En este día, 4 de Diciembre del 2014, se cumplen 60 años de mi accidente en el que perdí las dos manos. Fecha inolvidable para mí, para mi familia y también para mis compañeros, amigos y conocidos, que tampoco se olvidaron de aquel trágico día, sábado 4 de Diciembre de 1954, en el que dos mineros asturianos perdieron las manos. Así decía el título de La Nueva España.
Cuando, a las nueve menos diez de la mañana, me disponía a detonar cinco cartuchos de dinamita, a trescientos metros de mi casa, en La Bobia de San Martín del Rey Aurelio, sin darme tiempo a nada, la desgracia me sorprendió, cortándome las manos por la muñeca.
Alejandro los detonaba a las dos de la madrugada cuando regresaba del trabajo en Blimea para festejar nuestra patrona Santa Bárbara. Tuvo peor suerte, además de las manos perdió un ojo.
Una prueba de tal recuerdo es que algunos compañeros me piden que escriba algo, recordando los 60 años de aquel día tan duro para todos, ya que sufrieron mucho por nosotros, como es natural.
Así mismo me dicen que debo hacer un buen artículo, para mostrar a la gente la valentía de un minero, que consiguió vencer ante tanto dolor. Alejandro no pudo con ello y dejó de luchar, abatido para siempre por tanto sufrir.
Mi foto de actual
Claro que sí, yo también creo que debo dar a conocer algo tan importante como es el saber que las personas podemos vencer las adverslersidades tan duras que nos impone muchas veces la vida, aunque al principio nos parezcan imposibles de soportar.
Bien claro está que mi vida no fue un camino de rosas, fue demasiado lo que tuve que soportar. Hay que tener en cuenta que no podía hacer nada, ni siquiera comer. Tenían que cebarme, llevarme al aseo, ducharme, vestirme. Además de no saber que iba ser de mi vida y pensando que, ¿a dónde iba a ir sin manos? Me sentía como perdido en el mundo. Es imposible describir lo que hay que soportar.
Arsenio Fernádez y Alejandro Antuña
Después de todo lo ocurrido, mil gracias doy porque no fue lo suficiente para perder el sentimiento por los míos. Mis queridos padres y hermanos, que tanto sufrieron. Por eso no quise agudizar más su dolor, quitándome la vida, a pesar de tener que soportar los inmensos dolores de mis brazos y la angustia que me atormentaba noche y día, al sentirme totalmente indefenso. Por eso no acepté, la invitación de Alejandro, cuando, a la semana de perder las manos, quiso que los dos juntos nos suicidáramos tirándonos al tren que pasa por delante del Hospital Adaro, de Sama de Langreo, donde estábamos hospitalizados, para no ser una carga para los demás y dejar de sufrir.
Alejandro Antuña, de 25 años, mi hermano Constantino, con 18 años y yo, con 20.
Así fue como él lo pintaba, diciendo que nuestra vida era como un camino sin salida. «Mejor la muerte que la vida», decía convencido, lo que le llevó a la perdición, ya que por pensar de esa forma nunca levantó la cabeza hasta que se murió siendo tan joven. A pesar de mis consejos diciéndole que había que aguantar, a ver que nos deparaba el transcurrir del tiempo, nada pude conseguir, todo le pareció imposible y se cobijó en la bebida y ésta lo destrozó más todavía. Fue una gran pena, porque pudo haber formado un hogar y tener esos hijos, que son nuestra alegría y nuestro cariño, por ellos luchamos hasta la muerte.
Arsenio Fernández, el Niño de Bustio y Alejandro Antuña
La pregunta que nuca tendrá respuesta es, ¿qué hubiera sido de mi vida si no tuviera hijos? Aunque viven lejos, cada uno en su hogar, están ahí y nunca perdemos el contacto, ellos fueron y son los que me ayudan a soportar tanto dolor por la pérdida de la madre, mi esposa.
Tengo que decir, aunque sea a los cuatro vientos, que toda mi vida fue muy dura, llena de lucha y duro trabajo para poder vivir de mi propio esfuerzo pero lo mantuve con alegría, hasta que mi esposa falleció. Eso es lo que no puedo olvidar. Pasaron cinco años pero la pena sigue y la soledad también. Es demasiado dura la soledad sin el ser que yo quería, la compañera de mi vida. Tengo que decir que mis hijos y mis nietos son también mi vida, sin olvidarme del resto de la familia que también me ayudaron con cariño. Eso es lo importante, vivir unidos porque la unión de una familia es una de las cosas grandes que la vida nos puede dar, cuando lo deseamos de corazón.
Un cordial saluda para todos. Un fuerte abrazo para los que conocieron y recuerdan ese día de Santa Bárbara. Hasta siempre amigos.
Arsenio.
Cuando estaba haciendo una de las naves, iba a buscar con mi coche y remolque viajes de trato y arena al arenero de la Carba, situado muy cerca de Bendición, en el concejo de Siero. Allá trabajaba un señor de la zona, Pepe, este gran señor me atendió muy bien y se fijó con mucho detalle en mi forma de trabajar. Aunque la paleadora cargaba mi remolque, siempre hay que cargar a pala lo que se cae al suelo para terminar de llenarlo y equilibrar el peso para que el remolque sea más estable. Un remolque mal cargado es peligroso en carretera, si pierde estabilidad puede ocasionar un accidente. Seguidamente puse el toldo. La sorpresa de aquel hombre fue cuando se acercó y vio que yo estaba paleando como si tuviera las dos manos. Se quedó mirando hasta que terminé y luego de contemplar como coloqué el toldo, me dijo:
-Perdona amigo, estoy mirando como trabajas y lo curioso que lo dejas. Desde luego si no se ve no se cree. Vaya potencia que tienen tus brazos para manejar la pala. Tienes un estilo de trabajador excepcional. Lo haces con tanta facilidad como si tuvieras manos. Me dejas asombrado, porque además eres muy joven. ¿Cómo te llamas y de dónde eres? quiero saber de tu vida porque es realmente importante. Estoy seguro, añadió, que, a donde quiera que vayas, no habrá otra cosa mejor que mirar porque no se cree uno lo que está viendo. Serás la atención de la gente que, además, debemos copiar de tu ejemplo. ¿Por favor me cuentas algo de tu vida? ¿Cuánto tiempo hace que perdiste la manos y cómo fue tu accidente?
-No hay problema señor. Le expliqué en un momento lo ocurrido y los trabajos que yo hacía antes y después del accidente.
Asombrado de lo que acababa de ver me dijo:
-Me gustaría ir a tu finca para verte trabajar y ver tus obras. ¿Me das permiso?
-Claro que sí, además va a conocer unos de los mejores terneros y buenos cerdos de importación. Creo que le van a gustar mucho porque lo tengo muy bien montado, me gustan las cosas bien hechas.
-Eso lo tengo muy claro, dijo, sólo con verte trabajar ya se ve que eres un manitas. Sí que me gustan los animales pero lo que más me interesa es verte trabajar en tus naves, porque creo que será un caso único. Verte en las alturas colocando los pesados perfiles de hierro de los techos y soldándolos, debe ser asombroso. Eso no me lo pierdo por nada, dijo aquel hombre que no dejaba de mirar las cosas, como el volante mecanizado de mi coche y todo lo que me rodea.
Al despedirnos me dijo: ¿Qué día puedo ir a ver tus obras?
-Cuando quiera después de las seis de la tarde, que es cuando salgo de trabajar en la oficina.
No se conformó con venir una vez. Tanto le llamó la atención, que trajo varios grupos de gente a verme en sucesivas veces.
En las dos últimas que vino con un grupo yo no estaba y mi hija. Mónica. los recibió. Las dos veces quería dejarme una caja de Farias pero mi hija no la cogió diciéndole:
-Mi padre no admite esas cosas, no le gustan y, además, tampoco fuma.
Mi esposa y yo nos encontrábamos en Escocia y le dijo a nuestra hija que cuando llamáramos nos saludara de su parte, que volvería a nuestro regreso.
Pepe el de la grijera, por desgracia ya nunca nos veríamos. En todo el verano no vino más. Cuando en el mes de octubre fui a por un viaje de arena a la grijera no estaba. Pregunté por él y me dijeron que llegaría más tarde. A los dos días volví a por otro viaje y, como ya era una hora normal de trabajo, me extrañó que no estuviera. Ese día estaba el dueño de la grijera que era de su misma edad y también amigos de toda la vida. Después de saludarnos le dije:
-Hace tiempo que no sé de Pepe. ¿Qué hay de su vida?
La sorpresa que me llevé fue dura.
-Ya no está Pepe, un cáncer de próstata lo mató en poco tiempo.
Lo sentí mucho, le había tomado un gran afecto, igual que él a mí. Los mismos compañeros de allí me dijeron algunas veces:
-A todos nos sorprende tu forma de trabajar, pero para Pepe fue mucho lo que le llamaba la atención. Casi siempre hablaba de ti por lo valiente que eras.
Yo de este hombre poco sabía, sólo que trabaja allí y que era muy buena persona. Pero aquella mañana al enterarme de su falta quise saber cómo era realmente Pepe el de la grijera.
El dueño me contó que tenía una empresa de camiones. En ese momento entraba uno, un tráiler nuevo del paquete. Me dijo que ocho como aquel, también eran de él. Así mismo me contó que a pesar de los graves inconvenientes que tuvo, supo luchar y que fue un valiente. Tenía una flota de camiones suyos trabajando en una empresa que se fue a la porra. No le pagaron y se quedó en la ruina. Pero fue un caballero que pagó a su personal aunque él se quedó sin blanca. Más tarde comenzó con un camión pagando a plazos y luchó hasta convertirse en un gran empresario. Así fue de valiente Pepe, un hombre ya mayor que murió en la brecha del trabajo y del gran cumplimiento del deber. Su recuerdo permanecerá conmigo por la gran persona que fue y por lo mucho que los dos nos apreciamos.
Cuando llegamos a casa, mi madre y hermanas nos esperaban impacientes. De nuevo los abrazos y las lágrimas de alegría. Era demasiada la emoción, aunque intentaron ser fuertes, no pudieron evitarlo, ni yo tampoco.
Después de saludarnos, nos sentamos a la mesa para comer, todos pendientes de cómo me las arreglaría. Les parecía imposible que pudiera arreglarme solo. Fui a mi maleta, saqué mis cubiertos especiales para mí. La cuchara tenía un pequeño tubo ovalado y remachado en el mango, para enganchar mi pinza, y lo mismo para el tenedor y el cuchillo. Empecé a comer y nadie más metió mano a su comida, lo primero era ver cómo funcionaba el recién llegado. Aquellas simples y finas pinzas, que tanto miraban les parecían imposibles para que uno pudiera comer, y mucho menos para poder trabajar. La sorpresa fue monumental para todos, sufrían y se preguntaban cómo iba ser la vida de este hijo, de este hermano. En todo momento me di cuenta de que estaban destrozados, pensando en el tremendo problema que creían que no tenía solución. Por eso me tuve que hacer fuerte y demostrarles que yo, como ellos, también me asusté al principio pero yo ya estaba convencido de que me iban s servir para defenderme. Sin pérdida de tiempo y con mucho cuidado tuve que hablarles, explicarles que tuvieran confianza, que todo iba por buen camino. En este tiempo lo primero era liberarles del sufrimiento, pues ya lo habían pasado bastante mal y no podía permitir que siguieran sufriendo tanto por mí.
Les tuve que explicar con todo detalle como funcionaban, pues a pesar de estar a la mesa para comer nadie lo hacía. Me puse de pie y les dije:
—Sé que todos esperábais otra cosa, sé que estáis sufriendo y os pido que os tranquilicéis porque yo también lo estoy. En este corto tiempo, sólo cuatro meses, ya he podido superar las duras pruebas de la rehabilitación. Lo hice con ganas. Hoy me encuentro muy contento y agradecido, por eso quiero que vosotros también tengáis confianza en mí. Todos sabéis que soy duro y que ya veo las cosas con mucha claridad. Llegó la hora de buscar mi progreso y creo de verdad que lo conseguiremos. Sé como vosotros que mi vida dio un cambio total, pero también sé que todo ello no ha de ser un obstáculo para abrirme camino y forjar mi nueva vida como uno más. Sé también que los esfuerzos han de ser duros pero yo también soy lo suficientemente fuerte como para combatirlos. A todos os pido que tengáis fe en mí, no os defraudaré. Como siempre conseguiré el camino del bien y del trabajo. Ya veis que en poco tiempo me perfeccioné y que ya me puedo defender. Quiero deciros algo que considero muy importante para vuestra tranquilidad y también para la mía. En el caso de que Duro Felguera no me diera trabajo, lo tengo en Madrid. El Director y los médicos de la Clínica me piden que después de visitaros y de pasar un poco de tiempo en vuestra compañía, regrese a trabajar para dar clases en la Clínica a mis compañeros y a otros más. Así mismo os digo que me aprecian mucho, tanto que ya me propusieron ante el Ministro de trabajo para ocupar ese cargo. Eso os debe de animar mucho lo mismo que a mí, porque es muy importante ya que he tenido la suerte de ser propuesto para un trabajo que, además de ser importante, me resolvería el problema, al tener un sueldo bueno para poder vivir. Si vosotros viviérais en Madrid, yo aceptaría el trabajo muy contento, pero allí no hay minas para que podáis trabajar, y yo no puedo vivir sin vuestra compañía. Lejos de casa lo paso mal. A pesar de que todo salió muy bien, no me faltó de nada, excepto vuestro cariño, vuestra compañía, que para mí lo es todo. De corazón os digo que lo que más sentí ya después de todo lo sucedido, fue estar lejos de vosotros. Os eché mucho de menos, si estuvierais cerca lo habría pasado mucho mejor.
Aunque estaba en mi casa la novedad del momento era ciertamente impresionante para ellos. Aquellos artefactos que no dejaban de mirar, para todos era una terrible y triste novedad. Nunca habían visto tal cosa. Les resultaba demasiado fuerte, parecían aturdidos. Todos estaban en silencio, como si allí no hubiera nadie. Yo tuve que romper este silencio de nuevo, para decirles:
—Empezad a comer, que tiempo tenéis de ver mis aparatos. Tengo que deciros con toda sinceridad que estos no son lo suficientemente fuertes como para que un hombre pueda trabajar, eso lo sabemos todos con solo con mirarlos, pero yo os prometo que ya estoy convencido de que voy a diseñar y hacer otros con capacidad suficiente para trabajar y con otra estética más bonita. Desde el momento que los conocí, me di perfecta cuenta de que tenía que trabajar duro para descubrir otro sistema mejor. Nunca más dejé de pensar en este tema y por eso estoy seguro de conseguirlo. Así se lo prometí al Director y así ha de ser. Por la razón que sea, desde luego yo no lo sé, el mismo Director y los médicos, están convencidos de que lograré un revolucionario invento que ha de servir, no sólo para mí sino también para los demás. Después de decirles que no podía quedarme a trabajar allá, me pidieron que cada poco tiempo fuera por la clínica a presentarles los resultados de mis inventos y que no pierda el contacto con ellos, que allí tengo otra casa. El Director, un día me dijo: Arsenio, los que tenemos manos no podemos ni sabemos manejar estas prótesis. Eso sólo puede conseguirlo un hombre tan trabajador como tú, que con el arte y la inteligencia que tú tienes, lo conseguirás. Estoy seguro de que no descansarás hasta que consigas unos revolucionarios aparatos para que puedas trabajar y defenderte con toda normalidad y que han de servir para el resto de los hombres que como tú sufrieron esa terrible perdida de ambas manos. Yo le dije, así será señor, lucharé sin descanso hasta conseguirlo, aunque sea de largo tiempo. Todos sabéis que yo no me rindo y que he de hacer algo importante. Conseguiré unos aparatos mucho mejores que me permitan el poder trabajar. Todos me conocéis bien y sabéis que soy hombre que no pierdo el tiempo y que tengo recursos para estos temas de la invención. Y que en este tiempo más que nunca, porque las circunstancias así lo exigen. He de hacer en este campo algo importante. Comenzaré a diseñar distintos funcionamientos, y serán presentados a las autoridades por mis jefes que creen en mis proyectos y esperan por ellos. Todo el equipo médico está convencido de que lo conseguiré. El Director pronto descubrió mis cualidades al respecto y, como vosotros sabéis, se me dan esas cosas de trabajo en muchos órdenes. Les prometí ir con frecuencia a la Clínica a mostrarles todo lo que consiga en mis trabajos y así será. Una de las cosas más importantes es que ya estoy mentalizado. Sé que tengo que vivir con mis aparatos. Sé que mis manos ya no vuelven a crecer y por eso me conformo y que presto estoy a trabajar y vencer, les dije. En mi nombre y en el vuestro propio, os prometo que todo lo que he dicho se cumplirá. Ahora, todos a comer y a festejar nuestra felicidad por estar juntos de nuevo.
Todos me escuchaban con atención y aunque seguían con algunas dudas de lo que pueda desarrollar con aquellos aparatos, les observé cierta alegría al comprobar mi forma de hablarles y de ver con qué seguridad les prometía que iba a vencer lo que ellos creían imposible. Siempre confiaron en mí como hombre decidido y de arte, y eso les daba cierta alegría, alguno dijo:
—Arsenio tiene razón, siempre fue serio y nunca falló. Aunque nos parezca imposible si él lo dice así será. Tendrá que ser duro, pero él lo conseguirá porque siempre fue muy seguro para todo y lo importante es que él mismo lo vea con seguridad.
Al terminar de comer empezaron a llegar las primeras vistas. La gente tenía ganas de verme, de saber cómo eran mis nuevas manos. En todos observaba la fuerte sorpresa que se llevaban. Ciertamente mis aparatos no se parecían en nada a unas manos, yles parecía imposible que con eso se pudiera trabajar.
Creo que merece la pena reflexionar sobre la influencia que tiene en la vida de cada persona el escoger, en determinados momentos, un camino u otro. Allí y en aquel tiempo de tanto sufrimiento, fue cuando la suerte se decidió para el resto de mi vida. Lleno de dudas y asustado pensando en el duro porvenir de mi vida y sin darme cuenta del grave problema que podía ser el quedarme rezagado dándome por vencido sin antes luchar, pude haber firmado ir al patíbulo de la destrucción de mi propia vida. Viéndome metido en la desesperación y la bebida que me llevaría a la muerte prematura, y todo voluntariamente. Ahí es donde pude equivocarme y perder el norte, ya que esa decisión de trabajar y aprender fue la solución a mi grave problema, porque aprendí a manejar las prótesis, para sustituir a mis manos, con una facilidad pasmosa, y en un tiempo récord. Así fue valorado por las autoridades médicas y otras personalidades de la política.
Después de llevar una temporada en la Clínica, un día recibimos una visita de tres vecinos de Sotrondio que eran estudiantes en Madrid: José Antonio Fernández y González Carabín, abogado; Albino Noriega, ingeniero de minas y Jesús García perito. Estas vistas seria para nosotros muy importante ya que aparte de pasar con ellos algunas horas agradables, nos sacaron varias veces por Madrid, ya que en aquel tiempo no nos dejaban salir solos a la calle, pues no nos podíamos defender. Lo mismo Alejandro que yo les agradecimos mucho esa cortesía. El primer partido de fútbol que yo vi fue con ellos, en el Santiago Bernabéu, fue muy importante. Jugaba España contra Bélgica. Aun que a mi nunca me gusto el fútbol, aquel día me prestó verlo porque ganó España. Aquellas visitas fueron para nosotros tan necesarias como importantes, aparte de sacarnos de allí, nos daban ánimos, y nos ayudaban, ya que todavía nos defendíamos mal, aún estábamos en periodo de rehabilitación y lo pasamos muy bien con estos buenos muchachos que nunca más los veríamos. De estos señores que nos acompañaron por la Capital, solo está en nuestra zona Don.José Antonio Fernández y González Carabín, que siempre seguiríamos con nuestra amistad. Aparte de ser una gran persona, nunca me olvidaré de lo bien que se porto junto con sus compañeros con nosotros. Tampoco me olvidé de uno de sus compañeros de Oviedo, que iba con ellos a vernos a la Clínica. Era muy buen chaval y más tarde visitaría a mis padres para contarles un poco de cómo era mi vida en Madrid, luchando a brazo partido para superar aquel bache tan duro de mi juventud. Don Jesús, el de Tiva, ya murió. Era una gran persona y lo sentí de verdad. De Don Alvino Noriega, que nunca más nos vimos, solo sé por sus hermanos que fue un buen Ingeniero de minas y que trabajo fuera de Asturias, que está retirado, lo que mucho me alegro, porque tampoco me olvidé de sus vistas.
En una de nuestras salidas por Madrid, comimos en casa Gorri, un bar donde siempre parábamos los Asturianos. La comida fue abundante y el vino también, tomamos vino blanco del superior. A mí particularmente nunca me gustó el blanco pero aquel día lo tomé. No estaba acostumbrado y me hizo un poco de daño. Tuve que vomitarlo pero no pasó nada. Un individuo de Blimea, mayor, apareció por allí, y precisamente en ese momento, nos saludó. Al poco tiempo marchamos, cogimos el metro para la Clínica. Llovía mucho y no tuvimos ganas de paseo por la Capital.
Este pollo se marchaba para su tierra en Blimea, precisamente de mi parroquia, y con toda boca fría no se le ocurrió más que decir que se había encontrado con los dos de las manos en Madrid, y que el de la Bobia no tenía remedio, que posiblemente ya no se recuperase. Que el otro estaba muy bien, pero que yo tenía una borrachera impresionante. Aquel hombre con tanta ignorancia como poca cultura, no pensó el daño que con su maldito comentario y sin fundamento alguno por desconocer nuestra trayectoria en la Clínica, iba a producir. Esta noticia que corrió como la pólvora por todo el contorno, pues la gente no se olvidó de aquel grave accidente. Aquella mala noticia llegó a mis padres. El disgusto que se llevaron fue incalculable, si ya tenían poco, parió la abuela. En una de sus cartas me preguntaron por la cuestión, y con mucho tacto me aconsejaron que no bebiera. Yo, que sabía lo mal que lo pasaban, me di cuenta que para ellos iba ser un trauma y tampoco sabía por qué me decían aquello, que yo consideré una barbaridad. Sufrí en cantidad. Les escribí rápidamente pidiendo explicaciones del tema, asegurándoles que todo era falso, yo estaba normal. Además estaba considerado un trabajador incansable, tanto por el mismo Director que por los médicos en general. Soy sincero, hasta a las monjas les caí bien. Soy de los hombres que si no es para decir la verdad me callo, y esa prudencia hace que la gente te aprecie.
Para evitarles el disgusto hasta les dije que si dudaban de mí, que me lo dijeran, y hablaría con el Director para que les dijese la verdad. Me contestaron a vuelta de correo diciendo que se alegraban mucho, y que les había resultado extraño que yo hubiera tomado esa decisión, y me explicaron superficialmente que aquel irresponsable había causado porque metió la pata hasta el fondo. ¡Qué poca consideración hacia los demás! ¡Qué disgusto tan grande para mis padres y para mí! Que sin ninguna razón tuvimos que soportar cuando en este tiempo todos estábamos reventados de tanto sufrir.
No me quedé conforme. Entre los estudiantes, vecinos nuestros, que nos sacaban de allí a pasear por la capital, un compañero de ellos que no recuerdo el nombre, y que era de Oviedo, un día mientras nos acompañaban, comentó que se iba a Asturias. Yo, que aun seguía preocupado por aquella mentira que llegó a mis padres. Encima por un Sr. mayor, pero con poca chapeta. Le dije que si por favor podría visitar a mis padres. Este hombre, como los demás, sabía de lo sucedido, y muy atento me dijo:
-Será un paseo para mí. Tranquilo que los visitaré y aprovechare para comer “gallu de caleya” en tu casa.
-¡Claro que sí! Mis padres te agradecerán la visita porque sé que están ansiosos esperando noticias de aquí y de conocer algo de mi vida, de saber cómo van a ser mis nuevas manos y de muchas cosas más. Son muy cariñosos y te recibirán de lo mejor. Ya verás cómo te va a gustar estar con ellos.
Aquel hombre cumplió con lo prometido. Para mí fue una gran satisfacción mostrarles la verdad. Él, como sus compañeros, sabían mi malestar por aquel disgusto que mis padres se habían llevado sin ningún motivo. Este gran hombre, en cuanto le fue posible, emprendió camino hasta mi pueblo. En Sotrondio preguntó en un bar por el pueblo de La Bobia y le dijeron que era en la montaña, que había cinco kilómetros, pero que al tener carretera se podía ir en coche. Les dio las gracias y cuando se iba un voluntario le dijo que le acompañaba hasta casa de mis padres, que él me conocía porque trabajaba en el mismo Pozo que yo.
Llegaron y los recibieron con una gran alegría. Ellos nada sabían de su visita, llegaron por sorpresa. Se presentó y les contó cómo era realmente mi estancia en Madrid. Que yo le enviaba para que se quedaran tranquilos y que esa duda quedara aclarada. Comieron con mi familia. No conocían ni al estudiante ni a su acompañante, aunque era de Sotrondio. Tampoco mis hermanos que trabajaban en las minas de montaña del paquete de San Mamés y más tarde en el Pozo Cerezal, mientras que el acompañante del estudiante trabaja en el Pozo San Mamés.
El que acompañó al estudiante ya era popular: le llaman “el tragaldabas” por su forma de mucho comer. Tenía un tragadero sin fondo, así lo comentaba la gente. Comía sin sentido y bebía lo que le echaran. Casi no pudo regresar, se cogió una borrachera que no podía ni moverse. El estudiante era un hombre serio y una gran persona, de nada conocía al tripero y tampoco le iba dar la vuelta. Yo sí le conocía bien, trabajaba en el mismo filón que yo. En los largos recorridos por las galerías en la mina, cuando entrábamos, siempre se oía su fuerte voz, y que precisamente casi siempre habla de grandes comidas y farturas de vino. Si no era de eso, de fútbol, del trabajo nunca se acordaba, no le gustaba demasiado. Se ofreció voluntario para acompañar al estudiante porque sabía que le esperaba un atracón de comida y de vino. Si hubiera sido a trabajar no se hubiera apuntado voluntario, así me dijeron otros compañeros a mi regreso, porque él mismo les contó lo ocurrido. Mira que es cojonudo, dijo uno, no tuvo el estudiante más que encontrarse con el tragaldabas y el más vago del pozo.
Más tarde ya después de mi regreso a casa, me contó mi padre que aquella noticia dejó a toda la familia destrozada. Pensaron que yo había perdido el norte. Por ese motivo consideraron aquella visita como si de un mensajero del cielo se tratara. Mi padre, que era muy católico y creía de verdad en Dios, me dijo al verme de nuevo:
-Yo tenía confianza en ti y en Dios, hijo mío, sabía que nunca fallarías, porque siempre fuiste muy serio y cumplidor .
Se preguntaba cómo puede Arsenio haber cambiado tanto, no se lo podía creer, y seguía diciendo:
-Hay que tener fe, Dios aprieta pero no ahoga.
Mi padre tenía sus dudas pero se negaba a admitirlo. Sabía que de ser cierto yo no lo iba a negar, por eso se resistía a creerlo. Además, sabía que mi compañero bebía y llegó a decir a mi madre que no se lo creía. Ella le decía:
-¿Y por qué iba mentir el de Blimea?
-No es que diga mentira, es posible que se haya equivocado. No les conoce bien y pudo confundirlos, es fácil. Arsenio no pudo cambiar tanto y no me lo creo. Algo raro tuvo que pasar.
¡Qué importante es conocer y querer a una persona! Eso es algo que no se puede valorar. Es creer y confiar fielmente en uno. Es algo que no se puede describir. Nadie como mi padre me conocía. Nadie confiaba como él. Todos tenían sus dudas. Cuando era un niño, él y mi abuelo ya habían descubierto mi forma de ser y lo mantuvieron hasta el fin, sabían que mi palabra era firme y detestaba las mentiras.
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