En el Sanatorio Adaro de Sama, habitación de la sala Perpetuo Socorro, camas 25 y 26.
Allá fue donde nos encontramos Alejandro y yo, desguazados por la explosión. Habían pasado unas cuantas horas, era casi de noche. Miré a la derecha y vi en la cama número 25, a otro con el mismo problema que el mío. En ese momento, al estar medio atontado por el éter y por el sufrimiento al recordar la situación en la que me encontraba, no le conocí. Él tenía un ojo vendado. Al estar en cama es más difícil reconocer a las personas.
Aquel hombre, que había corrido la misma desgracia que yo, era Alejandro Antuña Pandal y trabajaba en el mismo Pozo como ayudante de barrenista. Era natural de Bustio, de Posada de Llanes. También acababa de perder sus manos y un ojo. Su accidente había sido a las dos de la madrugada en Blimea. Venía de trabajar con un primo suyo que salió ileso de aquella, pero el buen hombre iba a tener peor suerte, pues poco tiempo después perdió la vida en la mina en un accidente. En la entrada de la Venta de Blimea, habían disparado unos cuantos cartuchos de dinamita. Manolo, su primo, no le tocó nada de la detonación, parece que estaba un poco distanciado cuando se dio cuenta que Alejandro se había quedado sin las dos manos y un ojo.
Al ingresar en el hospital yo nada sabía de lo ocurrido. A los pueblos de alta montaña “las noticias llegan en burro”, así decían los antiguos. Es posible que de haberlo sabido, ninguno de los mineros nos hubiéramos atrevido a disparar la dinamita en aquel aciago día que será recordado por las gentes de aquella zona mientras vivan.
Alejandro también se sorprendió. Tampoco se había enterado de lo mío hasta que ingresé a su lado, en la cama de la derecha. Sólo había dos camas. Ya llevaba casi todo el día despierto, pero con muchos dolores. Nos miramos y nos saludamos con tristeza. En nuestras miradas se notaba el dolor y la pena que nos invadía. Los dos estábamos destrozados, no sé cómo podíamos soportar tanta amargura.
Mientras estuve hospitalizado, mi familia me acompañó noche y día. Nunca me dejaron solo. Había que cebarme, lavarme y ayudarme en el servicio. ¡Cómo sería el tormento de mi familia en aquella casa! No dormían ni comían. No cesaban de llorar. Era un valle de lágrimas. Tanto sufrieron que mi hermana Laudina, que estaba embarazada, sufrió un aborto. Lo pasaron de terror.
Mis padres con mi hermano Constante y yo cuando eramos niños
De mi mente no se alejaba la pena al darme cuenta de lo mucho que sufrían por mi culpa, y que a este dolor por ellos, se sumaba el mío propio. Si los dolores eran de tormento por la amputación, tanto o más me atormentaba el pensar en qué estado les dejaba. Y me decía: ¿acaso sufrirían menos si me hubiera quedado allá con las manos y el sufrimiento sería de una vez? Así, lo llevarán siempre con ellos al verme cómo me encontraba. No sólo destrocé mis manos, también dejé destrozada a toda mi familia. Lo sentía mucho, especialmente por mi madre. Pasé mucho miedo porque temí que se pudiera morir de pena, pues estaba muy delicada al padecer del corazón en un grado muy peligroso. Yo pedía en silencio y mirando al techo de mi habitación inmóvil, aturdido y desesperado morirme antes que ella, pensando que mi vida ya no tenía importancia ninguna y la de ella sí. Había hermanos sin criar, y mi propio padre tampoco lo aguantaría sin su esposa. La quería mucho, los dos juntos luchaban y no podrían estar el uno sin el otro. Estos pensamientos y otros me torturaron largo tiempo, fue demasiado.
La familia no podía dejar que mi madre fuera a verme al hospital por miedo a que le pasara algo. Consideraban, como yo, que era peligroso llegar y encontrase con su hijo de aquella forma, podría ser fatal. Todos pensábamos lo mismo, temiendo lo peor por nuestra querida madre.
La mala noticia de nuestros accidentes corrió como la pólvora por toda la región y por aquella habitación desfilaron visitas de todas partes. No puedo calcular el número de gente que por allí pasó. Entre tantas visitas diarias tuve una muy especial, la de una chica, María, de un grupo de siete que estudiaban Medicina, Enfermería, y Comadronas. Iban a realizar las prácticas al hospital y todos los días iban a vernos.
Una mañana, después de pasar por todas las salas como casi siempre el grupo completo, María regresó a nuestra habitación sola. Marcelo, mi cuñado, me estaba dando de comer de la misma forma que a un niño. Eran las doce del medio día cuando llegó y le preguntó:
-¿Qué tiene usted con Arsenio?
-Somos cuñados.
-¿Puedo darle yo de comer? ¿Me deja?
-Sí, por mí no hay inconveniente.
Cogió el plato y la cuchara y comenzó a cebarme, a la vez que le decía a mi cuñado:
-A partir de hoy yo le daré siempre de comer al medio día.
Marcelo salió al pasillo a dar un paseo. Mientras que la chica me daba de comer con mucho cariño me decía:
-Anímate, Arsenio, no sufras más. Tú eres muy inteligente y vas a vencer en la vida. Yo voy a ser tu compañera, siempre estaré a tu lado. Te van a poner unas manos en Madrid y te defenderás muy bien. Toda la gente comenta que es una pena que hayas padecido ese accidente. Dicen que eres de muy buena familia y muy trabajador. Si después de todo esto eres valiente, vencerás en la vida y los dos viviremos juntos. Formaremos una familia y podremos tener hijos como los demás. Tu pérdida de manos no te ha de impedir ser un buen marido y un gran padre. Anímate y ya verás como juntos los dos lo conseguimos.
Todo esto me lo pintaba formidablemente, con la ilusión de su juventud y con tanto cariño pero sin darse cuenta que al presentarme y decirme aquellas cosas maravillosas me producía dolor. Aquello que ella pintaba de bonito color, y desde luego maravilloso, porque nada hay más bonito que el amor, solo conseguía agudizar mi tristeza. No se daba cuenta de que yo, en mi estado, no podía comprenderla ni pensar que mi vida pudiera ser como ella lo estaba soñando. A medida que me lo explicaba, más imposible me parecía. Me sentía destrozado y sin remedio. Me decía a mí mismo, pero ¿a dónde voy de esta forma, mujer? ¿No te das cuenta que hasta tienes que cebarme?, mientras que ella soñaba con tanto amor y mantenía la cuchara cerca de mi boca esperando a dármela nuevamente.
Todos los días tenía frases muy inteligentes y agradables para mí. Bien se ve que estaba estudiada. A mis argumentos siempre tenía algo para combatirlos. Yo le decía: No es tiempo de pensar en tener novia. No sé cómo va ser mi vida. ¡Sabe Dios dónde será mi destino! Piensa que no tengo manos y que no puedo defenderme en la vida para nada. Date cuenta que hasta tienes que cebarme, nada puedo ofrecerte. ¿A dónde puedo ir en estas condiciones, mujer? Piénsatelo bien. Creo que estás ofuscada, es imposible que yo pueda echar la pena y el dolor de mi mente. Es imposible pensar en otra cosa que no sea mi grave problema, que me acompañará mientras viva. Sabes que mis manos ya no pueden nacer otra vez y que así permaneceré para el resto de mi vida. Para mí ya no hay solución posible ¿Cómo me voy a ganar el pan de cada día si no puedo ni comer? Habrá mil problemas, pero uno más será el de tus padres. ¿Qué pensarán de ti cuando sepan que acompañas al chico que perdió las manos el día de Santa Bárbara? Se volverán locos. Te criaron, te estudiaron. Seguro que eres el orgullo de ellos. Ni se te ocurra decirles nada, María, les darás el mayor disgusto de su vida. Yo te recordaré siempre como una buena amiga y deseo algo mejor para ti que ser tu compañero. No puedes hipotecar tu vida por la mía. Es demasiado. Convéncete de que es un amor imposible y que solo servirá para atormentar a los tuyos y posiblemente a ti también. Cuando ya sea tarde te darás cuanta del grave error que cometes al juntar tu vida con la mía. Si te lo piensas, verás fácilmente que es imposible. No te lo puedo aceptar bajo ningún concepto. Perdóname, María, pero no puedo engañarte. Eres una chica muy joven, elegante muy buena, agradable y compasiva. Te lo agradezco de verdad. De corazón te digo que nada puedo hacer para cambiar mis sentimientos. No estará lejos el día en que te encuentres con otro chico que pueda ser digno de ti y que te hará olvidarte de lo que hoy sientes por mí. Podrás vivir feliz con él, mientras que a mi lado todo será dolor, amargura y problemas.
En el tiempo que estuve hospitalizado no falló ni un solo día a la hora de darme de comer con sus cariñosas palabras. Por más que luché, no pude quitarle de su cabeza lo que yo creía imposible, y le dije:
–María, no te puedes imaginar, lo que ocurrirá si en la calle un día tus padres te ven cogida de mi brazo. Se desmayarán de pena. Te lo ruego, deja que corra el tiempo y cuando sepamos cómo va ser mi vida y si algún día puedo ser un hombre con capacidad para poder trabajar y con capacidad mental suficiente para olvidarme del pasado, es posible que las cosas puedan cambiar. De momento deja de hacer proyectos en el aire imposibles de realizar. Convéncete de que no hay otra cosa más que lo que te digo.
Cada día me traía un agradable tema. Yo también le presentaba otro diferente. Una mañana le dije:
–María, yo te aprecio mucho, no lo dudes. Sé que eres una gran persona pero te pido que pienses un poco en lo que te digo. Tendré que ir a Madrid y sabe Dios cuándo volveré a Asturias y en qué condiciones. No tengo ni idea de lo que durará la rehabilitación y, cuando vuelva, tú ya tendrás otros planes quizá te hayas enamorado de un chico normal y adecuado con tu forma de ser. Te mereces algo bueno. Déjame que sufra solo mi desdicha, ya es suficiente lo que sufren mis padres y hermanos. No escojas tú este calvario. Es mejor que te alejes, que te olvides de mí y que eches novio. Así te será más fácil olvidarme. Te digo lo que siento, no te quiero engañar. No pienso escribirte para que así te olvides más fácilmente. Pienso que será una forma de alejarte del sufrimiento y de la amargura que tendrás que padecer a mi lado.
Muchas veces, mientras me daba de comer y me hablaba, yo la miraba también con cariño, contemplando su hermosura. Era muy salada, con su mandilón blanco, con su alegre mirada, sus ojos brillantes llenos de ilusión, mientras que la mía permanecía por los suelos. Me sentía deprimido y muy solo, a pesar de su grata compañía. La pobrecilla no se daba cuenta que con su cariño me hacía sufrir más todavía, sabiendo que nada podía hacer.
Después de comer me limpiaba los labios. Parecía muy enamorada, me miraba con intensidad, se veía que me quería mucho. Sentía ganas de besarme pero pocas veces lo hacía. Nunca estábamos solos. Alguna vez sí me besaba pero era tímida y no se atrevía. En aquel tiempo todo se hacía a escondidas.
No podía corresponderla, nada tenía para ofrecerle. No me permití engañarla, le hablaba con el corazón en la mano para convencerla de que no podía ser. Estaba convencido de que era un amor imposible, y ciertamente lo era porque el amor es cosa de dos y yo sólo siento tristeza y dolor, así de claro se lo dije muchas veces, pero ella nunca lo pudo comprender. Hacía planes para los dos. Me escribió su dirección y la metió en mi agenda para que le escribiera desde Madrid. Aunque siempre le dije:
–¡Cómo te voy a escribir, mujer, si no puedo!
–Pronto podrás escribirme tú mismo y mientas tanto algún compañero lo hará por ti.
Como le había prometido nunca le escribí. Pasaron unos cuantos años sin verla, hasta que una tarde al llegar un amigo y yo a una fiesta, nos encontramos. Estaba preciosa, un poco mas rellenita pero muy bien vestida y con un hermoso niño de la mano. Nos abrazamos y nos besamos con mucho cariño. Me presento a su hijo de 4 añinos. La felicite y le di la en hora buena.
-Encantada de mi hijo pero el resto muy mal. No degusta, yo te sigo queriendo y ti, pero no te preocupaste mas de mi.
-Es cierto, pero no podía hacer otra cosa para que no sufrieras. Pero eso no quiere decir que te olvide, Tu bien sabes que agradecí mucho tu comportamiento con migo. Tu recuerdo siempre va con migo, nunca te olvidare y te recordare como una buena amiga.
-De sufrir nada porque estoy muy bien informada de tu vida. Vives muy bien ya fundaste una empresa y sé que haces una vida modélica, trabajas y estudias. Tu vida es muy comentada por toda la gente, por eso de lo bueno que eres, mientras que el otro chico se emborracha, y no función con sus prótesis.
Me pidió que la acompañara hasta el autobús, donde nos despedimos con pena pero ya nada se podía hacer. De no estar casada, es posible que las cosas fueran de otra forma, pero como iba adivinar yo mi futuro, ni saber adonde iba llegar.
Pasaron otros cuantos años y una mañana que atendió a una de mis hermanas que tuvo un niño. La acompañaba otra de mis hermanas. Mientras que daba alud paso largo tiempo, hablaron de muchas cosas y entre ellas mi hermana hablo de mi accidente.
Sorprendida le dijo: ¿pero Arsenio es hermano vuestro? Se caso, donde vive. Le dieron mi dirección y vino a vernos. Ya casado te ni amos amuestra primera niña. Mi esposa la invito a merendar y pasamos un buen rato juntos. Mi esposa sabia esa pequeña historia y todo fue muy normal. Nunca mas nos vimos, ni se de ella ni de su niño.
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