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Sesenta y siete años sin manos y trabajando con normalidad.

Una historia dura, pero real.

              La maldita pandemia, que comenzó en el año 2020, está causando un daño irreparable en todo el mundo. A pesar de lo que han disminuido los contagios y las muertes, mucho nos queda por pelear con este virus, “COVID 19”, que permanece entre nosotros. Como no se ve, hay gente que no le hace caso. No hace caso de nada, ni de nadie, no cumplen con las normas establecidas por los Científicos y Sanitarios y por ello, los contagios aumentan sin parar. Por ese motivo, lo estamos pagando muy caro: muertes, sufrimiento, paro, hambre, pérdida de seres queridos, destrucción de la economía… Hay que derrotar esta pandemia, cumpliendo todos, porque este enorme problema es un problema global. Debemos colaborar y no debemos permitir que nos destroce la vida.

              El confinamiento de un año encerrados en casa que soportamos, fue demasiado duro para todos, pero para unos más que para otros, ya que destrozó la vida de mucha gente, que no pudo con ello. Miedo, depresiones, ansiedad, hambre, pérdida de seres queridos y multitud de problemas más, supusieron una barrera infranqueable para muchos de ellos.

              Pensando en la gente que tan mal lo pasó, y basándome en mi propia y dura experiencia, de muchos años de lucha,   atravesando muchos y duros problemas casi toda mi vida, se me ocurre escribir este artículo, para decirles que debemos luchar contra los problemas, y no dejar que nos venzan. Yo os invito a que reflexionéis, con esta historia tan dura, pero real.

              Hay que valorar lo que una persona sufre al verse sin manos, pero también la gran lucha para salir adelante.

La pregunta que mucha gente me hace es: ¿cómo te arreglaste para superar tanto dolor Arsenio, y conseguir trabajar y estudiar? Muy buena pregunta, porque difícil sí que es, pero no imposible, la prueba está bien clara, porque lo conseguí, aunque las pasé canutas y fue una lucha casi interminable, funcionó. Esto prueba lo que supone el “aguantar” lo que venga y no perder la esperanza.

              Si el sufrimiento al verme sin manos era muy duro y grave, no era mucho menos, lo que sufrían mis padres y hermanos. Eso me atormentaba noche y día. Dándome cuenta de que todo estaba en mí, luché para trabajar al máximo, procurando eliminar el miedo. Comencé a trabajar en mi rehabilitación sin descanso y en diseñar unos “aparatos” (prótesis) con los que pudiera valerme por mí mismo. El camino que tenía que recorrer era muy duro, parecía imposible, pero con ánimo y fuerza de voluntad, se consiguen las cosas.

              Otra cosa que me ayudó mucho, fue lo que el Director de la clínica, Dr. D Francisco López de la Garma, me dijo el día que ingresamos en la clínica en Madrid. En una charla con nosotros, nos habló de cómo iba ser la rehabilitación, nos enseñó fotos de otras personas sin manos. Alejandro no le dio ninguna importancia a todo aquello, pero yo a medida que el médico explicaba las cosas, le iba haciendo preguntas, lo que le pareció muy bien. Se levantó y me dijo: -“Arsenio, te voy a hacer una pregunta, pero es para que me digas la verdad”.

-“Adelante con la pregunta Dr. Yo detesto las mentiras y a quien las dice”. -“¿Qué es lo que sientes en este momento?” – “no lo sé Dr. me siento muy mal, ¿qué voy a hacer yo con esos aparatos que nos muestra?, me siento como hombre al agua”. -“De eso nada, siendo como eres tú, un manitas, inteligente y muy trabajador, te prometo solemnemente que, sino sucumbes al miedo, saldrás de aquí hecho un hombre y preparado, hasta para trabajar. Sé bien cómo eres, estoy bien informado”.

              Estas frases del Director, merecen un comentario. “Si no sucumbes al miedo”. Exactamente, el miedo a las cosas es un duro problema para toda la humanidad. Hay que eliminarlo. El miedo nos atrofia el sentido y nos destroza la vida. Uno es el miedo y otra cosa es la precaución de las cosas. Nunca me olvidé de ese consejo y lo llevo grabado en mi mente. Me sigue ayudando cuando se presentan los problemas. Nuestro cerebro es algunas veces débil y vulnerable y nos traiciona, con duros y malos pensamientos. Hay que eliminarlos y pensar en cosas positivas, que nos saquen de ese sufrimiento.

              En mi vida de trabajo, desde niño, pasando hambre, frío y mucho miedo en la posguerra y más tarde, trabajando en la mina, sufrí varios accidentes.

              A los 14 años trabajando en una escombrera para la Duro Felguera, me cogió una descarga eléctrica de alta tensión. Cuando me sacaron del peligro ya estaba a punto de morir por un paro cardiaco, eso dijo el médico, ya que mi cuerpo estaba negro y medio quemado por estar solo en el tajo y soportar mucho tiempo la fuerte descarga que me azotaba de un lado para otro sin soltarme. Así es de traidora la electricidad, unas veces te lanza y otras te sujeta hasta matarte.

              A los 16 años operado de una hernia, por exceso de trabajo. A los 17 años, sufrí una explosión de dinamita, desengolando un pozo en la mina de la escribana, de 4ª planta, pozo San Mamés. A los 18 años, operado del apéndice, que casi me mata, por estar 9 días aguantando, sin ir al médico. A los 19 años enterrado hora y media debajo de un peñón y, varios días en coma, sin saber si despertaría o no. A los 20 años, en otra explosión de dinamita, perdí las dos manos. Después de todo esto, empezaron las bajas en la familia. Al poco tiempo de perder las manos, murió mi hermano Constante, con una descarga eléctrica en la mina del Pozo Cerezal, a los 27 años, casado y con dos hijos pequeños, luego murieron mis padres, y más tarde 7 hermanos.

              Por si todo eso fuera poco, murió mi esposa, por negligencia médica. Así de dura ha sido mi lucha. No tuve más remedio que aguantarlo todo. No sirve quedarse en una esquina a llorar tus desdichas, hay que ser valiente y aguantar lo que venga, para no sucumbir ante tantas adversidades.

              Mi consejo es que para combatir todos esos problemas, hay que pensar que si ayer sufriste por el problema y no solucionaste nada, porque vas a sufrir hoy. Hay que seguir adelante, y no perder la calma. Las desgracias, la dura lucha, nos enseñan a ser más fuertes. De no ser así, yo no podría haber aguantado tanto como por lo que pasé.

              Llevo 67 años sin las manos, y he trabajado toda mi vida sin descanso, he formado un hogar con mi querida esposa, tenemos dos hijas y un hijo y los tres estudiaron una carrera. Ya casados, nos dieron cuatro nietinas y un nieto. Los mayores a punto de terminar sus carreras también. Somos una familia muy unida, nos ayudamos unos a otros, en todo lo que podemos y, eso es importantísimo, porque luchamos contra las adversidades todos unidos. La vida en solitario no tiene sentido, hay que ser nobles y cumplidores, porque es la mejor forma de vivir con dinamismo y rectitud, sin mentiras, ni curvas. La mentira nos descalifica y confunde a la gente que la practica, porque piensan que todos son como ellos. La inteligencia hay que emplearla para el bien y para vivir con alegría.

              El próximo día 1 de agosto, dentro de unos días, cumplo 87 años y sigo adelante, con ganas de luchar en la vida. Haciendo algún diseño de maquinaria, y trabajando algo. No como antes, porque mis brazos están demasiado castigados por el peso de las prótesis. Por muy fuerte que uno sea, los años no pasan en balde, se notan y hay que cuidar las articulaciones. El mantenimiento de las prótesis lo hago con facilidad, pero las articulaciones de mis brazos no tienen recambio, hay que cuidarlas.

              Hay que mantenerse siempre ocupado en algo, no se puede perder el tiempo, pensando en cosas del pasado, ni del futuro, sino vivir el presente. Lo pasado, pasado está, y el futuro no sabemos cómo será. La mejor forma de mantenerse en forma, es trabajar, hacer ejercicio todos los días, comer de todo y moderado, no fumar, no beber mucho alcohol, un poco a la comida, pero nada más, ni abusar de las grasas, aunque un poco también es necesario para el cuerpo.

               Otro tema que debemos observar, es la gran diferencia con el otro chico que perdió las manos el mismo día que yo, Alejandro. Nos curamos en el Sanatorio Adaro de Sama de Langreo, en la misma habitación. A la semana del accidente me llamó para que saliera de la habitación, quería hablar conmigo. Dando un paseo por aquel largo pasillo, me dijo: -“no puedo hablar contigo porque nunca estás solo”. Siempre me acompañaba un hermano o un amigo, para ayudarme.  A él lo ayudaban los enfermeros.

              Me dijo, -“oye Arsenio, ¿tú pensaste en el grave problema que tenemos?” –“Claro que sí…” -“¿A que conclusión llegaste?”.  –“No lo sé, estoy atrofiado, hace una semana que perdí las manos, no sé ni por donde voy, ni para qué…”

-“Pues yo lo tengo muy claro”.-“Serás más valiente que yo”. –“No se trata de eso, lo que tenemos que hacer tú y yo, es   suicidarnos. A donde vamos sin manos, ni siquiera podemos comer, cuanto más trabajar. Lo tenemos muy fácil, bajamos a la vía del tren que pasa aquí al lado, nos abrazamos los dos y nos tiramos al tren juntos, para no tener miedo”.

              Yo guardé un momento de silencio y entonces él me dijo, -“¿no dices nada, tienes miedo a la muerte?” –“No Alejandro, no tengo miedo a la muerte, pero yo eso no lo puedo hacer. Porque no quiero traicionar a mis padres, que ya sufren demasiado. Si hiciera esa atrocidad, pensarían, que poco les quería su hijo, y que los abandonó. Voy a luchar todo lo que pueda, para rehabilitarme, a lo mejor podemos superar el problema y podremos trabajar”.

-“¿Qué quieres, hacer milagros?” –“No, ni siquiera creo en ellos, pero mientras vivan mis padres aguantaré lo que sea, y si no consigo defenderme en aquel tiempo, me iré con ellos a la tumba, pero ahora tengo que soportar lo que sea”.

              La buena convivencia y el cariño de la familia, son muy importantes, dan fuerzas y ánimos para aguantar casi todo. Sé que es muy difícil, pero hay que luchar hasta la muerte, no podemos ser tan cobardes como para dejarlo todo, y quedarse atontados, sin hacer nada.

              Alejandro nunca hizo caso ni del médico, solo quería desaparecer, pero tenía miedo de hacerlo solo.

Fue una gran pena, se murió muy joven y se perdió una familia que pudo formar con su novia y una hija que tenían de 5 años. Muchas veces le dije: -“deja de sufrir tanto y piensa en trabajar, da nombre a tu hija y reanuda la relación con tu novia, es una buena chica y ella te ayudará, te quiere mucho, eso me dice llorando como una niña. No la abandones porque está sufriendo demasiado”. Ni caso, decía que ya no estaba en condiciones para eso.

               La diferencia es notable, la novia de él lo quería muchísimo, me dijo muchas veces que lo quería y lo ayudaría siempre. En cambio, la novia que yo tenía en aquel tiempo, me dejó sin más. Ni ella, ni su familia vinieron a verme, cortaron radicalmente conmigo. Es increíble, antes del accidente, yo era para esa familia, el novio perfecto para su hija, me querían mucho. Lo mismo mis hermanos, que yo, éramos muy apreciados por ser buenos trabajadores y gente seria. El padre de la chica como otra gente más, eso me dijo varias veces, pero al perder las manos, todo se perdió… Si hubiera llegado a verme, pensaba decirle, aunque con mucha pena, que se olvidara de mí, y que buscara otro novio, ya que nada le podía ofrecer sin manos, ya no podía comer solo y mucho menos trabajar. En ese tiempo, era imposible pensar en poder salir de aquel tremendo problema.

              Pasaron muchos años sin vernos, una mañana estando cargando los comestibles del economato, en mi coche, mientras que mi esposa iba adentro por un viaje, llegó la chica y me saludó con mucha gracia. Solo fue un saludo, porque entonces llegó mi esposa y se fue. Me hubiera gustado hablar un momento con ella, parece ser que nunca se olvidó de mí, al poco tiempo se murió por un problema en la cabeza, y nunca pude saber lo que ocurrió, era muy buena chica y me quiso mucho y yo a ella. Así son las cosas de la vida y así las hay que aguantar. Más tarde de que ella me dejara, conocí a la que iba ser mi esposa, lo que fue una grandísima suerte, porque mi esposa fue una gran compañera, nos queríamos mucho y vivimos encantados de la vida , el uno con el otro, pero también murió, como ya comenté anteriormente, por una negligencia médica, solo con sesenta y tres años. Sin duda fue para mí la mayor pérdida y sufrimiento de mi vida, porque yo la quería tanto como a mi vida. Su imagen y su recuerdo están siempre conmigo. El tiempo pasa, pero la pena permanece y permanecerá toda mi vida.

              También debemos tener en cuenta que, después de mayores, los problemas que de jóvenes resolvíamos con facilidad, de mayores, se nos hacen demasiado duros, perdemos la paciencia, nos agobian demasiado. Hay que evitarlo porque es posible conseguirlo, si se sabe actuar, para que la calidad de vida siga bien y con alegría. Todo es cuestión de planteárselo. Parece imposible pero no lo es.

               Un cordial saludo.

               Arsenio Fernández.

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