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Me costó trabajo seguirle pero por educación le seguí, seguro de vencerlo, pero de otra forma. Caminamos paseo arriba y nos encontramos con uno de Blimea, que trabajaba en el Pozo Cerezal, al que yo le había dado vales de carbón y el libramiento alguna vez. El Jefe le preguntó:

-¿A qué huele aquí, señor?

El tío no se dio cuenta de que era yo y dijo:

-A los cerdos de aquella granja que está al otro lado del rio.

-Ahí lo tienes, Arsenio, dijo Caso.

-¿Que voy a tener, si éste no conoce los cerdos ni por el rabo? ¿Qué sabe él?

Aquel hombre se marcho sin decir nada. Nosotros seguimos y nos encontramos con Valencia, el Guardia Civil, y su mujer. Caso les preguntó:

-¿A qué les huele aquí?

-Lo que huele aquí no es de la granja de Arsenio. Estás confundido, dijo Valencia al Jefe de Municipales. Yo conozco todo lo que tiene allí y te aseguro que no es de su ganadería. Y agregó: este hombre siempre lo tiene impecable. Arsenio no se duerme en los laureles, sabe manejar las cosas y no quiere problemas, le dijo.

Valencia era buena persona y conocía todo aquello. Sabía de lo que me acusaban sin ninguna razón. Recuerdo que una tarde vino con otro compañero a ver la ganadería, porque les gustaba ver todo aquello y me dijo: ¿Cómo es posible que te acusen de los olores de Sotrondio si no los hay ni aquí?

-Nosotros pasamos por allí muchas horas en servicio de vigilancia de industria y nunca nos habían molestado ninguna clase de olores. ¿Por qué iban a pasar el río? Le dijo.

El otro seguía en sus trece y continuamos por el camino equivocado claro.

-Por favor, dejemos de hacer el pavo y vayamos a los puntos clave, donde está el problema le dije. Yo lo tengo controlado y lo va a ver en un momento, para que de una vez terminemos con esta odisea.

Por fin conseguí que dejara de seguir entrevistando a la gente.

Llevé a Caso a los desagües del reguero de la Güeria de Blimea que desemboca en el río Nalón. Allí el olor era insoportable.

-Aquí tiene usted uno de los malos de verdad.

-Si, es cierto que no se puede soportar.

 Siguamos un poco más adelante, solo unos 15 metros. ¿Qué te parece este otro?

-También molesta mucho.

-¿Sabe de dónde viene éste? 

-No lo sé, dijo, tan malo es que no sé ni que es.

-Yo si lo se. Es de las escombreras del antiguo Pozo Barredos que están quemando. Cuando sopla el nordeste, en mi casa huele hasta en la cama y como tú mismo puedes comprobar, es muy molesto. ¿Lo entiendes, verdad?

-Sí, es cierto.

-Ya tenemos dos comprobados, el de los desagües y éste. Vamos a por el tercero que es el peor de todos y del que vosotros soy los responsables, no yo, como tú dices. Éste de la orilla del río junto con estos otros dos son los que os dejan fuera de combate y que demuestran la verdad. 

Llegamos a la altura de la plaza cubierta y salté como un corzo por encima de la balaustrada. Él casi se asusta y me dijo:

-Te vas a hacer daño, ¿Cómo saltas así?

-No me pasa nada, me crié en el monte. Allí es donde mejor estaría y no aquí peleando con vosotros, que me tenéis atormentado y sin culpa ninguna. ¿A caso te extraña que me encuentre nervioso con lo que estoy pasando? 

Llegué y comencé a excavar donde tiraban los despojos del pescado de la plaza cubierta. Los olores que de allí salían eran insoportables. El señor Caso, con el pañuelo en la boca dijo

-Sale y deja de revolver, que te mueres.

-No me muero por esto, pero a veces casi es mejor que sufrir tanto. Así le contesté por encontrarme tan desesperado.

Después de presentarle los puntos clave, salí y le dije:

-¿Qué me dices de esto?

-Es demasiado, mata a un caballo como tú has dicho, dijo mientras mantenía el pañuelo en su boca.

-Ven, que te voy a enseñar el cuarto olor, algo que da aun más vergüenza y pavor, que vosotros teníais que controlar y me lo cargáis a mí. 

Le abrí un contenedor en plena calle delante de la plaza cubierta, en su parte Este y el hedor no se podía soportar tampoco.

-¿Qué opinas? Creo que ya está más que claro, ¿no? ¿Te convences de que no es de mi ganadería, Caso?

-Perdóname Arsenio, eres inocente, siento haberme equivocado. Ahora mismo vamos al Alcalde a decirle la vedad, dijo muy disgustado por el fallo que tuvo.

-Mucho me habéis hecho sufrir. En cuanto me jubile lo abandonaré todo y me largaré de aquí. No volveré más, ni a ver el paisaje. Me siento como un forastero. Jamás hubiera pensado que la gente pudiera ser tan cruel y tan dura conmigo sin razón. Desconfío de todo. No merezco esto, he luchado con problemas muy duros y, a pesar de haber cumplido en todo, me machacáis sin piedad.

-Arsenio, me dijo: poniendo su brazo sobre mi hombro, por favor, no hagas eso. Tú no puedes marchar de tu tierra, aquí tienen que seguir hombres valientes como tú. No hay quien te meta mano, eres invencible, has demostrado tu inocencia y ya nadie te podrá decir nada. No me cansaré de pedirte perdón. Sé que he metido la pata, pero aquí estoy para defenderte, nadie volverá a decir que tu ganadería es la culpable, no lo toleraré. Y que no me manden otra vez tampoco a estas cosas porque no las voy a aceptar. Así se lo haré saber al Alcalde delante de ti y cuando lleguemos al Ayuntamiento te pediré perdón otra vez delante de él.

Después de comprobar lo que había, fue muy noble y me dijo:

-Arsenio, ¿Cómo te las arreglaste para averiguar todo esto? Buscar un mal olor es normal, pero localizar estos tres que se mezclan yo lo considero casi imposible y tú los localizaste, aqui están para mostrarlos a quien sea. Mucho tuviste que trabajar y con mucho tiempo además de entender, porque yo no los distingo, hasta que me los enseñaste, cada uno en sitio diferente.

-No tuve más remedio que perder mucho tiempo recorriendo la zona y controlando las corrientes de aire y los lugares donde podrían estar cada uno de los olores. Lo difícil fue que unos días había un olor y otros, otro diferente. Yo no sabía por qué motivo había esos cambios de olor y eso me descontrolaba mucho. Hasta que a base de días y algunas veces por la noche, me di cuenta que la variación de las corrientes de aire eran las que me despistaban. Pero después de estudiarlo y ampliar el recorrido, los localicé y aquí los tenemos.    

Aquella tarde después de pasar un día de perros y hasta sin comer, la suerte me acompaño. Soplaba el “nordés” y eso fue vital para que se juntaran los tres olores y lo pudiera demostrar con más facilidad, porque luchar con aquel hombre era imposible, además del cambio de los aires que me podían dejar fuera de combate.

Mientras que nos dirigíamos a ver al Alcalde le dije:

-Mi trabajo no ha terminado aún.

-¿Qué piensas hacer? Ya has cumplido con tu deber, demostrando lo que hay.

-No hasta que elimine esos olores del rio. Y a la vez demostrarles que a pesar de machacarme, voy a quitarles los olores que tanto les molestan, pero que no supieron actuar. Deberían de haber reclamado al Ayuntamiento y no echarme la culpa a mi. 

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