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Discapacidad

 

Alejandro no fue capaz de soportar tanto sufrimiento. Desde el primer día del accidente y hasta el último de su vida, vivió bajo aquella insoportable presión. La tortura de nuestros pensamientos en aquellas circunstancias extremas era insoportable. Una mañana cuando llevábamos una semana sin manos Alejandro me dijo:

–Arsenio, ¿puedes salir al pasillo un momento? Quiero hablar contigo a solas.

Le acompañé y, mientras dábamos un paseo por el largo pasillo de la Sala del Perpetuo Socorro, Alejandro puso su brazo sobre mi hombro y dijo:

–Es que en la habitación no puedo hablarte, nunca te dejan solo.

–Cierto, me cuidan noche y día.

Mis padres no permitieron que quedara solo, tenían miedo a que lo pasara mal o a que me pasara “algo”.

–Oye, Arsenio, ¿tú te has parado a pensar un poco en el grave problema que tenemos y cómo va ser nuestra vida sin las dos manos? 

–¿Tú te crees que me duermo en los laureles? ¡Cómo para no pensar están las cosas! Nuestro problema es demasiado serio.

–Yo pienso en un buen remedio para los dos y creo que es el mejor –me dijo muy convencido.

–¿Qué clase de remedio es?

–Muy fácil, tú y yo tenemos que suicidarnos, ¿qué hacemos aquí? Nunca valdremos para nada. Seremos una carga para la familia. Lo mejor es que en un descuido de tu familia, bajemos a la vía del tren, nos abracemos, cerremos los ojos y nos tiremos al tren. No sentiremos mucho y dejaremos de sufrir. ¿Qué vamos a hacer aquí si no podemos ni comer, cuanto más ganarlo? ¿No te parece demasiado? Por la parte de atrás del hospital pasa la vía del ferrocarril, que arrastra el carbón del Pozo María Luisa.

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 Sí que era fácil esquivar a mi guardián, y valoré los argumentos de mi compañero para decidirnos a desaparecer. Tardé un momento en darle contestación a su propuesta. Los dos seguíamos con la mirada hacia el suelo. En un lapso de tiempo tan corto, pasaron por mi mente varios pensamientos. El ordenador que llevamos en nuestro cerebro es más rápido que el viento. Me di cuenta de que tenía cierta razón. Para mí la vida en aquel momento tampoco tenía mucha importancia. Creo que los dos temíamos más a la vida que a la muerte. Ese no era el problema, lo que más me atormentaba, ¡y qué rápidamente se me vino a la memoria!, era el sufrimiento y la desolación que había en mi casa. ¡Pobres de mis padres si tomaba esa decisión! 

Alejandro me dijo.

–No dices nada, ¿tienes miedo a la muerte?

–No, no tengo miedo a la muerte es posible que fuera lo mejor, pero yo no me voy a suicidar.

Después de valorar lo que acababa de oír, le dije:

–Alejandro, puede que tengas razón, nuestros horizontes son demasiado oscuros, y como tú, dudo mucho del futuro, pero a pesar de todo yo no puedo disponer de mi vida. No me pertenece por entero, tengo que compartirla con los míos. Tengo una deuda muy grande que pagar. Allá, en aquel pueblín donde nací, están mis padres envueltos en lágrimas. No descansan ni de noche ni de día por mi culpa. Por eso no puedo abandonarles. Yo, con mi accidente, llevé a la casa la desgracia y el dolor que ahora padecen, por eso tengo que intentar llevarles la sonrisa y la alegría que perdieron. Si nos suicidamos, pensarán que me olvidé de ellos y no es así. Yo les quiero y no puedo abandonarles, no debo permitir agravar más su dolor. Aguantaré hasta donde pueda, por mucho que tenga que sufrir, tendré que soportarlo haciéndoles compañía, al menos hasta que mis padres mueran. En ese momento mis hermanos ya tendrán sus propios hogares y estarán divididos por distintos pueblos de nuestra región y soportarán mejor mi desaparición. Ahora es imposible. Ni te acuerdes del tema, no puedo ser tan cobarde como para dejarles. Tengo que permanecer con ellos para darles el cariño que se merecen, porque son mis padres, son mis hermanos, siempre vivimos con cariño y muy unidos, no puedo ni debo abandonarles. De momento hay que seguir adelante, compañero, sufrir es vencer. Anímate tú y esperemos a ver lo que la vida nos presenta. De alguna forma hay que empezar a luchar, amigo. Si las manos que nos van a poner nos sirven para trabajar y la Duro Felguera nos coloca en las oficinas de nuestro grupo, quizá podamos evolucionar nuevamente. Esperemos a conocer los resultados de nuestra rehabilitación, a lo mejor tenemos suerte y, aunque nuestra vida vaya a ser dura, podemos continuar. De nuevo te repito que no cuentes conmigo, yo no pienso hacer esa trastada y tú tampoco lo harás, aguanta como yo, no seas cobarde ya veremos lo que el tiempo nos presenta. Deja que corra, éste nos indicará el camino que debemos seguir. ¡Sabe Dios la suerte que aun podemos tener! Puede que con arte y nuestras nuevas manos podamos seguir entre los nuestros. Para lo que tú propones siempre habrá tiempo.

Aquí quiero hacer un inciso para reflejar algo muy importante: la familia.

 

De corazón digo que es posible que, de no tener familia, yo hubiera aceptado la proposición de mi compañero.

 

Está más que claro que el cariño, el calor de familia, está por encima de todo. En mi opinión, hay que mantener la familia siempre que sea posible. Cierto es que hay casos que son insostenibles, pero la mayoría son por tonterías y sin fundamento. Hay que aguantar. Esos lazos que nos unen hacen milagros, bien claro está en mi caso. No pude vivir sin ellos. Ni siquiera después de mi estancia en la capital pude dejarlos. Eso sólo lo consiguió mi esposa, porque debo decir que me casé y fui a vivir con ella. No sentí, entonces, la marcha de mi casa, todo lo contrario, me sentí contento porque el amor todo lo allana, además no me fui muy lejos sino a un pueblo cerca de ellos.

 

Esto es ley de vida. Fui a formar un hogar con la mujer que amo, a tener hijos y verlos crecer, enseñarlos, educarlos y estudiarlos, eso nada hay que lo iguale. Recordemos por un momento a los niños que hay por el mundo sin padres y sin medios para vivir ni comer, cuanto más para estudiar. Eso sí que es lamentable. Eso es lo que hay que tener en cuenta a la hora de formar una familia. No la deshagas a la primera de cambio. Aguanta sí es posible, que el tiempo casi todo lo arregla.

 

Aguantaremos, Alejandro, –le dije, sí nos ponen las manos que nos ofrecieron las autoridades y nos colocan en la oficina de la empresa, es posible que podamos adaptarnos a la vida real y ser como los demás. Sí así fuera, trabajamos y no nos hundimos en el sufrimiento, podremos vencer, amigo.

– ¿Tu qué quieres, hacer milagros?

–No, ni siquiera creo en ellos, pero con trabajo y lucha se pueden conseguir muchas cosas. El tiempo lo dirá, –le dije. 

Alejandro no me volvió hablar más de aquel tema pero no levantó cabeza nunca más. Ni en el hospital, ni en la clínica de Madrid, ni durante la rehabilitación tomó interés alguno. Mis argumentos de poco o nada le sirvieron a Alejandro. No creyó en las ayudas de nadie. 

–¡Yo no creo en esos señores! –dijo, ellos viven bien y no se acuerdan de nosotros. Ni manos, ni empleo, ya lo verás.

–Perdona amigo, estás totalmente confundido. No me gusta que desconfíes de esos señores. Lavadie , es un hombre serio y muy buena persona, lo mismo que Elviro Martínez, el Alcalde. Ya verás cómo no fallan. Así lo prometieron y así será.

Continuará en el siguiente artículo

 

 

En el Sanatorio Adaro de Sama, habitación de la sala Perpetuo Socorro, camas 25 y 26.

Allá fue donde nos encontramos Alejandro y yo, desguazados por la explosión. Habían pasado unas cuantas horas, era casi de noche. Miré a la derecha y vi en la cama número 25, a otro con el mismo problema que el mío. En ese momento, al estar medio atontado por el éter y por el sufrimiento al recordar la situación en la que me encontraba, no le conocí. Él tenía un ojo vendado. Al estar en cama es más difícil reconocer a las personas.

Aquel hombre, que había corrido la misma desgracia que yo, era Alejandro Antuña Pandal y trabajaba en el mismo Pozo como ayudante de barrenista. Era natural de Bustio, de Posada de Llanes. También acababa de perder sus manos y un ojo. Su accidente había sido a las dos de la madrugada en Blimea. Venía de trabajar con un primo suyo que salió ileso de aquella, pero el buen hombre iba a tener peor suerte, pues poco tiempo después perdió la vida en la mina en un accidente. En la entrada de la Venta de Blimea, habían disparado unos cuantos cartuchos de dinamita. Manolo, su primo, no le tocó nada de la detonación, parece que estaba un poco distanciado cuando se dio cuenta que Alejandro se había quedado sin las dos manos y un ojo.

Al ingresar en el hospital yo nada sabía de lo ocurrido. A los pueblos de alta montaña “las noticias llegan en burro”, así decían los antiguos. Es posible que de haberlo sabido, ninguno de los mineros nos hubiéramos atrevido a disparar la dinamita en aquel aciago día que será recordado por las gentes de aquella zona mientras vivan.

Alejandro también se sorprendió. Tampoco se había enterado de lo mío hasta que ingresé a su lado, en la cama de la derecha. Sólo había dos camas. Ya llevaba casi todo el día despierto, pero con muchos dolores. Nos miramos y nos saludamos con tristeza. En nuestras miradas se notaba el dolor y la pena que nos invadía. Los dos estábamos destrozados, no sé cómo podíamos soportar tanta amargura.

Mientras estuve hospitalizado, mi familia me acompañó noche y día. Nunca me dejaron solo. Había que cebarme, lavarme y ayudarme en el servicio. ¡Cómo sería el tormento de mi familia en aquella casa! No dormían ni comían. No cesaban de llorar. Era un valle de lágrimas. Tanto sufrieron que mi hermana Laudina, que estaba embarazada, sufrió un aborto. Lo pasaron de terror.

                             Mis padres con mi hermano Constante y yo cuando eramos niños

De mi mente no se alejaba la pena al darme cuenta de lo mucho que sufrían por mi culpa, y que a este dolor por ellos, se sumaba el mío propio. Si los dolores eran de tormento por la amputación, tanto o más me atormentaba el pensar en qué estado les dejaba. Y me decía: ¿acaso sufrirían menos si me hubiera quedado allá con las manos y el sufrimiento sería de una vez? Así, lo llevarán siempre con ellos al verme cómo me encontraba. No sólo destrocé mis manos, también dejé destrozada a toda mi familia. Lo sentía mucho, especialmente por mi madre. Pasé mucho miedo porque temí que se pudiera morir de pena, pues estaba muy delicada al padecer del corazón en un grado muy peligroso. Yo pedía en silencio y mirando al techo de mi habitación inmóvil, aturdido y desesperado morirme antes que ella, pensando que mi vida ya no tenía importancia ninguna y la de ella sí. Había hermanos sin criar, y mi propio padre tampoco lo aguantaría sin su esposa. La quería mucho, los dos juntos luchaban y no podrían estar el uno sin el otro. Estos pensamientos y otros me torturaron largo tiempo, fue demasiado.

La familia no podía dejar que mi madre fuera a verme al hospital por miedo a que le pasara algo. Consideraban, como yo, que era peligroso llegar y encontrase con su hijo de aquella forma, podría ser fatal. Todos pensábamos lo mismo, temiendo lo peor por nuestra querida madre.

La mala noticia de nuestros accidentes corrió como la pólvora por toda la región y por aquella habitación desfilaron visitas de todas partes. No puedo calcular el número de gente que por allí pasó. Entre tantas visitas diarias tuve una muy especial, la de una chica, María, de un grupo de siete que estudiaban Medicina, Enfermería, y Comadronas. Iban a realizar las prácticas al hospital y todos los días iban a vernos.

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Por causa  del destino, tuve que pasar duras etapas en mi vida, por ello pretendía con este libro y ahora con este blog mostrar a mis sucesores cuál fue mi historia y la de mi familia, ya que atravesamos situaciones extremas. Creo que puede servir para orientar y aliviar a personas que por alguna razón padezcan un trauma, para hacerles saber que, por imposible que al principio parezca, se pueden vencer las adversidades aunque cueste mucho esfuerzo lograrlo.

Alejandro, el niño de Bustio y yo en la clínica de Madrid

El primero por la izquierda soy yo, a continuación el niño de Bustio y Alejandro

En una ocasión, el periodista Carlos Cuesta, quiso hacerme un reportaje para la prensa. A mí no me gustó la idea porque no me pareció el momento oportuno, pero él me dijo que no debería negarme, pues «me había tocado ser portador de una experiencia muy importante que no podía llevarla conmigo a la tumba, que tenía que mostrarla a la humanidad porque podía servir de ayuda a mucha gente». Entonces le dije que así sería, pero en su momento.

Este es el motivo que tuve para escribir el libro y este blog. Yo cuando hablo o escribo, si no es para decir la verdad, me callo. Aunque reconozco que es materialmente imposible describir todo lo ocurrido, pues la capacidad humana tiene un límite y una persona no puede memorizar todo lo sucedido en una vida. No pretendo herir los sentimientos de nadie, ni recordar las cosas por desprecio. Sé que todos cometemos errores, sólo se trata de describir una pequeña historia, llena de lucha, inconvenientes y adversidades que, aunque parecían imposibles, al final se han podido combatir.

Toda mi vida he sentido afición a crear cosas nuevas y he sido un poco inventor, pues cuando necesitaba alguna máquina que no existía en el mercado mi mente se ponía a discurrir cómo realizarla. Siempre empiezo por pensar en un prototipo pero, a medida que voy trabajando, descubro otras cosas y me doy cuenta de que puedo mejorarla. Hay algunos momentos en que lo veo difícil y cansado lo dejo por un momento, pero al rato tengo que volver a intentarlo pues hasta que no consigo lo que quiero no paro. Voy a dormir y es ahí donde sigo trabajando, cogido a mi almohada, mirando al techo, mientras mi esposa duerme plácidamente. Diseño la máquina, no la que soñé, sino mucho más importante de lo que jamás me podía imaginar.

Así es cómo se hacen los inventos, así es cómo se hacen las cosas importantes, con serenidad y sobre todo cuando hay que tomar decisiones que tienen que regir tu propio destino en la vida. Empleo horas y  horas sin dormir, o en el tajo quitando y poniendo piezas, dándole vueltas al montón de acero que tengo en mi nave y sin saber a dónde llegar con él. No me doy por vencido y sigo. Al terminar esa  máquina ni yo mismo me explico cómo salió. Ahí está el fruto de una larga y difícil lucha. La miro, la pruebo y a pesar de mi satisfacción, ya pienso en otra que deambula por mi mente. Así somos los hombres que casi nunca nos conformamos con lo que hacemos y seguimos navegado sin descanso por las ideas que nuestro cerebro nos propone y que muchas veces hasta en sueños no descansa.

A través del contenido de este libro, que tiene momentos alegres y también duros, he tenido que reírme al escribir; otras he tenido que llorar pues más de una vez he quedado mirando la pantalla de mi ordenador sin verla porque mis lágrimas me lo impedían invadido por la emoción del momento, como si aún lo estuviera viviendo, pero a la vez, contento de poder sobrevivir a tanta lucha y adversidad. Los hombres también lloramos, porque también tenemos corazón, y porque también somos nobles.

Espero, amigo lector, que si tú atraviesas por duros avatares, puedas sacar algún provecho de mi experiencia y ésta te sirva  para aliviar tu dolor al recordarte que también tú puedes vencer. Que las críticas de alguna “boca fría” no sirvan para limitar tus posibilidades. En esta vida, por muy bien que hagas las cosas siempre ha de haber alguien que te ponga esquinas, aunque no sepa por dónde entra ni por dónde sale. Tú, camina por la vida con rectitud, seguro de no hacer daño, pero siempre siguiendo tus impulsos que son los que te han de conducir por el camino de la verdad, que te ayudarán a vencer iluminando tú inteligencia para que sepas que si tú no despegas, si no luchas, por mucho que alguien te ayude, poco o nada conseguirás. Esta lucha y el trabajo, son los que te harán sentirte útil y te ayudarán a olvidarte de las dificultades que puedas llevar sobre tus hombros. No podemos olvidar que el trabajo, que es tan necesario para poder sobrevivir, muchas veces puede actuar como una terapia que cura. El trabajo es vida y es salud. Éste, junto con el cariño de los míos fue el cobijo de mi vida y, juntos, los que me dieron fuerzas para seguir adelante y sentirme uno más, con una dura lucha, pero disfrutando de la vida con realismo y sin complejo de ninguna clase, que al fin es lo importante. 

Un cordial saludo 

Arsenio Fernández

 

 

 

Logotipo de www.arseniofernandez.esSoy Arsenio Fernández y te doy la bienvenida a mi blog, donde escribiré sobre lo que ha sido mi vida en los 57 años que llevo sin manos y cómo he superado los obstáculos para trabajar y vivir sin ellas. Se trata de una historia dura pero real, que quizá pueda servir a otras personas a superar los inconvenientes de una discapacidad, ya que la experiencia y el tiempo nos enseña muchas cosas.

Nunca es tarde para saber más de los múltiples inconvenientes que la vida nos depara y cómo combatirlos.

Fijaros en  la parte superior, en la cabecera se presenta una animación de fotografías que reflejan los trabajos que he tenido que desempeñar a lo largo de mi vida y que aprendí de forma autodidacta, para suplir la perdida  de mis manos y conseguir,  trabajando sin descanso, una economía que me permitiera vivir por mis propios medios y formar un hogar, como corresponde a un hombre.

Por ejemplo, la bocamina, la mula, el castillete del pozo Villar, donde yo trabajé, representan mi oficio de minero como picador de carbón; las máquinas que diseñe y fabriqué, representan los oficios de inventor, mecánico y soldador; el cerdo y las ovejas mi actividad como ganadero; las imágenes del coche, indican cómo se puede conducir y cambiar una rueda sin manos;  y  por último mi aprendizaje y uso de la informática.

El resto de los trabajos que realicé a lo largo de mi vida, después de diseñar y construir mis prótesis, se irán presentando en futuros artículos con algunas ilustraciones fotográficas y vídeos.

​Un cordial saludo para todas las personas que visiten este blog.