Cuando tenía poco más de tres años, una cerdita casi me devora.
Una mañana, estando mi madre y mi hermano Mino sembrado cebollas y otras verduras en la finca la Payega, me dejaron a la entrada de la finca, en un poco de pradera cuidando una cerdita que estaban criando a la mano. Ellos estaban a una distancia de unos 300 metros, en la parte más alta de la finca. La misión mía era vigilar que la cerdita no estropeara los sembrados que había al lado de la pradera.
Cuando la cerdita se metió en los sembrados e iba a estropearlos, quise impedírselo y le di con una varita que llevaba. La cerda se lanzó hacia mí y me tiró en el suelo, dándome varios mordiscos en las manos, ropa y piernas.
Al oír mis gritos, los dos salieron corriendo en mi defensa. Mino llegó el primero y al verme lleno de sangre, se puso nervioso y le asestó dos golpes con la fesoria que si no llega mi madre en ese momento la hubiera matado a golpes al ver lo fiera que era aquella cerdita que siempre se había comportado muy serena y noble.
Limpiaron la sangre con un pañuelo y me llevaron a casa para curarme las heridas que no fueron graves, aunque sí un poco escandalosas porque sangraban mucho, pero en pocos días curaron sin más problemas. Al animal no le dio tiempo de herirme de gravedad debido a la rapidez que tuvieron para quitarme de sus garras, pero se había lanzado hacia mí como una leona.
Esta cerdita había sido el juguete de la casa, hasta que me quiso comer. A partir de ese día ya nadie confió en ella y, por miedo a que siguiera atacando a la gente, se la cerró en su cuadra y nunca saldría hasta que se hizo el “sanmartín”, y se convirtió en los chorizos de casa y las morcillas.
Lo que son los animales… ésta era muy mimosa y juguetona además de muy guapa, era pinta, e iba de tras de mi madre a todas partes. Nadie podía suponer que iba ser tan mala como para atacar a la gente. Lo que ocurre es que pocos cerdos hay que no muerdan al amo. Desde luego, si estuviera solo, podría haber muerto a mi corta edad, pues el ataque de aquel animal fue terrible, y porque los cerdos en cuanto prueban la carne no la dejan hasta hartarse y esta cerda ya era muy grande, lo suficiente como para tragarse la mitad de mi cuerpo, de no estar cerca mi familia.
Recuerdo que unos cuanto años más tarde, una señora que se dejó a su hijo en la cuna dentro de su casa, se fue a trabajar a su huerta y no se dio cuenta de que tenía a su cerda suelta pastando por el camino cerca de su casa y, como en esos pueblos y en aquel tiempo se podían dejar las puertas abiertas incluso por la noche, cuando regresó, se encontró que aquella carnívora había devorado a su hijo, ya le había comido la mitad de su cuerpo. Un niño de pocos meses.
Los cerdos son muy voraces y fieros. He visto en nuestra ganadería, en distintas fechas, a tres cerdas, cómo se comían a sus propios hijos, a medida que iban pariendo. Esto ocurre algunas veces y no se sabe muy bien si se debe a los dolores del parto o por qué razón. Menos mal que podíamos retirarles los cerditos, ya que éstas, las teníamos bien cerradas en unas parideras especiales para el caso. Si las tuviéramos sueltas, hasta los amos tendríamos que correr de estas fieras.
Siempre teníamos un frasco de “STRESNIL” un producto calmante para ponerles una o dos inyecciones y dejarlas medio dormidas unas cuantas horas, según los casos. Lo normal era de ocho horas, otras hasta dieciséis. Se le retiraban los cerditos a medida que iban pariendo, para ponérselos de nuevo cuando les pasara los efectos del parto, cuando ya dejaban mamar a sus cerditos y cuidándolos como si no hubiera pasado nada.
El producto, para inyectar como calmante, siempre lo teníamos a mano para estos casos y para las operaciones que algunas veces había que hacer a las hembras, sobre todo a las más viejas, por diversos problemas que tenían, sobre todo, enquistamientos en las orejas o patas. Había que operar para salvarlas porque si no en poco tiempo se morían.
Este fue otro de los oficios que aprendí: cirujano de animales. En muchos años de granjero y de las muchas operaciones que hice, sólo tuve una baja, una buena cerda que murió por exceso de pérdida de sangre. Duró demasiado aquella operación y tuve que darle otra inyección y no lo soportó. Esto ocurrió un día de Año Nuevo, mi esposa era mi ayudante. Los dos lo sentimos mucho porque era uno de nuestros animalitos que mucho apreciábamos.
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