Me pagaban por cada vagón recuperado de este carbón que sacaba de diversos vagones a once pesetas, y llenaba cuatro por día. Como el jornal era de ocho pesetas nada más, la diferencia era más que notable. Me ganaba cuarenta y cuatro, que era un excepcional jornal para un pinche de catorce años. Esto le pareció a la Jefatura un disparate. Creyeron que en combinación con los del basculador, les robaba el carbón. Se preguntaban que cómo iba cargar un pinche esa cantidad, si entre dos peones nunca los cargaron. Yo trabajaba con la inocencia de un niño de catorce años y desconocía lo que estaba pasando, no sabía ni lo que producían los dos peones. Tanto que a uno de ellos nunca llegué a conocer, por la distancia que había de un trabajo al otro. A mí lo que me interesaba era trabajar y ganar cuanto más mejor.
Faustino del Campo jefe del taller mecánico del grupo
Una mañana llegó a mi vagón este gran hombre, jefe de talleres, del Grupo San Martin de Campo. Me encontraba picando a toda marcha como siempre. Este hombre dio un golpe en el vagón donde yo estaba agachado y dijo:
-Para de picar pinche, ¿cómo trabajas tanto?
Levanté la cabeza y vio mis gotas de sudor que bajaban por mi cara, le dije:
-Porque se necesita dinero en casa, somos muchos hermanos, y la cosa anda apurada.
-Baja un poco el trabajo porque te vas a quemar en poco tiempo; de seguir a ese paso no lo aguantarás, eres muy joven, no puedes trabajar a esa marcha me dijo, con una sonrisa, porque era hombre muy agradable.
-No pasa nada estoy acostumbrado ya desde niño le dije.
-Niño todavía lo eres, hijo, te aconsejo que no te revientes tan joven, es demasiado para uno mayor cuanto más para tu corta edad.
A continuación me dijo:
– ¿Sabes que dejaste a toda la Jefatura del Grupo asombrada, de lo mucho que produces?
-Nadie me dijo nada, ¿qué voy a saber?
-¿Tampoco sabes que te pusieron un guarda jurado a vigilarte porque según ellos era materialmente imposible que un niño tan joven pudiera cargar tanto carbón por día? Pensaron que podrías robar el carbón.
Mi punto de trabajo era en una de las vías que había cerca del basculador del carbón de todo el grupo para apartar los vagones con este carbón y poder trabajar sin molestar al resto de la maniobra de las locomotoras del transporte. A lado de un monte, con mucha maleza, urcias, árgomas, artos, arboles, la maleza normal de un monte muy cerrado donde se pueden esconder hasta las alimañas.
-Ves ese monte que tienes al lado, me dijo Faustino, ahí es donde se escondió el guarda jurado para vigilarte todo el día, hasta que comprobó los vagones que cargabas por día.
-Nunca lo vi, no pierdo el tiempo mirando como corre los aires, es la primera noticia que tengo, no sabía nada. Aquí estoy solo, y casi no hablo con nadie.
-¿Cómo vas a hablar con la gente si no paras de darle a esa pica todo el día? A tu corta edad ya eres más popular que el Gobernador de la Provincia. Estamos asombrados de lo trabajador que eres. ¿Quieres ir para el taller conmigo? Serás un gran oficial en poco tiempo, y más tarde si estudias un buen perito.
-No me gusta el exterior, quiero ser minero como mi padre le respondí.
-¿Qué dices hombre? ¿Cómo se te ocurre pensar en la mina y decir que no quieres el Taller? Para entrar en él en la actualidad es casi imposible, ¡y tú no lo quieres!
-Los del cotón en culo ganan muy poco, señor, yo prefiero trabajar en la mina, que aparte de que me gusta, se gana mucho más.
-! Ni hablar ¡ni hablar! dijo él¡ si te vas al taller serás un hombre el día de mañana, y si vas a la mina, un esclavo y terminarás silicóticos perdido como todos¡ No tiene comparación, ¿para qué te sirve el ganar mucho dinero si no lo vas a disfrutar?
-Depende de la suerte y la fortaleza de cada uno le dije riéndome un poco por la gracia y nobleza con que aquel hombre me hablaba.
-Para la silicosis no hay fortaleza ni suerte que valga, no te engañes, de siempre es conocido de que el destino de los buenos trabajadores de la mina es el mismo, morirse siendo joven. De ésta solo se libran los vagos, y tú trabajando a esa marcha lo cogerás en muy pocos años. Piénsatelo muy bien, que es tu vida. A las cinco de la tarde voy a ver al Ingeniero, y le pediré permiso para destinarte conmigo al taller, ya verás cómo te gusta y no te acordarás más de la dichosa mina.
No se olvidó de lo que prometió, y a los dos días me destinaron al taller. Este hombre tanto me quería, que hasta intentó adoptarme como hijo. Allí en el taller trabajaban dos primos míos, que también él apreciaba mucho, por ser trabajadores muy competentes y hombres formales: Mario y Sócrates, hermanos, hijos de una hermana de mí padre. Un día Faustino les preguntó que si podría ir a ver a mis padres para poder adoptarme. Le dijeron:
-¿Ni pensarlo? no se puede imaginar lo que a precian los padres y abuelo a éste, basta con decirle que nuestro abuelo dice que en todo el territorio no hay quien lo gane, ni a trabajar ni a nada.
Cierto era lo decían, pero todo era porque me gustaba mucho trabajar, y tenía habilidad para realizar las cosas, precisamente porque me gustativa y me salían bien.
Aquel hombre no cesaba en su empeño, dio vueltas y hasta me pregunto, si quería ir para su casa. Yo le dije que no podía, que quería mucho a mis padres y no podía vivir sin ellos, y ellos tan poco sin mí. Aparte de que les hacía mucha falta para ayudarles a mantener la economía de la casa. Explicándole que había, siete hermanitos pequeños todavía sin criar y los tiempos estaban muy mal.
Desde niño ya me gustaban toda clase de trabajos, sobre todo los de las minas, Siendo muy joven y con la ayuda de otro niño mayor que yo, vecino, me ayudó a la construcción de un cable aéreo para transportar el carbón, como los que había en las montañas, sin camino ni carretera. Atravesaban desde una montaña a otra, muy parecidos a un teleférico, pero con mucha más altura. Estos cables con mucha pendiente y gran altura, no necesitaban energía eléctrica porque funcionaban por el peso de la carga. Se trataba de dos cajas con trampilla por abajo para que salga el carbón al llegar a su destino y descargara automáticamente al encontrarse la palanca que mantiene cerrada la trampilla o fondo de la caja con un tope. Una de estas cajas siempre en la parte de arriba y la otra, como es natural abajo. Cada una circulaba por su propio cable carril, pero había un tercero que sujetaba a las dos para hacerlas funcionar. Se cargaba la de arriba en la tolva del carbón. Se aflojaba un freno por medio de una palanca que presionaba una gran polea que rodaba y sostenía el cable de las cajas. Debido al peso de la carga y de la pendiente, está cargada de carbón comienza a bajar a una velocidad controlada por medio de ésta palanca, ya que de no ser así se estrellaría por el exceso de velocidad. Mi cable en lugar de transportar carbón, transportaba tierra. Fue una obra muy curiosa y que mantuve varios años aunque el tiempo para trabajar con éste era escaso, me conformaba mirando lo la mayoría de las veces, pero que sí funcionó como uno real, solo que en pequeño tamaño.
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