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Por motivo de aquel viaje a París, estuve en Madrid algo más de un mes. Yo pasaba la mayoría del tiempo en la terraza del bar de un amigo que era de procedencia asturiana y tenía amistad con aquella buena familia que nos trataba muy bien. Al fresco en la terraza, leía los periódicos y alguna revista. Escribía a mi familia y a mi novia. Iba a comer al hotel y regresaba de nuevo a la terraza del bar, hasta la hora de cenar. Casi nunca salía por Madrid, ya lo conocía y me cansaba tanto barullo. En cambio Alejandro le gustaba correr por aquella capital. Todos los días se marchaba solo. Ahí sí que no pude sujetarlo para que no bebiera demasiado ya que la mayoría de los días venia bebido. Siempre decía que se aburría y que no podía aguantar todo el día allí. Aparte de que no me gusta beber, por allá se gastaba mucho dinero y yo quería ahorrar y no me interesaban tantas correrías.

Una mañana cuando estaba escribiendo en la terraza, a mi novia, me dijo el amigo y dueño del bar:

-Arsenio, ¿Sabes que eres el don Juan del barrio?

-¿Cómo me dices eso, si no trato con ninguna chica? No conozco a nadie más que a ti y a tu familia.

-Pues lo eres, se interesan varias chicas por ti.

Yo sólo sabía de una jovencita hermana de su esposa, que por cierto era muy salada y se  estaba interesada por mí. Pero también sabía que él mismo la regañaba. Ella no perdía ocasión para estar conmigo. La vigilaba con mucha vista para que no estuviera con migo. El granuja me habló de otras, pero sólo de las que no le interesaban. Decía ser mi amigo y apreciarme mucho pero me despreciaba por no tener manos como otros más y sin valorar la capacidad de las personas. La falta que tengo va siempre a la vista y algunos las llevan escondidas.

Esa frase que es realmente cierta, la dijo el padre de una chica que también me quería para su hija Con toda su nobleza me dijo un día.

-Arsenio, me entere de que la familia X…te desprecia por lo de tus manos. Se enteraron de que la chica estaba enamorada de ti. Se sabe que hasta le pegaron porque ella no dejaba de quererte. Que eso no te disguste, porque lo que te a de sobrar ati son chicas. Eres un hombre con una planta de de lo mejor y muy trabajador, te defiendes como si tuvieras manos, estudias y eres muy buna persona, ya quisiera yo que fueras para mi hija. Eres de muy buna familia y lo mismo que tu padre, saliste igual que el.

-Muchas gracias señor, le agradezco de corazón su aprecio. Ya sé que hay personas que no me aceptan por qué no tengo manos, pero le puedo asegurar que con todo mi defecto, no me cambio por nadie. Sigo mi camino y sin problemas, el tiempo nos dirá lo que ha de ser. De momento no pienso echarme novia, tengo que trabajar además de estudiar y eso lleva mucho tiempo, ya llegara el día que pueda divertirme y salir.

Todo aquello me hizo reflexionar mucho, pero nada pude hacer. Era cierto que tenía mucho trabajo además de estudiar, prepararme por que de joven no me fue posible. Aparte de que no me gustaba  engañarla ni aprovecharme de nada. Mi forma de ser no permite la tracción ni el engaño, como la de aquel individuo que por delante una cara y por atrás otra.

Yo creo que esta clase de gente traidora, actúa de esa forma, porque piensan que todos son como ellos. Que en gañan y traicionan a quien se ponga de lante y con la cara más dura que el acero,  ignorando que los demás les observamos y nos reímos de ellos. En mi opinión, poco o nada abra más bonito que la seriedad y la forma de valorar las cosas por su propio merito.  Jamás engañe a nadie ni falle con mis principios de hombre serio y trabajador, dedicado a lo mío sin molestar a nadie, pero apartándome de esa clase de gente. Siempre fue mi norma el tratar con la gente buena y seria. Nunca me olvido de aquel proverbio que dice. Dime con quién andas y te diré quién eres.

Aquel pollo no sabía que yo ya le había localizado y le controlaba tanto como él a su cuñada. Me dijo:

-¿Conoces a las dos chicas que viven aquí cerca?

-Las veo pasar algunas veces pero nunca me traté con ellas.

-Estas chicas y su madre quieren tomar café contigo hoy, después de comer si tú quieres, claro.

-No hay problema, tomaremos café le dije, es agradable estar con alguien tan elegante además, siempre estoy solo en tu terraza.

A mi regreso de comer me senté como siempre en la mesa donde tomaba el café. Al momento llegaron las tres. Desde luego muy elegantes, hasta la madre era guapa y siempre bien vestidas. Tres mujeres como tres flores. La joven tenía dieciocho años y la otra que ya tenía novio veinte. Sin duda eran a cual más guapa, educadas y finas, con sus bonitas y blancas caras.

El mismo dueño del bar me las presentó y nos sentamos a tomar un café, lo que se convertiría en un hecho diario durante mi estancia en la capital, también por las noches, hasta que marche a Paris Francia.

Allá pasábamos todos los días varias horas y después de tener cierta confianza, la madre dijo:

-¡Vaya pareja que hacen Arsenio y mi hija! Y con toda su tranquilidad me pregunta: ¿No te gustaría ser su novio? Sería para nosotros una gran satisfacción. Eres buen chico y ella también. Le gustas mucho. Nuca tuvo novio, no la dejamos salir por lo mal que está por aquí. Si las llevo al cine las tocan en la oscuridad, no hay dignidad entre algunos jóvenes. Eres ideal para ella.

No me cogió por sorpresa porque yo ya había notado lo que había. No me dio tiempo a contestarle cuando me dijo:

-¿Qué opinas? Arsenio.

-Es muy bonita y buena chica, pero soy de muy lejos y no puedo desplazarme, tengo que trabajar y no dispongo de tiempo libre para viajar. Es muy difícil por estar tan lejos y al pasar tanto tiempo sin vernos, puede que un día se encuentre un chico y se enamore, cosa muy normal, lo que podría resultar duro para mí, sufriendo por ella o viceversa. Es peligroso, uno de los dos podría quedarse solo después de hacer planes y estar enamorado. Sería muy triste.

La madre, que era una mujer inteligente y buena señora, parecía tener remedio para todo.

-Todo es cuestión de planteárselo decía. Vienes algunos fines de semana, cuando puedas y no tendrás más gastos que los del tren. Te quedarás con nosotros en casa y no pagarás hotel.

Desde luego lo que aquella buena mujer decía era con todo su corazón. Me apreciaban muchísimo y seguro que me acogerían en su casa con el mejor de los deseos. Eran muy buena gente y se manejaban muy bien. La verdad es que todo aquello me hizo sufrir mucho. Fue tan cariñosa toda la familia conmigo que les tomé un gran afecto y lo sentí de verdad. Sin embargo, yo nada pude hacer por complacerles ya que estaba prometido a mi novia y dos no podía tener.

Nunca entendí porque metí la pata al no decirles primero que estaba prometido, pero dada mi forma de ser no quise hacer daño a ninguna chica. ¿Por qué no les dije desde el primer momento que tenía novia? Ese fue mi fallo. Hubiera evitado que aquella familia se hiciera con aquella idea que nos hizo sufrir a todos. ¡Qué torpe fui! Mucho lo siento. Más tarde tampoco me atreví. Reconozco mi fallo pero tuvo que ser así y lo siento mucho todavía hoy. Fue una gran pena no haber evitado aquello. Me gustaría saber de esta familia porque aun los recuerdo y los aprecio a todos, lo mismo a las dos chicas que a sus padres y al hermano, que también conocí. Sin duda eran una familia maravillosa y que recordaré mientras viva con afecto

Comenzó a venir el padre con ellas a tomar el café por las noches. Luego vino un hermano con su esposa y una niña. Era una familia de bien, muy unida. El padre era jefe en la empresa donde trabajaba, era un señor de estampa y muy buena persona. Los dos hijos mayores tenían carreras superiores. Tenían un piso con su garaje. Yo mismo no me creo lo mucho que me apreciaron. ¡Qué dolor que peña el no poder complacerles! ¡Qué aprecio tan grande siento por ellos! Acostumbrado a los desprecios de otra gente, era mucho el cariño que sentí por todos ellos, dejaría de ser humano si no dijera la verdad. A pesar de tantos años el recuerdo de aquella familia está conmigo.

Todos aprobaban lo que la madre había propuesto. Aunque yo a todo ponía inconvenientes, ellos no cesaron en su empeño, pero yo no podía cambiar las cosas.

La chica trabajaba a lado de su misma casa y descansaba los martes. Siempre quisieron que la acompañara ya por la mañana. Paseábamos, tomábamos algún refresco y regresábamos a comer ella a su casa y yo al hotel, para luego tomar el café con su madre y hermana en la terraza de siempre.

Al proponerme salir, fui sincero y expliqué que sólo la acompañaría como amigo mientras que estuviera allí. Así se lo prometí, otra cosa no podía ser. Esto les pareció muy bien, seguro que pensaron que al salir con ella me convencería, pero eso fue imposible. Yo no podía abandonar a mi asturiana, a quien quería de verdad. Me costaba trabajo viajar sin ella, la prueba es que nunca más fui sin ella a ninguna parte y siempre fue mi eterna compañera. En este mismo año se cumplen los cuarenta años de nuestro comienzo como novios y nunca más estaría sin ella porque siempre la quise tanto como a mi vida. No la podía traicionarla, ni tampoco a las otras dos chicas, porque ya no era una, si no tres. Las pase moradas, sufrí mucho porque soy hombre noble y valoro mucho a las buenas personas.

Escribo y hablo algunas veces en la que era nuestra llingua, el “asturianu”, porque fue la única forma de expresarnos en mi juventud. Aunque no será fácil que lo entienda la gente, pues en Asturias se hablan diferentes bables, según la zona. Hay que ver que hasta en el mismo Diccionario de la Academia de la Llingua Asturiana, no figuran todas las palabras tal y como las decimos en nuestra zona. Tan variado es este lenguaje que hasta en mi concejo hay diferencias muy notables de una aldea a otra y no me refiero sólo a la forma de hablarlo, si no que los nombres de las cosas, por ejemplo de las herramientas, tienen distintos nombres aunque se usen para lo mismo en todas partes.

Con el paso del tiempo y por no practicarlo, me olvidé de algunas cosas, pero aun conservo, entre muchas cosas más, el recuerdo de una muyerina de aquellus tiempus, Teresa,  que yera de pasau el ríu, nun sé de que pueblu yera pero sí de la mesma parroquia y que yo nun la conocía. Cuando s’atopó conmigo y viome ensin lis manis, díxome:

– ¿Qué te pasó rapacín, que nun tienis maninis, ¡que llástima, con lo guapín que yes y tan mozu, da dolor vete. Ya sé que yes de La Bobia, te conocí dende eres neñu pero nun sabía que yeres tu hasta que te vi. Por munchu que me lo dixeron nun cai en quién yeris. Conozco a la tu madre y al to padre, ¡Cuántu ha ya que nun lus veo!, alcuérdome munchu d’ellos porque tuvieron que sufrir por ti. Tous dixemus al pasate esa disgracia que meyor sería morirse y mira lo guapo que estás por lo valiente que yes. Haylus  que dicen que yes un artista y que algunus, con manis, nun fain lo que tu. Entos, ¿cómo fue esu de perder lis manis, home?

– Perdílas en una explosión de dinamita.

– Y ¿cómo fue que nun te pasara más?, porque pudo dexate en sitiu y tudu desfechu.

– Ya fue bastante con lis manis, muyer. Dexolis en cachinus de carne y guesus repartius pa to lus llaus. Cuando mi cuñau Marcelo fue a pañar lus cachus, estabin repartius hasta doscientus  metrus penda cullá y tuvo que metelus en la boina pa xuntalus tous y que lis alimañis nun lus comieran y asina poder enterralus.

– Oi falar muncho de ti, porque yes tan duro como un xerru, tienis a la xente asustá de lo munchu que trabayis con esus fierrus, que nun son na guapus pero que tu fais milagrus con ellus. Tamien dixerunme que escribis y trabayis de to, y que hasta siemis en lis tierris, pero lo que nun yus creyí ye que dixin que tamien sieguis la yerba y con un gadañu bastante grande, ¿ye verdá o no?

– Sí, ye verdá, aunque nun lo paez, trabayu de too, solo ye querer facelo. Ya sabe que fai más el que quier qu’el que puede. Me defiendo pa casi to.

– Me gustaría munchu el vete trabayar porque me cuesta trabayu creer que faigas de tolus trabayus según tas. Si voy a vete un día ¿nun te paecerá mal, eh?, porque nun ye con malis intencionis, ya sabis que a tous nus gusta ver lis cosis meyor que creellis.

– Venga a veme cuando quiera muyer, ya toi avezáu a lis visitis de la xente que vienin de muy lejus porque tampoco creen que puedo trabayar.

– Nun me extraña, home, porque la xente ye muy amiga de saber de lus demás. ¡Como lo vamus a creer, home, si nunca lo vimos! Lo meyor pa creelo ye velo y asina nun hai duda nenguna.

 

Cuando llegamos a casa, mi madre y hermanas nos esperaban impacientes. De nuevo los abrazos y las lágrimas de alegría. Era demasiada la emoción, aunque intentaron ser fuertes, no pudieron evitarlo, ni yo tampoco.

Después de saludarnos, nos sentamos a la mesa para comer, todos pendientes de cómo me las arreglaría. Les parecía imposible que pudiera arreglarme solo. Fui a mi maleta, saqué mis cubiertos especiales para mí. La cuchara tenía un pequeño tubo ovalado y remachado en el mango, para enganchar mi pinza, y lo mismo para el tenedor y el cuchillo. Empecé a comer y nadie más metió mano a su comida, lo primero era ver cómo funcionaba el recién llegado. Aquellas simples y finas pinzas, que tanto miraban les parecían imposibles para que uno pudiera comer, y mucho menos para poder trabajar. La sorpresa fue monumental para todos, sufrían y se preguntaban cómo iba ser la vida de este hijo, de este hermano. En todo momento me di cuenta de que estaban destrozados, pensando en el tremendo problema que creían que no tenía solución. Por eso me tuve que hacer fuerte y demostrarles que yo, como ellos, también me asusté al principio pero yo ya estaba convencido de que me iban s servir para defenderme. Sin pérdida de tiempo y con mucho cuidado tuve que hablarles, explicarles que tuvieran confianza, que todo iba por buen camino. En este tiempo lo primero era liberarles del sufrimiento, pues ya lo habían pasado bastante mal y no podía permitir que siguieran sufriendo tanto por mí.

Les tuve que explicar con todo detalle como funcionaban, pues a pesar de estar a la mesa para comer nadie lo hacía. Me puse de pie y les dije:

—Sé que todos esperábais otra cosa, sé que estáis sufriendo y os pido que os tranquilicéis porque yo también lo estoy. En este corto tiempo, sólo cuatro meses, ya he podido superar las duras pruebas de la rehabilitación. Lo hice con ganas. Hoy me encuentro muy contento y agradecido, por eso quiero que vosotros también tengáis confianza en mí. Todos sabéis que soy duro y que ya veo las cosas con mucha claridad. Llegó la hora de buscar mi progreso y creo de verdad que lo conseguiremos. Sé como vosotros que mi vida dio un cambio total, pero también sé que todo ello no ha de ser un obstáculo para abrirme camino y forjar mi nueva vida como uno más. Sé también que los esfuerzos han de ser duros pero yo también soy lo suficientemente fuerte como para combatirlos. A todos os pido que tengáis fe en mí, no os defraudaré. Como siempre conseguiré el camino del bien y del trabajo. Ya veis que en poco tiempo me perfeccioné y que ya me puedo defender. Quiero deciros algo que considero muy importante para vuestra tranquilidad y también para la mía. En el caso de que Duro Felguera no me diera trabajo, lo tengo en Madrid. El Director y los médicos de la Clínica me piden que después de visitaros y de pasar un poco de tiempo en vuestra compañía, regrese a trabajar para dar clases en la Clínica a mis compañeros y a otros más. Así mismo os digo que me aprecian mucho, tanto que ya me propusieron ante el Ministro de trabajo para ocupar ese cargo. Eso os debe de animar mucho lo mismo que a mí, porque es muy importante ya que he tenido la suerte de ser propuesto para un trabajo que, además de ser importante, me resolvería el problema, al tener un sueldo bueno para poder vivir. Si vosotros viviérais en Madrid, yo aceptaría el trabajo muy contento, pero allí no hay minas para que podáis trabajar, y yo no puedo vivir sin vuestra compañía. Lejos de casa lo paso mal. A pesar de que todo salió muy bien, no me faltó de nada, excepto vuestro cariño, vuestra  compañía, que para mí lo es todo. De corazón os digo que lo que más sentí ya después de todo lo sucedido, fue estar lejos de vosotros. Os eché mucho de menos, si estuvierais cerca lo habría pasado mucho mejor.

 Aunque estaba en mi casa la novedad del momento era ciertamente impresionante para ellos. Aquellos artefactos que no dejaban de mirar, para todos era una terrible y triste novedad. Nunca habían visto tal cosa. Les resultaba demasiado fuerte, parecían aturdidos. Todos estaban en silencio, como si allí no hubiera nadie. Yo tuve que romper este silencio de nuevo, para decirles:

—Empezad a comer, que tiempo tenéis de ver mis aparatos. Tengo que deciros con toda sinceridad que estos no son lo suficientemente fuertes como para que un hombre pueda trabajar, eso lo sabemos todos con solo con mirarlos, pero yo os prometo que ya estoy convencido de que voy a diseñar y hacer otros con capacidad suficiente para trabajar y con otra estética más bonita. Desde el momento que los conocí, me di perfecta cuenta de que tenía que trabajar duro para descubrir otro sistema mejor. Nunca más dejé de pensar en este tema y por eso estoy seguro de conseguirlo. Así se lo prometí al Director y así ha de ser. Por la razón que sea, desde luego yo no lo sé, el mismo Director y los médicos, están convencidos de que lograré un revolucionario invento que ha de servir, no sólo para mí sino también para los demás. Después de decirles que no podía quedarme a trabajar allá, me pidieron que cada poco tiempo fuera por la clínica a presentarles los resultados de mis inventos y que no pierda el contacto con ellos, que allí tengo otra casa. El Director, un día me dijo: Arsenio, los que tenemos manos no podemos ni sabemos manejar estas prótesis. Eso sólo puede conseguirlo un hombre tan trabajador como tú, que con el arte y la inteligencia que tú tienes, lo conseguirás. Estoy seguro de que no descansarás hasta que consigas unos revolucionarios aparatos para que puedas trabajar y defenderte con toda normalidad y que han de servir para el resto de los hombres que como tú sufrieron esa terrible perdida de ambas manos. Yo le dije, así será señor, lucharé  sin descanso hasta conseguirlo, aunque sea de largo tiempo. Todos sabéis que yo no me rindo y que he de hacer algo importante. Conseguiré unos aparatos mucho mejores que me permitan el poder trabajar. Todos me conocéis bien y sabéis que soy hombre que no pierdo el tiempo y que tengo recursos para estos temas de la invención. Y que en este tiempo más que nunca, porque las circunstancias así lo exigen. He de hacer en este campo algo importante. Comenzaré a diseñar distintos funcionamientos, y serán presentados a las autoridades por mis jefes que creen en mis proyectos y esperan por ellos. Todo el equipo médico está convencido de que lo conseguiré. El Director pronto descubrió mis cualidades al respecto y, como vosotros sabéis, se me dan esas cosas de trabajo en muchos órdenes. Les prometí ir con frecuencia a la Clínica a mostrarles todo lo que consiga en mis trabajos y así será. Una de las cosas más importantes es que ya estoy mentalizado. Sé que tengo que vivir con mis aparatos. Sé que mis manos ya no vuelven a crecer y por eso me conformo y que presto estoy a trabajar y vencer, les dije. En mi nombre y en el vuestro propio, os prometo que todo lo que he dicho se cumplirá. Ahora, todos a comer y a festejar nuestra felicidad por estar juntos de nuevo.

Todos me escuchaban con atención y aunque seguían con algunas dudas de lo que pueda desarrollar con aquellos aparatos, les observé cierta alegría al comprobar mi forma de hablarles y de ver con qué seguridad les prometía que iba a vencer lo que ellos creían imposible. Siempre confiaron en mí como hombre decidido y de arte, y eso les daba cierta alegría, alguno dijo:

—Arsenio tiene razón, siempre fue serio y nunca falló. Aunque nos parezca imposible si él lo dice así será. Tendrá que ser duro, pero él lo conseguirá porque siempre fue muy seguro para todo y lo importante es que él mismo lo vea con seguridad.   

Al terminar de comer empezaron a llegar las primeras vistas. La gente tenía ganas de verme, de saber cómo eran mis nuevas manos. En todos observaba la fuerte sorpresa que se llevaban. Ciertamente mis aparatos no se parecían en nada a unas manos, yles parecía imposible que con eso se pudiera trabajar.

Creo que merece la pena reflexionar sobre la influencia que tiene en la vida de cada persona el escoger, en determinados momentos, un camino u otro.  Allí y en aquel tiempo de tanto sufrimiento, fue cuando la suerte se decidió para el resto de mi vida. Lleno de dudas y asustado pensando en el duro porvenir de mi vida y sin darme cuenta del grave problema que podía ser el quedarme rezagado dándome por vencido sin antes luchar, pude haber firmado ir al patíbulo de la destrucción de mi propia vida. Viéndome metido en la desesperación y la bebida que me llevaría a la muerte prematura, y todo voluntariamente. Ahí es donde pude equivocarme y perder el norte, ya que esa decisión de trabajar y aprender fue la solución a mi grave problema, porque aprendí a manejar las prótesis, para sustituir a mis manos, con una facilidad pasmosa, y en un tiempo récord. Así fue valorado por las autoridades médicas y otras personalidades de la política.

 
Mi buena rehabilitación, el arte y el dinamismo fueron y son el fruto de un buen resultado, y el que enderezó mi vida, que truncada se encontraba por lo mucho que padecía.  Para mí en este tiempo no hubo diversiones ni descanso. No admitía pérdidas de tiempo, trabajaba sin cesar. Al principio pensé que todo eso de la rehabilitación sería para largo tiempo, mucho más de lo que me llevó. Era demasiado fuerte y difícil de conseguir. Pasaron los días y el esfuerzo tan enorme poco o nada se veía. Durante las largas noches de aquel invierno cuando me encontraba en cama y, a pesar de que en la otra cama estaba mi compañero, no sé si durmiendo o pensando. Allí solo había silencio y meditación. Como siempre, y desde que tengo uso de razón, todas las noches paso revista a todo lo ocurrido de cada día. Al hacer valoración de aquellos días, que por cierto son los más tristes y amargos de mi vida, no veía nada que me indicara que mis esfuerzos daban fruto alguno. Todo resultaba tan torpe y duro que en algunos momentos, casi me desespero.
 
Sentía morriña y sufría mucho por todos los de casa. La familia, mi querida tierra, que en todo momento recordaba. Es imposible valorar todo esto hasta que no se pasa por ello. Hay que tener en cuenta que yo nunca había salido de la compañía de mis padres, de convivir en familia, y eso imponía y me amargaba noche y día. No soportaba estar lejos de ellos, como si fuera un niño de corta edad. No vivía sin mis padres y hermanos, aparte de saber lo mal que lo estarían pasando por mí. Eso de la morriña y las ganas de poder defenderme por mí mismo, y la confianza que el Director puso en mi, ya al ingresar, asegurando que saldría de allí echo un hombre, fue lo que me ayudo mucho a trabajar duro para aprender a defenderme y regresar a casa pronto.
 

Después de llevar una temporada en la Clínica, un día recibimos una visita de tres vecinos de Sotrondio que eran estudiantes en Madrid: José Antonio Fernández y González Carabín, abogado; Albino Noriega, ingeniero de minas y Jesús García perito. Estas vistas seria para nosotros muy importante ya que aparte de pasar con ellos algunas horas agradables, nos sacaron varias veces por Madrid, ya que en aquel tiempo no nos dejaban salir solos a la calle, pues no nos podíamos defender. Lo mismo Alejandro que yo les agradecimos mucho esa cortesía. El primer partido de fútbol que yo vi fue con ellos, en el Santiago Bernabéu, fue muy importante. Jugaba España contra Bélgica. Aun que a mi nunca me gusto el fútbol, aquel día me prestó verlo porque ganó España. Aquellas visitas fueron para nosotros tan necesarias como importantes, aparte de sacarnos de allí, nos daban ánimos, y nos ayudaban, ya que todavía nos defendíamos mal, aún estábamos en periodo de rehabilitación y lo pasamos muy bien con estos buenos muchachos que nunca más los veríamos. De estos señores que nos acompañaron por la Capital, solo está en nuestra zona Don.José Antonio Fernández y González Carabín, que siempre seguiríamos con nuestra amistad. Aparte de ser una gran persona, nunca me olvidaré de lo bien que se porto junto con sus compañeros con nosotros.  Tampoco me olvidé de uno de sus compañeros de Oviedo, que iba con ellos a vernos a la Clínica. Era muy buen chaval y más tarde visitaría a mis padres para contarles un poco de cómo era mi vida en Madrid, luchando a brazo partido para superar aquel bache tan duro de mi juventud. Don Jesús, el de Tiva, ya murió. Era una gran persona y lo sentí de verdad. De Don Alvino Noriega, que nunca más nos vimos, solo sé por sus hermanos que fue un buen Ingeniero de minas y que trabajo fuera de Asturias, que está retirado, lo que mucho me alegro, porque tampoco me olvidé de sus vistas.

En una de nuestras salidas por Madrid, comimos en casa Gorri, un bar donde siempre parábamos los Asturianos. La comida fue abundante y el vino también, tomamos vino blanco del superior. A mí particularmente nunca me gustó el blanco pero aquel día lo tomé. No estaba acostumbrado y me hizo un poco de daño. Tuve que vomitarlo pero no pasó nada. Un individuo  de  Blimea, mayor, apareció por allí, y precisamente en ese momento, nos saludó. Al poco tiempo marchamos, cogimos el metro para la Clínica. Llovía mucho y no tuvimos ganas de paseo por la Capital.

Este pollo se marchaba para su tierra en Blimea, precisamente de mi parroquia, y con toda boca fría  no se le ocurrió más que decir que se había encontrado con los dos de las manos en Madrid, y que el de la Bobia no tenía remedio, que posiblemente ya no se recuperase. Que el otro estaba muy bien, pero que yo tenía una borrachera impresionante. Aquel hombre con tanta ignorancia como poca cultura, no pensó el daño que con su maldito comentario y sin fundamento alguno por desconocer nuestra trayectoria en la Clínica, iba a producir. Esta noticia que corrió como la pólvora por todo el contorno, pues la gente no se olvidó de aquel grave accidente. Aquella mala noticia llegó a mis padres. El disgusto que se llevaron fue incalculable, si ya tenían poco, parió la abuela. En una de sus cartas me preguntaron por la cuestión, y con mucho tacto me aconsejaron que no bebiera. Yo, que sabía lo mal que lo pasaban, me di cuenta que para ellos iba ser un trauma y tampoco sabía por qué me decían aquello, que yo consideré una  barbaridad. Sufrí en cantidad. Les escribí rápidamente pidiendo explicaciones del tema, asegurándoles que todo era falso, yo estaba normal. Además estaba considerado un trabajador incansable, tanto por el mismo Director que por los médicos en general. Soy sincero, hasta a las monjas les caí bien. Soy de los hombres que si no es para decir la verdad me callo, y esa prudencia hace que la gente te aprecie.

Para evitarles el disgusto hasta les dije que si dudaban de mí, que me lo dijeran, y hablaría con el Director para que les dijese la verdad. Me contestaron a vuelta de correo diciendo que se alegraban mucho, y que les había resultado extraño que yo hubiera tomado esa decisión, y me explicaron superficialmente que aquel irresponsable había causado porque metió la pata hasta el fondo. ¡Qué poca consideración hacia los demás! ¡Qué disgusto tan grande para mis padres y para mí! Que sin ninguna razón tuvimos que soportar cuando en este tiempo todos estábamos reventados de tanto sufrir.

No me quedé conforme. Entre los estudiantes, vecinos nuestros, que nos sacaban de allí a pasear por la capital, un compañero de ellos que no recuerdo el nombre, y que era de Oviedo, un día mientras nos acompañaban, comentó que se iba a Asturias. Yo, que aun seguía preocupado por aquella mentira que llegó a mis padres. Encima por un Sr. mayor, pero con poca chapeta. Le dije que si por favor podría visitar a mis padres. Este hombre, como los demás, sabía de lo sucedido, y muy atento me dijo:

-Será un paseo para mí. Tranquilo que los visitaré y aprovechare para comer “gallu de caleya” en tu casa.

-¡Claro que sí! Mis padres te agradecerán la visita porque sé que están ansiosos esperando noticias de aquí y de conocer algo de mi vida, de saber cómo van a ser mis nuevas manos y de muchas cosas más. Son muy cariñosos y te recibirán de lo mejor. Ya verás cómo te va a gustar estar con ellos.

Aquel hombre cumplió con lo prometido. Para mí fue una gran satisfacción mostrarles la verdad. Él, como sus compañeros, sabían mi malestar por aquel disgusto que mis padres se habían llevado sin ningún motivo.  Este gran hombre, en cuanto le fue posible, emprendió camino hasta mi pueblo. En Sotrondio preguntó en un bar por el pueblo de La Bobia y le dijeron que era en la montaña, que había cinco kilómetros, pero que al tener carretera se podía ir en coche. Les dio las gracias y cuando se iba un voluntario le dijo que le acompañaba hasta casa de mis padres, que él me conocía porque trabajaba en el mismo Pozo que yo.

Llegaron y los recibieron con una gran alegría. Ellos nada sabían de su visita, llegaron por sorpresa. Se presentó y les contó cómo era realmente mi estancia en Madrid. Que yo le enviaba para que se quedaran tranquilos y que esa duda quedara aclarada. Comieron con mi familia. No conocían ni al estudiante ni a su acompañante, aunque era de Sotrondio. Tampoco mis hermanos que trabajaban en las minas de montaña del paquete de San Mamés y más tarde en el Pozo Cerezal, mientras que el acompañante del estudiante trabaja en el Pozo San Mamés.

El que acompañó al estudiante ya era popular: le llaman “el tragaldabas” por su forma de mucho comer. Tenía un tragadero sin fondo, así lo comentaba la gente. Comía sin sentido y bebía lo que le echaran. Casi no pudo regresar, se cogió una borrachera que no podía ni moverse. El estudiante era un hombre serio y una gran persona, de nada conocía al tripero y tampoco le iba dar la vuelta. Yo sí le conocía bien, trabajaba en el mismo filón que yo. En los largos recorridos por las galerías en la mina, cuando entrábamos, siempre se oía su fuerte voz, y que precisamente casi siempre habla de grandes comidas y farturas de vino. Si no era de eso, de fútbol, del trabajo nunca se acordaba, no le gustaba demasiado. Se ofreció voluntario  para acompañar al estudiante porque sabía que le esperaba un atracón de comida y de vino. Si hubiera sido a trabajar no se hubiera apuntado voluntario, así me dijeron otros compañeros a mi regreso, porque él mismo les contó lo  ocurrido. Mira que es cojonudo, dijo uno, no tuvo el estudiante más que encontrarse con el tragaldabas y el más vago del pozo.

Más tarde ya después de mi regreso a casa, me contó mi padre que aquella noticia dejó a toda la familia destrozada. Pensaron que yo había perdido el norte. Por ese motivo consideraron aquella visita como si de un mensajero del cielo se tratara. Mi padre, que era muy católico y creía de verdad en Dios, me dijo al verme de nuevo:

-Yo tenía confianza en ti y en Dios, hijo mío, sabía que nunca fallarías, porque siempre fuiste muy serio y cumplidor .

Se preguntaba cómo puede Arsenio haber cambiado tanto, no se lo podía creer, y seguía diciendo:

-Hay que tener fe, Dios aprieta pero no ahoga.  

Mi padre tenía sus dudas pero se negaba a admitirlo. Sabía que de ser cierto yo no lo iba a negar, por eso se resistía a creerlo. Además, sabía que mi compañero bebía y llegó a decir a mi madre que no se lo creía. Ella le decía:

-¿Y por qué iba mentir el de Blimea?

-No es que diga mentira, es posible que se haya equivocado. No les conoce bien y pudo confundirlos, es fácil. Arsenio no pudo cambiar tanto y no me lo creo. Algo raro tuvo que pasar.

¡Qué importante es conocer y querer a una persona! Eso es algo que no se puede valorar. Es creer y confiar fielmente en uno. Es algo que no se puede describir. Nadie como mi padre me conocía. Nadie confiaba como él. Todos tenían sus dudas. Cuando era un niño, él y mi abuelo ya habían descubierto mi forma de ser y lo mantuvieron hasta el fin, sabían que mi palabra era firme y detestaba las mentiras.