Escribo y hablo algunas veces en la que era nuestra llingua, el “asturianu”, porque fue la única forma de expresarnos en mi juventud. Aunque no será fácil que lo entienda la gente, pues en Asturias se hablan diferentes bables, según la zona. Hay que ver que hasta en el mismo Diccionario de la Academia de la Llingua Asturiana, no figuran todas las palabras tal y como las decimos en nuestra zona. Tan variado es este lenguaje que hasta en mi concejo hay diferencias muy notables de una aldea a otra y no me refiero sólo a la forma de hablarlo, si no que los nombres de las cosas, por ejemplo de las herramientas, tienen distintos nombres aunque se usen para lo mismo en todas partes.
Con el paso del tiempo y por no practicarlo, me olvidé de algunas cosas, pero aun conservo, entre muchas cosas más, el recuerdo de una muyerina de aquellus tiempus, Teresa, que yera de pasau el ríu, nun sé de que pueblu yera pero sí de la mesma parroquia y que yo nun la conocía. Cuando s’atopó conmigo y viome ensin lis manis, díxome:
– ¿Qué te pasó rapacín, que nun tienis maninis, ¡que llástima, con lo guapín que yes y tan mozu, da dolor vete. Ya sé que yes de La Bobia, te conocí dende eres neñu pero nun sabía que yeres tu hasta que te vi. Por munchu que me lo dixeron nun cai en quién yeris. Conozco a la tu madre y al to padre, ¡Cuántu ha ya que nun lus veo!, alcuérdome munchu d’ellos porque tuvieron que sufrir por ti. Tous dixemus al pasate esa disgracia que meyor sería morirse y mira lo guapo que estás por lo valiente que yes. Haylus que dicen que yes un artista y que algunus, con manis, nun fain lo que tu. Entos, ¿cómo fue esu de perder lis manis, home?
– Perdílas en una explosión de dinamita.
– Y ¿cómo fue que nun te pasara más?, porque pudo dexate en sitiu y tudu desfechu.
– Ya fue bastante con lis manis, muyer. Dexolis en cachinus de carne y guesus repartius pa to lus llaus. Cuando mi cuñau Marcelo fue a pañar lus cachus, estabin repartius hasta doscientus metrus penda cullá y tuvo que metelus en la boina pa xuntalus tous y que lis alimañis nun lus comieran y asina poder enterralus.
– Oi falar muncho de ti, porque yes tan duro como un xerru, tienis a la xente asustá de lo munchu que trabayis con esus fierrus, que nun son na guapus pero que tu fais milagrus con ellus. Tamien dixerunme que escribis y trabayis de to, y que hasta siemis en lis tierris, pero lo que nun yus creyí ye que dixin que tamien sieguis la yerba y con un gadañu bastante grande, ¿ye verdá o no?
– Sí, ye verdá, aunque nun lo paez, trabayu de too, solo ye querer facelo. Ya sabe que fai más el que quier qu’el que puede. Me defiendo pa casi to.
– Me gustaría munchu el vete trabayar porque me cuesta trabayu creer que faigas de tolus trabayus según tas. Si voy a vete un día ¿nun te paecerá mal, eh?, porque nun ye con malis intencionis, ya sabis que a tous nus gusta ver lis cosis meyor que creellis.
– Venga a veme cuando quiera muyer, ya toi avezáu a lis visitis de la xente que vienin de muy lejus porque tampoco creen que puedo trabayar.
– Nun me extraña, home, porque la xente ye muy amiga de saber de lus demás. ¡Como lo vamus a creer, home, si nunca lo vimos! Lo meyor pa creelo ye velo y asina nun hai duda nenguna.
Cuando llegamos a casa, mi madre y hermanas nos esperaban impacientes. De nuevo los abrazos y las lágrimas de alegría. Era demasiada la emoción, aunque intentaron ser fuertes, no pudieron evitarlo, ni yo tampoco.
Después de saludarnos, nos sentamos a la mesa para comer, todos pendientes de cómo me las arreglaría. Les parecía imposible que pudiera arreglarme solo. Fui a mi maleta, saqué mis cubiertos especiales para mí. La cuchara tenía un pequeño tubo ovalado y remachado en el mango, para enganchar mi pinza, y lo mismo para el tenedor y el cuchillo. Empecé a comer y nadie más metió mano a su comida, lo primero era ver cómo funcionaba el recién llegado. Aquellas simples y finas pinzas, que tanto miraban les parecían imposibles para que uno pudiera comer, y mucho menos para poder trabajar. La sorpresa fue monumental para todos, sufrían y se preguntaban cómo iba ser la vida de este hijo, de este hermano. En todo momento me di cuenta de que estaban destrozados, pensando en el tremendo problema que creían que no tenía solución. Por eso me tuve que hacer fuerte y demostrarles que yo, como ellos, también me asusté al principio pero yo ya estaba convencido de que me iban s servir para defenderme. Sin pérdida de tiempo y con mucho cuidado tuve que hablarles, explicarles que tuvieran confianza, que todo iba por buen camino. En este tiempo lo primero era liberarles del sufrimiento, pues ya lo habían pasado bastante mal y no podía permitir que siguieran sufriendo tanto por mí.
Les tuve que explicar con todo detalle como funcionaban, pues a pesar de estar a la mesa para comer nadie lo hacía. Me puse de pie y les dije:
—Sé que todos esperábais otra cosa, sé que estáis sufriendo y os pido que os tranquilicéis porque yo también lo estoy. En este corto tiempo, sólo cuatro meses, ya he podido superar las duras pruebas de la rehabilitación. Lo hice con ganas. Hoy me encuentro muy contento y agradecido, por eso quiero que vosotros también tengáis confianza en mí. Todos sabéis que soy duro y que ya veo las cosas con mucha claridad. Llegó la hora de buscar mi progreso y creo de verdad que lo conseguiremos. Sé como vosotros que mi vida dio un cambio total, pero también sé que todo ello no ha de ser un obstáculo para abrirme camino y forjar mi nueva vida como uno más. Sé también que los esfuerzos han de ser duros pero yo también soy lo suficientemente fuerte como para combatirlos. A todos os pido que tengáis fe en mí, no os defraudaré. Como siempre conseguiré el camino del bien y del trabajo. Ya veis que en poco tiempo me perfeccioné y que ya me puedo defender. Quiero deciros algo que considero muy importante para vuestra tranquilidad y también para la mía. En el caso de que Duro Felguera no me diera trabajo, lo tengo en Madrid. El Director y los médicos de la Clínica me piden que después de visitaros y de pasar un poco de tiempo en vuestra compañía, regrese a trabajar para dar clases en la Clínica a mis compañeros y a otros más. Así mismo os digo que me aprecian mucho, tanto que ya me propusieron ante el Ministro de trabajo para ocupar ese cargo. Eso os debe de animar mucho lo mismo que a mí, porque es muy importante ya que he tenido la suerte de ser propuesto para un trabajo que, además de ser importante, me resolvería el problema, al tener un sueldo bueno para poder vivir. Si vosotros viviérais en Madrid, yo aceptaría el trabajo muy contento, pero allí no hay minas para que podáis trabajar, y yo no puedo vivir sin vuestra compañía. Lejos de casa lo paso mal. A pesar de que todo salió muy bien, no me faltó de nada, excepto vuestro cariño, vuestra compañía, que para mí lo es todo. De corazón os digo que lo que más sentí ya después de todo lo sucedido, fue estar lejos de vosotros. Os eché mucho de menos, si estuvierais cerca lo habría pasado mucho mejor.
Aunque estaba en mi casa la novedad del momento era ciertamente impresionante para ellos. Aquellos artefactos que no dejaban de mirar, para todos era una terrible y triste novedad. Nunca habían visto tal cosa. Les resultaba demasiado fuerte, parecían aturdidos. Todos estaban en silencio, como si allí no hubiera nadie. Yo tuve que romper este silencio de nuevo, para decirles:
—Empezad a comer, que tiempo tenéis de ver mis aparatos. Tengo que deciros con toda sinceridad que estos no son lo suficientemente fuertes como para que un hombre pueda trabajar, eso lo sabemos todos con solo con mirarlos, pero yo os prometo que ya estoy convencido de que voy a diseñar y hacer otros con capacidad suficiente para trabajar y con otra estética más bonita. Desde el momento que los conocí, me di perfecta cuenta de que tenía que trabajar duro para descubrir otro sistema mejor. Nunca más dejé de pensar en este tema y por eso estoy seguro de conseguirlo. Así se lo prometí al Director y así ha de ser. Por la razón que sea, desde luego yo no lo sé, el mismo Director y los médicos, están convencidos de que lograré un revolucionario invento que ha de servir, no sólo para mí sino también para los demás. Después de decirles que no podía quedarme a trabajar allá, me pidieron que cada poco tiempo fuera por la clínica a presentarles los resultados de mis inventos y que no pierda el contacto con ellos, que allí tengo otra casa. El Director, un día me dijo: Arsenio, los que tenemos manos no podemos ni sabemos manejar estas prótesis. Eso sólo puede conseguirlo un hombre tan trabajador como tú, que con el arte y la inteligencia que tú tienes, lo conseguirás. Estoy seguro de que no descansarás hasta que consigas unos revolucionarios aparatos para que puedas trabajar y defenderte con toda normalidad y que han de servir para el resto de los hombres que como tú sufrieron esa terrible perdida de ambas manos. Yo le dije, así será señor, lucharé sin descanso hasta conseguirlo, aunque sea de largo tiempo. Todos sabéis que yo no me rindo y que he de hacer algo importante. Conseguiré unos aparatos mucho mejores que me permitan el poder trabajar. Todos me conocéis bien y sabéis que soy hombre que no pierdo el tiempo y que tengo recursos para estos temas de la invención. Y que en este tiempo más que nunca, porque las circunstancias así lo exigen. He de hacer en este campo algo importante. Comenzaré a diseñar distintos funcionamientos, y serán presentados a las autoridades por mis jefes que creen en mis proyectos y esperan por ellos. Todo el equipo médico está convencido de que lo conseguiré. El Director pronto descubrió mis cualidades al respecto y, como vosotros sabéis, se me dan esas cosas de trabajo en muchos órdenes. Les prometí ir con frecuencia a la Clínica a mostrarles todo lo que consiga en mis trabajos y así será. Una de las cosas más importantes es que ya estoy mentalizado. Sé que tengo que vivir con mis aparatos. Sé que mis manos ya no vuelven a crecer y por eso me conformo y que presto estoy a trabajar y vencer, les dije. En mi nombre y en el vuestro propio, os prometo que todo lo que he dicho se cumplirá. Ahora, todos a comer y a festejar nuestra felicidad por estar juntos de nuevo.
Todos me escuchaban con atención y aunque seguían con algunas dudas de lo que pueda desarrollar con aquellos aparatos, les observé cierta alegría al comprobar mi forma de hablarles y de ver con qué seguridad les prometía que iba a vencer lo que ellos creían imposible. Siempre confiaron en mí como hombre decidido y de arte, y eso les daba cierta alegría, alguno dijo:
—Arsenio tiene razón, siempre fue serio y nunca falló. Aunque nos parezca imposible si él lo dice así será. Tendrá que ser duro, pero él lo conseguirá porque siempre fue muy seguro para todo y lo importante es que él mismo lo vea con seguridad.
Al terminar de comer empezaron a llegar las primeras vistas. La gente tenía ganas de verme, de saber cómo eran mis nuevas manos. En todos observaba la fuerte sorpresa que se llevaban. Ciertamente mis aparatos no se parecían en nada a unas manos, yles parecía imposible que con eso se pudiera trabajar.
Creo que merece la pena reflexionar sobre la influencia que tiene en la vida de cada persona el escoger, en determinados momentos, un camino u otro. Allí y en aquel tiempo de tanto sufrimiento, fue cuando la suerte se decidió para el resto de mi vida. Lleno de dudas y asustado pensando en el duro porvenir de mi vida y sin darme cuenta del grave problema que podía ser el quedarme rezagado dándome por vencido sin antes luchar, pude haber firmado ir al patíbulo de la destrucción de mi propia vida. Viéndome metido en la desesperación y la bebida que me llevaría a la muerte prematura, y todo voluntariamente. Ahí es donde pude equivocarme y perder el norte, ya que esa decisión de trabajar y aprender fue la solución a mi grave problema, porque aprendí a manejar las prótesis, para sustituir a mis manos, con una facilidad pasmosa, y en un tiempo récord. Así fue valorado por las autoridades médicas y otras personalidades de la política.
Después de llevar una temporada en la Clínica, un día recibimos una visita de tres vecinos de Sotrondio que eran estudiantes en Madrid: José Antonio Fernández y González Carabín, abogado; Albino Noriega, ingeniero de minas y Jesús García perito. Estas vistas seria para nosotros muy importante ya que aparte de pasar con ellos algunas horas agradables, nos sacaron varias veces por Madrid, ya que en aquel tiempo no nos dejaban salir solos a la calle, pues no nos podíamos defender. Lo mismo Alejandro que yo les agradecimos mucho esa cortesía. El primer partido de fútbol que yo vi fue con ellos, en el Santiago Bernabéu, fue muy importante. Jugaba España contra Bélgica. Aun que a mi nunca me gusto el fútbol, aquel día me prestó verlo porque ganó España. Aquellas visitas fueron para nosotros tan necesarias como importantes, aparte de sacarnos de allí, nos daban ánimos, y nos ayudaban, ya que todavía nos defendíamos mal, aún estábamos en periodo de rehabilitación y lo pasamos muy bien con estos buenos muchachos que nunca más los veríamos. De estos señores que nos acompañaron por la Capital, solo está en nuestra zona Don.José Antonio Fernández y González Carabín, que siempre seguiríamos con nuestra amistad. Aparte de ser una gran persona, nunca me olvidaré de lo bien que se porto junto con sus compañeros con nosotros. Tampoco me olvidé de uno de sus compañeros de Oviedo, que iba con ellos a vernos a la Clínica. Era muy buen chaval y más tarde visitaría a mis padres para contarles un poco de cómo era mi vida en Madrid, luchando a brazo partido para superar aquel bache tan duro de mi juventud. Don Jesús, el de Tiva, ya murió. Era una gran persona y lo sentí de verdad. De Don Alvino Noriega, que nunca más nos vimos, solo sé por sus hermanos que fue un buen Ingeniero de minas y que trabajo fuera de Asturias, que está retirado, lo que mucho me alegro, porque tampoco me olvidé de sus vistas.
En una de nuestras salidas por Madrid, comimos en casa Gorri, un bar donde siempre parábamos los Asturianos. La comida fue abundante y el vino también, tomamos vino blanco del superior. A mí particularmente nunca me gustó el blanco pero aquel día lo tomé. No estaba acostumbrado y me hizo un poco de daño. Tuve que vomitarlo pero no pasó nada. Un individuo de Blimea, mayor, apareció por allí, y precisamente en ese momento, nos saludó. Al poco tiempo marchamos, cogimos el metro para la Clínica. Llovía mucho y no tuvimos ganas de paseo por la Capital.
Este pollo se marchaba para su tierra en Blimea, precisamente de mi parroquia, y con toda boca fría no se le ocurrió más que decir que se había encontrado con los dos de las manos en Madrid, y que el de la Bobia no tenía remedio, que posiblemente ya no se recuperase. Que el otro estaba muy bien, pero que yo tenía una borrachera impresionante. Aquel hombre con tanta ignorancia como poca cultura, no pensó el daño que con su maldito comentario y sin fundamento alguno por desconocer nuestra trayectoria en la Clínica, iba a producir. Esta noticia que corrió como la pólvora por todo el contorno, pues la gente no se olvidó de aquel grave accidente. Aquella mala noticia llegó a mis padres. El disgusto que se llevaron fue incalculable, si ya tenían poco, parió la abuela. En una de sus cartas me preguntaron por la cuestión, y con mucho tacto me aconsejaron que no bebiera. Yo, que sabía lo mal que lo pasaban, me di cuenta que para ellos iba ser un trauma y tampoco sabía por qué me decían aquello, que yo consideré una barbaridad. Sufrí en cantidad. Les escribí rápidamente pidiendo explicaciones del tema, asegurándoles que todo era falso, yo estaba normal. Además estaba considerado un trabajador incansable, tanto por el mismo Director que por los médicos en general. Soy sincero, hasta a las monjas les caí bien. Soy de los hombres que si no es para decir la verdad me callo, y esa prudencia hace que la gente te aprecie.
Para evitarles el disgusto hasta les dije que si dudaban de mí, que me lo dijeran, y hablaría con el Director para que les dijese la verdad. Me contestaron a vuelta de correo diciendo que se alegraban mucho, y que les había resultado extraño que yo hubiera tomado esa decisión, y me explicaron superficialmente que aquel irresponsable había causado porque metió la pata hasta el fondo. ¡Qué poca consideración hacia los demás! ¡Qué disgusto tan grande para mis padres y para mí! Que sin ninguna razón tuvimos que soportar cuando en este tiempo todos estábamos reventados de tanto sufrir.
No me quedé conforme. Entre los estudiantes, vecinos nuestros, que nos sacaban de allí a pasear por la capital, un compañero de ellos que no recuerdo el nombre, y que era de Oviedo, un día mientras nos acompañaban, comentó que se iba a Asturias. Yo, que aun seguía preocupado por aquella mentira que llegó a mis padres. Encima por un Sr. mayor, pero con poca chapeta. Le dije que si por favor podría visitar a mis padres. Este hombre, como los demás, sabía de lo sucedido, y muy atento me dijo:
-Será un paseo para mí. Tranquilo que los visitaré y aprovechare para comer “gallu de caleya” en tu casa.
-¡Claro que sí! Mis padres te agradecerán la visita porque sé que están ansiosos esperando noticias de aquí y de conocer algo de mi vida, de saber cómo van a ser mis nuevas manos y de muchas cosas más. Son muy cariñosos y te recibirán de lo mejor. Ya verás cómo te va a gustar estar con ellos.
Aquel hombre cumplió con lo prometido. Para mí fue una gran satisfacción mostrarles la verdad. Él, como sus compañeros, sabían mi malestar por aquel disgusto que mis padres se habían llevado sin ningún motivo. Este gran hombre, en cuanto le fue posible, emprendió camino hasta mi pueblo. En Sotrondio preguntó en un bar por el pueblo de La Bobia y le dijeron que era en la montaña, que había cinco kilómetros, pero que al tener carretera se podía ir en coche. Les dio las gracias y cuando se iba un voluntario le dijo que le acompañaba hasta casa de mis padres, que él me conocía porque trabajaba en el mismo Pozo que yo.
Llegaron y los recibieron con una gran alegría. Ellos nada sabían de su visita, llegaron por sorpresa. Se presentó y les contó cómo era realmente mi estancia en Madrid. Que yo le enviaba para que se quedaran tranquilos y que esa duda quedara aclarada. Comieron con mi familia. No conocían ni al estudiante ni a su acompañante, aunque era de Sotrondio. Tampoco mis hermanos que trabajaban en las minas de montaña del paquete de San Mamés y más tarde en el Pozo Cerezal, mientras que el acompañante del estudiante trabaja en el Pozo San Mamés.
El que acompañó al estudiante ya era popular: le llaman “el tragaldabas” por su forma de mucho comer. Tenía un tragadero sin fondo, así lo comentaba la gente. Comía sin sentido y bebía lo que le echaran. Casi no pudo regresar, se cogió una borrachera que no podía ni moverse. El estudiante era un hombre serio y una gran persona, de nada conocía al tripero y tampoco le iba dar la vuelta. Yo sí le conocía bien, trabajaba en el mismo filón que yo. En los largos recorridos por las galerías en la mina, cuando entrábamos, siempre se oía su fuerte voz, y que precisamente casi siempre habla de grandes comidas y farturas de vino. Si no era de eso, de fútbol, del trabajo nunca se acordaba, no le gustaba demasiado. Se ofreció voluntario para acompañar al estudiante porque sabía que le esperaba un atracón de comida y de vino. Si hubiera sido a trabajar no se hubiera apuntado voluntario, así me dijeron otros compañeros a mi regreso, porque él mismo les contó lo ocurrido. Mira que es cojonudo, dijo uno, no tuvo el estudiante más que encontrarse con el tragaldabas y el más vago del pozo.
Más tarde ya después de mi regreso a casa, me contó mi padre que aquella noticia dejó a toda la familia destrozada. Pensaron que yo había perdido el norte. Por ese motivo consideraron aquella visita como si de un mensajero del cielo se tratara. Mi padre, que era muy católico y creía de verdad en Dios, me dijo al verme de nuevo:
-Yo tenía confianza en ti y en Dios, hijo mío, sabía que nunca fallarías, porque siempre fuiste muy serio y cumplidor .
Se preguntaba cómo puede Arsenio haber cambiado tanto, no se lo podía creer, y seguía diciendo:
-Hay que tener fe, Dios aprieta pero no ahoga.
Mi padre tenía sus dudas pero se negaba a admitirlo. Sabía que de ser cierto yo no lo iba a negar, por eso se resistía a creerlo. Además, sabía que mi compañero bebía y llegó a decir a mi madre que no se lo creía. Ella le decía:
-¿Y por qué iba mentir el de Blimea?
-No es que diga mentira, es posible que se haya equivocado. No les conoce bien y pudo confundirlos, es fácil. Arsenio no pudo cambiar tanto y no me lo creo. Algo raro tuvo que pasar.
¡Qué importante es conocer y querer a una persona! Eso es algo que no se puede valorar. Es creer y confiar fielmente en uno. Es algo que no se puede describir. Nadie como mi padre me conocía. Nadie confiaba como él. Todos tenían sus dudas. Cuando era un niño, él y mi abuelo ya habían descubierto mi forma de ser y lo mantuvieron hasta el fin, sabían que mi palabra era firme y detestaba las mentiras.
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