La pandemia del 2020, una catástrofe para la humanidad.
Una vez más, vemos el buen comportamiento y la gran muestra de la solidaridad del pueblo español, con la actuación de todos, colaborando y cumpliendo con las normas impuestas por las autoridades sanitarias, para combatir el Covid-19, que ha destruido y destruye un montón de vidas humanas y la economía de todo el país. Además está el miedo, que aterroriza a mucha gente, y el cansancio de verse encerrado en casa. Todo eso resulta muy duro de soportar. Pero como dijo D. Quijote a Sancho: “amigo Sancho, no hay mal, ni bien, que siempre duren. Esta tempestad que nos agobia muy pronto pasará” ¡Ánimo amigos!
Desde estas líneas que escribo, encerrado en casa, les recomiendo mucha serenidad, para combatir el miedo. El miedo es uno de los peores enemigos de la humanidad. Muchas veces deja fuera de combate, a mucha gente que, aturdida, sufre lo indecible y les destroza la vida por no saber soportarlo. En esos trágicos momentos tiene que imperar la valentía y la serenidad, para combatir este problema, que nos parece imposible, pero que no lo es. Si se pone voluntad y se lucha con agallas, sobre todo para eliminar ese maldito miedo, que nos atrofia y no nos deja ver el buen camino para seguir adelante. No olvidemos que todo pasa.
La Experiencia de mi dura vida, me obligó ya desde muy joven a luchar con ánimo y valentía, ya que con solo 20 años perdí las dos manos en un accidente, detonando una carga de dinamita.
Sin experiencia por lo joven que era y sin cultura, por no poder estudiar en aquellos malos tiempos. Aturdido y desolado, sin saber cómo iba ser mi vida, y viendo lo mucho que sufrían mis padres y hermanos, ya que no podía ni comer y mucho menos trabajar, los horizontes eran muy oscuros. Es imposible explicar lo que sufrimos toda la familia y la gente que me conocía.
“Pero con lucha y el tiempo se arreglan las cosas”
Al ingresar en la Clínica de Madrid para ser rehabilitados, en la primera charla con el Director y gran cirujano de aquella Clínica, nos dio unos buenos consejos, que jamás olvidaré. Ingresamos en la clínica, aquella fría y lluviosa mañana, del 23 de febrero de 1.955. Nos acompañó Bernardo Roces, enviado especial por Elviro Martínez, Alcalde del Ayuntamiento de San Martín del Rey Aurelio, excelente hombre y atento, como lo fue siempre. Le mandó para ayudarnos en el viaje y presentarnos en la clínica. Cuando estábamos esperando el ascensor para subir a recepción e ingresar, bajó el director Don Francisco López de La Garma. No le conocíamos, pero él, que se dio cuenta de nuestro ingreso, con mucha gracia dijo:
– ¡Buenos días, señores! ¿Son ustedes los asturianos que ingresan?
– Sí, señor. Después de presentarnos nos dijo que iba con prisa a una reunión, pero que antes quería conversar un momento con nosotros. Nos invitó a sentarnos uno a cada lado suyo, en uno de los dos bancos que había. Comenzó la charla y allí mismo nos miró la amputación de las manos por la muñeca. Sacó su agenda y nos mostró varias fotos de otros que padecían el mismo traumatismo. Habló de distintas cosas, todas sobre la rehabilitación. Ni Bernardo Roces, ni Alejandro, dijeron ni una palara. Solo habló el Director, y yo que le hacía preguntas sobre el tema, aparte de escucharlo con mucha atención, pues se trataba de cosa muy seria, nada menos que de mis manos. Cuando menos lo esperaba, el doctor me dijo:
–Arsenio, te voy a hacer una pregunta, pero dime la verdad ¿qué es lo que sientes ahora mismo?
–Doctor, la verdad, claro que sí. Me siento muy mal, aquí nos trajeron engañados, nos dijeron que nos iban a poner unas manos y eso que usted nos muestra son una especie de pinzas. La sorpresa es muy grande señor, hasta me produce sufrimiento. Pensé encontrarme con manos, no con ésto. El susto de ver aquellos aparatos que eran muy simples y con pocas posibilidades de poder manejarlos, me dejó como atontado. Fue demasiado fuerte, mi corazón latía a la velocidad del rayo. Se levantó y, como es normal, yo también. Me dio una palmada en mi hombro y dijo:
–Muchas gracias, así se habla. Hay que ser sincero y tú lo eres. A ti no te pierdo de vista, veo que eres muy inteligente, un manitas y muy trabajador. Ya estoy bien informado, llegarás muy lejos. Te prometo que si no sucumbes al miedo, saldrás de aquí hecho un hombre y preparado hasta para trabajar.
Como si fuera una profecía, lo que dijo el director, igual que la chica que conocí en el Adaro de Sama de Langreo, cuando me curaba de las heridas, María, se cumplió. Los dos coincidieron en valorarme y pensar que yo me iba recuperar. Aunque para el resto de la gente les resultaba algo imposible y para mí también. ¡Cómo iba pensar yo, que podría trabajar con aquello que acababa de conocer, imposible!
Ante un caso tan grave como es verse sin manos, la necesidad y la inteligencia humana, algunas veces hacen casi milagros. Al conocer aquellos simples aparatos que no valían, me di cuenta de que yo tenía que diseñar algo para poder defenderme, y lo conseguí. Mis diseños fueron la solución, para algo tan grave, como es el no tener manos. Increíble pero cierto. Mi lucha, mi mente, no cesaba ni de noche, ni de día, para buscar algo con que defenderme y poder trabajar. A parte de pensar en mis padres para animarles y evitar que sufrieran tanto, al verme liberado de tanta inutilidad.
Todo ésto, nos muestra lo importante que es eliminar el miedo y luchar con todas nuestras fuerzas, para salir adelante. Lo que nunca olvidaré es el acierto de estas dos personas, el Dr. y la chica, que al anticiparse a pintarme cómo iba a ser mi vida, sin darse cuenta, me ayudaron, porque, aquellas palabras tan bonitas y decisivas fueron un estímulo para mí. Pensé que si lo decían sería por alguna razón. Algo verían en mi persona que les indicaba que iba a luchar tan duro como para salir de aquel grave problema y me defendería en la vida como uno más. Lo que me sorprendió y disgustó, fue el que no hablaran nada del otro chico, que padecía el mismo problema. A Alejandro, aturdido y reventado de tanto sufrir, todo le pareció imposible. No creyó en nada. Ni los consejos del médico le valieron para nada, no pudo con tanto dolor y su moral siempre muy baja y, sin ganas de hacer nada. Por eso se fue a la tumba siendo tan joven, destrozado de tanto sufrir.
Por ésta y otras muchas razones, pienso que es muy importante, ser sincero y escuchar a las personas, porque muchas veces nos ayudan a resolver nuestro problema. El ayudarnos unos a otros siempre será importantísimo, pero sobre todo en esos trágicos momentos, que el mismo dolor y el miedo, nos atrofia los sentidos y no te dejan ver la realidad del problema. A veces uno no sabe por dónde tirar, si al camino de la solución o al de la perdición… Todo ésto depende de la capacidad de cada persona para luchar en esa oscuridad donde te ves metido y sin saber cómo vas a salir de ella.
–Aquí hay que trabajar mucho, dijo el Director, os queda un buen trecho por delante, pero creo que tú vas a salir adelante y lo conseguirás muy pronto. Para despedirse nos dijo: no olvidéis que aquí estáis como en las minas, a tarea, cuanto más trabajéis, primero regresaréis a vuestras casas. Sabía que éramos mineros. Nunca olvidé todo aquello, y sobre todo, cuando dijo que allí había mucho vago, que ninguno se molestaba en hacer los ejercicios que se les mandaban. Todos sabemos que la rehabilitación y aprendizaje son muy duros y difíciles, pero no queda más que admitirlo y trabajar duro. Ya desde el primer día hay que trabajar sin descanso, si lo dejas para atrás, el tiempo pasa y ya no se recupera uno. Así ocurrió a los demás, cada vez les parecía más imposible y se perdieron toda la posibilidad de recuperación. Eso siempre fue lo mío, el trabajar y cumplir con las normas. Por eso no perdí detalle de todas las cosas y trabajé sin descanso.
Aquel fue un mal momento. Me quedé doblemente sorprendido; por un lado, por mi gran decepción al conocer lo que iban a ser mis manos (a simple vista, bien se veía lo que no valían. Sólo para poder comer y siendo muy difíciles de manejar) y luego, por aquellas afirmaciones y el aprecio del director hacia mí. Me hicieron pasar apuros, a la vez que pena, por Alejandro, que no soportó el tremendo trauma. Sólo pensaba en lo contrario, hasta que sucumbió. Se perdió una vida en plena juventud, sin que nadie lo pudiera evitar, porque ya desde el primer momento, le pareció imposible de superar.
Desde luego que había una clara diferencia entre él y yo. Mientras que Alejandro, parecía más tranquilo, mi forma distinta de ser, no me permitía parar. Siempre fui muy inquieto, y en ese tiempo más. El director muy pronto se dio cuenta de cómo era yo, por mis preguntas o por lo que haya sido. Supongo que estos detalles, junto con su gran inteligencia, fueron suficientes como para que sus afirmaciones sobre el tema, se hicieran realidad. Era veterano y sabía el grado de pérdida de moral de sus pacientes. Creo sinceramente que fue un hombre superdotado, con una inteligencia asombrosa. Además de médico, era por naturaleza propia psicólogo, sabía lo que tenía delante.
Un trabajador de marca, duro en la rehabilitación pero agradable y comprensivo después de terminar el trabajo. Fue un hombre muy importante y creo que su gran capacidad para enseñar influyó en mí para aceptar la rehabilitación con afición, además de mi gran voluntad para hacer las cosas. Sin duda este gran maestro fue importante para mi pronta rehabilitación, pero también fue importante y decisiva para el resto de mi vida, pues lo que bien se aprende, mal o nunca se olvida.
Aquel gran maestro, me enseñó muchas cosas, pero creo que entre ellas la más importante fue el aprender a eliminar el miedo y a combatirlo con agallas. El miedo elimina hasta la propia inteligencia de las personas.
En mi blog, hay varios artículos dándome las gracias, de personas que, después de conocer mi historia, a través de la televisión y los periódicos o por el blog, aprendieron a combatir el miedo y a dejar de sufrir y, salir adelante con sus propios medios, precisamente por comprender que casi todo se puede conseguir, si se lucha contra las adversidades, con arte y decisión. Todos aprendemos unos de otros.
Desde mi blog quiero dar las más expresivas gracias, a toda la gente, que de alguna manera, colabora para librarnos de esta pandemia. El Covid-19, que tanto daño nos hace:
A los médicos y enfermeras. A todas las personas que luchan por nuestra salud. Permaneciendo en primera línea de combate, y exponiendo sus vidas, para salvar las nuestras. Eso sí que es lucha y valentía. Merecen el máximo reconocimiento y respeto de toda la sociedad.
A la Guardia civil, que con su valiente lucha, nos ayuda controlando todo, para que la gente cumpla con su deber, en la calle, en la carreta, en todas partes donde se necesita su ayuda. ¿Qué sería de nosotros si no existiera este cuerpo? Fue fundado en 1.844, para velar por la seguridad de España. Merecen un gran homenaje y, el máximo respeto por su entrega y buen servicio a la humanidad. Lo que queda bien claro desde la fundación del cuerpo, que luchó por una causa tan justa como importante, ya desde aquel tiempo tan lejano.
A la Policía Nacional, que también colabora y lucha por el bienestar de la Nación, se merecen un homenaje y el máximo respeto.
Al ejército, que también vela por la seguridad de la Nación, en varios sectores. A los policías locales que colaboran con sus servicio y ayuda al pueblo. Al personal del servicio de ambulancias que cumple con su deber.
A las trabajadoras de los supermercados y comercios, grandes o pequeños, a los repartidores que llevan los suministros a los hogares.
A los bomberos, al personal de limpieza y a todos los que de alguna forma ayudan y colaboran.
A las familias que sufren la pérdida de sus seres queridos por la maldita pandemia. A las familias que perdieron sus puestos de trabajo y no disponen de medios económicos para dar de comer a sus hijos. Algo muy parecido a lo que nos ocurrió a los de mi generación en la posguerra. Hambre, mucho frío y miedo. No teníamos ropa para vestir y mucho menos, de abrigo. No había calefacción, ni comida.
El problema de la pandemia sigue siendo demasiado serio como para olvidarse.
Hay un sector de gente que no hace caso de nada, ni de nadie, no respetan ni cumplen con las normas de seguridad, que todos debemos de cumplir, por interés propio y por el de los demás. Algunos van por el paseo en grupos y no dejan paso en las aceras. Tienes que salirte a la carretera para poder circular. Otros no esperan su turno para entrar en los establecimientos y pasan hasta sin mascarilla, es increíble que haya gente de esta clase y que no piense en lo que nos espera, porque cada día aparecen más brotes por cualquier lugar, lo que nos puede mandar, otra vez, al confinamiento en nuestras casas. A parte de las personas que se mueren. No se dan cuenta de que esta terrible enfermedad ataca a cualquiera y que el próximo puede ser uno de esos que se creen los más y los mejores. Si los problemas de la vida son difíciles muchas veces, cumpliendo, mucho más lo son para la gente que todo lo ignora y que no cumple con las normas establecidas.
Las amas de casa de los pueblos del interior de Asturias, se desplazaban a los pueblos de la marina, a comprar comestibles para poder dar de comer a sus familias, pero ni eso fue posible. Al regresar a casa se encontraban con unos controles, que a la fuerza, les quitaban los comestibles. Cuando un día estaban quitándoselo todo, mi madre que padecía del corazón se desmayó. Estaba en el suelo sin conocimiento y las compañeras de mi madre les dijeron “por favor, dejen lo de esa señora que está desmayada. En casa tiene a 13 hijos y el que tiene en la barriga 14, y no tiene qué darles de comer”. Se largaron dejando lo de mi madre, pero sin atenderla, la dejaron en el suelo sin saber si despertaría o no.
Cuando despertó y le dijeron lo ocurrido, mi madre quiso repartir lo que le dejaron con sus compañeras, pero no lo admitieron. Le dijeron “bien poco es para dar de comer a tantos niños”. Mi madre nunca más volvió a buscar tan lejos la comida…
Muchas gracias a todos, y un cordial saludo.
Arsenio Fernández.
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