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Dije a Caso: Quiero evitar que mi nombre sea pronunciado por causas ajenas a mí. Porque sin sentido de la responsabilidad ni saber la verdad me dieron a maza. Es vergonzoso cómo actuaron algunos. Estoy muy dolido. Algunas veces somos peor que los mismos animales. Tengo un disgusto tan grande que no soy capaz a echarlo de mi cerebro. He pasado muchas noches sin dormir. He trabajado como un esclavo para tenerlo limpio al máximo, para que encima reciba este palo.

-Mañana por la mañana entraré en el río con una pala mecanica para eliminar esos olores. A ver si ya me dejan en paz de una vez. Quiero que tengas en cuenta que mi sufrimiento fue doble, porque con un problema de esta envergadura, pudieron haberme cerrado la ganadería y hubiera sido mi ruina.

Al pasar por delante de otro contenedor, que estaba en la otra parte de la plaza, levanté la tapa y le dije:

-Este huele que asfixia. 

-Déjalo, por favor, ahora no me atormentes tú a mí, me dijo muy disgustado.

 Después de comprobarlo fuimos a ver al Alcalde. Ya era casi de noche. El señor Caso, muy disgustado por su patinazo, con honradez y dinamismo le dijo:

-Arsenio es inocente de lo que le acusamos y delante de ti, le pido perdón. Le hemos hecho sufrir mucho y el hombre tan cumplidor lo sintió. Me ha dejado asustado con sus recursos para resolver las cosas, para luchar y demostrar la verdad. Pude comprobar que lo tenía muy bien estudiado, por eso él estaba tan seguro de no ser el culpable. Siguió luchando para demostrar su inocencia aun después de saberse libre de todo cargo. Mañana va a meter una pala mecánica en el río para tapar y eliminar la cantidad de basura que hay y que atormenta con sus malos olores. Dice que, después de quitarlos, le dejen en paz. Su gran actuación bien nos dice lo mucho que sufrió.

El Alcalde me dió las gracias y me felicitó

-Me alegro mucho de que así sea. Ya te quedas libre y tranquilo.

Añadió el Alcalde: Arsenio ¿pediste permiso para entrar en el rio?

-Si, ya se que está prohibido, pero solicité permiso y me lo concedieron despues de exponer el motivo.

Nos despedimos y todo quedó bien aclarado. Nunca más me molestaron y cada vez que bajaba a la Villa y me encontraba con el señor Caso, por lejos que estuviera, venía a saludarme. Aquellas entrevistas habían sido duras para los dos y él también sufrió. Pero fue lo suficiente para que conociera mi forma de ser y de trabajar con realismo y dignidad.

Al día siguiente era miércoles, día de mercado. Era un día hermoso y soleado de primavera. La gente paseaba por los alrededores de la plaza y miraban lo que casi ninguno conocía. Por el margen izquierdo del río Nalón atravesaba una máquina paleadora que era la única de la zona y hacía muy poco que había llegado a nuestra tierra. Yo iba al lado del maquinista, de traje y corbata como siempre.

El ingeniero me había dejado una funda nueva y unas botas, para no mancharme. Al momento estaba la balaustrada llena de gente que miraba sin saber a dónde íbamos ni a qué. Cuando atravesamos el agua me bajé para dirigir la obra que evitaría las críticas que tanto me habían machacado. El palista bajó de la máquina para que le indicara el trabajo a realizar. Recorrimos el trayecto y le expliqué cómo lo haríamos. Seguidamente comenzó la máquina a trabajar. Algunos de los que miraban y que seguramente me habían denunciado, me llamaban y decían: “Arsenio, deja una entrada para bajar al río”. Aquello supondría hacer un montón de tierra al lado de la balaustrada para poder bajar los pescadores.

Yo ni les miraba. Estaba herido, harto de sufrir. Solo me faltaba eso: dejarles un paso para depositar más basura. Dejé aquello totalmente limpio en menos de dos horas. Subí de nuevo a la máquina y, sin decir ni hasta luego, atravesamos el río y nunca más hubo allí malos olores. Les di una lección. Se terminaron las denuncias y las críticas. Algunos pensaban que me haría rico con aquella ganadería. Era envidia, me decían algunos, pero sin pensar en la esclavitud y los duros problemas de un ganadero pobre y esclavo porque lo que está a la vista, no necesita candil, así decían los antiguos. Fui un esclavo, además visto y comprobado por un gran público ya que alrededor de todos estos trabajos estaba el personal del Pozo que bien conoció como trabajaba un hombre sin las dos manos, dando lecciones a alguno que nunca valió más que para criticar sin sentido.

El señor Caso era un gran hombre y muy inteligente. Se había equivocado pero fue noble y gallardo al reconocer y comprobar la verdad. Luchó por una causa que creyó justa. Quedamos como amigos y lo seríamos siempre hasta que murió. Que por cierto murió siendo joven y lo sentí mucho.

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