Get Adobe Flash player

Calendario

diciembre 2024
L M X J V S D
 1
2345678
9101112131415
16171819202122
23242526272829
3031  

Historial

Temas

minas de carbón

El jueves 14 de marzo de 2002, después de pasar varios años sin vernos, nos encontramos mi esposa y yo en el mercado de Pola de Laviana con un viejo amigo y compañero de trabajo en aquellos duros años.

Marcelino García Cuetos, “Lino” el de Herminia la de Mari yina del Cepeal, de San Mamés, así le llamamos los vecinos y amigos. Marcelino intervino con el resto de compañeros para salvarme de las garras de aquel terrible peñón, que me tubo hora y media debajo del, soportando un excepcional peso, más que suficiente para morir por asfixia en poco tiempo.

Después de saludarnos, recordamos con todo detalle aquel tremendo accidente que a pesar de pasar 48 años nunca lo olvidamos.

-Arsenio te conservas muy bien a pesar de de lo que pasaste me dijo Marcelino.-fuiste hombre de suerte. Te salvaste de la muerte varias veces. Si las dos explosiones de la dinamita fueron peligrosas lo del peñón en la mina, que te tubo hora y media debajo no fue menos. De mil solo hubieras salido tú con vida. Es imposible explicar cómo pudiste aguantar tanto peso. Desde el primer momento que vimos las dimensiones del peñón, todos pensamos lo mismo. Arsenio está muerto, aplastado por tanto peso. Solo te veíamos un poco por la espalda. Era imposible pensar que tuvieras con vida.

En aquellos trágicos  momentos que ya no podía con tanto peso encima de mí, lo malo fue que os oía todo lo que hablabais, pero yo no podía hablar por lo oprimido que estaba. Quería deciros, picar aprisa que estoy vivo, sacarme pronto porque ya no aguanto más. Eso era lo que yo pensaba pero no había fuerzas para hablar y eso me hizo sufrir mucho. Sobre todo cuando Alfredo Lamuño dijo, pica con cuidado para no picarlo a él, y Cortina dijo: ya no lo siente esta muerto no ves que ni se queja. Eso agudizo mi sufrimiento porque pensé, no estoy muerto pero poco tiempo me queda de vida. No sabía el tiempo que llevaba enterrado porque perdí la noción del tiempo. Pero me di cuenta de que las fuerzas tienen un límite y las mías ya se estaban agotando. Cada vez me costaba más el poder respirar porque el peso tan grande iba venciendo mis fuerzas y poco apoco me quitaba mas la respiración, por eso me di cuenta de que en pocos minutos iba a morir asfixiado.

Cuando te sacamos ya no dabas señal de vida, respirabas tan despacio por lo oprimido que te dejo el cuerpo, que todos pensamos, está muriendo poco apoco. Si difícil fue salvarte de este accidente, también te salvaste de morir por la detonación de la dinamita cuando te corto las manos, además del accidente unos años antes desengolando el pozo de La Escribana de cuarta planta sur, en el pozo San Mames, donde por poco te deshace la dinamita. Está muy claro que no muere más que el que la debe. Lo tuyo fue demasiado fuerte y en cambio estas aquí para contarlo y como un chaval.

-Sí que tuve la vida en peligro varias veces pero no era mi hora. Aunque ya no aguantaba tanto peso por tener el cuerpo estrujado como una sardina. Fue mucho lo que sufrí, tanto tiempo enterrado. Por eso pensé que en poco tiempo moriría asfixiado  antes de que llegarais a sacarme. Cuando os oí decir que no podías con el peso del peñón, ni con palancas y que teníais que picarlo con el martillo para sacarme, creí que no aguantar tanto tiempo ya que poco apoco mi cuerpo se iba hundiendo por el peso. En aquellos momentos cuando me veía morir por no poder respirar, pensaba, yo aquí muero, pero lo peor será para mis padres y hermanos que van a sufrir mucho. Hay que ver los pensamientos que yo tenía, convencido de que iba morir, la pena que sentía sobre todo era por mis padres que habían pasado por un montón de adversidades y un duro trabajo toda la vida y no merecían un disgusto de esta clase. Aunque el susto que sufrieron fue gordo por estar los cuatro días sin sentido, solo respiraba y no sabían ni los médicos lo que podía ocurrir.

– Tú también te encuentres bien Lino, que conserves esa memoria muchos años más.

-Bueno de memoria regular, lo que ocurre es que las cosas que nos pasaron en el trabajo nunca se olvidan.

-Tan mal lo pasamos que no es fácil olvidarlo. Creo que esos recuerdos permanecerán siempre en nuestras mentes. Las peripecias de la vida nunca se olvidan y sobre todo cuando se ve en peligro la vida de un amigo y compañero, como siempre lo fuimos tú y yo, además de vecinos, quintos a laves.

En aquel momento llegó Abrahán de la “Cagüerna”, marido de mi prima Tina.

-Aquí tienes a Arsenio le dijo Lino. -Como un roble. El accidente de las manos fue su salvación. A pesar de lo mucho que sufrió, de seguir trabajando en la mina y con aquella marcha que trabajaba a este hombre ya estaría dando geranios hace unos cuantos años. No paraba, al igual que su padre, quería comer al trabajo. Fíjate Abrahán cómo sería la suerte de este hombre, que se salvó varias veces de la muerte. El peñón que lo pilló en San Luis de segunda planta sur, Pozo San Mames, era como para no salvarse nadie, pero él está aquí. Es increíble, para sacarlo de debajo de aquella mole, hubo que picarlo a martillo porque no éramos a moverlo ni con palancas. Suerte tuvo que lo cogió de hombro a hombro y al estar tan estrecho el tayu, porque aun no había picado la tierra del muro, al caer el peñón y ser tan grande apiló hacia un lado y Arsenio quedó debajo con menos de la mitad de peso. Nunca se sabe lo que un hombre puede aguantar. Aunque el peso le meció el cuerpo y le rompió la clavícula y no podía respirar por tanto peso, lo pudo aguantar. Tuvo 4 días sin conocimiento en el hospital de Sama. Cuando Gerardo y yo fuimos a verlo estaba como muerto. Al salir de allí nuestro comentario fue, Ya no despierta mas, tendrá el cuerpo destrozado por el peso del peñón. Pero despertó.

Siempre que los compañeros comentamos este accidente nos preguntamos cómo pudo salvarse bajo tanto peso. Pues aquí esta él para contarlo. Fíjate Habrán que de lo grueso que era y largo el peñón, no se pudo mover porque pegaba en el techo y este honre debajo, es increíble muchacho, el martillo fue la única solución para sacarlo pero con mucho tiempo porque picar arenisca ya sabes lo difícil que es. Lo sacamos y lo  bajamos a la galería sin conocimiento. Te pusimos en una mesilla con unas tablas debajo y marcho el vigilante contigo para fuera. Arsenio aquel día quedamos de brazos caídos todos los de la rampla, nadie pudo trabajar asustados porque pensamos que ibas muerto y que al día siguiente tendríamos que ir a tu entierro pero te salvaste  como si fuera un milagro.

Hay cosas que no se pueden calcular y éste es un caso más dijo Lino: Lo bueno es estar aquí.

El comentario de Lino al marchar fue:

-Si ese peñón tarda un poco más en caer pudo haber cogido a Aladino Suarez Llaneza de La Bobia, que era el que tenía que arrancar con ese tayu, pero estaba destinado a Arsenio. Así es la vida y nadie se puede apartar de su destino, está muy claro.

Marcelino  García Cuetos y Gerardo Iglesias del Romeru y yo a entramos a trabajar el mismo día y siempre fuimos buenos amigos.

Aquel jueves fue la última vez que nos veríamos, Marcelino García Cuetos, “lino” a los dos meses murió, no me entre hasta pasados unos días a mi regreso a Sotrondio, Lo sentí mucho éramos amigos desde la infancia y buenos compañeros de trabajo. Lo último que trabajamos juntos fie en San Gaspar de 4ª  planta sur, picando carbón. Era un excelente compañero y muy buena persona, lo mismo que su esposa Herminia, que la conocí desde niña. Su madre Herminia, y su abuela Maryina del Cepeal, personas muy trabajadoras y muy buenas que siempre apreciamos. 

Gerardo Iglesias Alonso, otro amigo desde la infancia y compañero de trabajo largo tiempo, primero de rampleros y después de picadores, que también murió. Cuando perdí las manos trabajábamos juntos en los mazizos de San Gaspar de 3ª planta Sur, Pozo San Mames. Gerardo era un hombre sereno, agradable y muy trabajador. Por ser huérfano de padres tuvo que ir a vivir a mi pueble de la Bobia, por eso motivo ya fuimos amigos desde niños. Allí vivía con su hermano Leandro y su esposa Marina, los que también recuerdo con mucho afecto porque lo mismo que Gerardo, que su esposa Manolita siempre fueron muy buenas personas por ese motivo y en prueba de nuestra amistad les quiero recordar en mi dura historia. Por haber convivido con ellos como buenos vecinos que fuimos.

La recogida de carbón en las escombreras de las minas, la hacíamos todos los días laborables de la semana, lloviendo, nevando, o con calor. Antes de realizar los trabajos del campo, o de ir a la escuela, había que madrugar para ir a recoger aquel carbón que era muy necesario para poder “atizar” las cocinas y, si sobraba algo, venderlo en la carbonería para hacerse con algo de dinero. El trabajo de ir a buscar este carbón era, además de peligroso, muy cansado. Lo recogíamos en pendientes de escombro muy elevadas con el peligro de que una roca pudiera salir rodando y nos pillara. Hay que tener en cuenta que estas escombreras enclavadas en lo alto de una montaña, tenían una pendiente casi vertical, precisamente para que los escombros bajaran al fondo por su propio peso.

No solamente había peligro por las rocas que pudieran desprenderse a causa del movimiento de la gente, unos más arriba y otros más abajo, sino que el mismo individuo podía caer rodando al tener que salir corriendo a gran velocidad cuando se oía que basculaban, en el alto de la montaña, los vagones de escombro. Había que volver de nuevo corriendo para poder recoger el carbón a toda prisa porque si no, iba a recogerlo otra persona y te quedabas sin nada. Todo esto era a base de habilidad, por eso unos recogían mucho y otros poco. La lucha de los humanos algunas veces es como la de los animalitos que se lanzan a la pieza para quitársela a su compañero, eso lo hacíamos todos en esos lugares de un enorme peligro y de tanta necesidad. 

Aparte de estos tremendos esfuerzos y peligros, había que transportarlo a hombros desde largas distancias hasta la casa, haciendo un recorrido que duraba una hora o más, según al lugar al que nos desplazáramos.

La imagen es de 1945, de Memoria Digital de Asturias. En aquella época era común que los niños trabajasen desde corta edad. Aquí les vemos realizando labores de carga en Barredos.

En aquel tiempo no había más industria que la mina y, dado que el sueldo que se ganaba era poco para mantener el gasto de la casa, había que producir y trabajar en el campo y en la cría de ganado. Un trabajo que nunca se terminaba, no había descanso ni en los domingos.

Además el trabajo de la mina era muy penoso, picando carbón a regadera, una “pica” delgada punteada por las dos partes, más ligera que el pico normal, pero era un trabajo cansado y peligroso ya que el carbón está como una roca de duro y al picarlo salen hasta chispas. Estas chispas son muy peligrosas para los ojos pero también lo son porque pueden producir una explosión de “grisú”. Aparte, tenían el peligro del candil que les alumbraba, una lámpara muy rústica y sin medidas de seguridad que evitasen que se inflamara el grisú. Estas lámparas tardaron varios años en  ser perfeccionadas para que detectaran el grisú sin peligro, sabiendo manejarlas, claro.

Este mortal gas, cuando está presente aunque sea en una cantidad pequeña, se inflama con un simple chispazo y la explosión puede ser tan enorme que puede hundir las galerías de la mina. Estos accidentes ocurrían con frecuencia y en algunas minas murieron quemados y sepultados cientos de hombres, el relevo entero. Tan peligroso es que, en el momento de una explosión, puede explotar hasta tres veces seguidas. Después de una de éstas allí no queda vida ninguna, sólo maleza, gases y desolación.

No había medios para defenderse de este gas, no había energía eléctrica, ni forma de ventilar las minas más que con ramas de árbol o la chaqueta del minero. Así que las explosiones surgían cuando menos lo esperaban. En aquellos tiempos las minas sólo eran de montaña, no había pozos porque tampoco había energía eléctrica ni maquinas de extracción.

A mi abuelo le sorprendió una de estas explosiones. Por fortuna sólo sufrió ligeras quemaduras en las manos y en parte de la cara. Fue una pequeña cantidad de grisú. A pesar de ventilar con su chaqueta y unas ramas largo tiempo, cuando se puso a picar en un coladero al poco tiempo salió el grisú de la capa.de carbón. Aunque algunas veces lo sientes, porque emite un ruido como el de las culebras, otras veces no te enteras hasta que explota y mata lo que haya allí. El “coladero” es como una pequeña chimenea, en medio de una rampa, un “fondo de saco”. La única forma de eliminar el grisú es con ventilación permanente mediante un potente difusor y con tubería desde la parte ventilada  de la mina hasta el mismo testero del fondo de saco.

Mi abuelo no padeció silicosis pero sufrió un accidente con el hachu en su rodilla derecha y le quedó sin el juego de ésta y cojo para siempre. Trabajaba en las minas del Meruxalín, situado al norte del pico Palacio, dando vista al Concejo de Laviana. Tenía que subir desde La Bobia a estas montañas y bajar desde la Campa La Taza hasta el Meruxalin, con una pendiente que, al mínimo despiste, te marchas a rodar y te matas sin remedio, eso estando seco, si hay nieve el peligro se multiplica.

Situación de la mina del Meruxalín, al otro lado de la montaña

Esta cordillera nace en el Pontón Sotrondio a 206 m. de altitud

Esta cadena de montañas, pasa por el pico Violiu, pico La Colla, atraviesa por la Muezca de La Bobia (600 m.) hasta la campa Les Formigues, campa Xumperia, Xierru Laurfal, pico Llavayu (850 m.) y va a enlazar con el cordal que va hasta el pico Tres Concejos (1250 m.) y La Collaona (850 m.), cerca Cabañaquinta. En esta cadena de montañas hay una bonita ruta para caminar que muchas veces la atravesamos por afición a la montaña. Nace en La Corcia, en el concejo de Laviana, y sube por La Juecora, picu Rosellón (750 m.) la campa de éste (710 m.), Picu Secadielles o campa Los Árboles (800 m.), La Peña El Cuervu (999.m), pico La Sereal (981 m.)  y su campa, El Tretu. Desde ésta se puede tomar una pista que llega hasta el alto de La Colladiella de Santa Bárbara (848 m.), donde está el Monumento al Mineru, dominando el valle de Turon.

Esta cordillera desde La Bobia hasta el Meruxalín, es la que todos los días tenía que atravesar mi abuelo de noche, hora y media para ir y otro tanto para regresar. En el invierno, con fuertes nevadas, tormentas, lluvias y heladas y en el verano, con mucho calor. La mina donde trabajaba estaba situada al otro lado de la montaña que se ve en la imagen. Le llevaba mucho tiempo recorrer esa pendiente tan pronunciada, como sería esta parte del monte que hasta las ovejas se despeñaban.  

Tenía que entrar al trabajo a las seis de la mañana, así que se levantaba a las cuatro y, como no había reloj, era el canto del gallo el que lo despertaba. El gallo normalmente canta alrededor de las cuatro de la madrugada pero si es temporero, al cambio del tiempo cantan a las doce de la noche y como no sabía si era la hora o no, se levantaba y cuando llegaba a la mina aún no había nadie, atizaba el fuego en la chabola y a esperar que llegara la hora y el resto de los mineros.

Además del pesado camino y del duro trabajo en la mina, debería pelear con el maldito “grisú”, por lo peligroso que es.

 

 

Mi padre, fue popularmente conocido como un gran trabajador y buena persona. Como casi todos en aquel tiempo comenzó a corta edad a trabajar en las minas del grupo de montaña de San Mamés. Así mismo trabajaban la agricultura y la ganadería para poder mantener la casa. Mi padre fue un hombre muy apreciado, muy trabajador y noble. Trabajó siempre como un esclavo hasta que una silicosis de caballo terminó con su vida. Esto de la silicosis fue como una plaga para los mineros que los reventaron de trabajo en condiciones pésimas de seguridad. Hay que destacar que hasta se subían chimeneas perforando de una galería a otra, sin auxiliar. Todos los que conocemos la mina sabemos que eso es una ratonera mortal.

Precisamente mi vecino, Alfredo Lamuño, de la Bobia y yo quedamos trancados en una chimenea donde no había auxiliar. En la mina 2º rama del pozo San Mamés, donde había gas por los cuatro hastiales, a punto estuvimos de quedar allá. Eso era un matadero de gente. Poca ventilación en los frentes, mucho grisú normalmente y el maldito polvo que destrozó la vida de todos en aquel tiempo, porque no sólo a los mineros, también a las familias, madres viudas y niños sin padres ni medios para subsistir porque las pensiones que les dejaban a las esposas y a sus hijos eran de pena.

Más adelante hay un episodio sobre este accidente en el que quedamos atrapados y que explicaré con más detalle.

No se puede ni creer los abusos de autoridad que había y por si eso fuera poco reventados de trabajo y con poca comida. Trabajando las horas que mandaban y sin poder protestar aunque no te las pagaran. Había vigilantes que pagaban lo que trabajabas aunque el sueldo era muy bajo, pero por lo menos te pagaban lo legislado. Pero también había algunos que las horas extraordinarias nunca las pagaron. Casi todo era motivo de castigo, con multas al trabajador que lo trataban como un exclavo y a callarse, porque por poco más te despedían. Cuando había algún trabajador que destacaba velando por los derechos de los compañeros le mandaban hasta la policía por subversivo.

Al poco tiempo de empezar yo a trabajar como arriero, con diez años, las calamidades volvieron a nuestra casa. A nuestro padre le atacó una doble neumonía que iba a tardar largo tiempo en curarse. El escaso dinero que había en la casa, tuvo que ser gastado en penicilina, que acababa de salir al mercado y a precio de oro, para curar a mi padre de esa terrible enfermedad. Los médicos decían que era muy grave y que sólo Dios o un milagro lo salvarían. Esta enfermedad como otras en esa época era incurable porque no había medios. Y de no haber salido la penicilina mi padre se hubiera muerto sin remedio, así lo dijo el médico que lo curó.

El tiempo pasaba, peleó entre la vida y la muerte durante largo tiempo. Entonces el médico, en una de sus visitas nos dijo que había una posibilidad de que se salvara ya que era un hombre fuerte y podía resistirlo. Y fue este nuevo medicamento, la penicilina, el que logró salvarle. Así fue, pasó un año entre la enfermedad y su convalecencia. Perdió mucho dinero, ya que de baja por enfermedad no le pagaban casi nada. Las necesidades volvieron a la casa de nuevo, pues cuando nuestra economía parecía mejorar un poco, llegó esta mala enfermedad y precisamente atacó a quien ganaba el dinero para todos. Sólo trabajaban los tres hermanos mayores, pero el sueldo era muy pequeño. A parte de lo poco que se ganaba, los jóvenes que comenzaban todavía ganaban menos. No daba para mantener el gasto de la casa. Lo volvimos a pasar mal, pero lo importante es que mi padre se salvó.

En este tiempo, para acabar de fastidiar la economía familiar, nos mataron un buen caballo que teníamos para trabajar. Era de una ayuda fundamental, sobre todo para el transporte de la hierba desde los prados lejanos, así como para llevar el estiércol a las tierras y diversos trabajos más. Este buen animalito pastaba en el monte los días que no trabajaba. Un día lo encontramos con una estaca clavada en un ojo y hasta la nariz, ¡¡cómo sería la herida de grande!! que en el momento de sacarle la madera que llevaba dentro, comenzó a respirar por el ojo. Automáticamente le sobrevino una gangrena y se murió. Fue una pérdida muy grande, nos quedamos sin tener con qué trabajar, ya que no se podía comprar otro por no tener dinero, no nos alcanzaba ni para comer.

El disgusto de la familia fue doble, al saber que aquello fue un sabotaje de un malhechor de un pueblo cercano, que tenía una yegua pastando por los mismos montes y se quejaba de que nuestro caballo no la dejaba pastar lo suficiente, porque le gustaban las hembras, pues el caballo a pesar de estar capado, resultó ser un poco alegre. Simplemente por eso se encargó de matarlo. El mismo criminal dijo a otros vecinos, que él se encargaría de eliminarlo, solamente porque andaba con las yeguas a su alrededor, porque otra cosa no podía hacer.

A través de todos los tiempos hubo y habrá alguna mala persona que sin corazón ni cultura hace tal salvajada, matando un animal y perjudicando  la economía de una familia. En aquellos tiempos tan malos, aprovechó la enfermedad de mi padre, que casi no podía moverse de lo débil que estaba y con los hijos muy jóvenes.

Nuestro padre, después de casi un año de baja volvió a trabajar al interior de la mina, pero los médicos le dijeron que lo mejor sería pasar una temporada en el exterior. Su estado era muy delicado y la mina muy peligrosa, pero él, que sabía de las necesidades de su casa, decidió incorporarse al interior de la mina.

Al ir a destino para incorporarse al trabajo fue a hablar con el capataz  jefe del pozo  Cerezsal y le pidió por favor, que le enviara a un punto compatible durante un mes, explicándole lo que los médicos le habían dicho. Este capataz, que bien sabía lo trabajador que era mi padre, le negó su petición contestándole con brusquedad, como era su costumbre:

– ¿De qué te quejas, si estás como un roble? Déjate de tonterías y vete a tu destino, que para eso eres posteador y por esa categoría te pagamos. Así de claro se lo dijo.

–Señor, no me lo permiten los médicos. Insisten en que volveré a recaer, dicen que si quiero ver a mis hijos criados, que no trabaje en un punto de tanto esfuerzo y polvo, como es el de esta profesión. Sólo le pido que me conceda, aunque sean quince días en prueba, dijo mi padre.

–Que sea lo que tú digas, pero te rebajo la categoría a peón le contestó este hombre. Así tuvo que ser, le mandó firmar allí mismo la rebaja a peón, penalizando de esa forma la economía de nuestro hogar, que era penosa por las circunstancias que habían surgido.

Aquel hombre sin corazón, no tuvo ninguna consideración con un trabajador de primera calidad. Aquella fechoría no se la perdonó él ni el resto del personal del pozo. A todos les pareció mal, pues todos eran conocedores de que aquel productor desempeñaba dos oficios, el de posteador y el de vigilante, aunque sólo cobraba por el primero. Trabajaba sin descanso, nunca salió de la mina sin cargar la tarea asignada para el taller donde él estuviera. Si tenía asignado un cargamento de cien vagones de producción, aquellos había que cargar, si no él no abandonaba su trabajo. Para él esto era sagrado. Lo dejaban solo en la mina hasta cargar el tope de vagones asignados, como si la mina fuera de él.

Mi padre, fue un hombre popular, precisamente por su grado de cumplimiento en el trabajo,  humanitario con sus compañeros y noble para mandar. Muchas veces me preguntaban por él los que fueron sus compañeros, y me decían: “¡Qué padre tienes! Ese hombre es de oro, nunca quiso molestar a nadie, siempre fue una cosa excepcional. Nunca he oído a nadie hablar mal de tu padre. No se conoció otro con sus agallas”. Yo mismo he oído a mucha gente decir: “¡cómo es posible que este hombre trabaje tanto! No hay acero que lo aguante, su destino va a ser trágico, morirá deshecho y reventado. Más bien parece una locomotora que un hombre”.

Todo esto de nada sirvió para aquel capataz, que siempre fue un déspota para los trabajadores. No supo valorar el mérito de un trabajador y no atendió a la única petición de ayuda que le pidió en muchos años de servicio.

Mi padre murió sin olvidar la mala fe de aquél que tanto le había explotado y que decía apreciarlo como trabajador. No se dio cuenta del engaño de aquel mal hombre, hasta que ya no pudo ni moverse deshecho de tanto trabajo y con una silicosis que ya no lo dejaba ni respirar. Fue entonces cuando dijo: “ese hombre para mí fue un traidor. Me reventó de trabajo, tenía una forma salvaje de proceder, siempre con riñas y exigencias, sin tener en cuenta que yo ya no podía con más esfuerzo.”

Se cumplió el vaticinio de sus compañeros al pie de la letra. El último año que trabajó en el pozo Cerezal, después de su jornada de ocho o diez horas, al desplazarse a casa tenía que subir una montaña de unos cuatro kilómetros de distancia, con unas pendientes muy elevadas, y por caminos malos, estrechos y llenos de barro. Llegaba a casa con media hora de retraso, respecto de sus compañeros. Ya no podía caminar agotado por tantos esfuerzos y la grave silicosis que padecía. En aquel tiempo les obligaban a trabajar hasta que ya eran medio cadáveres y no había camión para llevarlos al trabajo. Lo que suponía un doble esfuerzo por el largo camino por unas montañas tan pendientes, con mucho calor en el verano o las lluvias y nevadas del invierno. Fue una total esclavitud.

¡Cómo sería de torpe aquel jefe y qué aguante tuvo mi padre! Si por un problema de la mina un día faltaban dos o tres vagones, éste le llamaba a la oficina y le echaba la gran bronca, exigiéndole que no pasara más, y que tenía la obligación de recuperar esos vagones perdidos. Todo esto lo hacía sabiendo cómo era mi padre, porque a quien tenía que exigir esa producción era al vigilante de la Rampla, que era el responsable y quien destina los trabajos, no al posteador, que es un trabajador más.

Todos sabían y comentaban que si le reclamaba al vigilante éste no le hacía ni caso, mientras que mi padre se desvelaba y le obedecía, sin darse cuenta de que lo estaba reventando de trabajo y sin piedad. Este maldito aprendió que cuanto más reñía al esclavo, más le hacía correr. Este era el comentario de sus compañeros, que además se lo advertían para que dejara de reventarse, pero no pudo, fue superior a sus fuerzas. El dominio de aquel hombre sin corazón, lo tenía destinado precisamente con un vigilante, que era el más vago y el más inútil del pozo. Precisamente, por ese motivo, hacía responsable a mi padre.

Para dar una clara idea de cómo fue todo lo que aquí se describe, basta con decir, que un capataz, del mismo pozo, bajó a verme a la oficina del Pozo San Mamés, y me dijo, con toda su nobleza:

-Arsenio, vengo a hablarte del problema de tu padre. No me descubras para evitar problemas.  Habla con tu padre para que se aparte un poco del trabajo, porque es demasiado el esfuerzo que hace. Ya está cascado y poco va a aguantar. No puede seguir con esa velocidad a la que trabaja. A ver si puedes convencerle de su error. Se puede ser bueno, pero sin el exceso tan enorme que él realiza. Ya le hablé varias veces y no conseguí nada. Háblale tú con más claridad, por si yo no me expliqué bien y no comprendió.

-Te agradezco de corazón que te intereses por él, pero ya llevo tiempo luchando contra ese mismo problema, explicándole su gran equivocación, pero no nos hace caso, toda la familia sabemos por los compañeros de trabajo lo mal que lo está pasando y lo mal que se porta ese paisano. Pero ni mi madre, ni los hijos podemos hacer nada para librarlo de esa barbaridad que le va a reventar en poco tiempo. Su contestación siempre es la misma.

-¿Qué voy a hacer si aquel inútil de vigilante no vale, ni quiere? Y si yo hago lo mismo, la producción se va abajo, y después ¿cómo aguanto al capataz que cada poco me echa una tremenda bronca?

Le expliqué todo esto y más, pero mi padre no podía cambiar, nació así y así continuó hasta que ya no pudo más. Nunca se olvidó de la bondad de este otro capataz, que con nobleza le habló y que quiso ayudarle. Pero tampoco se olvidó, y lo comentaba con mucha frecuencia, de la traición de aquel malvado, que siempre le engañó, para reventarlo de trabajo y sin reconocerle sus méritos, los que a él siempre le faltaron por lo torpe y duro que fue con sus subordinados. Hay hombres que no se sabe algunas veces donde tienen sus sentimientos. Son peores que los animales, reventando a los trabajadores y sin pagarles lo que merecen. Eso sí es lo que hay que evitar, pero no con algaradas y tonterías.

Hay que ver la diferencia tan grande que hay de una persona a otra. Estos dos señores, los dos eran jefes de mi padre, mientras que el primero lo revienta y lo traiciona, el otro reconoce lo mal que lo hace el jefe y la equivocación de mi padre de no despertar, de no darse cuenta de su mal porvenir. Le aconsejó y luchó por él. Se desveló porque vio que iba a la perdición. Se puede ser jefe, se puede mandar a la gente, pero con dignidad y consideración.

En cambio, este señor que orientó a mi padre, mandó gente durante muchos años, y dado que él era también un gran trabajador, le gustaba exigir para que los trabajos se hicieran con orden y con prudencia. Hay que trabajar, es cierto, pero como humanos, no como animales de carga, ahí está la gran diferencia, trabajar, producir, pero sin reventar a nadie. Este hombre fue un ejemplo de capataz del Pozo Cerezal. En aquel tiempo yo no le conocía aún, pero tuvo la bondad de ir a verme a las oficinas centrales del grupo, para ver si podía apartar a mi padre de aquella esclavitud. Así de bien se comportó ese hombre que fue unos de los jefes más trabajadores, serios y cumplidores del deber que se hubieran conocido. Aunque no todos opinen igual, hay que decir la verdad, sea de quien sea. Lo mismo que este señor también hubo algunos vigilantes en el pozo que quisieron ayudarle. Uno de ellos fue José Ordiz, de los Caleyos. Éste fue un gran amigo de mi padre y muchas veces le dijo personalmente que no trabajara tanto, pues entre ese capataz y el maldito vago del vigilante, te están matando de trabajo. Date cuenta que ya no puedes. Toda tu vida trabajaste a reventar y a este paso no hay quien lo resista, y tú ya estás a punto de agotarte. De esta forma le habló muchas veces.

También a mis hermanos les dijo debeis hablar con vuestro padre para que no se reviente, es demasiado y así poco va aguantar. Este gran hombre no cesaba de luchar por mi padre. El mismo me dijo que este hombre, le advertía del peligro por el exceso de trabajo. Incluso cuando trabajó para él en una mala rampla le decía: “apártate un poco hombre, no quieras comer el trabajo”. Siempre estuvo muy agradecido de José por lo bueno que fue con él y por saber ser un hombre que nunca quiso reventar a la gente. Hasta sabía imponerse ante aquel jefe que tanto reventó a los trabajadores.

Una tarde quiso echarle una bronca porque dijo que pagaba a la gente más de lo normal y José con agallas le dijo: “si solo soy vigilante para mandar y no puedo pagar al que trabaja, coja usted la libreta y yo no mando más”. El otro agachó las orejas y se fue. Nunca más le dijo nada. Supo defender la verdad y al trabajador. Así de bien hacía este gran hombre. Un valiente que supo ponerle las cosas como son. Lo mismo que hizo José, lo debió de hacer mi padre y mandarlo a la porra, de una vez y para siempre.

 

 

La vida de mis padres fue dura y difícil hasta el final de sus vidas. Los accidentes en la familia y las adversidades parecían no tener fin. Para mi padre empezó siendo muy dura. Se enamoró de la que iba a ser mi madre cuando ella tenía ya 31 años de edad, viuda y con seis hijos, cuando él acababa de cumplir con el servicio militar y  tenía sólo 20 años.

Mi madre era una gran mujer, muy guapa y trabajadora, además de valiente. Fue una mujer de arte y con “cojones de paisano”. Cogía su guadaña y se iba a segar a los prados con mi padre. Era tan dura como los regodones. Cogía una pareja de vacas y labraba las tierras mientras mi padre trabajaba en la mina. Ella se las arreglaba para atender la casa y trabajar en el campo. Mujer fuerte e incansable, con arte y dinamismo sabía trabajar y dirigir con energía y autoridad.

Con su hermosura y su valentía, mi padre se enamoró de ella y, por mucho que su familia le dijo, nada consiguieron para que desistiera de lo que ya tenía bien pensado. Mis abuelos y su familia no querían aquella unión en matrimonio. Le decían que era una locura lo que iba a hacer. De nada les iba a servir su oposición, ya que mi padre había decidido casarse con la que más tarde sería mi madre.

Tuvo 15 hijos y aunque se mantuvo muy bien, más tarde enfermó del corazón, soportando esa enfermedad y trabajando como antes. Fue un caso excepcional, según los médicos.

En enero de 1973, se le agudizó la enfermedad y hubo que traerle el especialista a casa. Dado que mi padre trabajaba en la mina y no podía ir, yo bajé a Sama a buscar al Dr. Meneses, un buen especialista de pulmón y corazón, que la había tratado años atrás. Cuando pasé a su despacho después de saludarnos, me dijo:

–Arsenio, no vendrás a buscarme para ver a tu madre, ¿cuánto hace que murió?

–No murió doctor, puede que sea de ésta, porque está muy mal.

Mientras que hablaba se dirigió al fichero y sacó su historia.

–Es imposible que viva, dijo, esta mujer, con lo que padece, según las normas de la medicina debía haber muerto hace cuarenta años.

–Pues ahí la tenemos, aunque no sé por cuánto tiempo. Doctor, le dije, vengo en mi coche y sólo hace que saqué el carnet poco más de un mes, si no le gusta subir conmigo le llamo un taxi.

–Ni hablar, yo no tengo miedo, sé que eres hombre muy responsable además de muy valiente. Estoy bien informado, ¿no ves que tu caso se comenta por todas partes? Sé que fuiste el mejor y que lo sacaste a la primera y que te sacaron a hombros ¿No es así?

–Cierto doctor, tuve suerte y todo me salió bien. 

–A eso no se le puede llamar suerte, eso es saber hacer las cosas, la prueba fue ante un tribunal y lo sacaste todo muy bien.

–Muchas gracias por confiar en mí, lo considero muy importante, porque siempre hay quien no está a gusto con nada y le estorban hasta las esquinas.

–Arsenio, eso que tú dices es cierto, yo mismo oí alguno discrepar sobre este tema, pero sólo lo hacen los que no saben por dónde andan, o porque no te conocen bien. Tu vida es ejemplar y esas críticas de algunos no te deben afectar, todo lo contrario, deberían copiar de ti. Sigue en la línea que llevas porque vas muy bien. Estudias, trabajas, cumples en el trabajo, no hay más que pedir, amigo. Hasta sé por tu jefe el ingeniero que te compraste una buena máquina de escribir, y nada menos que electrónica y que eres un buen estudiante con una memoria y una fuerza de voluntad especial.

–Doctor, me deja sorprendido, ¿cómo sabe usted tanto de mi vida?

–Muy fácil, porque todo el mundo comenta tu valentía. Aparte de que tus jefes me informan de todo porque te aprecian mucho.

–Cierto, me aprecian y me dan ánimos y eso me ayuda mucho, gracias doy al Cielo por tener esa suerte, porque es lo que me da fuerzas para seguir adelante y luchar con los inconvenientes que no son muy pocos. Me queda un duro camino por recorrer, ya veremos a donde llego. Algunas veces me siento muy agobiado, cansado y muy triste porque en cima del problema de las manos, el sueldo que gano como conserje no me da para vivi. Si no fuera por mis padres no sé como me las iba arreglar, ya que no da ni para pagar mi pensión. Espero poder darle una vuelta a todo esto, pero por mucho que pienso no me salen bien las cosas. Estoy pensando en poner un negocio para ver si puedo vivir de mi propio trabajo, pero todavía no di con algo que me pueda resolver el problema.

–Anímate y no te impacientes ya te saldrá algo que te pueda servir. Eres muy joven y tienes mucho tiempo por delante, todo te saldrá bien porque con tu forma de ver las cosas vencerás, sigue adelante porque eres luchador por naturaleza

Cogió su maletín y emprendimos viaje hasta La Bobia. Había una tempestad, lluvia con tormenta que duraría más de una semana. Dejamos el coche en la carretera y atravesamos por una vega que separaba hasta nuestra casa. El agua nos entraba a los zapatos como si fuéramos descalzos, y cogimos la gran mojadora porque ni el paraguas valía para tanta tormenta.

Reconoció a mi madre, que se encontraba en cama en el pisode arriba. Bajamos después y, mientras se lavó las manos, me dijo

–Tu madre está muy grave, llévame a Sama, coge las medicinas y sube muy rápido, a ver si hay suerte y la encuentras con vida y las medicinas le sirven de algo.

Regresé a casa lo antes que me fue posible, le pusimos el tratamiento y aunque lo pasó fatal, después de unos cuantos días mejoró y vivió unos cuantos años más, aunque no dejaron de darle aquellos ataques que la dejaban sin conocimiento y cada vez con más frecuencia, además de los terribles dolores en su parte izquierda.