre el mencionado reportaje en la prensa, hay varias anécdotas muy curiosas, pero entre éstas debo destacar una.

Conozco desde hace años a un matrimonio de Oviedo que veranea aquí, en Candás. Aquella mañana pusieron la radio pero sólo pudieron oír parte de la noticia que daba la Cadena Ser, que decía: "Un minero de la cuenca del Nalón y residente en Candás, que perdió las dos manos en una explosión de dinamita el día de Santa Bárbara…"

Los dos pensaron: ese es Arsenio, ¿que le pasaría? La mujer le dijo que bajara a la tienda de informática a ver si lo buscan en internet. Como no encontraron nada, fue a donde venden los periódicos y dijo a la señora: ¿habrá algún periódico que hable de un señor que no tiene manos?

-Sí, aquí lo tiene, yo lo estoy leyendo.

-¿Le pasó algo?

-No, hombre, sólo habla de un señor que es muy valiente, trabaja y no tiene manos.

-Claro que trabaja y mucho, es amigo mío.

-Pues aquí lo tiene, mire que guapo está.

Este hombre ya se tranquilizó, cogió el periódico y lo subió a su esposa. El sábado me los encontré en Candás y me felicitaron además de contarme el susto que se llevaron.

-Muchas gracias, yo también os aprecio mucho, lo mismo que mi esposa que también os recordará con cariño desde el cielo. Me dieron un abrazo y me dijeron: no te olvidas de tu esposa ni un momento, mucho la querías.

Aquella mañana cuando iba a dar un paseo y coger el periódico, me encontré con Don José Manuel, el cura de Candás, que conversaba con dos señoras. Los tres me felicitaron y Don José Manuel dijo: este hombre es muy bueno. Sufre mucho por su esposa, la quería mucho y no vive sin ella y agregó, es como un cura, hay que llevarlo al Vaticano a sentarse a la mesa a comer con el Papa.

Muchas gracias señor, le dije ¡Qué casualidad! no sé por qué, pero un Ingeniero, jefe mío, Don Manuel Ordóñez me dijo lo mismo. Arsenio, tu tenías que ser cura, te gusta mucho ayudar a la gente, tienes muy buen corazón. Yo le dije:

-Es nuestro deber, Don Manuel, el mundo en solitario no tiene valor. Está como vacio.

Entre otros casos que ocurren por la vida, acababa de presentarle uno que, por cierto, era duro de verdad y de una necesidad muy importante. Una señora vino a la oficina a pedirme que por favor la ayudara. Su marido estaba despedido del trabajo y no tenía nada para dar de comer a sus siete hijos y otro más que llegaría en un mes.

Me dio mucha pena de ella y de sus hijos que se encontraban hambrientos. El padre en la cama desde hacía unos cuantos días borracho y pidiendo vino. Como la esposa ya no tenía dinero para pagarlo y llevárselo a la cama, donde permanecía mientras le durara la tremenda borrachera, le tiró dos botellas vacías. Por ese motivo salió de casa y vino a pedir que lo admitieran al trabajo.

La pobre señora presentaba un cuadro de pena. Estaba muy delgada, descolorida y aturdida por los malos tratos de su marido. Con las lágrimas que bajaban por sus mejillas me dijo: por favor señor ayúdeme, ya no puedo con tanto sufrimiento.

Por favor no llore más, le prometo que su marido volverá al trabajo mañana mismo. Tranquilícese porque este problema no debe surgir más.

Pasé al despacho de Don Manuel Ordoñez, mi jefe, que era el jefe de sector y le dije el serio problema de aquella mujer.

-Don Manuel, el marido de esta señora está despedido por faltar al trabajo entre diez y quince días cada mes, por las borracheras que se coge. Se mete en cama y obliga a su esposa a llevar botellas y botellas hasta que ya no tiene dinero y luego le tira las botellas a la pobre señora. Yo creo, le dije, que debemos arreglar este problema de una vez y para siempre. Por dos razones. La primera y más importante, es que el castigo es para sus hijos y la esposa, que pasan hambre; la segunda, que ese señor picador de carbón, cuando viene al trabajo es trabajador. Si trabaja al mes quince días, por lo menos ya gana para dar de comer a su familia.

-Este señor, tiene un despido que la empresa le hizo por ser reincidente, perdiendo muchos días de trabajo. ¿Cómo lo arreglamos? dijo mi jefe.

-Muy fácil, contesté, dando orden a lampistería que cuando llegue este picador, le den lámpara para entrar al relevo que llegue. Bien sea al de las seis de la mañana o a las tres de la tarde. Yo creo que la sociedad está obligada a eliminar estos castigos que son peor para los hijos y esposa que para el borrachín.

-Usted lo dijo. Qué así sea.

Cogió el teléfono y le dijo al encargado de lampistería, Estanislao García, para los vecinos (Lao) que cuando llegara el picador  X, le dieran lámpara para que puediera trabajar. No pongo el nombre del picador porque vive. Hace poco tiempo que lo vi. No sé si vive aún su mujer, nunca más la vi desde aquel día y no es necesario molestar a nadie. Solo se trata de comentar lo que hay que sufrir muchas veces en la vida de las familias.

Don Manuel como hombre generoso que siempre fue, recibió a la señora y le dijo literalmente.

-Señora, dígale a su marido que venga a trabajar cuando quiera y al relevo que más le guste. Así mismo le dijo que no sufriera más por ese problema, pues en lo sucesivo trabajará cuando venga.

-Muchas gracias señor, le dijo la señora muy agradecida, nos libra de una muy gorda.

-No me dé las gracias a mí, déselas a Arsenio que es quien lo arregló.

Se marchó muy contenta sabiendo que aquel problema ya no se iba repetir.

Don Manuel, después de quedar solos, me dijo: Arsenio tú tenias que ser cura, te duelen mucho los problemas de la gente y te gusta ayudar, eso es muy importante. ¿Lo haces porque eres tan buena persona como para sufrir por los demás, o por lo que tú has sufrido?  ¿Es que ya eras así antes de tu accidente con ese buen corazón que tienes?

-Gracias Jefe, por lo bien que me valora, yo creo que es ley de vida velar unos por los otros. En cuanto a su pregunta, le diré que no lo sé, creo que siempre fui como soy. Aunque puede ser que los sufrimientos propios te hagan reflexionar muchas veces, porque la vida nos enseña y, sobre todo, a los que atravesamos por duros avatares que es donde se ve realmente lo que supone la buena convivencia entre las personas. Yo creo que estamos obligados a perdonar y ayudar, aunque se salgan de lo normal. Sólo con pensar que hemos salvado del hambre a unos inocentes ya es más que suficiente para sentirse uno mismo muy bien.

-Te comprendo perfectamente porque es como lo pintas, dijo el jefe.

-Gracias, usted también siente esos deseos de ayudar y lo hace con satisfacción. Ya no es el primer caso difícil que usted resuelve con cariño y afecto a las personas. No soy yo el único, Don Manuel, porque usted acaba de hacer una excelente obra, que supone el asegurar el pan a una familia. 

 

La recogida de carbón en las escombreras de las minas, la hacíamos todos los días laborables de la semana, lloviendo, nevando, o con calor. Antes de realizar los trabajos del campo, o de ir a la escuela, había que madrugar para ir a recoger aquel carbón que era muy necesario para poder “atizar” las cocinas y, si sobraba algo, venderlo en la carbonería para hacerse con algo de dinero. El trabajo de ir a buscar este carbón era, además de peligroso, muy cansado. Lo recogíamos en pendientes de escombro muy elevadas con el peligro de que una roca pudiera salir rodando y nos pillara. Hay que tener en cuenta que estas escombreras enclavadas en lo alto de una montaña, tenían una pendiente casi vertical, precisamente para que los escombros bajaran al fondo por su propio peso.

No solamente había peligro por las rocas que pudieran desprenderse a causa del movimiento de la gente, unos más arriba y otros más abajo, sino que el mismo individuo podía caer rodando al tener que salir corriendo a gran velocidad cuando se oía que basculaban, en el alto de la montaña, los vagones de escombro. Había que volver de nuevo corriendo para poder recoger el carbón a toda prisa porque si no, iba a recogerlo otra persona y te quedabas sin nada. Todo esto era a base de habilidad, por eso unos recogían mucho y otros poco. La lucha de los humanos algunas veces es como la de los animalitos que se lanzan a la pieza para quitársela a su compañero, eso lo hacíamos todos en esos lugares de un enorme peligro y de tanta necesidad. 

Aparte de estos tremendos esfuerzos y peligros, había que transportarlo a hombros desde largas distancias hasta la casa, haciendo un recorrido que duraba una hora o más, según al lugar al que nos desplazáramos.

La imagen es de 1945, de Memoria Digital de Asturias. En aquella época era común que los niños trabajasen desde corta edad. Aquí les vemos realizando labores de carga en Barredos.

En aquel tiempo no había más industria que la mina y, dado que el sueldo que se ganaba era poco para mantener el gasto de la casa, había que producir y trabajar en el campo y en la cría de ganado. Un trabajo que nunca se terminaba, no había descanso ni en los domingos.

Además el trabajo de la mina era muy penoso, picando carbón a regadera, una “pica” delgada punteada por las dos partes, más ligera que el pico normal, pero era un trabajo cansado y peligroso ya que el carbón está como una roca de duro y al picarlo salen hasta chispas. Estas chispas son muy peligrosas para los ojos pero también lo son porque pueden producir una explosión de “grisú”. Aparte, tenían el peligro del candil que les alumbraba, una lámpara muy rústica y sin medidas de seguridad que evitasen que se inflamara el grisú. Estas lámparas tardaron varios años en  ser perfeccionadas para que detectaran el grisú sin peligro, sabiendo manejarlas, claro.

Este mortal gas, cuando está presente aunque sea en una cantidad pequeña, se inflama con un simple chispazo y la explosión puede ser tan enorme que puede hundir las galerías de la mina. Estos accidentes ocurrían con frecuencia y en algunas minas murieron quemados y sepultados cientos de hombres, el relevo entero. Tan peligroso es que, en el momento de una explosión, puede explotar hasta tres veces seguidas. Después de una de éstas allí no queda vida ninguna, sólo maleza, gases y desolación.

No había medios para defenderse de este gas, no había energía eléctrica, ni forma de ventilar las minas más que con ramas de árbol o la chaqueta del minero. Así que las explosiones surgían cuando menos lo esperaban. En aquellos tiempos las minas sólo eran de montaña, no había pozos porque tampoco había energía eléctrica ni maquinas de extracción.

A mi abuelo le sorprendió una de estas explosiones. Por fortuna sólo sufrió ligeras quemaduras en las manos y en parte de la cara. Fue una pequeña cantidad de grisú. A pesar de ventilar con su chaqueta y unas ramas largo tiempo, cuando se puso a picar en un coladero al poco tiempo salió el grisú de la capa.de carbón. Aunque algunas veces lo sientes, porque emite un ruido como el de las culebras, otras veces no te enteras hasta que explota y mata lo que haya allí. El “coladero” es como una pequeña chimenea, en medio de una rampa, un “fondo de saco”. La única forma de eliminar el grisú es con ventilación permanente mediante un potente difusor y con tubería desde la parte ventilada  de la mina hasta el mismo testero del fondo de saco.

Mi abuelo no padeció silicosis pero sufrió un accidente con el hachu en su rodilla derecha y le quedó sin el juego de ésta y cojo para siempre. Trabajaba en las minas del Meruxalín, situado al norte del pico Palacio, dando vista al Concejo de Laviana. Tenía que subir desde La Bobia a estas montañas y bajar desde la Campa La Taza hasta el Meruxalin, con una pendiente que, al mínimo despiste, te marchas a rodar y te matas sin remedio, eso estando seco, si hay nieve el peligro se multiplica.

Situación de la mina del Meruxalín, al otro lado de la montaña

Esta cordillera nace en el Pontón Sotrondio a 206 m. de altitud

Esta cadena de montañas, pasa por el pico Violiu, pico La Colla, atraviesa por la Muezca de La Bobia (600 m.) hasta la campa Les Formigues, campa Xumperia, Xierru Laurfal, pico Llavayu (850 m.) y va a enlazar con el cordal que va hasta el pico Tres Concejos (1250 m.) y La Collaona (850 m.), cerca Cabañaquinta. En esta cadena de montañas hay una bonita ruta para caminar que muchas veces la atravesamos por afición a la montaña. Nace en La Corcia, en el concejo de Laviana, y sube por La Juecora, picu Rosellón (750 m.) la campa de éste (710 m.), Picu Secadielles o campa Los Árboles (800 m.), La Peña El Cuervu (999.m), pico La Sereal (981 m.)  y su campa, El Tretu. Desde ésta se puede tomar una pista que llega hasta el alto de La Colladiella de Santa Bárbara (848 m.), donde está el Monumento al Mineru, dominando el valle de Turon.

Esta cordillera desde La Bobia hasta el Meruxalín, es la que todos los días tenía que atravesar mi abuelo de noche, hora y media para ir y otro tanto para regresar. En el invierno, con fuertes nevadas, tormentas, lluvias y heladas y en el verano, con mucho calor. La mina donde trabajaba estaba situada al otro lado de la montaña que se ve en la imagen. Le llevaba mucho tiempo recorrer esa pendiente tan pronunciada, como sería esta parte del monte que hasta las ovejas se despeñaban.  

Tenía que entrar al trabajo a las seis de la mañana, así que se levantaba a las cuatro y, como no había reloj, era el canto del gallo el que lo despertaba. El gallo normalmente canta alrededor de las cuatro de la madrugada pero si es temporero, al cambio del tiempo cantan a las doce de la noche y como no sabía si era la hora o no, se levantaba y cuando llegaba a la mina aún no había nadie, atizaba el fuego en la chabola y a esperar que llegara la hora y el resto de los mineros.

Además del pesado camino y del duro trabajo en la mina, debería pelear con el maldito “grisú”, por lo peligroso que es.