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Cuando estaba haciendo una de las naves, iba a buscar con mi coche y remolque viajes de trato y arena al arenero de la Carba, situado muy cerca de Bendición, en el concejo de Siero. Allá trabajaba un señor de la zona, Pepe, este gran señor me atendió muy bien y se fijó con mucho detalle en mi forma de trabajar. Aunque la paleadora cargaba mi remolque, siempre hay que cargar a pala lo que se cae al suelo para terminar de llenarlo y equilibrar el peso para que el remolque sea más estable. Un remolque mal cargado es peligroso en carretera, si pierde estabilidad puede ocasionar un accidente. Seguidamente puse el toldo. La sorpresa de aquel hombre fue cuando se acercó y vio que yo estaba paleando como si tuviera las dos manos. Se quedó mirando hasta que terminé y luego de contemplar como coloqué el toldo, me dijo:

-Perdona amigo, estoy mirando como trabajas y lo curioso que lo dejas. Desde luego si no se ve no se cree. Vaya potencia que tienen tus brazos para manejar la pala. Tienes un estilo de trabajador excepcional. Lo haces con tanta facilidad como si tuvieras manos. Me dejas asombrado, porque además eres muy joven. ¿Cómo te llamas y de dónde eres? quiero saber de tu vida porque es realmente importante. Estoy seguro, añadió, que, a donde quiera que vayas, no habrá otra cosa mejor que mirar porque no se cree uno lo que está viendo. Serás la atención de la gente que, además, debemos copiar de tu ejemplo. ¿Por favor me cuentas algo de tu vida? ¿Cuánto tiempo hace que perdiste la manos y cómo fue tu accidente?

-No hay problema señor. Le expliqué en un momento lo ocurrido y los trabajos que yo hacía antes y después del accidente.

Asombrado de lo que acababa de ver me dijo:

-Me gustaría ir a tu finca para verte trabajar y ver tus obras. ¿Me das permiso?

-Claro que sí, además va a conocer unos de los mejores terneros y buenos cerdos de importación. Creo que le van a gustar mucho porque lo tengo muy bien montado, me gustan las cosas bien hechas.

-Eso lo tengo muy claro, dijo, sólo con verte trabajar ya se ve que eres un manitas. Sí que me gustan los animales pero lo que más me interesa es verte trabajar en tus naves, porque creo que será un caso único. Verte en las alturas colocando los pesados perfiles de hierro de los techos y soldándolos, debe ser asombroso. Eso no me lo pierdo por nada, dijo aquel hombre que no dejaba de mirar las cosas, como el volante mecanizado de mi coche y todo lo que me rodea.

Al despedirnos me dijo: ¿Qué día puedo ir a ver tus obras?

-Cuando quiera después de las seis de la tarde, que es cuando salgo de trabajar en la oficina.

No se conformó con venir una vez. Tanto le llamó la atención, que trajo varios grupos de gente a verme en sucesivas veces.

En las dos últimas que vino con un grupo yo no estaba y mi hija. Mónica. los recibió. Las dos veces quería dejarme una caja de Farias pero mi hija no la cogió diciéndole:

-Mi padre no admite esas cosas, no le gustan y, además, tampoco fuma.

Mi esposa y yo nos encontrábamos en Escocia y le dijo a nuestra hija que cuando llamáramos nos saludara de su parte, que volvería a nuestro regreso.

Pepe el de la grijera, por desgracia ya nunca nos veríamos. En todo el verano no vino más. Cuando en el mes de octubre fui a por un viaje de arena a la grijera no estaba. Pregunté por él y me dijeron que llegaría más tarde. A los dos días volví a por otro viaje y, como ya era una hora normal de trabajo, me extrañó que no estuviera. Ese día estaba el dueño de la grijera que era de su misma edad y también amigos de toda la vida. Después de saludarnos le dije:

-Hace tiempo que no sé de Pepe. ¿Qué hay de su vida?

La sorpresa que me llevé fue dura.

-Ya no está Pepe, un cáncer de próstata lo mató  en poco tiempo.

Lo sentí mucho, le había tomado un gran afecto, igual que él a mí. Los mismos compañeros de allí me dijeron algunas veces:

-A todos nos sorprende tu forma de trabajar, pero para Pepe fue mucho lo que le llamaba la atención. Casi siempre hablaba de ti por lo valiente que eras.

Yo de este hombre poco sabía, sólo que trabaja allí y que era muy buena persona. Pero aquella mañana al enterarme de su falta quise saber cómo era realmente Pepe el de la grijera.

El dueño me contó que tenía una empresa de camiones. En ese momento entraba uno, un tráiler nuevo del paquete. Me dijo que ocho como aquel, también eran de él. Así mismo me contó que a pesar de los graves inconvenientes que tuvo, supo luchar y que fue un valiente. Tenía una flota de camiones suyos trabajando en una empresa que se fue a la porra. No le pagaron y se quedó en la ruina. Pero fue un caballero que pagó a su personal aunque él se quedó sin blanca. Más tarde comenzó con un camión pagando a plazos y luchó hasta convertirse en un gran empresario. Así fue de valiente Pepe, un hombre ya mayor que murió en la brecha del trabajo y del gran cumplimiento del deber. Su recuerdo permanecerá conmigo por la gran persona que fue y por lo mucho que los dos nos apreciamos.

 

Visita de Ferino, el ferretero de Barredos. Ya hacía tiempo que me decía: Arsenio, no me  quedaré tranquilo hasta que por mis  propios ojos compruebe lo que estás haciendo en tu obra.

-Vale, cuando quieras, todo está en orden, le dije.

 Le di las gracias de nuevo por despacharme rápido y antes que a otros clientes y me fui a mi trabajo hasta la una del mediodía, cuando llegaría él a visitar la obra. Llegó puntual. Cuando salí de mi casa para volver a la obra y trabajar hasta las tres, sentí su vespa. Le abrí el portón, dejó la moto y fuimos a las naves que estaban muy cerca. Cuando vio aquella obra puso las manos en la cabeza y dijo:

-Sí es cierto que tú haces esto, los que tenemos manos no valemos nada a tu lado, Arsenio, sigo diciendo lo de antes, quiero ver como sierras un tubo, cómo lo roscas y cómo lo colocas en su sitio, aunque llegue tarde para abrir la tienda, pero esto no me lo pierdo.

-Ahora mismo lo verás y no tienes porqué llegar tarde, en un momento podrás comprobar lo que hay, le dije.

Cogí un tubo de pulgada y de seis metros de largo, lo coloqué en la mordaza, lo medí y con el paique (la sierra de mano), lo serré. Eché un poco de aceite a la terraja y di rosca. Puse el cáñamo, le di con minio por sus dos partes, le coloqué una T, lo rosqué en su sitio, cogí el pico y continué haciendo zanja.

Ferino dijo:

-¡María Purísima! Hay que verlo para creerlo. El arte que pones con esos aparatos no lo puede creer más que el que lo ve. ¡Si lo haces mejor que algunos con manos!

Se le hacía imposible.

-Tú naciste superdotado, muchacho. No tiene otra explicación. Creo que nadie puede trabajar con la rapidez con que tú lo haces en esa situación. Es imposible el arte que tú tienes. Lo único que te pido es que me perdones por no poder creer lo que tan cierto es. Después de comprobarlo ya me voy muy contento al saber lo fácil que te resulta el trabajar, también por ser tu amigo. Se acercó  medio un abrazo y me dijo de nuevo.

-No me canso de pedirte perdón, me marcho asombrado de saber el arte que pones para trabajar. Si antes a todos nos parecía imposible el que conduzcas tu coche, esto sí que es más difícil, es increíble. Se marchó y a partir de aquel día cada vez que iba a su tienda decía:

-Arsenio, cuando los clientes me presentan un problema y no lo puedo resolver, los mando a tu casa diciendo “ir a Villar, Arsenio tiene remedio para todo”. Les cuento cómo trabajas y no lo creen.

-Ya sé que no lo creen. Tú tampoco lo creías pero no tiene ninguna importancia, lo bueno de todo esto es que yo puedo trabajar aunque resulte imposible a la gente.

-Sí que la tiene y mucha, entre la gente hay apuestas, unos a favor y otros que dicen que no puedes hacer lo que se dice.

-Pues hay buen remedio para el que no lo crea, que vayan a verlo como fuiste tú, y de paso que me ayuden, que buena falta me hace. Ya conoces el trabajo que se necesita para montar una industria de esta envergadura. Por que miren no les cobro nada y seguro que alguno aprenderá algo de cómo se trabaja.

-Claro que sí, solo con ver tus movimientos para trabajar ya se aprende, porque das clase de cómo se hacen las cosas. Lo tuyo es de película Arsenio, no se conoce otra cosa igual, aparte de lo hábil que eres para trabajar, lo que más me llama la atención y comento aquí con mis clientes, es cómo se las arregla ese hombre que sabe de todo. Nada se le pone por delante. Otra cosa que me llama la atención dijo.

-¿Dónde aprendiste esos múltiples oficios si tu siempre fuiste minero?

-Se aprende, Ferino, a medida de que uno trabaja, todo es proponérselo.

-Algo así será porque tú eres muy joven y trabajando siempre en la mina no pudiste tener tiempo de aprender, hasta para eso naciste con habilidad amigo, como te dije el día que vi tu obra. No hay más explicación que una: que tú naciste superdotado y sigo manteniendo lo que te dije, a ti y a muchos, que los que tenemos manos no pintamos nada a tu lado.

-Hay gente muy buena en todos los trabajos, pero lo que hace falta es querer.  

Ferino fue una gran persona. Durante toda su vida fue un gran trabajador y muy sincero, decía las cosas como son, por eso yo no le tomaba en consideración cuando dudaba de mis afirmaciones respecto a mi trabajo. Aunque conocía mi forma de ser y cómo trabajaba por mis antiguos compañeros, aquello no lo podía asimilar hasta que no lo vio.

Me apreciaba mucho, como yo a él. Tenía mucha pasión por la gente que trabaja, también apreciaba mucho a sus clientes y era uno de los más baratos de la zona. Muchas veces me decía:

-Tu nombre aquí esta permanente, nadie se olvida de ti, si no saca tu nombre uno, se acuerda otro, ya eres más conocido que el pupas. Hasta entra gente que no te conoce, pero al oír hablar de tus trabajos, preguntan cómo puede ser que sin manos puedas trabajar. Te has hecho popular. Algunos dicen que si no fuera porque no se atreven les gustaría ir a verte trabajar.

 -No hay ningún problema, que vayan. Ya estoy acostumbrado a recibir visitas de esa clase y hasta de partes lejanas vino gente a ver el de las manos trabajar. Así mismo me lo dicen porque es la verdad.

Cuando tenía poco más de tres años, una cerdita casi me devora.

Una mañana, estando mi madre y mi hermano Mino sembrado cebollas y otras verduras en la finca la Payega, me dejaron a la entrada de la finca, en un poco de pradera cuidando una cerdita que estaban criando a la mano. Ellos estaban a una distancia de unos 300 metros, en la parte más alta de la finca. La misión mía era vigilar que la cerdita no estropeara los sembrados que había al lado de la pradera.

Cuando la cerdita se metió en los sembrados e iba a estropearlos, quise impedírselo y le di con una varita que llevaba. La cerda se lanzó hacia mí y me tiró en el suelo, dándome varios mordiscos en las manos, ropa y piernas.

Al oír mis gritos, los dos salieron corriendo en mi defensa. Mino llegó el primero y al verme lleno de sangre, se puso nervioso y le asestó dos golpes con la fesoria que si no llega mi madre en ese momento la hubiera matado a golpes al ver lo fiera que era aquella cerdita que siempre se había comportado muy serena y noble.

Limpiaron la sangre con un pañuelo y me llevaron a casa para curarme las heridas que no fueron graves, aunque sí un poco escandalosas porque sangraban mucho, pero en pocos días curaron sin más problemas. Al animal no le dio tiempo de herirme de gravedad debido a la rapidez que tuvieron para quitarme de sus garras, pero se había lanzado hacia mí como una leona.

Esta cerdita había sido el juguete de la casa, hasta que me quiso comer. A partir de ese día ya nadie confió en ella y, por miedo a que siguiera atacando a la gente, se la cerró en su cuadra y nunca saldría hasta que se hizo el “sanmartín”, y se convirtió en los chorizos de casa y las morcillas.

Lo que son los animales… ésta era muy mimosa y juguetona además de muy guapa, era pinta, e iba de tras de mi madre a todas partes. Nadie podía suponer que iba ser tan mala como para atacar a la gente. Lo que ocurre es que pocos cerdos hay que no muerdan al amo. Desde luego, si estuviera solo, podría haber muerto a mi corta edad, pues el ataque de aquel animal fue terrible, y porque los cerdos en cuanto prueban la carne no la dejan hasta hartarse y esta cerda ya era muy grande, lo suficiente como para tragarse la mitad de mi cuerpo, de no estar cerca mi familia.

Recuerdo que unos cuanto años más tarde, una señora que se dejó a su hijo en la cuna dentro de su casa, se fue a trabajar a su huerta y no se dio cuenta de que tenía a su cerda suelta pastando por el camino cerca de su casa y, como en esos pueblos y en aquel tiempo se podían dejar las puertas abiertas incluso por la noche, cuando regresó, se encontró que aquella carnívora había devorado a su hijo, ya le había comido la mitad de su cuerpo. Un niño de pocos meses.

Los cerdos son muy voraces y fieros. He visto en nuestra ganadería, en distintas fechas, a tres cerdas, cómo se comían a sus propios hijos, a medida que iban pariendo. Esto ocurre algunas veces y no se sabe muy bien si se debe a los dolores del parto o por qué razón. Menos mal que podíamos retirarles los cerditos, ya que éstas, las teníamos bien cerradas en unas parideras especiales para el caso. Si las tuviéramos sueltas, hasta los amos tendríamos que correr de estas fieras.

Siempre teníamos un frasco de  STRESNIL” un producto calmante para ponerles una o dos inyecciones y dejarlas medio dormidas unas cuantas horas, según los casos. Lo normal era de ocho horas, otras hasta dieciséis. Se le retiraban los cerditos a medida que iban pariendo, para ponérselos de nuevo cuando les pasara los efectos del parto, cuando ya dejaban mamar a sus cerditos y cuidándolos como si no hubiera pasado nada.

El producto, para inyectar como calmante, siempre lo teníamos a mano para estos casos y para las operaciones que algunas veces había que hacer a las hembras, sobre todo a las más viejas, por diversos problemas que tenían, sobre todo, enquistamientos en las orejas o patas. Había que operar para salvarlas porque si no en poco tiempo se morían.

Este fue otro de los oficios que aprendí: cirujano de animales. En muchos años de granjero y de las muchas operaciones que hice, sólo tuve una baja, una buena cerda que murió por exceso de pérdida de sangre. Duró demasiado aquella operación y tuve que darle otra inyección y no lo soportó. Esto ocurrió un día de Año Nuevo, mi esposa era mi ayudante. Los dos lo sentimos mucho porque era uno de nuestros animalitos que mucho apreciábamos.

 

En épocas de mal tiempo, cuando no se podía trabajar en el campo, nos dedicábamos a cuidar el ganado en los pastos de montaña, segar y recoger el "estru". Era en este tiempo cuando aprovechábamos para entrenar al salto hípico. Cogíamos los caballos salvajes que pastaban en el monte y los entrenábamos para saltar árgomas y malezas a la vez que nos entrenábamos para ser buenos jinetes. Desde siempre fue una bonita afición de los que vivimos en las montañas, el saber montar bien. Montábamos los caballos a pelo, no teníamos ni cabezal ni bocado, les poníamos una doble cuerda en la boca para poder dirigirles. La mayoría de los caballos eran muy bravos y salvajes y por eso teníamos algunas caídas. En una de ellas tuve la mala suerte de caer rodando monte abajo de tan mala postura que el codo de mi brazo derecho se puso del revés. El brazo doblaba para atrás en vez de para adelante y tenía unos dolores tan fuertes que me dejaron en el suelo hasta que éstos fueron aflojando un poco.

Por lo difícil que era el coger los caballos, aquel día no conseguimos coger más que uno para montar y, como sólo éramos mi hermano Constante y yo, decidimos montarle los dos a la vez. Emprendimos la marcha, nos desplazábamos a ordeñar las cabras. El territorio que teníamos que atravesar para llegar a donde estaba el rebaño era al norte del Pico Palacio, al otro lado de la montaña y en la falda de este. Montes muy pendientes y escabrosos y como el dominio no se puede ejercer montando dos personas a la vez, ya que los cuerpos se balancean indistintamente, no existía equilibrio posible, por eso sobrevino la caída. De haber podido coger otro caballo no habría sucedido nada, pues lo mismo mi hermano que yo éramos ya veteranos jinetes a pesar de ser tan jóvenes. Una vez en el suelo y fuera de combate tuvimos que esperar a que cesaran mis fuertes dolores y le dije a mi hermano:

– Quítame el cinto y cuélgamelo del cuello para sujetarme el brazo y poder continuar el camino a ordeñas las cabras. Era más fuerte el hambre que los mismos dolores de mi brazo al revés.

Esto era muy importante, nos alimentábamos de beber leche y conseguíamos unos cuantos botes que teníamos de hojalata bien lavados y preparados para llevarlos a una cabaña. Los cubríamos con una piedra lavada para evitar el polvo y las arañas. Era el repuesto que teníamos para otros días que no pudiéramos ir a ordeñar las cabras, porque se iban a pastizales lejanos, o por otros motivos. Estos botes los guardábamos en la “sotrabia” es el hueco que hay entre una pared y el techo de una cuadra o cabaña. Nosotros no disponíamos de ésta para poder ni siquiera resguardarnos de la lluvia. Estos botes de leche nos libraron de pasar mucha hambre, ya que era leche natural y de una calidad excelente. Esta leche depositada al fresco de las noches y en las montañas, cuando pasaban unos cuantos días tenía una nata por arriba que sabia a gloria, además de ser muy alimenticia. La nata era con la que hacían una mantequilla exquisita que con un poco de azúcar, si la había, y entre dos pedazos de pan era considerada un buen manjar.

El rebaño de ovejas y cabras lo cuidaba un hijo del dueño. Eran de un pueblo del concejo de Laviana. Este rebaño pastaba por diversos parajes de la zona: la Juécara, les Teyeres, la campa el Españeo, campa La Taza, los montes de encima del Meruxalín, los del Llabayu, en la campa Les Yanes, el famoso Pico Palacio y otros más. Muchas veces teníamos que hacer largos recorridos por diversos montes y pasar a otros valles para dar con el rebaño, pero nos resultaba rentable. Aquel día después del porrazo, con mi brazo colgado del cuello, decidimos continuar hacia el rebaño y conseguimos ordeñar las cabras y traer el repuesto de botes para la cabaña.

Usábamos los botes de las conservas, se les ponía un asa con remache para poder cogerlos. En aquel tiempo se aprovechaban las potas viejas y los calderos, cuando se rompía el fondo de alguna se les ponía otra base de hojalata o de zinc. Por los pueblos iban unos caldereros, que eran gallegos haciendo estos trabajos. También arreglaban los paraguas. Yo de bien pequeño comencé a fijarme como lo hacían y cuando aun tenía pocos años, también colocaba estos fondos, arreglaba potas, calderos, jarras y paraguas. Además de poner asas a los botes. Toda la vida se me dieron bien estas cosas. De esa forma creo que nació mi popularidad entre mi familia, decían: “hace lo que ve”. Escalaba paredes, subía árboles de cualquier altura a coger nidos de pega o glayo, y de cuervo. Cuando el árbol era muy difícil, colocaba el cinto en los pies para poder subir a vigas completamente lisas, por afición y deporte. Mi hermano Constante y yo nos poníamos a ver cual “esguilaba” más (esguilar, en bable, es trepar por un árbol, por un sitio malo o difícil agarrándose con las manos y con los pies).

Cierto es que los que nacimos y nos criamos en las montañas no sabíamos muchas matemáticas, pero sí sabíamos muchas cosas que la propia naturaleza nos enseña y que son muy importantes para la supervivencia del hombre, permitiéndonos crecer fuertes y sanos y desarrollando habilidades que eran importantes para subsistir en el medio en que nos movíamos.

Las primeras prótesis que fabriqué, las hacía con hierro y aluminio, ya que en aquel tiempo el acero inoxidable andaba escaso y era muy caro.

Antes de comenzar a construir mis prótesis, en mi casa, tuve que aprender a soldar hierro. Me compré un grupo de soldar y a base de tiempo y en ratos perdidos me practicaba, pero el problema seguía conmigo. Aunque conseguí soldar hierro, no podía soldar el aluminio, ya que mi grupo era de corriente alterna y no servía para el aluminio. Comprar otro de corriente continua era muy caro y mi economía era débil. Esas máquinas al salir al mercado fueron carísimas. Pensé que lo mejor sería que la empresa que tenía varios de esos grupos, me prestara uno por un tiempo para que me diera lugar a saber si podría soldar el aluminio. Si lo conseguía podría compra uno de ocasión. Así fue, hablé con el perito de Hunosa, la empresa donde yo trabajaba como conserje, y me dijo que ellos no soldaban aluminio pero que me lo cambiaba por el mío durante un tiempo y sin problema. Trajeron el grupo de corriente continua y se llevaron el mío.

Me compré un paquete de electrodos de aluminio que eran súper caros. Salían a unas 50 pesetas cada uno. Lo que me resultó muy caro, pues un novato como yo tuve que quemar electrodos en cantidad para poder aprender. Aunque al principio me dio mucho que hacer ya que con frecuencia se quedaban pegados los electrodos, seguí con las prácticas. Con paciencia y tiempo conseguí soldar también el aluminio. Les llevé el grupo de ellos, me devolvieron el mío y asunto resuelto.

Durante años seguí haciendo mis prótesis de hierro y aluminio, hasta que más tarde comenzó a comercializarse el acero inoxidable. Pero yo no me sentía capacitado para trabajar este material de un milímetro de grosor. Pues si hoy todavía no soy un buen soldador, porque solo soy un aficionado que me defiendo, pero no como un profesional, peor lo era en aquel tiempo y por eso las construía en aluminio. Después de muchas pruebas y de trabajar durante largo tiempo soldando hierro y aluminio, me decidí a probar a soldar y trabajar el acero inoxidable y ya nunca dejaría de trabajar con este buen material que,  a parte de su fortaleza, es mucho más limpio y bonito.

El aluminio que trabajé durante varios años era de un grosor de dos milímetros, lo más ligero que se podía poner, pero muy sencillo y soltaba un oxido que manchaba las camisas y, para evitar ese problema, lo cubría de cuero. Lo que al principio se veía  muy bonito, al poco tiempo se impregnaba del aceite del engrase de los rodamientos y seguía manchando la ropa, además, de acumular más peso a lo que ya iba sobre cargado. Para manejar bien estos aparatos deberían ser lo más ligeros posible. El peso repercute a la hora de trabajar, por eso tuve que estudiar muy bien el hacer unas prótesis en acero inoxidable, procurando no aumentar más el peso, pero respetando la resistencia necesaria para soportar los esfuerzos del trabajo y del volante del coche. Para asegurarme de su resistencia, los sometí a grandes pruebas de peso, manejando sacos de abono de 50 kilos y tirando por pesadas viguetas además de soportar el esfuerzo de labrar la tierra, o hacer una zanja con pico y pala.

Para conseguir un buen acabado de mis prótesis, diseñé y monté una máquina pulidora, para pulirlas y dejarlas brillantes como una patena. Tan fuerte y robusta es esta máquina, que a pesar de los años de trabajo que tiene, sigue trabajando como siempre. Esmerila y pule como es debido. Hasta me sirve para pulir las hebillas que hago para mi reloj de pulsera, ya que las comerciales vienen con un pasador que no aguanta la presión de mis aceros y cada poco se pierde una hebilla y a comprar otra pulsera. Por esa causa decidí hacérmelas caseras, pero muy bonitas y seguras, además de que son eternas por ser de un solo cuerpo y en acero inoxidable, claro.

Otro detalle de esta hebilla, es que me dio mucho quehacer la primera, pero resultó una gran experiencia, porque se me ocurrió hacer una prensa, provista de un fuerte usillo y con unas matrices que me permiten hacer cosas artesanales con unas medidas milimétricas, porque para cada caso hago una plantilla y en un momento. Todo es cuestión de pensar en la forma de hacer las cosas lo mejor y más rápido posible.

Por ejemplo, para manejar el ratón de mi ordenador, tenía un cilindro que me permitía manejarlo aunque con cierta dificultad, por lo que diseñé otro sistema en varilla de acero y a medida de mi prótesis que me permite trabajar a la perfección. Me resultó muy fácil de construir con esta nueva prensa que monté. Además me sirve para realizar unos cuantos trabajos más como son la artesanía en acero inoxidable.

La construcción y montaje de estas prótesis, duró largo tiempo. Trabajé dos meses abundantes. Fue una obra de artesanía casera en acero inoxidable que llevaría muchas horas de trabajo a un buen profesional, por lo que a mí, un aficionado, cualquier tipo de trabajo me lleva mucho más tiempo. Por muy hábil que uno sea, las dificultades para algunas cosas están a la vista. Hay cosas que no puedo hacer con la rapidez que quisiera, pero con mucha paciencia van saliendo y desde luego a mi gusto, ya que es muy importante a la hora de trabajar con estas poótesis. Se trata de una obra muy delicada, a medida de cada brazo y con mucha paciencia para adaptarlas y mecanizarlas, además de darles el acabado con el brillo necesario, bien pulidas, como si fueran de fábrica. Así lo decían los que me rodeaban, familiares y amigos, que me visitaban y miraban con toda la atención asombrados del trabajo que un hombre puede desarrollar.

Desde luego que les comprendo, porque ni yo mismo hace unos años me podía imaginar que conseguiría hacer trabajos de esta calidad. La necesidad, la paciencia y el arte, te ofrecen estos excelentes resultados que por muy difícil que parezcan están ahí.

Como anécdota, después de aprender a soldar este material, un amigo mío carnicero, me pidió que le hiciera una obra de soldadura en aluminio. Era chapear el interior de su furgoneta, la DKV Mercedes, en toda la superficie del interior. Me invitó ir a ver una obra similar que le habían hecho a un colega suyo para que yo la viera. La medí, tome nota de todo y se hizo esa obra.

Dado que para mí solo era una obra muy pesada y de mucho tiempo y yo tenía mucho trabajo, contraté un soldador para que los dos trabajáramos en equipo.

Ocurrió algo muy curioso. Cuando le dije al soldador de qué se trataba, dijo: yo no sé soldar aluminio y tú tampoco. ¿Como lo vamos hacer? Yo le contesté: en poco tiempo lo conseguirás, tú eres profesional, yo un aficionado y lo conseguí. Sólo es ponerse y con tiempo se consigue. Respondió: ¿Qué tú ya sabes soldar a aluminio? Pero si hace menos de quince días no sabías. Así es, le dije,  pero hoy ya puedo soldarlo.

 Le mostré lo que yo había soldado y se quedó muy sorprendido. ¿Tú soldaste esto? Por favo,r quiero ver como lo haces. Cogí la pantalla y me puse a soldar. Él con otra para mirar lo que  yo hacía. Aquello lo animó y se puso a soldar y, en un tiempo razonable, aprendió también a soldar él.

Cuando terminamos de realizar esta obra  vinieron a verla los mecánicos de la empresa Hunosa y, además, el ingeniero y el perito porque querían comprobar cómo soldaba yo porque no se lo podían imaginar ya que allí nadie sabía soldar con alumnio.

Lo que son las cosas, aquel favor que me hicieron al prestarme el grupo, les sirvió para que más tarde yo mismo les soldara las manillas de los martillos neumáticos que se utilizaban para apretar los tornillos de los cuadros metálicos de las minas, que por ser de aluminio se rompían con cierta frecuencia.

Desde luego que las cosas no se consiguen por estar mirando como correnlos aires, así decía mi madre. Los trabajos  algunas veces presentan problemas que no son fáciles de resolver. Al comenzar a trabajar el acero inoxidable, no encontraba el material apropiado con las medidas necesarias para trabajarlo, porque la casa que lo vende sólo sirve cantidades grandes para la industria y no a los particulares.

Tuve que buscarlo por los desguaces y esto me costó muchos más días de trabajo para fabricar las piezas, hasta que me encontré un  señor que me había conocido tiempo atrás, en mi finca, y que más tarde me vendió el acero necesario y con el grosor ideal para trabajarlo sin tener que convertir una llanta de 50 mm. en una de 25, por ejemplo, lo que multiplica el trabajo.