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Rehabilitación

Cuando llegamos a casa, mi madre y hermanas nos esperaban impacientes. De nuevo los abrazos y las lágrimas de alegría. Era demasiada la emoción, aunque intentaron ser fuertes, no pudieron evitarlo, ni yo tampoco.

Después de saludarnos, nos sentamos a la mesa para comer, todos pendientes de cómo me las arreglaría. Les parecía imposible que pudiera arreglarme solo. Fui a mi maleta, saqué mis cubiertos especiales para mí. La cuchara tenía un pequeño tubo ovalado y remachado en el mango, para enganchar mi pinza, y lo mismo para el tenedor y el cuchillo. Empecé a comer y nadie más metió mano a su comida, lo primero era ver cómo funcionaba el recién llegado. Aquellas simples y finas pinzas, que tanto miraban les parecían imposibles para que uno pudiera comer, y mucho menos para poder trabajar. La sorpresa fue monumental para todos, sufrían y se preguntaban cómo iba ser la vida de este hijo, de este hermano. En todo momento me di cuenta de que estaban destrozados, pensando en el tremendo problema que creían que no tenía solución. Por eso me tuve que hacer fuerte y demostrarles que yo, como ellos, también me asusté al principio pero yo ya estaba convencido de que me iban s servir para defenderme. Sin pérdida de tiempo y con mucho cuidado tuve que hablarles, explicarles que tuvieran confianza, que todo iba por buen camino. En este tiempo lo primero era liberarles del sufrimiento, pues ya lo habían pasado bastante mal y no podía permitir que siguieran sufriendo tanto por mí.

Les tuve que explicar con todo detalle como funcionaban, pues a pesar de estar a la mesa para comer nadie lo hacía. Me puse de pie y les dije:

—Sé que todos esperábais otra cosa, sé que estáis sufriendo y os pido que os tranquilicéis porque yo también lo estoy. En este corto tiempo, sólo cuatro meses, ya he podido superar las duras pruebas de la rehabilitación. Lo hice con ganas. Hoy me encuentro muy contento y agradecido, por eso quiero que vosotros también tengáis confianza en mí. Todos sabéis que soy duro y que ya veo las cosas con mucha claridad. Llegó la hora de buscar mi progreso y creo de verdad que lo conseguiremos. Sé como vosotros que mi vida dio un cambio total, pero también sé que todo ello no ha de ser un obstáculo para abrirme camino y forjar mi nueva vida como uno más. Sé también que los esfuerzos han de ser duros pero yo también soy lo suficientemente fuerte como para combatirlos. A todos os pido que tengáis fe en mí, no os defraudaré. Como siempre conseguiré el camino del bien y del trabajo. Ya veis que en poco tiempo me perfeccioné y que ya me puedo defender. Quiero deciros algo que considero muy importante para vuestra tranquilidad y también para la mía. En el caso de que Duro Felguera no me diera trabajo, lo tengo en Madrid. El Director y los médicos de la Clínica me piden que después de visitaros y de pasar un poco de tiempo en vuestra compañía, regrese a trabajar para dar clases en la Clínica a mis compañeros y a otros más. Así mismo os digo que me aprecian mucho, tanto que ya me propusieron ante el Ministro de trabajo para ocupar ese cargo. Eso os debe de animar mucho lo mismo que a mí, porque es muy importante ya que he tenido la suerte de ser propuesto para un trabajo que, además de ser importante, me resolvería el problema, al tener un sueldo bueno para poder vivir. Si vosotros viviérais en Madrid, yo aceptaría el trabajo muy contento, pero allí no hay minas para que podáis trabajar, y yo no puedo vivir sin vuestra compañía. Lejos de casa lo paso mal. A pesar de que todo salió muy bien, no me faltó de nada, excepto vuestro cariño, vuestra  compañía, que para mí lo es todo. De corazón os digo que lo que más sentí ya después de todo lo sucedido, fue estar lejos de vosotros. Os eché mucho de menos, si estuvierais cerca lo habría pasado mucho mejor.

 Aunque estaba en mi casa la novedad del momento era ciertamente impresionante para ellos. Aquellos artefactos que no dejaban de mirar, para todos era una terrible y triste novedad. Nunca habían visto tal cosa. Les resultaba demasiado fuerte, parecían aturdidos. Todos estaban en silencio, como si allí no hubiera nadie. Yo tuve que romper este silencio de nuevo, para decirles:

—Empezad a comer, que tiempo tenéis de ver mis aparatos. Tengo que deciros con toda sinceridad que estos no son lo suficientemente fuertes como para que un hombre pueda trabajar, eso lo sabemos todos con solo con mirarlos, pero yo os prometo que ya estoy convencido de que voy a diseñar y hacer otros con capacidad suficiente para trabajar y con otra estética más bonita. Desde el momento que los conocí, me di perfecta cuenta de que tenía que trabajar duro para descubrir otro sistema mejor. Nunca más dejé de pensar en este tema y por eso estoy seguro de conseguirlo. Así se lo prometí al Director y así ha de ser. Por la razón que sea, desde luego yo no lo sé, el mismo Director y los médicos, están convencidos de que lograré un revolucionario invento que ha de servir, no sólo para mí sino también para los demás. Después de decirles que no podía quedarme a trabajar allá, me pidieron que cada poco tiempo fuera por la clínica a presentarles los resultados de mis inventos y que no pierda el contacto con ellos, que allí tengo otra casa. El Director, un día me dijo: Arsenio, los que tenemos manos no podemos ni sabemos manejar estas prótesis. Eso sólo puede conseguirlo un hombre tan trabajador como tú, que con el arte y la inteligencia que tú tienes, lo conseguirás. Estoy seguro de que no descansarás hasta que consigas unos revolucionarios aparatos para que puedas trabajar y defenderte con toda normalidad y que han de servir para el resto de los hombres que como tú sufrieron esa terrible perdida de ambas manos. Yo le dije, así será señor, lucharé  sin descanso hasta conseguirlo, aunque sea de largo tiempo. Todos sabéis que yo no me rindo y que he de hacer algo importante. Conseguiré unos aparatos mucho mejores que me permitan el poder trabajar. Todos me conocéis bien y sabéis que soy hombre que no pierdo el tiempo y que tengo recursos para estos temas de la invención. Y que en este tiempo más que nunca, porque las circunstancias así lo exigen. He de hacer en este campo algo importante. Comenzaré a diseñar distintos funcionamientos, y serán presentados a las autoridades por mis jefes que creen en mis proyectos y esperan por ellos. Todo el equipo médico está convencido de que lo conseguiré. El Director pronto descubrió mis cualidades al respecto y, como vosotros sabéis, se me dan esas cosas de trabajo en muchos órdenes. Les prometí ir con frecuencia a la Clínica a mostrarles todo lo que consiga en mis trabajos y así será. Una de las cosas más importantes es que ya estoy mentalizado. Sé que tengo que vivir con mis aparatos. Sé que mis manos ya no vuelven a crecer y por eso me conformo y que presto estoy a trabajar y vencer, les dije. En mi nombre y en el vuestro propio, os prometo que todo lo que he dicho se cumplirá. Ahora, todos a comer y a festejar nuestra felicidad por estar juntos de nuevo.

Todos me escuchaban con atención y aunque seguían con algunas dudas de lo que pueda desarrollar con aquellos aparatos, les observé cierta alegría al comprobar mi forma de hablarles y de ver con qué seguridad les prometía que iba a vencer lo que ellos creían imposible. Siempre confiaron en mí como hombre decidido y de arte, y eso les daba cierta alegría, alguno dijo:

—Arsenio tiene razón, siempre fue serio y nunca falló. Aunque nos parezca imposible si él lo dice así será. Tendrá que ser duro, pero él lo conseguirá porque siempre fue muy seguro para todo y lo importante es que él mismo lo vea con seguridad.   

Al terminar de comer empezaron a llegar las primeras vistas. La gente tenía ganas de verme, de saber cómo eran mis nuevas manos. En todos observaba la fuerte sorpresa que se llevaban. Ciertamente mis aparatos no se parecían en nada a unas manos, yles parecía imposible que con eso se pudiera trabajar.

Creo que merece la pena reflexionar sobre la influencia que tiene en la vida de cada persona el escoger, en determinados momentos, un camino u otro.  Allí y en aquel tiempo de tanto sufrimiento, fue cuando la suerte se decidió para el resto de mi vida. Lleno de dudas y asustado pensando en el duro porvenir de mi vida y sin darme cuenta del grave problema que podía ser el quedarme rezagado dándome por vencido sin antes luchar, pude haber firmado ir al patíbulo de la destrucción de mi propia vida. Viéndome metido en la desesperación y la bebida que me llevaría a la muerte prematura, y todo voluntariamente. Ahí es donde pude equivocarme y perder el norte, ya que esa decisión de trabajar y aprender fue la solución a mi grave problema, porque aprendí a manejar las prótesis, para sustituir a mis manos, con una facilidad pasmosa, y en un tiempo récord. Así fue valorado por las autoridades médicas y otras personalidades de la política.

 
Mi buena rehabilitación, el arte y el dinamismo fueron y son el fruto de un buen resultado, y el que enderezó mi vida, que truncada se encontraba por lo mucho que padecía.  Para mí en este tiempo no hubo diversiones ni descanso. No admitía pérdidas de tiempo, trabajaba sin cesar. Al principio pensé que todo eso de la rehabilitación sería para largo tiempo, mucho más de lo que me llevó. Era demasiado fuerte y difícil de conseguir. Pasaron los días y el esfuerzo tan enorme poco o nada se veía. Durante las largas noches de aquel invierno cuando me encontraba en cama y, a pesar de que en la otra cama estaba mi compañero, no sé si durmiendo o pensando. Allí solo había silencio y meditación. Como siempre, y desde que tengo uso de razón, todas las noches paso revista a todo lo ocurrido de cada día. Al hacer valoración de aquellos días, que por cierto son los más tristes y amargos de mi vida, no veía nada que me indicara que mis esfuerzos daban fruto alguno. Todo resultaba tan torpe y duro que en algunos momentos, casi me desespero.
 
Sentía morriña y sufría mucho por todos los de casa. La familia, mi querida tierra, que en todo momento recordaba. Es imposible valorar todo esto hasta que no se pasa por ello. Hay que tener en cuenta que yo nunca había salido de la compañía de mis padres, de convivir en familia, y eso imponía y me amargaba noche y día. No soportaba estar lejos de ellos, como si fuera un niño de corta edad. No vivía sin mis padres y hermanos, aparte de saber lo mal que lo estarían pasando por mí. Eso de la morriña y las ganas de poder defenderme por mí mismo, y la confianza que el Director puso en mi, ya al ingresar, asegurando que saldría de allí echo un hombre, fue lo que me ayudo mucho a trabajar duro para aprender a defenderme y regresar a casa pronto.
 

Después de llevar una temporada en la Clínica, un día recibimos una visita de tres vecinos de Sotrondio que eran estudiantes en Madrid: José Antonio Fernández y González Carabín, abogado; Albino Noriega, ingeniero de minas y Jesús García perito. Estas vistas seria para nosotros muy importante ya que aparte de pasar con ellos algunas horas agradables, nos sacaron varias veces por Madrid, ya que en aquel tiempo no nos dejaban salir solos a la calle, pues no nos podíamos defender. Lo mismo Alejandro que yo les agradecimos mucho esa cortesía. El primer partido de fútbol que yo vi fue con ellos, en el Santiago Bernabéu, fue muy importante. Jugaba España contra Bélgica. Aun que a mi nunca me gusto el fútbol, aquel día me prestó verlo porque ganó España. Aquellas visitas fueron para nosotros tan necesarias como importantes, aparte de sacarnos de allí, nos daban ánimos, y nos ayudaban, ya que todavía nos defendíamos mal, aún estábamos en periodo de rehabilitación y lo pasamos muy bien con estos buenos muchachos que nunca más los veríamos. De estos señores que nos acompañaron por la Capital, solo está en nuestra zona Don.José Antonio Fernández y González Carabín, que siempre seguiríamos con nuestra amistad. Aparte de ser una gran persona, nunca me olvidaré de lo bien que se porto junto con sus compañeros con nosotros.  Tampoco me olvidé de uno de sus compañeros de Oviedo, que iba con ellos a vernos a la Clínica. Era muy buen chaval y más tarde visitaría a mis padres para contarles un poco de cómo era mi vida en Madrid, luchando a brazo partido para superar aquel bache tan duro de mi juventud. Don Jesús, el de Tiva, ya murió. Era una gran persona y lo sentí de verdad. De Don Alvino Noriega, que nunca más nos vimos, solo sé por sus hermanos que fue un buen Ingeniero de minas y que trabajo fuera de Asturias, que está retirado, lo que mucho me alegro, porque tampoco me olvidé de sus vistas.

En una de nuestras salidas por Madrid, comimos en casa Gorri, un bar donde siempre parábamos los Asturianos. La comida fue abundante y el vino también, tomamos vino blanco del superior. A mí particularmente nunca me gustó el blanco pero aquel día lo tomé. No estaba acostumbrado y me hizo un poco de daño. Tuve que vomitarlo pero no pasó nada. Un individuo  de  Blimea, mayor, apareció por allí, y precisamente en ese momento, nos saludó. Al poco tiempo marchamos, cogimos el metro para la Clínica. Llovía mucho y no tuvimos ganas de paseo por la Capital.

Este pollo se marchaba para su tierra en Blimea, precisamente de mi parroquia, y con toda boca fría  no se le ocurrió más que decir que se había encontrado con los dos de las manos en Madrid, y que el de la Bobia no tenía remedio, que posiblemente ya no se recuperase. Que el otro estaba muy bien, pero que yo tenía una borrachera impresionante. Aquel hombre con tanta ignorancia como poca cultura, no pensó el daño que con su maldito comentario y sin fundamento alguno por desconocer nuestra trayectoria en la Clínica, iba a producir. Esta noticia que corrió como la pólvora por todo el contorno, pues la gente no se olvidó de aquel grave accidente. Aquella mala noticia llegó a mis padres. El disgusto que se llevaron fue incalculable, si ya tenían poco, parió la abuela. En una de sus cartas me preguntaron por la cuestión, y con mucho tacto me aconsejaron que no bebiera. Yo, que sabía lo mal que lo pasaban, me di cuenta que para ellos iba ser un trauma y tampoco sabía por qué me decían aquello, que yo consideré una  barbaridad. Sufrí en cantidad. Les escribí rápidamente pidiendo explicaciones del tema, asegurándoles que todo era falso, yo estaba normal. Además estaba considerado un trabajador incansable, tanto por el mismo Director que por los médicos en general. Soy sincero, hasta a las monjas les caí bien. Soy de los hombres que si no es para decir la verdad me callo, y esa prudencia hace que la gente te aprecie.

Para evitarles el disgusto hasta les dije que si dudaban de mí, que me lo dijeran, y hablaría con el Director para que les dijese la verdad. Me contestaron a vuelta de correo diciendo que se alegraban mucho, y que les había resultado extraño que yo hubiera tomado esa decisión, y me explicaron superficialmente que aquel irresponsable había causado porque metió la pata hasta el fondo. ¡Qué poca consideración hacia los demás! ¡Qué disgusto tan grande para mis padres y para mí! Que sin ninguna razón tuvimos que soportar cuando en este tiempo todos estábamos reventados de tanto sufrir.

No me quedé conforme. Entre los estudiantes, vecinos nuestros, que nos sacaban de allí a pasear por la capital, un compañero de ellos que no recuerdo el nombre, y que era de Oviedo, un día mientras nos acompañaban, comentó que se iba a Asturias. Yo, que aun seguía preocupado por aquella mentira que llegó a mis padres. Encima por un Sr. mayor, pero con poca chapeta. Le dije que si por favor podría visitar a mis padres. Este hombre, como los demás, sabía de lo sucedido, y muy atento me dijo:

-Será un paseo para mí. Tranquilo que los visitaré y aprovechare para comer “gallu de caleya” en tu casa.

-¡Claro que sí! Mis padres te agradecerán la visita porque sé que están ansiosos esperando noticias de aquí y de conocer algo de mi vida, de saber cómo van a ser mis nuevas manos y de muchas cosas más. Son muy cariñosos y te recibirán de lo mejor. Ya verás cómo te va a gustar estar con ellos.

Aquel hombre cumplió con lo prometido. Para mí fue una gran satisfacción mostrarles la verdad. Él, como sus compañeros, sabían mi malestar por aquel disgusto que mis padres se habían llevado sin ningún motivo.  Este gran hombre, en cuanto le fue posible, emprendió camino hasta mi pueblo. En Sotrondio preguntó en un bar por el pueblo de La Bobia y le dijeron que era en la montaña, que había cinco kilómetros, pero que al tener carretera se podía ir en coche. Les dio las gracias y cuando se iba un voluntario le dijo que le acompañaba hasta casa de mis padres, que él me conocía porque trabajaba en el mismo Pozo que yo.

Llegaron y los recibieron con una gran alegría. Ellos nada sabían de su visita, llegaron por sorpresa. Se presentó y les contó cómo era realmente mi estancia en Madrid. Que yo le enviaba para que se quedaran tranquilos y que esa duda quedara aclarada. Comieron con mi familia. No conocían ni al estudiante ni a su acompañante, aunque era de Sotrondio. Tampoco mis hermanos que trabajaban en las minas de montaña del paquete de San Mamés y más tarde en el Pozo Cerezal, mientras que el acompañante del estudiante trabaja en el Pozo San Mamés.

El que acompañó al estudiante ya era popular: le llaman “el tragaldabas” por su forma de mucho comer. Tenía un tragadero sin fondo, así lo comentaba la gente. Comía sin sentido y bebía lo que le echaran. Casi no pudo regresar, se cogió una borrachera que no podía ni moverse. El estudiante era un hombre serio y una gran persona, de nada conocía al tripero y tampoco le iba dar la vuelta. Yo sí le conocía bien, trabajaba en el mismo filón que yo. En los largos recorridos por las galerías en la mina, cuando entrábamos, siempre se oía su fuerte voz, y que precisamente casi siempre habla de grandes comidas y farturas de vino. Si no era de eso, de fútbol, del trabajo nunca se acordaba, no le gustaba demasiado. Se ofreció voluntario  para acompañar al estudiante porque sabía que le esperaba un atracón de comida y de vino. Si hubiera sido a trabajar no se hubiera apuntado voluntario, así me dijeron otros compañeros a mi regreso, porque él mismo les contó lo  ocurrido. Mira que es cojonudo, dijo uno, no tuvo el estudiante más que encontrarse con el tragaldabas y el más vago del pozo.

Más tarde ya después de mi regreso a casa, me contó mi padre que aquella noticia dejó a toda la familia destrozada. Pensaron que yo había perdido el norte. Por ese motivo consideraron aquella visita como si de un mensajero del cielo se tratara. Mi padre, que era muy católico y creía de verdad en Dios, me dijo al verme de nuevo:

-Yo tenía confianza en ti y en Dios, hijo mío, sabía que nunca fallarías, porque siempre fuiste muy serio y cumplidor .

Se preguntaba cómo puede Arsenio haber cambiado tanto, no se lo podía creer, y seguía diciendo:

-Hay que tener fe, Dios aprieta pero no ahoga.  

Mi padre tenía sus dudas pero se negaba a admitirlo. Sabía que de ser cierto yo no lo iba a negar, por eso se resistía a creerlo. Además, sabía que mi compañero bebía y llegó a decir a mi madre que no se lo creía. Ella le decía:

-¿Y por qué iba mentir el de Blimea?

-No es que diga mentira, es posible que se haya equivocado. No les conoce bien y pudo confundirlos, es fácil. Arsenio no pudo cambiar tanto y no me lo creo. Algo raro tuvo que pasar.

¡Qué importante es conocer y querer a una persona! Eso es algo que no se puede valorar. Es creer y confiar fielmente en uno. Es algo que no se puede describir. Nadie como mi padre me conocía. Nadie confiaba como él. Todos tenían sus dudas. Cuando era un niño, él y mi abuelo ya habían descubierto mi forma de ser y lo mantuvieron hasta el fin, sabían que mi palabra era firme y detestaba las mentiras. 

La  chica  que conocí en el Adaro, María, tenía la misma edad que yo pero la diferencia era notable. Hiaba al hospital a practicas, con su carrera a punto de terminarla. Su preparación frente a la mía era avismal,  porque yo estaba como un borreguillo, nacido y criado en el monte y que sólo sabía las cuatro reglas. ¿Así a dónde iba a ir? Y por si esto fuera poco, con mi problema a cuestas, ni manos, ni cultura, ni dinero.

Para valorar todo esto, sólo es necesario darse cuenta de lo que pensaba el resto de la gente. En todo caso lo contrario. Decían convencidos de que mejor hubiera sido morirse en el mismo accidente que seguir viviendo. Todo el mundo lo veía imposible. Esta chica no lo vio imposible, sino fácil. Dijo que me iba recuperar, que sería un hombre en toda regla, que trabajaría y me defendería como los demás. Que formaría un hogar y tendría hijos como si no me hubiera pasado nada. Cuando hacía esas afirmaciones, todo esto y mucho más, pensé que ni con un milagro mi vida iba a ser como ella decía. Lo que me pregunto, para no encontrarme respuesta es ¿cómo pudo ella pensar de modo tan diferente a los demás y acertar en todo? Esto es lo que me llama la atención y no pude comprender.

Hay personas, mujeres u hombres, con una inteligencia asombrosa. Resulta muy difícil, por no decir imposible, creer aquellas afirmaciones del Director, diciéndome a dónde iba llegar y coincidiendo con la chica que, a pesar de ser tan joven, acertó en todo lo que dijeron. Da la impresión como si al hablarme lo estuvieran leyendo en un libro. ¡Qué acierto tan grande tuvieron los dos! Y qué alegría siento al describirlo, viendo que fue como una profecía de aquella bonita joven que tanto me apreció y que deseó lo mejor para mí. Nadie más que estas dos personas, ella y el director, sin conocerse, fueron tan optimistas, además de inteligentes como para planificar lo que iba ser la vida de un hombre que se sentía poco menos que al borde abismo, sin remedio para salir de él. Por ese motivo pienso que hay que fijarse mucho antes de despreciar a una persona. Lo primero es analizar sus posibilidades y conocer a la persona que vas a enjuiciar, positiva o negativamente. Si no sabes, si no encuentras la valoración  real, déjalo como está, pero no te adelantes en hacer juicios erróneos que puedan perjudicar al que ya bastante padece. No le prendas más el fuego, aléjate si quieres pero no te metas a gobernar a los demás. Cuando no sepas las cosas o no las puedas entender, lo mejor es que te calles, así estarás mejor, y podrás aprender que a ti también te puede pasar lo que nadie  desea.

Claro está que todos  podemos dar una opinión de las cosas y me parece normal. Eso es lo que hace la buena gente. Pero de eso a despreciar a los demás sin más, hay un abismo. Pintando las cosas justo al revés, como si te alegraras de la desgracia. ¿Qué clase de persona es el que machaca y pisotea al hombre caído? Lo que no quieras, lo dejas, pero ¡ojo con molestar! Es así de fácil. Lo que no quieras para ti no lo emplumes a los demás. Cada uno creo que ya tiene bastante con la carga que lleva. Es pesada para los que cumplimos, pero para el que se mete donde nadie le llama más. A estos se le multiplican y el mismo tiempo le hará sufrir el daño que hizo, esto está muy claro, porque de una forma o de otra todo se paga. El cielo o la misma naturaleza castiga sin palo ni piedra. Todo esto lo digo porque pasé por ello. Hubo gente que me despreció hablando mal sólo por no tener manos. Algunos porque no quisieron que acompañara a su hija y otros por dar la mojada sin sentido. Si no vas a beber el agua déjala que corra no la enturbies que otras personas la aprovecharan. La prueba de la realidad la tuvieron más tarde, comprobando mi forma de comportarme en la lucha para sobrevivir. Creo haber demostrado lo que un hombre con buena voluntad puede hacer por la vida y sin lesionar los derechos de nadie. A pesar del daño que me hicieron, sobre todo por su escasa cultura, con este artículo sólo pretendo recordarles la enorme equivocación que tuvieron y enseñarles el camino de la bondad, de la seriedad y del respeto a sus semejantes. Creo que después de todo y teniendo en cuenta que todo salió bien, al revés de como lo pintaron, algo deberían aprender del tremendo error que cometieron conmigo. Que así sea.

En aquel tiempo, viajar a Madrid era más difícil que ir hoy al pueblo más lejano del universo. La gente no viajaba más allá que las gallinas de su pueblo. Y si alguno se desplazaba a pueblos lejanos, lo hacían a caballo. Ir a

Aunque estabamos muy atrasados, la gente  de buenos sentimientos, no se dedica a croticar a los demas. Siempre hubo algun cotilla, que por su ingnorancia y maldad, hacen como el perro que se puso a ladrar a la luna, pero la luna no se mobio de su sitio.

 

La primera carta a mis padres

Tenía muchas ganas de poder comunicarme con mis padres y no había teléfono, ni otro medio más que el de las cartas que yo no podía escribir. Pedí al niño de Bustio, Agustín, que atara un bolígrafo con una goma a mi gancho y comencé a practicarme. Aunque era muy difícil porque no había pulso, ni control del gancho porque sólo se trataba de un simple cuero que lo sujetaba a mi brazo, sin mecanismo alguno, ni medios para poder dirigirlo, ni apoyarlo, por lo que, al principio, me resultó casi imposible. En lugar de letras con aquello sólo salían garabatos en todas las direcciones y sin control, pero yo no me di por vencido. Pensando que la inteligencia humana, sabiendo emplearla, tiene mucho campo. Porque está probado que los resultados llegarán tan lejos como la inteligencia de cada uno. Esa es mi teoría. A los quince días escribí la primera carta a mis padres y, aunque la caligrafía no era muy bonita que digamos, se entendía y mi esperanza era que con el tiempo la iba perfeccionar.

Lo de atarme el bolígrafo sólo lo tuve que pedir al principio porque al poco tiempo ya me di cuenta de que con una goma más gruesa, a la medida y en forma de cilindro yo mismo podría enchufar el bolígrafo. Lo difícil sería encontrar esa goma. Hasta que un día llegó el ayudante del Ortopédico, que por cierto era muy buen chaval, no así su jefe que no atendía ni a su mamá. Le conté lo que precisaba y él mismo me la preparó. En su siguiente visita a la clínica, me trajo una, la probamos y funcionó. Ya tenía otro problema resuelto y sin necesidad de tener que pedir ayuda. Nunca olvidé aquel proverbio que dice: no dejes para mañana lo que tengas que hacer hoy.

Cuando mis padres recibieron la primera carta escrita por mí no reconocieron mi letra y como las anteriores habían sido escritas por un compañero, pensaron que ésta sería también al dictado. Aunque en sus cartas no se explicaron bien al respecto yo noté que dudaban de la desconocida letra. Al ver que yo insistía en demostrar que era la mía, me dijeron que no me preocupara, que con el tiempo lo conseguiría. Aunque nunca dudaron de mi lealtad, quizá en ese tiempo pensaban que yo me hacía el valiente y decidido para que ellos no sufrieran porque para la mayoría de la gente era materialmente imposible creer que yo pudiera escribir sin mis manos. Si hasta que no lo vieron con sus propios ojos el personal de la clínica, no se lo creyeron, ¿cómo lo iban a creer los demás? Normal que dudaran.

Le di vueltas en mi cabeza para poder mostrarles la verdad hasta que un día pensé en que me sacaran una foto escribiendo, pero entonces pensé que sería peor el remedio que la enfermedad, no me valía el invento de la foto, porque iban a sufrir más. Aquel artefacto tenía muy mal aspecto. No me pareció bien que lo conocieran por el momento. Seguí pensando en cómo podía mostrarles que era yo realmente el que les escribía hasta que un día se me ocurrió decirle al Niño que me escribiera unas líneas que le iba a dictar. Al terminar mi carta le iba explicando lo que iba decir a mis padres:

Soy Agustín, asturiano y amigo de Arsenio, tengo 11 años y les escribo estas líneas para saludarles y decirles que es cierto que es Arsenio quien les escribe. Lo consiguió para poder comunicarse con ustedes. Si comparan las primeras cartas que recibieron verán que son distintas, esas las escribió un compañero que ya no está. Por favor, no duden de nosotros porque ni yo ni su hijo les decimos mentiras. Así mismo les digo que Arsenio ha sido felicitado por el director de la clínica, el doctor Francisco López de La Garma, delante de mi persona y le dijo: “eres muy valiente, nadie consiguió escribir en sólo quince días. Los hay aquí que llevan más de un año y no consiguen hacerlo. Haces mucho por tu rehabilitación llegarás muy lejos”. Yo, Agustín, doy fe de que todo esto que les explico es cierto y aprovecho la ocasión para saludarles atentamente, un cordial saludo. Y lo firmo.

Nunca me olvidé de este niño que tanto me ayudó y al que tardaría treinta años en volver a ver. En todo ese tiempo nunca supe de él, hasta que comencé a buscarlo a través de la gente que vino de aquella zona  a trabajar a las minas. Una tarde me dijeron que vivía en Cabrales y, a los pocos días,  fuimos mi esposa y yo a visitarle. No nos reconocimos, pero cuando le expliqué quién era, lo recordó todo. Le di las gracias por todo y nos presentó a su mujer y a su hijo pequeño. Pasamos un buen rato juntos recordando cosas del pasado. Pienso visitarle cuando termine el libro para regalarle uno dedicado a él y a su familia, en recuerdo de nuestra juventud. Aunque mi querida esposa ya no puede acompañarme, yo les saludaré en nombre de los dos.