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Si lo consigues pinche, me dijo el capataz, jefe del exterior, te pago una bonificación de setecientas pesetas, ¿crees que lo podrás hacer?

– Yo no sé de qué se trata, no conozco esa alcantarilla vamos haberla y si se puede se hará.

De esta tolva de la tierra de todo el Grupo, se sacaban todos los días, a dos relevos, del orden de doscientos cincuenta a trescientos volquetes de tierra, algo más de 300 toneladas. Estaba destinada la locomotora Nº 16 a dos relevos, trabajaban las dieciséis horas exclusivamente a este servicio. Se llevaba un tren de tierra a la escombrera del pozo, dejaba el cargado y enganchaba el vacío que ya estaba preparado y a por otro viaje. Esta enorme cantidad de tierra, la subía una cadena de casjilones desde el lavadero, donde se lavaba hasta la tolva situada en las vía a una altura de 150 metros para poder cargarla en los trenes. Con la presión de tanta agua se caía mezclada con la tierra y no se podía evitar el lago que permanente mente se mantenía sin poder desaguar para ninguna parte y en medio de la vía. Por este motivo se perdían varias horas por los descarrilamientos de los trenes. De aquella tolva no cesaba de salir agua en los dos relevos y por ese motivo había como un lago permanente.

Los tres fuimos en ese momento a ver la alcantarilla que solo se veía por su terminación donde desaguaba a un escombrera muy pendiente. Era de cemento, cuadrada y muy pequeña. Por ésta no podía entrar más que un niño como yo, de complexión delgada. Estaba macizada por dentro, llena de una masa fina y muy compacta. Había que ir sacándola a mano. La cavidad de esta alcantarilla, era la justa para poder deslizarme por ella tumbado a la larga y con los brazos estirados para entrar y salir. Era un agujero de 30×30 centímetros aproximadamente, que aún permanece allá, pero que no puedo fotografiar y medir aunque se donde está la entrada es en una escombrera y está tapada por un poco de tierra.

Estos terrenos los lleva el Ayuntamiento y aunque hable con un encargado, le comente que me gustaría fotografiarla y medirla para el libro, ya que se podía descubrir con mucha facilidad, pero no me atendió mi petición, dijo que no, no quiso colaborar. Yo lo considero muy importante el poder mostrarla para que se pueda ver las peripecias que los hombres pasamos en terribles y peligrosos trabajos, como lo fue este y otros más.

Después de que mirarla de nuevo me pregunto que si podría con ello, le dije:

-Creo que sí, depende de que consiga poder deslizarme tanta longitud a rastro, voy a intentarlo.

Comencé a trabajar, ellos se marcharon, saqué los dos primeros metros con una rastrilla, el largo de esta mas lo que alcanzaron mis brazos. Cuando ya no alcancé desde afuera, entre por primera vez para poder sacarlo con las dos manos, pero resultaba muy difícil, fue cuando pensé que así no sería posible, y decidí que lo mejor sería ayudarme con un pequeño cajón parecido a uno que se empleaba para los higos pasos, y que su altura era la mitad de la cavidad de esta cantarilla, para que por arriba pudiera meter mis brazos y cargarlo a mano y con mi cuerpo tumbado en el suelo de esta y entre natillas muy resbaladizas.

Fui a ver al capataz para pedirle lo que precisaba para poder trabajar. Cuando me vio llegar y en tan poco tiempo, vi como si se quedaba sorprendió, muy serio, me dijo:

– ¿A qué vienes piche?

Creo que pensó: “este no acaba de empezar cuando ya lo deja”. Le expliqué lo que necesitaba. Un pequeño cajón y una lámpara, con muy buena gracia me dijo:

-Lo que te haga falta y me preguntó ¿Cómo ves la obra? ¿Crees que se puede hacer?

– Si no encuentro gases más adelante, puede ser posible.

Al escuchar mi opinión se quedó un tanto se rio, y dijo:

-Ten mucho cuidado, si notas que existen gases sal inmediatamente. Ya sabes que nadie puede ir a buscarte. Los mayores no caben y no trabaja ninguno de tu edad aquí que pueda entrar.

En ese momento si me hubiera atrevido, le preguntaría, ¿Si me quedara allá asfixiado y hubiera otro niño, lo metería a morir con migo? Es increíble, pero tan cierto como mi existencia, las burradas que cometieron con los trabajadores. Un tanto por ciento de los accidentes ocurridos en las minas fu por falta de seguridad y la opresión de los mandos.

Me dijo que fuera a los carpinteros su de parte y que me hicieran este cajón en el acto porque poco tiempo llevaba el construirlo. Cogió el teléfono y mando a los lampisteros del pozo que mandaran una lámpara por el primer tren y me la entregaran en mi punto de trabajo. Esta lámpara ya era eléctrica, de no ser así no sería posible aguantar el olor de una de gasolina, ya que antes de llegar lámpara eléctrica, se alumbraba con las de gasolina, que dan un olor muy fuerte, lo que resultaría imposible de soportar en un lugar tan reducido como aquel, que era real mete un fondo de saco sin ventilación.

Si me pasara algo el único medio para sacarme sería contraatacar por las vías, a una profundad de dos metros. La excavación se hacía a pico y pala, no existía otra forma de hacerlo, y en el fondo había hormigón. Perforar éste les llevaría dos días, demasiado tiempo como para encontrarme con vida. Aunque todo esto yo lo ignoraba, no sabía ni como estaba, pero lo comprobé más tarde cuando ya había avanzado unos treinta metros, los jefes tenían mucho miedo a que no hubiera ventilación suficiente y me dijeron que había que contraatacar desde el exterior. Al llegar a ese hormigón no se podía picar con el pico por la gran dureza de éste. Tuvimos que volarlo con dinamita, única forma de poder calar. De haberme quedado atrancado dentro no lo podrían haber volado por eso el problema sería demasiado serio, para sacar un hombre de allí con vida. Tardarían varios días en llagar a donde me encontrase. Un enorme trabajo, y con otro difícil problema: ¿Cómo iban a saber a qué distancia me podían encontrar? Seguro que tendrían que hacer varios pozos para localizarme, lo que ya no iba tener demasiada importancia, ya que no me iba enterar de nada, y menos del tiempo. Ocurre lo mismo que cuando uno cae en un derrabe en la mina, después de un pequeño tiempo ya no hay salvación posible, ya es igual sacar a uno primero o después. Después de dejar de respirar ya no te enteras, los muertos no sufren. Un poco de estos efectos lo pude comprobar debajo de aquel peñón en la mina, cuando pensé que era mi fin porque el enorme peso del peñón, me iba oprimiendo a medida que pasaba el tiempo y mi resistencia iba menguando. Lo presión de tanto peso, me dejo cuatro días sin conocimiento. 

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