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Un mercader, quiso cerrar mi pequeña empresa, la que me ayudaba a mantener los ingresos de mi economía, porque el sueldo que yo ganaba en la empresa no daba ni para uno solo y mi familia se componía de tres hijos y nosotros dos. Después de una terrible lucha conmigo mismo pasando días y noches desesperado, pensado en un negocio que me pudiera dar dinero para mantener la casa y poder estudiar a los hijos y con miedo a que me fallara como el almacén del vino. Me salió un contrincante que quería cerrarme.

A pesar de ser su cliente, no se conformaba con que le comprara sus productos, quiso que trabajara para él. Al comenzar a vender los abonos, compraba varios productos en diversas partes y dado que había buena salida, un individuo que me servía un producto, en una de sus visitas me dijo, con más rostro que un asno, que me dejara de hacer mezclas y que me dedicara a vender sólo sus productos y con una mísera comisión que él me dejaba.

Nada le dije, me callé y seguí con mi trabajo, mientras que sus visitas eran con mucha frecuencia para ponerme siempre el mismo disco, a la vez de observar las ventas que iban en aumento, lo que le molestaba en cantidad.

Cada camión del producto que enviaba se lo pagaba por medio de un cheque que le enviaba por correo nada más recibirlo. En uno que le mandé, me envío a vuelta de correo, una carta en la que me decía:

Recibí su cheque por el valor del último camión de material que le envié.

A continuación paso a decirle que a pesar de ser usted un buen pagador, siento decirle que dado que en mis visitas no me hizo caso y que sigue vendiendo abonos de sus mezclas, sin autorización ninguna y engañando a los ganaderos y agricultores, amparado en la ignorancia de éstos, no me queda más remedio que denunciarle ante las autoridades competentes para que deje de robar de esa forma tan descarada.

Aquella carta fue para mí como si recibiera un cañonazo, un tormento. Cierto era que no tenía autorización, pero era una gran mentira que yo robara a nadie. Mis productos eran y siguen siendo aunque ya estoy retirado, de primera calidad y los agricultores y ganaderos los aceptaron perfectamente porque les daban buen resultado. Nada más lejos de mi intención que engañar a nadie, todo lo contrario, yo lo consideraba algo importante para ellos y para mí, por tratarse de unas fórmulas que yo hacía con todo el cariño, pensando en promocionarlo porque era mi única salvación para levantar mi pobre economía, con seriedad y honradez, velando por los intereses de mis clientes y a la vez por los míos, porque yo no podía ir a trabajar a la mina como picador de carbón, después de perder las manos. No era robar, sino trabajar. La pruebe de que mis formulas valen, es que siguen funcionado desde hace de 50 años.

Si no me había dado de alta todavía, fue por dos razones muy importantes para mí en aquel tiempo. La primera, saber si iba a ser aceptado en el mercado, si valdría uno. La segunda, que tenía que pasar algo de tiempo para preparar la maquinaria que me exigían para darme la autorización como fabricante de esas formulas. No "rústicas mezclas" como aquel individuo las llamo. sino como algo muy importante.

De no haber comprado nada a aquel malvado, me hubiera dado tiempo a prepararme para trabajar unos meses más y no las hubiera tenido que pasar tan apuradas ya que estaba pagando la casa y me resultaba casi imposible poder pagar la maquinaria en aquel momento.

El disgusto que recibí con aquella maldita carta no me dejó dormir ni comer en dos días.

La recibí al mediodía de la víspera de la fiesta de la onomástica del Caudillo, General Don Francisco Francoco Bahamonde, Jefe del Estado español. Esperé a que pasaran las horas para presentarme en Oviedo a las autoridades de la delegación de agricultura para solicitar el alta y saber el castigo que me podrían imponer de encontrarme con un jefe tan mala persona como el que me había denunciado. Estos y otros pensamientos eran los que no me dejaron dormir.

A las nueve de la mañana de aquel día, cuando abrían en la delegación, ya estaba allí esperando para visitar al jefe. Pedí permiso y un individuo dijo que no podía pasar, que era necesario pedir audiencia con unos cuantos días de antelación.

Señor, le dije, se trata de una urgencia y no puedo esperar más. Si no  anuncia mi presencia al jefe, le esperaré hasta que salga de su despacho. Me contestó de nuevo diciendo que no podía hacer nada.

Después de pasar media mañana esperando y sufriendo por el problema, le dije al conserje:

-Por favor, dígale al señor que tengo que verle, seguro que me recibe.

-¿Es que le conoce?

-Personalmente no, pero seguro que me espera por motivos urgentes de trabajo.

-Siendo así, se lo comunicaré.

Al momento se dirigió al despacho del aquel gran señor. Salió a mi encuentro en cuanto le anunció mi presencia. Al verme tendió su mano para saludarme a la vez que me dijo:

-Hombre Arsenio, tenía ganas de conocerte. Te he visto en la tele y en la prensa. Sé que eres un gran trabajador. Pasa para acá.

Nos sentamos, él seguía hablando de varias cosas. No sabía que yo era el de la denuncia que tenía sobre su mesa. Al explicarle el motivo de mi visita se quedo sorprendido.

Se levanto, cogió unas etiquetas que tenía, se acerco a mí con ellas y me dijo:

-¿Pero estas etiquetas son tuyas?

-Sí, señor, son las que llevan mis sacos de abonos como identificación además de una vaca pinta en el medio del saco de polietileno y con la dirección y teléfono.

Me alegro mucho que hayas venido, porque tenemos aquí un expediente contra ti por una denuncia, pero por tratarse de ti lo anularemos. Alegaremos que los vendías sin autorización por ignorar que tenías que darte de alta. Tranquilo, no pasa nada. Tienes que darte de alta ya. Te diré los requisitos que hacen falta. Aparte del papeleo tienes que comprarte una máquina para la fabricación de abonos, una cinta transportadora, una máquina de coser sacos y algunas cosas más. La máquina para los abonos y la cinta las venden en Santander. Cuando tengas todo tendrás que presentar con la documentación las facturas de compra de las maquinas y del material necesario.

 -Lo malo es que yo no dispongo de dinero para pagar esas máquinas, estoy pagando la casa y no sé cómo me voy a arreglar.

-Ahí sí que no te puedo ayudar y sin esas máquinas no podrás trabajar.

-Con la sorpresa no me había dado tiempo de reaccionar, hasta que pensé que tendría que sacar otro préstamo ya que no podría trabajar más sin ponerme en regla.

Aquel señor que tan bien se portó conmigo me dio una nota de todo lo que tenía que preparar y también la dirección de las casas donde se podían comprar las maquinas.

Dado que me urgía el preparar todo lo más rápido posible para no perder de trabajar, decidí salir desde allí para Santander. Fui a una cabina telefónica llame a mi esposa y se lo dije que marchaba en el primer tren a comprar la maquinaria.

Después de encargar las máquinas que aun había que construir la más importante, les pedí facturas de compra para poder arreglar todo y conseguir el alta como fabricante de abonos químicos. Pues a pesar de decirle al jefe que solo se trataba de hacer unas formulaciones y que yo no fabricaba los productos, dijo que tampoco el que fabricaba alpargatas hacia el esparto, pero sí las alpargatas y que lo mismo era mi caso. Tú vas a ser fabricante de abonos químicos, así me dijo.

En pocos días ya con las facturas y el resto de papeles, lo presenté y luego vino el permiso para poder trabajar. Aunque nervioso por el gasto de la maquinaria, pero más tranquilo por estar ya dentro de la ley.

Aquello sería para mí una de las cosas más importantes de la época, entre los abonos y la ganadería fui remando y pude pagar todo y estudiar a mis hijos, aunque tenía mucho trabajo, eso nunca fue problema para mí, trabajaba las horas que fueran necesarias muy a gusto a cambio de ver que ya salía de la pobre situación. Pocos sabrán lo triste que es trabajar a brazo partido y no sacar lo suficiente para la casa, eso sí que no lo olvidaré nunca. La lucha y el esfuerzo me sacaron de aquella precaria situación.

Seguimos trabajando sin parar pero nunca más pedí el material de aquel que tan mal se portó conmigo pensando cerrar mi negocio para que trabajara para él como los esclavos.

Pasaron unos cuantos días y el individuo sinvergüenza, al ver que seguía trabajando y no le pedía material vino de nuevo a husmear y a meterme miedo pero esta vez le salió el tiro por la culata.

Llegó un día a las siete de la tarde, ya era de noche, me encontraba haciendo facturas en uno de los almacenes donde tenía una mesa y los utensilios de oficina que él conocía. Sin contar con su visita  entró y con todo su rostro me dio las buenas tardes. Cuando lo vi me puse nervioso y le dije:

-¿Cómo se atreve a venir a mi propiedad? ¿No le da vergüenza volver por aquí después de lo mal que lo ha hecho? Es usted tan cruel como cobarde. Quiso quitarme el pan de mis hijos. ¿Si me cierran esto con qué me gano la vida? Su egoísmo ya rebasa los límites de un ser humano, no pensó que no tengo manos y que no puedo trabajar en la mina donde siempre trabajé. Usted se lanzó a mí como el lobo que para saciar su hambre degüella el cordero sin piedad. Su actuación es repugnante y traicionera. ¿Por qué en lugar de denunciarme no me orientó de lo que tenía que hacer para ponerme en regla? Si lo hubiera hecho así, hoy seguiría siendo su cliente. Después de ver lo mala persona que es, no le compraré más aunque se muera de  hambre porque una persona como usted no merece ni que se le mire, da hasta pena pensar que exista esa clase de personas de tan mal proceder. No se le ocurra más meterse con personas  que trabajan y cumplen porque alguno habrá que no se lo permita. Lárguese de aquí y no vuelva porque su actuación fue denigrante y malvada, no quiero ni tratar más con tal alimaña. Ya nunca podrá denunciarme porque se reirán de usted, porque trabajo con dignidad y autorizado legalmente.

Salió de allí sin chistar y nunca más se le ocurrió molestar.

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