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Un mercader, quiso cerrar mi pequeña empresa, la que me ayudaba a mantener los ingresos de mi economía, porque el sueldo que yo ganaba en la empresa no daba ni para uno solo y mi familia se componía de tres hijos y nosotros dos. Después de una terrible lucha conmigo mismo pasando días y noches desesperado, pensado en un negocio que me pudiera dar dinero para mantener la casa y poder estudiar a los hijos y con miedo a que me fallara como el almacén del vino. Me salió un contrincante que quería cerrarme.

A pesar de ser su cliente, no se conformaba con que le comprara sus productos, quiso que trabajara para él. Al comenzar a vender los abonos, compraba varios productos en diversas partes y dado que había buena salida, un individuo que me servía un producto, en una de sus visitas me dijo, con más rostro que un asno, que me dejara de hacer mezclas y que me dedicara a vender sólo sus productos y con una mísera comisión que él me dejaba.

Nada le dije, me callé y seguí con mi trabajo, mientras que sus visitas eran con mucha frecuencia para ponerme siempre el mismo disco, a la vez de observar las ventas que iban en aumento, lo que le molestaba en cantidad.

Cada camión del producto que enviaba se lo pagaba por medio de un cheque que le enviaba por correo nada más recibirlo. En uno que le mandé, me envío a vuelta de correo, una carta en la que me decía:

Recibí su cheque por el valor del último camión de material que le envié.

A continuación paso a decirle que a pesar de ser usted un buen pagador, siento decirle que dado que en mis visitas no me hizo caso y que sigue vendiendo abonos de sus mezclas, sin autorización ninguna y engañando a los ganaderos y agricultores, amparado en la ignorancia de éstos, no me queda más remedio que denunciarle ante las autoridades competentes para que deje de robar de esa forma tan descarada.

Aquella carta fue para mí como si recibiera un cañonazo, un tormento. Cierto era que no tenía autorización, pero era una gran mentira que yo robara a nadie. Mis productos eran y siguen siendo aunque ya estoy retirado, de primera calidad y los agricultores y ganaderos los aceptaron perfectamente porque les daban buen resultado. Nada más lejos de mi intención que engañar a nadie, todo lo contrario, yo lo consideraba algo importante para ellos y para mí, por tratarse de unas fórmulas que yo hacía con todo el cariño, pensando en promocionarlo porque era mi única salvación para levantar mi pobre economía, con seriedad y honradez, velando por los intereses de mis clientes y a la vez por los míos, porque yo no podía ir a trabajar a la mina como picador de carbón, después de perder las manos. No era robar, sino trabajar. La pruebe de que mis formulas valen, es que siguen funcionado desde hace de 50 años.

Si no me había dado de alta todavía, fue por dos razones muy importantes para mí en aquel tiempo. La primera, saber si iba a ser aceptado en el mercado, si valdría uno. La segunda, que tenía que pasar algo de tiempo para preparar la maquinaria que me exigían para darme la autorización como fabricante de esas formulas. No "rústicas mezclas" como aquel individuo las llamo. sino como algo muy importante.

De no haber comprado nada a aquel malvado, me hubiera dado tiempo a prepararme para trabajar unos meses más y no las hubiera tenido que pasar tan apuradas ya que estaba pagando la casa y me resultaba casi imposible poder pagar la maquinaria en aquel momento.

El disgusto que recibí con aquella maldita carta no me dejó dormir ni comer en dos días.

La recibí al mediodía de la víspera de la fiesta de la onomástica del Caudillo, General Don Francisco Francoco Bahamonde, Jefe del Estado español. Esperé a que pasaran las horas para presentarme en Oviedo a las autoridades de la delegación de agricultura para solicitar el alta y saber el castigo que me podrían imponer de encontrarme con un jefe tan mala persona como el que me había denunciado. Estos y otros pensamientos eran los que no me dejaron dormir.

A las nueve de la mañana de aquel día, cuando abrían en la delegación, ya estaba allí esperando para visitar al jefe. Pedí permiso y un individuo dijo que no podía pasar, que era necesario pedir audiencia con unos cuantos días de antelación.

Señor, le dije, se trata de una urgencia y no puedo esperar más. Si no  anuncia mi presencia al jefe, le esperaré hasta que salga de su despacho. Me contestó de nuevo diciendo que no podía hacer nada.

Después de pasar media mañana esperando y sufriendo por el problema, le dije al conserje:

-Por favor, dígale al señor que tengo que verle, seguro que me recibe.

-¿Es que le conoce?

-Personalmente no, pero seguro que me espera por motivos urgentes de trabajo.

-Siendo así, se lo comunicaré.

Al momento se dirigió al despacho del aquel gran señor. Salió a mi encuentro en cuanto le anunció mi presencia. Al verme tendió su mano para saludarme a la vez que me dijo:

-Hombre Arsenio, tenía ganas de conocerte. Te he visto en la tele y en la prensa. Sé que eres un gran trabajador. Pasa para acá.

Nos sentamos, él seguía hablando de varias cosas. No sabía que yo era el de la denuncia que tenía sobre su mesa. Al explicarle el motivo de mi visita se quedo sorprendido.

Se levanto, cogió unas etiquetas que tenía, se acerco a mí con ellas y me dijo:

-¿Pero estas etiquetas son tuyas?

-Sí, señor, son las que llevan mis sacos de abonos como identificación además de una vaca pinta en el medio del saco de polietileno y con la dirección y teléfono.

Me alegro mucho que hayas venido, porque tenemos aquí un expediente contra ti por una denuncia, pero por tratarse de ti lo anularemos. Alegaremos que los vendías sin autorización por ignorar que tenías que darte de alta. Tranquilo, no pasa nada. Tienes que darte de alta ya. Te diré los requisitos que hacen falta. Aparte del papeleo tienes que comprarte una máquina para la fabricación de abonos, una cinta transportadora, una máquina de coser sacos y algunas cosas más. La máquina para los abonos y la cinta las venden en Santander. Cuando tengas todo tendrás que presentar con la documentación las facturas de compra de las maquinas y del material necesario.

 -Lo malo es que yo no dispongo de dinero para pagar esas máquinas, estoy pagando la casa y no sé cómo me voy a arreglar.

-Ahí sí que no te puedo ayudar y sin esas máquinas no podrás trabajar.

-Con la sorpresa no me había dado tiempo de reaccionar, hasta que pensé que tendría que sacar otro préstamo ya que no podría trabajar más sin ponerme en regla.

Aquel señor que tan bien se portó conmigo me dio una nota de todo lo que tenía que preparar y también la dirección de las casas donde se podían comprar las maquinas.

Dado que me urgía el preparar todo lo más rápido posible para no perder de trabajar, decidí salir desde allí para Santander. Fui a una cabina telefónica llame a mi esposa y se lo dije que marchaba en el primer tren a comprar la maquinaria.

Después de encargar las máquinas que aun había que construir la más importante, les pedí facturas de compra para poder arreglar todo y conseguir el alta como fabricante de abonos químicos. Pues a pesar de decirle al jefe que solo se trataba de hacer unas formulaciones y que yo no fabricaba los productos, dijo que tampoco el que fabricaba alpargatas hacia el esparto, pero sí las alpargatas y que lo mismo era mi caso. Tú vas a ser fabricante de abonos químicos, así me dijo.

En pocos días ya con las facturas y el resto de papeles, lo presenté y luego vino el permiso para poder trabajar. Aunque nervioso por el gasto de la maquinaria, pero más tranquilo por estar ya dentro de la ley.

Aquello sería para mí una de las cosas más importantes de la época, entre los abonos y la ganadería fui remando y pude pagar todo y estudiar a mis hijos, aunque tenía mucho trabajo, eso nunca fue problema para mí, trabajaba las horas que fueran necesarias muy a gusto a cambio de ver que ya salía de la pobre situación. Pocos sabrán lo triste que es trabajar a brazo partido y no sacar lo suficiente para la casa, eso sí que no lo olvidaré nunca. La lucha y el esfuerzo me sacaron de aquella precaria situación.

Seguimos trabajando sin parar pero nunca más pedí el material de aquel que tan mal se portó conmigo pensando cerrar mi negocio para que trabajara para él como los esclavos.

Pasaron unos cuantos días y el individuo sinvergüenza, al ver que seguía trabajando y no le pedía material vino de nuevo a husmear y a meterme miedo pero esta vez le salió el tiro por la culata.

Llegó un día a las siete de la tarde, ya era de noche, me encontraba haciendo facturas en uno de los almacenes donde tenía una mesa y los utensilios de oficina que él conocía. Sin contar con su visita  entró y con todo su rostro me dio las buenas tardes. Cuando lo vi me puse nervioso y le dije:

-¿Cómo se atreve a venir a mi propiedad? ¿No le da vergüenza volver por aquí después de lo mal que lo ha hecho? Es usted tan cruel como cobarde. Quiso quitarme el pan de mis hijos. ¿Si me cierran esto con qué me gano la vida? Su egoísmo ya rebasa los límites de un ser humano, no pensó que no tengo manos y que no puedo trabajar en la mina donde siempre trabajé. Usted se lanzó a mí como el lobo que para saciar su hambre degüella el cordero sin piedad. Su actuación es repugnante y traicionera. ¿Por qué en lugar de denunciarme no me orientó de lo que tenía que hacer para ponerme en regla? Si lo hubiera hecho así, hoy seguiría siendo su cliente. Después de ver lo mala persona que es, no le compraré más aunque se muera de  hambre porque una persona como usted no merece ni que se le mire, da hasta pena pensar que exista esa clase de personas de tan mal proceder. No se le ocurra más meterse con personas  que trabajan y cumplen porque alguno habrá que no se lo permita. Lárguese de aquí y no vuelva porque su actuación fue denigrante y malvada, no quiero ni tratar más con tal alimaña. Ya nunca podrá denunciarme porque se reirán de usted, porque trabajo con dignidad y autorizado legalmente.

Salió de allí sin chistar y nunca más se le ocurrió molestar.

Me ha sorprendido mucho el impacto y lo mucho que gustó a la gente el reportaje que salió en La Nueva España y que trataba de contar un poco de cómo fue mí vida de trabajador sin manos.

Desde entonces, y aún después de pasar varios días, sigo encontrando gente que me saluda y me felicita, unos diciendo que es una vida ejemplar, otros que soy hombre como el acero de duro. La mayoría lo valoran muy positivamente y yo lo agradezco de corazón. Por ese motivo les doy las gracias desde este pequeño artículo.

Respecto a este tema quiero destacar que, aunque el camino no fue precisamente de rosas para mí porque tuve que luchar mucho para llegar a donde estoy, el mérito no es sólo mío. Al principio, cuando estaba soltero, me sirvió de acicate el cariño de mis padres y hermanos y más tarde el de mi querida esposa, el de los hijos y nietos y también el del resto de la familia. Todos juntos fueron el motor que me dio fuerzas para combatir un montón de adversidades, para seguir adelante con dinamismo y alegría, trabajando con todas mis fuerzas hasta aquel fatídico día 5 de octubre de 2009 que mi esposa murió y me quedé más triste y solo que la noche, porque yo la quería más que a mí propia vida. Fue algo maravilloso para los dos el vivir unidos y sentirnos amados uno por el otro. De la noche a la mañana me cambió la vida totalmente y ahora es como si no amaneciera para mí. Por muy fuerte y valiente que uno sea, el perder a la compañera de mi vida ha sido terrible para mí, demasiado.

Debo decir que después de toda mi dura historia, me ha resultado mucho más duro perder a mi esposa que cuando perdí las dos manos. Porque ella me ayudó mucho a combatir mi desgracia y todo aquello dejó de ser un problema ya que yo tenía sus manos que también me ayudaban con cariño. La prueba está en que trabajé como uno más y sin traumas y lo hice con ánimos y empeño en la lucha diaria, hasta que ella me dejó. Hoy me siento sin fuerzas y sin ganas de casi nada. Paso la vida escribiendo o estudiando. Sigo con las clases de mi profesora Ana Rosa Hevia, de Candás. Todavía esta mañana de hoy martes 29 de Octubre del 2013, me dio una clase, porque es para mí el estudio y la escritura como una terapia para mi dolor. Si toda mi vida fue de mucho movimiento porque nunca pude parar, hoy peor, siempre tengo que hacer algo porque no puedo ser de otra forma. La soledad es demasiado dura. Hay que ver que hasta los animales no están solos y van en pareja.

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Cuando por las mañanas abro la ventana de mi habitación y observo el bonito paisaje que tengo delante y mientras que escucho el rugir de las aguas del bravo Cantábrico que sólo esta unos 40 metros de distancia, miro como vuelan y aterrizan en el campo los pajarillos que, al rayar el alba, buscan su primer alimento del día. Van en pareja y se cuidan el uno al otro como hacemos los humanos. Eso es muy bonito, claro que lo es, porque no se sienten solos. Seguro que cuando hicieron el mundo esto ya era así y no hay quien lo cambie, porque la soledad nadie la quiere. El amor existe en el mundo y es posible que un día yo lo vuelva encontrar, porque mujeres las hay muy buenas y también necesitan del calor de un hombre como nosotros el de ellas, porque así es la vida y así la hay que entender.

Sobre el mencionado reportaje en la prensa, hay varias anécdotas muy curiosas, pero entre éstas debo destacar una.

Conozco desde hace años a un matrimonio de Oviedo que veranea aquí, en Candás. Aquella mañana pusieron la radio pero sólo pudieron oír parte de la noticia que daba la Cadena Ser, que decía: "Un minero de la cuenca del Nalón y residente en Candás, que perdió las dos manos en una explosión de dinamita el día de Santa Bárbara…"

Los dos pensaron: ese es Arsenio, ¿que le pasaría? La mujer le dijo que bajara a la tienda de informática a ver si lo buscan en internet. Como no encontraron nada, fue a donde venden los periódicos y dijo a la señora: ¿habrá algún periódico que hable de un señor que no tiene manos?

-Sí, aquí lo tiene, yo lo estoy leyendo.

-¿Le pasó algo?

-No, hombre, sólo habla de un señor que es muy valiente, trabaja y no tiene manos.

-Claro que trabaja y mucho, es amigo mío.

-Pues aquí lo tiene, mire que guapo está.

Este hombre ya se tranquilizó, cogió el periódico y lo subió a su esposa. El sábado me los encontré en Candás y me felicitaron además de contarme el susto que se llevaron.

-Muchas gracias, yo también os aprecio mucho, lo mismo que mi esposa que también os recordará con cariño desde el cielo. Me dieron un abrazo y me dijeron: no te olvidas de tu esposa ni un momento, mucho la querías.

Aquella mañana cuando iba a dar un paseo y coger el periódico, me encontré con Don José Manuel, el cura de Candás, que conversaba con dos señoras. Los tres me felicitaron y Don José Manuel dijo: este hombre es muy bueno. Sufre mucho por su esposa, la quería mucho y no vive sin ella y agregó, es como un cura, hay que llevarlo al Vaticano a sentarse a la mesa a comer con el Papa.

Muchas gracias señor, le dije ¡Qué casualidad! no sé por qué, pero un Ingeniero, jefe mío, Don Manuel Ordóñez me dijo lo mismo. Arsenio, tu tenías que ser cura, te gusta mucho ayudar a la gente, tienes muy buen corazón. Yo le dije:

-Es nuestro deber, Don Manuel, el mundo en solitario no tiene valor. Está como vacio.

Entre otros casos que ocurren por la vida, acababa de presentarle uno que, por cierto, era duro de verdad y de una necesidad muy importante. Una señora vino a la oficina a pedirme que por favor la ayudara. Su marido estaba despedido del trabajo y no tenía nada para dar de comer a sus siete hijos y otro más que llegaría en un mes.

Me dio mucha pena de ella y de sus hijos que se encontraban hambrientos. El padre en la cama desde hacía unos cuantos días borracho y pidiendo vino. Como la esposa ya no tenía dinero para pagarlo y llevárselo a la cama, donde permanecía mientras le durara la tremenda borrachera, le tiró dos botellas vacías. Por ese motivo salió de casa y vino a pedir que lo admitieran al trabajo.

La pobre señora presentaba un cuadro de pena. Estaba muy delgada, descolorida y aturdida por los malos tratos de su marido. Con las lágrimas que bajaban por sus mejillas me dijo: por favor señor ayúdeme, ya no puedo con tanto sufrimiento.

Por favor no llore más, le prometo que su marido volverá al trabajo mañana mismo. Tranquilícese porque este problema no debe surgir más.

Pasé al despacho de Don Manuel Ordoñez, mi jefe, que era el jefe de sector y le dije el serio problema de aquella mujer.

-Don Manuel, el marido de esta señora está despedido por faltar al trabajo entre diez y quince días cada mes, por las borracheras que se coge. Se mete en cama y obliga a su esposa a llevar botellas y botellas hasta que ya no tiene dinero y luego le tira las botellas a la pobre señora. Yo creo, le dije, que debemos arreglar este problema de una vez y para siempre. Por dos razones. La primera y más importante, es que el castigo es para sus hijos y la esposa, que pasan hambre; la segunda, que ese señor picador de carbón, cuando viene al trabajo es trabajador. Si trabaja al mes quince días, por lo menos ya gana para dar de comer a su familia.

-Este señor, tiene un despido que la empresa le hizo por ser reincidente, perdiendo muchos días de trabajo. ¿Cómo lo arreglamos? dijo mi jefe.

-Muy fácil, contesté, dando orden a lampistería que cuando llegue este picador, le den lámpara para entrar al relevo que llegue. Bien sea al de las seis de la mañana o a las tres de la tarde. Yo creo que la sociedad está obligada a eliminar estos castigos que son peor para los hijos y esposa que para el borrachín.

-Usted lo dijo. Qué así sea.

Cogió el teléfono y le dijo al encargado de lampistería, Estanislao García, para los vecinos (Lao) que cuando llegara el picador  X, le dieran lámpara para que puediera trabajar. No pongo el nombre del picador porque vive. Hace poco tiempo que lo vi. No sé si vive aún su mujer, nunca más la vi desde aquel día y no es necesario molestar a nadie. Solo se trata de comentar lo que hay que sufrir muchas veces en la vida de las familias.

Don Manuel como hombre generoso que siempre fue, recibió a la señora y le dijo literalmente.

-Señora, dígale a su marido que venga a trabajar cuando quiera y al relevo que más le guste. Así mismo le dijo que no sufriera más por ese problema, pues en lo sucesivo trabajará cuando venga.

-Muchas gracias señor, le dijo la señora muy agradecida, nos libra de una muy gorda.

-No me dé las gracias a mí, déselas a Arsenio que es quien lo arregló.

Se marchó muy contenta sabiendo que aquel problema ya no se iba repetir.

Don Manuel, después de quedar solos, me dijo: Arsenio tú tenias que ser cura, te duelen mucho los problemas de la gente y te gusta ayudar, eso es muy importante. ¿Lo haces porque eres tan buena persona como para sufrir por los demás, o por lo que tú has sufrido?  ¿Es que ya eras así antes de tu accidente con ese buen corazón que tienes?

-Gracias Jefe, por lo bien que me valora, yo creo que es ley de vida velar unos por los otros. En cuanto a su pregunta, le diré que no lo sé, creo que siempre fui como soy. Aunque puede ser que los sufrimientos propios te hagan reflexionar muchas veces, porque la vida nos enseña y, sobre todo, a los que atravesamos por duros avatares que es donde se ve realmente lo que supone la buena convivencia entre las personas. Yo creo que estamos obligados a perdonar y ayudar, aunque se salgan de lo normal. Sólo con pensar que hemos salvado del hambre a unos inocentes ya es más que suficiente para sentirse uno mismo muy bien.

-Te comprendo perfectamente porque es como lo pintas, dijo el jefe.

-Gracias, usted también siente esos deseos de ayudar y lo hace con satisfacción. Ya no es el primer caso difícil que usted resuelve con cariño y afecto a las personas. No soy yo el único, Don Manuel, porque usted acaba de hacer una excelente obra, que supone el asegurar el pan a una familia. 

 

Visita de Ferino, el ferretero de Barredos. Ya hacía tiempo que me decía: Arsenio, no me  quedaré tranquilo hasta que por mis  propios ojos compruebe lo que estás haciendo en tu obra.

-Vale, cuando quieras, todo está en orden, le dije.

 Le di las gracias de nuevo por despacharme rápido y antes que a otros clientes y me fui a mi trabajo hasta la una del mediodía, cuando llegaría él a visitar la obra. Llegó puntual. Cuando salí de mi casa para volver a la obra y trabajar hasta las tres, sentí su vespa. Le abrí el portón, dejó la moto y fuimos a las naves que estaban muy cerca. Cuando vio aquella obra puso las manos en la cabeza y dijo:

-Sí es cierto que tú haces esto, los que tenemos manos no valemos nada a tu lado, Arsenio, sigo diciendo lo de antes, quiero ver como sierras un tubo, cómo lo roscas y cómo lo colocas en su sitio, aunque llegue tarde para abrir la tienda, pero esto no me lo pierdo.

-Ahora mismo lo verás y no tienes porqué llegar tarde, en un momento podrás comprobar lo que hay, le dije.

Cogí un tubo de pulgada y de seis metros de largo, lo coloqué en la mordaza, lo medí y con el paique (la sierra de mano), lo serré. Eché un poco de aceite a la terraja y di rosca. Puse el cáñamo, le di con minio por sus dos partes, le coloqué una T, lo rosqué en su sitio, cogí el pico y continué haciendo zanja.

Ferino dijo:

-¡María Purísima! Hay que verlo para creerlo. El arte que pones con esos aparatos no lo puede creer más que el que lo ve. ¡Si lo haces mejor que algunos con manos!

Se le hacía imposible.

-Tú naciste superdotado, muchacho. No tiene otra explicación. Creo que nadie puede trabajar con la rapidez con que tú lo haces en esa situación. Es imposible el arte que tú tienes. Lo único que te pido es que me perdones por no poder creer lo que tan cierto es. Después de comprobarlo ya me voy muy contento al saber lo fácil que te resulta el trabajar, también por ser tu amigo. Se acercó  medio un abrazo y me dijo de nuevo.

-No me canso de pedirte perdón, me marcho asombrado de saber el arte que pones para trabajar. Si antes a todos nos parecía imposible el que conduzcas tu coche, esto sí que es más difícil, es increíble. Se marchó y a partir de aquel día cada vez que iba a su tienda decía:

-Arsenio, cuando los clientes me presentan un problema y no lo puedo resolver, los mando a tu casa diciendo “ir a Villar, Arsenio tiene remedio para todo”. Les cuento cómo trabajas y no lo creen.

-Ya sé que no lo creen. Tú tampoco lo creías pero no tiene ninguna importancia, lo bueno de todo esto es que yo puedo trabajar aunque resulte imposible a la gente.

-Sí que la tiene y mucha, entre la gente hay apuestas, unos a favor y otros que dicen que no puedes hacer lo que se dice.

-Pues hay buen remedio para el que no lo crea, que vayan a verlo como fuiste tú, y de paso que me ayuden, que buena falta me hace. Ya conoces el trabajo que se necesita para montar una industria de esta envergadura. Por que miren no les cobro nada y seguro que alguno aprenderá algo de cómo se trabaja.

-Claro que sí, solo con ver tus movimientos para trabajar ya se aprende, porque das clase de cómo se hacen las cosas. Lo tuyo es de película Arsenio, no se conoce otra cosa igual, aparte de lo hábil que eres para trabajar, lo que más me llama la atención y comento aquí con mis clientes, es cómo se las arregla ese hombre que sabe de todo. Nada se le pone por delante. Otra cosa que me llama la atención dijo.

-¿Dónde aprendiste esos múltiples oficios si tu siempre fuiste minero?

-Se aprende, Ferino, a medida de que uno trabaja, todo es proponérselo.

-Algo así será porque tú eres muy joven y trabajando siempre en la mina no pudiste tener tiempo de aprender, hasta para eso naciste con habilidad amigo, como te dije el día que vi tu obra. No hay más explicación que una: que tú naciste superdotado y sigo manteniendo lo que te dije, a ti y a muchos, que los que tenemos manos no pintamos nada a tu lado.

-Hay gente muy buena en todos los trabajos, pero lo que hace falta es querer.  

Ferino fue una gran persona. Durante toda su vida fue un gran trabajador y muy sincero, decía las cosas como son, por eso yo no le tomaba en consideración cuando dudaba de mis afirmaciones respecto a mi trabajo. Aunque conocía mi forma de ser y cómo trabajaba por mis antiguos compañeros, aquello no lo podía asimilar hasta que no lo vio.

Me apreciaba mucho, como yo a él. Tenía mucha pasión por la gente que trabaja, también apreciaba mucho a sus clientes y era uno de los más baratos de la zona. Muchas veces me decía:

-Tu nombre aquí esta permanente, nadie se olvida de ti, si no saca tu nombre uno, se acuerda otro, ya eres más conocido que el pupas. Hasta entra gente que no te conoce, pero al oír hablar de tus trabajos, preguntan cómo puede ser que sin manos puedas trabajar. Te has hecho popular. Algunos dicen que si no fuera porque no se atreven les gustaría ir a verte trabajar.

 -No hay ningún problema, que vayan. Ya estoy acostumbrado a recibir visitas de esa clase y hasta de partes lejanas vino gente a ver el de las manos trabajar. Así mismo me lo dicen porque es la verdad.

Un domingo por la mañana,  estábamos con nuestro padre, mi hermano Mino, de dieciocho años, y yo que tenía nueve, en un prado de nuestra propiedad, en el monte cercano a nuestro pueblo y situado a un lado en la misma cresta de esta pequeña cordillera, que nace en la Muezca de La Bobia, con una gran vista sobre varios pueblos y valles del concejo.  

Pero ése no era nuestro tema. Nosotros no estábamos allí para controlar, ni a los pueblos, ni a los valles, ni montañas, ni observar a nadie. Estábamos trabajando, cavando el solar para construir una cuadra para el ganado. Aquella mañana fue la primera vez que probé el turrón. Mino había comprado una pequeña tableta del “duro”, y en un momento que paramos a descansar, nos presentó aquel manjar. Los tres lo degustamos a partes iguales con gran satisfacción, pues el apetito era bastante considerable ya que el desayuno había sido sólo de un poco de leche, por no haber otra cosa.

Reanudamos el trabajo con la afición de siempre y al poco tiempo, por sorpresa, llegó a nuestro lado un grupo de la llamada “brigadilla”. Venían muy furiosos y seguramente con miedo, porque iban buscando y persiguiendo a los que permanecían escondidos en los montes y no era muy difícil encontrase por sorpresa con ellos, formándose como ocurrió algunas veces un tiroteo, donde nunca se sabe quiénes son los que caen. Uno de ellos, más rabioso que un puma, se dirigió a nuestro padre y le dijo con despotismo:

– Hace unos minutos estaba usted fumando en el alto de aquella loma, ¿qué hacía allí, observando todo el valle? Ese lugar es especial para un observatorio, dijo el individuado.

– No, señor, yo no estuve en ese lugar, desde que llegamos, ninguno de nosotros nos movimos de aquí, le dijo mi padre asustado, pensando en lo que le podía hacer.

– No diga mentiras, es usted un rojo como los demás, le voy a partir la cabeza.

Vi que le iba dar con la culata de su metralleta, me lancé a él y tan rabioso como él, le dije:

– Es usted un mentiroso y un criminal, mi padre no se movió de aquí, allí hay un vecino que está cerrando su finca, una “borna” donde se sembraba el trigo y el centenoTodavía sigue allí, le dije, es Antonio Casares Barbón, “el Rulero”. Ese que canta Canción Asturiana y tampoco está observando a nadie. Mientras fuma descansa de vez en cuando, como lo hacemos todos después de una gran tarea de pico y pala. Ése es el que usted vio y no a mi padre. Además, no tiene derecho a maltratar ni a pegar a un inocente, nadie puede acusar a mi padre más que de ser un gran trabajador y que no se mete con nadie.

Aquel que parecía tan enfurecido, me escuchó con atención y no le dio tiempo a pronunciar palabra cuando un buen hombre de su cuadrilla, le dijo:

– Deja a ese señor, porque el niño no dice mentiras.

Aquel señor, que también ayudó a salvar a mi padre de una tremenda paliza, se acercó a mí y con una sonrisa y como agradecido de lo que acababa de oír, puso su mano en mi cabeza y dijo:

– Valiente, salvaste a tu padre de una buena.

Lo dejó libre y sin decir palabra el que tan rabioso quiso pegarle. Cuando se marchaba, le di las gracias al señor que le ordenó que no le pegara. Cogí el pico que mi padre tenía en sus manos y lo tiré por el prado abajo, lo mismo hice con el resto de las herramientas, diciéndole:

– Padre, esta cuadra nunca se debía de hacer, nos da muy mala suerte.

Este hombre, que debía ser el jefe, al verme enfadado, preguntó.

– ¿Por qué no quieres que se haga esa cuadra, hombre? 

– Porque vivimos asustados y hambrientos, no ganamos para disgustos, el domingo pasado el cura echó una multa de cincuenta duros a todos los vecinos del pueblo por trabajar los domingos y mi padre, como no tenía este dinero para poder pagarlo, tuvo que pedirlos prestados. ¿Cómo va a devolver esa cantidad si lo que gana no es bastante para poder mantener a toda la familia? Y por si fuera poco viene éste que a punto estuvo de darle una paliza y dejarlo destrozado, como ocurrió con otras personas.

Aquel señor se rió, dio la vuelta y sin decir ni palabra, se fueron. Cuando se alejaron y aún estábamos aturdidos por el terrible susto que nos dieron, dijo mi padre:

– Arsenio, hijo, tú lo has dicho, esta cuadra en tu nombre nunca se hará, porque parece que tenemos la desgracia con ella.

El disgusto por la multa y por otras cosas permanecía en toda la familia, era demasiado por lo que estábamos pasando, detenciones de gente, tiroteos por los pueblos, cacheos en las casas. Hasta había destacamentos de moros por los pueblos que robaban los cierres de las fincas y luego los quemaban para atizar el fuego y calentarse por el duro invierno que atravesábamos. Les teníamos mucho miedo.

Cogimos las herramientas y nos fuimos monte bajo para casa. Ellos fueron a comprobar si era cierto lo que les dije acerca del vecino. Llegaron a donde estaba Antonio, hablaron con él pero no le maltrataron. La cuadra nunca se hizo, allí permanece el solar cavado para su eternidad, porque ya está hecho monte y en abertal total, cuando había sido uno de nuestros prados. 

Bien claro se ve que hay hombres buenos y malos, pero lo más claro es que, de no haberme metido en el medio, le hubieran golpeado sin razón, pudiendo haber dejado destrozado a mi padre para siempre, como ocurrió con otros. La bondad del otro buen señor hubiera llegado tarde. Desde luego que da pavor recordar estas historias, casi no lo creemos los que lo vivimos ¿cómo lo van a creer los jóvenes? Por eso, cuando describo lo mal que se portaron algunos individuos, si pongo el nombre éste es imaginario porque no merece la pena discrepar por asuntos del pasado, sólo conviene recordarlo para que no vuelva ocurrir

 

Recuerdo a una bonita niña que repartía con migo su bocadillo, cuando iba al molino en La Chalana, en Pola de Laviana

El maíz de nuestra cosecha, lo llevábamos a moler a un molino que todavía existe en la Chalana, Laviana. Yo iba con el burro, que era muy viejo y tenía las orejas “gachas”, por una enfermedad que tuvo. Llamaba la atención de la gente porque los burros tienen las orejas siempre para arriba y él nuestro las tenía “palmeras” y lo hacían más feo que los otros, además de lo viejo que ya era el pollino. Había que esperar vez para moler, y como esta espera era de varias horas la gente se llevaba un bocadillo, el que podía claro, y que lo comían a las once, yo, como no lo tenía me iba con el burro que lo tenía debajo del puente viejo de la  Chalana, para no quedarme mirando a los que comían, y para que mi hambre no se agudizara más aun.

Había una señora comerciante de la Felguera que llevaba cantidad de trigo y maíz a moler, algunas veces la acompañaba una hija de mi edad muy bonita y muy buena, nadie se portó conmigo como ella, que por cierto me gustaría mucho volver a saber de ella, saludarla y saber si le fue la vida como se merece. Esta niña, como el resto, se daba cuenta de que yo me iba a la calle a pesar del frío porque no tenía que comer. Y cuando me encontraba solo con mi burro, llego ella con su bocadillo, y me dijo con mucho cariño:

-Arsenio, ya me di cuenta de que no tienes bocadillo, vengo contigo para hacerte compañía y repartir el mío.

-Como vas a repartir lo que tú tienes que comer, ni hablar le dije.

-Da para los dos y lo partió.

Yo no quería nada porque me daba mucha vergüenza, aparte de que le iba a comer de lo que ella necesita. Pero ella con no en cada mano insistía, no cesó hasta que me convenció. Lo comíamos juntos mientras que charlamos y entre otras cosas me preguntaba por mi vida de aldeano trabajando en el campo y con su gran inteligencia analizaba la diferencia tan notable de su vida a la mía. Me explicaba que ella vivía mucho mejor que los de la aldea, no tenía que trabajar, solo estudiaba y que no le faltaba de nada. Tenían un comercio, su economía era muy buena y que le daba mucha pena que yo pasara hambre, además de tener que trabajar tanto y siendo tan joven.

Esta chica estaba muy preparada, a pesar de ser de mi edad, destacaba por su cultura, hasta en sus movimientos se veía la diferencia, su forma de comportarse era totalmente distinta. Estudiaba en el Colegio de las Monjas y se crío en una villa. La diferencia era notable, sabía más que yo de casi todo. En uno de los días que nos juntamos allí, me dijo que le gustaría ir a mi pueblo y pasar conmigo algún  tiempo, que no podíamos dejar de vernos, que le gustaba estar junto a mí porque me quería mucho. Me preguntó si sabía cuándo volvería al Molino para ver si podíamos coincidir. Yo no sabía cuándo sería, por eso solo nos vimos tres o cuatro veces, y nunca más supe de ella.

 En la montaña no había teléfono, ni lo conocía, tardó muchos años más en llegar a nuestro pueblo. Sería muy importante poder verla para saludarla y darle las gracias por lo atenta que fue conmigo, y recordar juntos aquellos tiempos que ya tan lejanos nos quedan. Sabe Dios qué sería de ella, si pudiera leer este pasaje, acaso podría darse cuenta y recordar al aldeano que bajaba de la montaña con su burro a moler al Molino de La Chalana en Pola de Laviana, y que por ser un burro único, siempre fue la atención de la gente que no lo conocía. Pero era un valiente animal, al que siempre quise mucho, y seguro que ella también recuerda los momentos que pasamos juntos debajo del puente viejo de La Chalana, donde yo acompañaba a mi burro para no mojarnos y apartarme de las personas que comían su bocadillo. Supongo que no dudará en ponerse en contacto conmigo. Sería una gran satisfacción, creo que para los dos. Normalmente estas cosas tan bonitas nunca se borran de la mente. No recuerdo su nombre y lo siento mucho, pero sí tengo su imagen gravada como era en aquel tiempo: una morena un poco más bajita que yo, con unos bonitos ojos, una melenita muy bien apañada, con su bonito y blanco rostro. Una sonrisa que le daba gracia a todos sus movimientos, aparte de muy bien vestida, muy elegante, además de cariñosa. Sin duda una hermosa criatura, que ya nunca más volví a ver, pues al poco tiempo comenzó mi vida de arriero y ya no pude viajar más en mucho tiempo. Hay que ver lo bonito de esta pequeña historia que recuerdo perfecta mente y que al repasarla me emociona un poco, añorando el pasado y por la nobleza y cariño de aquella niña tan bonita que nunca olvidare.