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Mi Historia

Un mercader, quiso cerrar mi pequeña empresa, la que me ayudaba a mantener los ingresos de mi economía, porque el sueldo que yo ganaba en la empresa no daba ni para uno solo y mi familia se componía de tres hijos y nosotros dos. Después de una terrible lucha conmigo mismo pasando días y noches desesperado, pensado en un negocio que me pudiera dar dinero para mantener la casa y poder estudiar a los hijos y con miedo a que me fallara como el almacén del vino. Me salió un contrincante que quería cerrarme.

A pesar de ser su cliente, no se conformaba con que le comprara sus productos, quiso que trabajara para él. Al comenzar a vender los abonos, compraba varios productos en diversas partes y dado que había buena salida, un individuo que me servía un producto, en una de sus visitas me dijo, con más rostro que un asno, que me dejara de hacer mezclas y que me dedicara a vender sólo sus productos y con una mísera comisión que él me dejaba.

Nada le dije, me callé y seguí con mi trabajo, mientras que sus visitas eran con mucha frecuencia para ponerme siempre el mismo disco, a la vez de observar las ventas que iban en aumento, lo que le molestaba en cantidad.

Cada camión del producto que enviaba se lo pagaba por medio de un cheque que le enviaba por correo nada más recibirlo. En uno que le mandé, me envío a vuelta de correo, una carta en la que me decía:

Recibí su cheque por el valor del último camión de material que le envié.

A continuación paso a decirle que a pesar de ser usted un buen pagador, siento decirle que dado que en mis visitas no me hizo caso y que sigue vendiendo abonos de sus mezclas, sin autorización ninguna y engañando a los ganaderos y agricultores, amparado en la ignorancia de éstos, no me queda más remedio que denunciarle ante las autoridades competentes para que deje de robar de esa forma tan descarada.

Aquella carta fue para mí como si recibiera un cañonazo, un tormento. Cierto era que no tenía autorización, pero era una gran mentira que yo robara a nadie. Mis productos eran y siguen siendo aunque ya estoy retirado, de primera calidad y los agricultores y ganaderos los aceptaron perfectamente porque les daban buen resultado. Nada más lejos de mi intención que engañar a nadie, todo lo contrario, yo lo consideraba algo importante para ellos y para mí, por tratarse de unas fórmulas que yo hacía con todo el cariño, pensando en promocionarlo porque era mi única salvación para levantar mi pobre economía, con seriedad y honradez, velando por los intereses de mis clientes y a la vez por los míos, porque yo no podía ir a trabajar a la mina como picador de carbón, después de perder las manos. No era robar, sino trabajar. La pruebe de que mis formulas valen, es que siguen funcionado desde hace de 50 años.

Si no me había dado de alta todavía, fue por dos razones muy importantes para mí en aquel tiempo. La primera, saber si iba a ser aceptado en el mercado, si valdría uno. La segunda, que tenía que pasar algo de tiempo para preparar la maquinaria que me exigían para darme la autorización como fabricante de esas formulas. No "rústicas mezclas" como aquel individuo las llamo. sino como algo muy importante.

De no haber comprado nada a aquel malvado, me hubiera dado tiempo a prepararme para trabajar unos meses más y no las hubiera tenido que pasar tan apuradas ya que estaba pagando la casa y me resultaba casi imposible poder pagar la maquinaria en aquel momento.

El disgusto que recibí con aquella maldita carta no me dejó dormir ni comer en dos días.

La recibí al mediodía de la víspera de la fiesta de la onomástica del Caudillo, General Don Francisco Francoco Bahamonde, Jefe del Estado español. Esperé a que pasaran las horas para presentarme en Oviedo a las autoridades de la delegación de agricultura para solicitar el alta y saber el castigo que me podrían imponer de encontrarme con un jefe tan mala persona como el que me había denunciado. Estos y otros pensamientos eran los que no me dejaron dormir.

A las nueve de la mañana de aquel día, cuando abrían en la delegación, ya estaba allí esperando para visitar al jefe. Pedí permiso y un individuo dijo que no podía pasar, que era necesario pedir audiencia con unos cuantos días de antelación.

Señor, le dije, se trata de una urgencia y no puedo esperar más. Si no  anuncia mi presencia al jefe, le esperaré hasta que salga de su despacho. Me contestó de nuevo diciendo que no podía hacer nada.

Después de pasar media mañana esperando y sufriendo por el problema, le dije al conserje:

-Por favor, dígale al señor que tengo que verle, seguro que me recibe.

-¿Es que le conoce?

-Personalmente no, pero seguro que me espera por motivos urgentes de trabajo.

-Siendo así, se lo comunicaré.

Al momento se dirigió al despacho del aquel gran señor. Salió a mi encuentro en cuanto le anunció mi presencia. Al verme tendió su mano para saludarme a la vez que me dijo:

-Hombre Arsenio, tenía ganas de conocerte. Te he visto en la tele y en la prensa. Sé que eres un gran trabajador. Pasa para acá.

Nos sentamos, él seguía hablando de varias cosas. No sabía que yo era el de la denuncia que tenía sobre su mesa. Al explicarle el motivo de mi visita se quedo sorprendido.

Se levanto, cogió unas etiquetas que tenía, se acerco a mí con ellas y me dijo:

-¿Pero estas etiquetas son tuyas?

-Sí, señor, son las que llevan mis sacos de abonos como identificación además de una vaca pinta en el medio del saco de polietileno y con la dirección y teléfono.

Me alegro mucho que hayas venido, porque tenemos aquí un expediente contra ti por una denuncia, pero por tratarse de ti lo anularemos. Alegaremos que los vendías sin autorización por ignorar que tenías que darte de alta. Tranquilo, no pasa nada. Tienes que darte de alta ya. Te diré los requisitos que hacen falta. Aparte del papeleo tienes que comprarte una máquina para la fabricación de abonos, una cinta transportadora, una máquina de coser sacos y algunas cosas más. La máquina para los abonos y la cinta las venden en Santander. Cuando tengas todo tendrás que presentar con la documentación las facturas de compra de las maquinas y del material necesario.

 -Lo malo es que yo no dispongo de dinero para pagar esas máquinas, estoy pagando la casa y no sé cómo me voy a arreglar.

-Ahí sí que no te puedo ayudar y sin esas máquinas no podrás trabajar.

-Con la sorpresa no me había dado tiempo de reaccionar, hasta que pensé que tendría que sacar otro préstamo ya que no podría trabajar más sin ponerme en regla.

Aquel señor que tan bien se portó conmigo me dio una nota de todo lo que tenía que preparar y también la dirección de las casas donde se podían comprar las maquinas.

Dado que me urgía el preparar todo lo más rápido posible para no perder de trabajar, decidí salir desde allí para Santander. Fui a una cabina telefónica llame a mi esposa y se lo dije que marchaba en el primer tren a comprar la maquinaria.

Después de encargar las máquinas que aun había que construir la más importante, les pedí facturas de compra para poder arreglar todo y conseguir el alta como fabricante de abonos químicos. Pues a pesar de decirle al jefe que solo se trataba de hacer unas formulaciones y que yo no fabricaba los productos, dijo que tampoco el que fabricaba alpargatas hacia el esparto, pero sí las alpargatas y que lo mismo era mi caso. Tú vas a ser fabricante de abonos químicos, así me dijo.

En pocos días ya con las facturas y el resto de papeles, lo presenté y luego vino el permiso para poder trabajar. Aunque nervioso por el gasto de la maquinaria, pero más tranquilo por estar ya dentro de la ley.

Aquello sería para mí una de las cosas más importantes de la época, entre los abonos y la ganadería fui remando y pude pagar todo y estudiar a mis hijos, aunque tenía mucho trabajo, eso nunca fue problema para mí, trabajaba las horas que fueran necesarias muy a gusto a cambio de ver que ya salía de la pobre situación. Pocos sabrán lo triste que es trabajar a brazo partido y no sacar lo suficiente para la casa, eso sí que no lo olvidaré nunca. La lucha y el esfuerzo me sacaron de aquella precaria situación.

Seguimos trabajando sin parar pero nunca más pedí el material de aquel que tan mal se portó conmigo pensando cerrar mi negocio para que trabajara para él como los esclavos.

Pasaron unos cuantos días y el individuo sinvergüenza, al ver que seguía trabajando y no le pedía material vino de nuevo a husmear y a meterme miedo pero esta vez le salió el tiro por la culata.

Llegó un día a las siete de la tarde, ya era de noche, me encontraba haciendo facturas en uno de los almacenes donde tenía una mesa y los utensilios de oficina que él conocía. Sin contar con su visita  entró y con todo su rostro me dio las buenas tardes. Cuando lo vi me puse nervioso y le dije:

-¿Cómo se atreve a venir a mi propiedad? ¿No le da vergüenza volver por aquí después de lo mal que lo ha hecho? Es usted tan cruel como cobarde. Quiso quitarme el pan de mis hijos. ¿Si me cierran esto con qué me gano la vida? Su egoísmo ya rebasa los límites de un ser humano, no pensó que no tengo manos y que no puedo trabajar en la mina donde siempre trabajé. Usted se lanzó a mí como el lobo que para saciar su hambre degüella el cordero sin piedad. Su actuación es repugnante y traicionera. ¿Por qué en lugar de denunciarme no me orientó de lo que tenía que hacer para ponerme en regla? Si lo hubiera hecho así, hoy seguiría siendo su cliente. Después de ver lo mala persona que es, no le compraré más aunque se muera de  hambre porque una persona como usted no merece ni que se le mire, da hasta pena pensar que exista esa clase de personas de tan mal proceder. No se le ocurra más meterse con personas  que trabajan y cumplen porque alguno habrá que no se lo permita. Lárguese de aquí y no vuelva porque su actuación fue denigrante y malvada, no quiero ni tratar más con tal alimaña. Ya nunca podrá denunciarme porque se reirán de usted, porque trabajo con dignidad y autorizado legalmente.

Salió de allí sin chistar y nunca más se le ocurrió molestar.

Hace poco tiempo me contaba un viejo amigo Mino el albañil, que vino a hacerme una pequeña obra y que por haber trabajado varias veces en mi finca, había visto como yo trabajaba en  algunas de mis maquinas, me dijo: los hay que no se creen nilo que esta biendo.

.-El, sábado después de terminar en la obra en un pueblo cercano, fui al bar a tomar un vino. Me dijeron que se comentaba mucho de cómo trabajas con esas manos de acero. Dicen que hace toda clase de trabajos y hasta maquinas. ¿Cómo pude ser posible que trabaje eso que dicen si no tiene manos? Eso es imposible yo no lo puedo comprender, ni creer, pienso que la gente es muy exagerada, decía uno. ¿Puedes explicarnos algo, tú que vives cerca?

Sí que puedo explicaros como es ese hombre, un águila, un artista que no se le pone nada por delante. No solo hace de todo, es que además es inventor, escritor, se le da todo. Nosotros con  manos a su lado somos unos inútiles y tú no lo puedes creer. Vete a mirarlo no te va a cobrar nada y así te convencerás de la verdad.

Por mucho que les explico no se lo creyeron La sorpresa de este hombre fue que el mismo que le preguntaba se negaba a creerlo que le explicaba, apostando que no podía ser cierto. El albañil le preguntó:

-¿Tú tampoco crees que conduzca el coche o el camión?  

-Sí, eso es verdad porque yo le he visto, pero .el otro es mentira, ¿cómo va a poder hacer una maquina y encima dices que él las inventa? ¿Es imposible, si siempre fue minero, donde aprendió a ser inventor?

-¿Que donde aprendía a ser inventor? En ningunas parte, no le hace falta, el nació con esa inteligencia que ni tu ni yo conocemos. Hay hombres superdotados y él es uno de esos que no tiene fronteras, hace lo que ve o lo inventa y no hay quien lo mueva.  

-Imposible es panti y alguno más que estáis como un venado. No miráis la televisión, ni leéis el periódico, ni tampoco creéis a los demás. Hasta negáis lo que todo el mundo conoce, pues acaba de salir en la tele y en otros medios informativos como la Nueva España. No hace mucho tiempo le llamaron Radio Nacional, donde dio una charla ¿tampoco lo oísteis? Desde luego, a ti a mí no nos llaman porque no sabemos hacer nada, así que no te extrañe.

Tan mal me pareció dijo: el Albañil, que me dijera que era mentira lo que yo vi multitud de veces, que me enfade y no termine de tomarme el vaso de vino que pedí, lo pague y marche sin decirles ni adiós.

Me dijo lamentándose que cómo podía haber gente tan rustica y dura de mollera, incapaz de creer lo que él mismo les decía, que era cierto, porque él lo había visto en el tajo. Siempre se había interesado por mis trabajos y hasta paso largo tiempo viendo cómo trabajaba, les dijo, pero ni eso les valió.

En cierta ocasión vinieron tres individuos, ajenos a nuestro Grupo, para hacer un estudio para pagar a los picadores de nuestro Pozo, que trabajaban a destajo por puntuación. Era una nueva modalidad que llevaba a cabo un grupo de hombres que trabajaban en lo que se llamó Racionalización.

Yo estaba en mi puesto de trabajo y tenia orden de mi jefe, que literalmente me dijo: Arsenio, hay gente que es muy amiga de mandar en los demás. Tú no vas de recadero para nadie, el que quiera criados que los pague. Atiendes el servicio, pero sobre todo mi teléfono.

Los recién llegados, de los que yo no conocía más que a uno, se habían instalado en la oficina del ingeniero ayudante. Eran dos capataces y un ingeniero. Al poco tiempo de llegar, vino uno a mi mesa y me dijo: Vaya a buscar tabaco.

 Aunque lo dijo con un tono autoritario como un dictador, yo con toda educación le dije: Un momento, lo encargaré a la señora de la limpieza. No puedo dejar mi servicio, tengo que atender el teléfono del ingeniero, el Satay, la línea del exterior y a la gente que venga.

El individuo sin decir nada, recogió el dinero que había depositado encima de mi mesa y se marchó. Al momento me llamó el ingeniero, que también era forastero y delante de todos y sin poder defenderme me echó la gran bronca. Me faltó al respeto. Tan mal me trató que no le faltó más que pegarme. Cuando terminó le dije:

-Señor, yo no he faltado a nadie y usted me está faltando. Intenta humillarme y me trata como a un perro. Le aseguro que lo va a sentir.

Uno de los otros dos, que había trabajado en uno de los pozos del grupo y que presumía más que un general de división, pero que nunca dió la talla en su trabajo ni sirvió más que para eso, presumir, me dijo, tratándome de usted como si no me conociera:

-Arsenio, ¿cómo se atreve?

Sorprendido por lo que acababa de decir, le dije: Porque tengo que combatir el desprecio y la sinrazón, venga de donde venga. Al contrario de usted, que lo defiende, porque es igual que él, así de claro.

Salí del despacho con un disgusto monumental, pensado en el atropello que acababan de cometer conmigo. El principal culpable no pronunció ni palabra, escuchando aquella escena vergonzosa que protagonizaron dos capataces y un Ingeniero. En este caso los tres fueron unos sinvergüenzas: el primero por decir lo que quiso, el segundo por tratarme tan mal y el tercero por defenderlo. Si yo tuviera manos sería como para coger una estaca y sacar a los tres miserables del despacho a estacazo limpio. En aquel momento creo que hubiera barrido a los tres. Iban a saber ellos lo que era aquel joven asustado, más por el mal comportamiento de aquellos energúmenos que por el mismo trauma que padecía.

Cuando llegaron los dos ingenieros de la mina, mis Jefes, al darles la novedad de la mañana, les conté lo ocurrido. Yo estaba destrozado, no podía comprender lo mal que me habían tratado, sin ninguna razón. A aquel venenoso Ingeniero no le faltó más que coger el latigo, como hacían en la antigüedad.

Yo estaba acostumbrado a cumplir con mi deber y a mis Jefes, que me trataban con cariño y educación. Me querían y me animaban. Siempre se portaron como si fuera algo especial. Mi Jefe, D. Francisco Martín Diego, Ingeniero Jefe del Grupo San Martín muy enfadado y con energía, abrió la puerta del otro despacho y le dijo al ingeniero que me había maltratado:

-¿Cómo te atreves a faltar al respeto a Arsenio? Es hombre de nuestra confianza. Te exijo que ahora mismo que le pidas perdón. Es un crimen tratar mal a este hombre que cumple con su trabajo al pie de la letra. Es uno de los hombres más nobles que he conocido. Lucha como un héroe, trabaja y estudia además de soportar su terrible accidente, que le privó de las dos manos. Es intolerable como lo trataste.

El otro agachó las orejas, se levantó y dirigiéndose a mí, tratándome de tú, dijo:

-No lo sabía, perdóname.

No le dije ni palabra, porque de tener que decirle algo, le diría: “Vd. No siente nada porque no tiene vergüenza ni corazón de humano, sino de animal, quédese con sus disculpas”.

Los otros dos se quedaron sorprendidos por lo que acababan de oír. Mi jefe, después de echarle la gran bronca, cerró de nuevo la puerta y me dijo que me tranquilizara, que ese tío estaba como una “oveya”, como los otros dos que le acompañaban.

Este Ingeniero siempre me trató como si fuera de su familia. Muchas veces me dijo que era una lástima que no tuviera un título, que con mi inteligencia tenía que estar en una oficina técnica, con un secretario. Que haría obras muy importantes, pero que sin título no me admitirían en aquellos tiempos y que se perdía una eminencia por no tener título. Aquel gran hombre sabía observar y analizar el valor de los demás, aunque fuera de un trabajador. Así lo hace la buena gente que valora a las personas con cultura, conciencia y dignidad. Así de noble y buena persona fue Don Francisco Martin Diego, Ingeniero Jefe del Pozo San Mamés. Un madrileño educado y muy trabajador que siempre trato a los obreros con cariño y respeto. Y sin presumir como otros de sangre azul.

Dije a Caso: Quiero evitar que mi nombre sea pronunciado por causas ajenas a mí. Porque sin sentido de la responsabilidad ni saber la verdad me dieron a maza. Es vergonzoso cómo actuaron algunos. Estoy muy dolido. Algunas veces somos peor que los mismos animales. Tengo un disgusto tan grande que no soy capaz a echarlo de mi cerebro. He pasado muchas noches sin dormir. He trabajado como un esclavo para tenerlo limpio al máximo, para que encima reciba este palo.

-Mañana por la mañana entraré en el río con una pala mecanica para eliminar esos olores. A ver si ya me dejan en paz de una vez. Quiero que tengas en cuenta que mi sufrimiento fue doble, porque con un problema de esta envergadura, pudieron haberme cerrado la ganadería y hubiera sido mi ruina.

Al pasar por delante de otro contenedor, que estaba en la otra parte de la plaza, levanté la tapa y le dije:

-Este huele que asfixia. 

-Déjalo, por favor, ahora no me atormentes tú a mí, me dijo muy disgustado.

 Después de comprobarlo fuimos a ver al Alcalde. Ya era casi de noche. El señor Caso, muy disgustado por su patinazo, con honradez y dinamismo le dijo:

-Arsenio es inocente de lo que le acusamos y delante de ti, le pido perdón. Le hemos hecho sufrir mucho y el hombre tan cumplidor lo sintió. Me ha dejado asustado con sus recursos para resolver las cosas, para luchar y demostrar la verdad. Pude comprobar que lo tenía muy bien estudiado, por eso él estaba tan seguro de no ser el culpable. Siguió luchando para demostrar su inocencia aun después de saberse libre de todo cargo. Mañana va a meter una pala mecánica en el río para tapar y eliminar la cantidad de basura que hay y que atormenta con sus malos olores. Dice que, después de quitarlos, le dejen en paz. Su gran actuación bien nos dice lo mucho que sufrió.

El Alcalde me dió las gracias y me felicitó

-Me alegro mucho de que así sea. Ya te quedas libre y tranquilo.

Añadió el Alcalde: Arsenio ¿pediste permiso para entrar en el rio?

-Si, ya se que está prohibido, pero solicité permiso y me lo concedieron despues de exponer el motivo.

Nos despedimos y todo quedó bien aclarado. Nunca más me molestaron y cada vez que bajaba a la Villa y me encontraba con el señor Caso, por lejos que estuviera, venía a saludarme. Aquellas entrevistas habían sido duras para los dos y él también sufrió. Pero fue lo suficiente para que conociera mi forma de ser y de trabajar con realismo y dignidad.

Al día siguiente era miércoles, día de mercado. Era un día hermoso y soleado de primavera. La gente paseaba por los alrededores de la plaza y miraban lo que casi ninguno conocía. Por el margen izquierdo del río Nalón atravesaba una máquina paleadora que era la única de la zona y hacía muy poco que había llegado a nuestra tierra. Yo iba al lado del maquinista, de traje y corbata como siempre.

El ingeniero me había dejado una funda nueva y unas botas, para no mancharme. Al momento estaba la balaustrada llena de gente que miraba sin saber a dónde íbamos ni a qué. Cuando atravesamos el agua me bajé para dirigir la obra que evitaría las críticas que tanto me habían machacado. El palista bajó de la máquina para que le indicara el trabajo a realizar. Recorrimos el trayecto y le expliqué cómo lo haríamos. Seguidamente comenzó la máquina a trabajar. Algunos de los que miraban y que seguramente me habían denunciado, me llamaban y decían: “Arsenio, deja una entrada para bajar al río”. Aquello supondría hacer un montón de tierra al lado de la balaustrada para poder bajar los pescadores.

Yo ni les miraba. Estaba herido, harto de sufrir. Solo me faltaba eso: dejarles un paso para depositar más basura. Dejé aquello totalmente limpio en menos de dos horas. Subí de nuevo a la máquina y, sin decir ni hasta luego, atravesamos el río y nunca más hubo allí malos olores. Les di una lección. Se terminaron las denuncias y las críticas. Algunos pensaban que me haría rico con aquella ganadería. Era envidia, me decían algunos, pero sin pensar en la esclavitud y los duros problemas de un ganadero pobre y esclavo porque lo que está a la vista, no necesita candil, así decían los antiguos. Fui un esclavo, además visto y comprobado por un gran público ya que alrededor de todos estos trabajos estaba el personal del Pozo que bien conoció como trabajaba un hombre sin las dos manos, dando lecciones a alguno que nunca valió más que para criticar sin sentido.

El señor Caso era un gran hombre y muy inteligente. Se había equivocado pero fue noble y gallardo al reconocer y comprobar la verdad. Luchó por una causa que creyó justa. Quedamos como amigos y lo seríamos siempre hasta que murió. Que por cierto murió siendo joven y lo sentí mucho.

Me costó trabajo seguirle pero por educación le seguí, seguro de vencerlo, pero de otra forma. Caminamos paseo arriba y nos encontramos con uno de Blimea, que trabajaba en el Pozo Cerezal, al que yo le había dado vales de carbón y el libramiento alguna vez. El Jefe le preguntó:

-¿A qué huele aquí, señor?

El tío no se dio cuenta de que era yo y dijo:

-A los cerdos de aquella granja que está al otro lado del rio.

-Ahí lo tienes, Arsenio, dijo Caso.

-¿Que voy a tener, si éste no conoce los cerdos ni por el rabo? ¿Qué sabe él?

Aquel hombre se marcho sin decir nada. Nosotros seguimos y nos encontramos con Valencia, el Guardia Civil, y su mujer. Caso les preguntó:

-¿A qué les huele aquí?

-Lo que huele aquí no es de la granja de Arsenio. Estás confundido, dijo Valencia al Jefe de Municipales. Yo conozco todo lo que tiene allí y te aseguro que no es de su ganadería. Y agregó: este hombre siempre lo tiene impecable. Arsenio no se duerme en los laureles, sabe manejar las cosas y no quiere problemas, le dijo.

Valencia era buena persona y conocía todo aquello. Sabía de lo que me acusaban sin ninguna razón. Recuerdo que una tarde vino con otro compañero a ver la ganadería, porque les gustaba ver todo aquello y me dijo: ¿Cómo es posible que te acusen de los olores de Sotrondio si no los hay ni aquí?

-Nosotros pasamos por allí muchas horas en servicio de vigilancia de industria y nunca nos habían molestado ninguna clase de olores. ¿Por qué iban a pasar el río? Le dijo.

El otro seguía en sus trece y continuamos por el camino equivocado claro.

-Por favor, dejemos de hacer el pavo y vayamos a los puntos clave, donde está el problema le dije. Yo lo tengo controlado y lo va a ver en un momento, para que de una vez terminemos con esta odisea.

Por fin conseguí que dejara de seguir entrevistando a la gente.

Llevé a Caso a los desagües del reguero de la Güeria de Blimea que desemboca en el río Nalón. Allí el olor era insoportable.

-Aquí tiene usted uno de los malos de verdad.

-Si, es cierto que no se puede soportar.

 Siguamos un poco más adelante, solo unos 15 metros. ¿Qué te parece este otro?

-También molesta mucho.

-¿Sabe de dónde viene éste? 

-No lo sé, dijo, tan malo es que no sé ni que es.

-Yo si lo se. Es de las escombreras del antiguo Pozo Barredos que están quemando. Cuando sopla el nordeste, en mi casa huele hasta en la cama y como tú mismo puedes comprobar, es muy molesto. ¿Lo entiendes, verdad?

-Sí, es cierto.

-Ya tenemos dos comprobados, el de los desagües y éste. Vamos a por el tercero que es el peor de todos y del que vosotros soy los responsables, no yo, como tú dices. Éste de la orilla del río junto con estos otros dos son los que os dejan fuera de combate y que demuestran la verdad. 

Llegamos a la altura de la plaza cubierta y salté como un corzo por encima de la balaustrada. Él casi se asusta y me dijo:

-Te vas a hacer daño, ¿Cómo saltas así?

-No me pasa nada, me crié en el monte. Allí es donde mejor estaría y no aquí peleando con vosotros, que me tenéis atormentado y sin culpa ninguna. ¿A caso te extraña que me encuentre nervioso con lo que estoy pasando? 

Llegué y comencé a excavar donde tiraban los despojos del pescado de la plaza cubierta. Los olores que de allí salían eran insoportables. El señor Caso, con el pañuelo en la boca dijo

-Sale y deja de revolver, que te mueres.

-No me muero por esto, pero a veces casi es mejor que sufrir tanto. Así le contesté por encontrarme tan desesperado.

Después de presentarle los puntos clave, salí y le dije:

-¿Qué me dices de esto?

-Es demasiado, mata a un caballo como tú has dicho, dijo mientras mantenía el pañuelo en su boca.

-Ven, que te voy a enseñar el cuarto olor, algo que da aun más vergüenza y pavor, que vosotros teníais que controlar y me lo cargáis a mí. 

Le abrí un contenedor en plena calle delante de la plaza cubierta, en su parte Este y el hedor no se podía soportar tampoco.

-¿Qué opinas? Creo que ya está más que claro, ¿no? ¿Te convences de que no es de mi ganadería, Caso?

-Perdóname Arsenio, eres inocente, siento haberme equivocado. Ahora mismo vamos al Alcalde a decirle la vedad, dijo muy disgustado por el fallo que tuvo.

-Mucho me habéis hecho sufrir. En cuanto me jubile lo abandonaré todo y me largaré de aquí. No volveré más, ni a ver el paisaje. Me siento como un forastero. Jamás hubiera pensado que la gente pudiera ser tan cruel y tan dura conmigo sin razón. Desconfío de todo. No merezco esto, he luchado con problemas muy duros y, a pesar de haber cumplido en todo, me machacáis sin piedad.

-Arsenio, me dijo: poniendo su brazo sobre mi hombro, por favor, no hagas eso. Tú no puedes marchar de tu tierra, aquí tienen que seguir hombres valientes como tú. No hay quien te meta mano, eres invencible, has demostrado tu inocencia y ya nadie te podrá decir nada. No me cansaré de pedirte perdón. Sé que he metido la pata, pero aquí estoy para defenderte, nadie volverá a decir que tu ganadería es la culpable, no lo toleraré. Y que no me manden otra vez tampoco a estas cosas porque no las voy a aceptar. Así se lo haré saber al Alcalde delante de ti y cuando lleguemos al Ayuntamiento te pediré perdón otra vez delante de él.

Después de comprobar lo que había, fue muy noble y me dijo:

-Arsenio, ¿Cómo te las arreglaste para averiguar todo esto? Buscar un mal olor es normal, pero localizar estos tres que se mezclan yo lo considero casi imposible y tú los localizaste, aqui están para mostrarlos a quien sea. Mucho tuviste que trabajar y con mucho tiempo además de entender, porque yo no los distingo, hasta que me los enseñaste, cada uno en sitio diferente.

-No tuve más remedio que perder mucho tiempo recorriendo la zona y controlando las corrientes de aire y los lugares donde podrían estar cada uno de los olores. Lo difícil fue que unos días había un olor y otros, otro diferente. Yo no sabía por qué motivo había esos cambios de olor y eso me descontrolaba mucho. Hasta que a base de días y algunas veces por la noche, me di cuenta que la variación de las corrientes de aire eran las que me despistaban. Pero después de estudiarlo y ampliar el recorrido, los localicé y aquí los tenemos.    

Aquella tarde después de pasar un día de perros y hasta sin comer, la suerte me acompaño. Soplaba el “nordés” y eso fue vital para que se juntaran los tres olores y lo pudiera demostrar con más facilidad, porque luchar con aquel hombre era imposible, además del cambio de los aires que me podían dejar fuera de combate.

Mientras que nos dirigíamos a ver al Alcalde le dije:

-Mi trabajo no ha terminado aún.

-¿Qué piensas hacer? Ya has cumplido con tu deber, demostrando lo que hay.

-No hasta que elimine esos olores del rio. Y a la vez demostrarles que a pesar de machacarme, voy a quitarles los olores que tanto les molestan, pero que no supieron actuar. Deberían de haber reclamado al Ayuntamiento y no echarme la culpa a mi.