Dado que mi negocio de vino, no despegaba, solo me daba pérdidas, pensé que si yo mismo tuviera una bodega para hacer los vinos caseros, podría mejorar mi negocio. Traje dos barricas de mosto recién pisado, de Valdevimbre León, con el fin de probar cómo se hacía. Me salió un gran vino.
Al construir nuestra casa, había construido una cueva, que al principio serviría de almacén provisional para los materiales de la casa y más tarde para el vino, ya que yo era profesional del ramo de soltero. Tenía un almacén de vinos al por mayor en el bajo de la casa uno de mis hermanos en Blimea.
En cuanto la pude dejar libre la cueva en mi finca y con la casa terminada. Metí en ella dos bocoyes de mosto. Había llamado a uno de los transportistas para ir a por un camión de vino y aprovechar para cargar estos dos bocoyes. Le pregunté si podría cargar dos bocoyes mas, dijo que se podían cargar. Quedamos de acuerdo para salir de madrugada al día siguiente.
Llegamos a la bodega en Valdebimbre León, se cargó el camión de vino con catorce bocoyes. Cuando íbamos a cargar los de mosto, el camionero me dijo.
-¿Qué es que te sobra el dinero Arsenio o estás loco?
-El que parece estar loco eres tú. Con lo mal que están los tiempos y me dices esa tontería. En primer lugar yo no puedo tirar el dinero porque no lo tengo. Solo quiero mejorar mi economía para poder vivir de mi trabajo. ¿Qué puedo hacer sino luchar para poder vivir? En estos tiempos el que no trabaja no come. Yo trabajo mucho y no gano dinero, ¿y me dices esa salvajada?
¿Es que no te vale el vino que llevas?
-Esa es una pregunta que no te voy a responder. Cada uno gobierna su casa, yo gobierno la mía y creo saber a dónde voy, vale.
El bodeguero también protestó. Los dos se rieron de mí, como diciendo. ¿Este joven cito no sabe por dónde anda? Yo tenía veintitrés años. Solo les dije, ¿Ya vernos quien es el último que se ríe? Es cosa de tiempo.
Salimos con el camión de vino y cuando circulábamos a la altura de la plaza de toros de León le dije al camionero. Para, que hay problemas.
Sentí una explosión. Fue uno de los bocoyes de mosto. Habían dejado mal el corcho, sin expansión para los gases de la fermentación. Con la explosión rompió la cuba por la parte de arriba. Le dije que había que dar la vuelta hasta Valdevimbre a cambiarlo por otro. Él camionero se puso conmigo como un lobo, se enfado demasiado. Yo muy joven y él un veterano de los que lo saben todo. Pero yo nuca me dormí en los laureles.
-Quieto moreno le dije: no te pongas tan bravo, te pago los kilómetros y la comida del viaje y nada tienes que decir. ¿Por qué me faltas el respeto? Sabes muy bien que soy hombre serio y nunca falte a nadie. Te pago como un banco, siempre al contado y en mi tierra el que paga manda y el otro trabaja. Si tú no entiendes esto como dices, yo tampoco entiendo otras cosas. Cada uno sabe lo que quiere y a donde va. Dado que no tenía derecho a sacar las cosas de su sitio, le dije: con cierta energía, si en lo sucesivo no te interesa trabajar para mí, lo dices y en paz. Si te crees que te las sabes todas, estas confundido. Nunca te olvides de que sabe más el tonto en su casa el listo en la ajena.
Dimos la vuelta y se cambió por otro bocoy. Esta vez le advertí de cómo se hacía la fisura al corcho para dejar paso libre a los gases.
Seguimos viaje, se descargó el camión en su lugar y los dos bocoyes de mosto se metieron a la cueva donde más tarde se hizo un gran vino. Cuando se inauguró mi casa, el vino ya era añejo. Tenía un color y un sabor excelente, era vino de primera calidad. Para festejar la nueva casa invite a los ingenieros mis jefes, al albañil y a sus ayudantes. Se hizo una espicha de vino. En nuestra región lo normal es espicha de sidra, pero yo quise que fuera de vino por dos razones: una, por ser profesional del ramo y otra por tratarse de mi propio vino, que para mí fue una gran alegría, a demás de aprender otro oficio más el hacer vino natural y en nuestra finca.
Después de comprobar por segunda vez de que había salido buen vino, quise alquilar una bodega en uno de los pueblos de León, a un señor que tenía cinco. Dijo que me dejaba la que tenia junto a su casa y que no me cobraría nada. A cambio él tendría las llaves para ir a la bodega los domingos. Yo, que sabía cómo se guisaban en algunas partes y que ya me había llevado alguna por ser demasiado confiado, le dije que le pagaba con vino o una renta, pero las llaves para mí. Dijo que no le interesaba.
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