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Mi padre me acompaño a perder trabajo para el exterior del pozo San Mames. Aquella tarde tuvimos suerte. A la puerta de la oficina, estaba el jefe de guardas jurados de la empresa, Adolfo Bernardo Antuña, un gran paisano, después de saludarlo, Adolfo, le pregunto a mi padre:

-¿Arsenio es tu primer hijo?

-Sí, le dijo mi madre, venimos a pedir trabajo para el exterior hasta que cumpla los dieciséis años para ir a la mina.

-No filian para el exterior, a nadie, solo hay trabajo para los mayores de diezciseis años y para las minas. Pero tranquilo que yo mismo hablaré con el ingeniero para que pueda entrar. Tú bien lo mereces, eres muy cumplidor, y él se aparece a ti mucho, va a ser tan trabajador como tú, el jefe seguro que hará una excepción y lo conseguiremos.

En efecto, nos dijo que le acompañáramos, subimos al primer piso donde estaban las Oficinas centrales de todo el Grupo. El cavo pasó al ingeniero, y después de hablarle, abrió la puerta del despacho y nos presentó al Ingeniero Jefe del Grupo, que muy atento felicitó a mi padre como buen trabajador que era. Estas fueron sus palabras: Le estrecho su mano y lo felicito, “teniendo en cuenta lo trabajador y cumplidor que es usted le doy trabajo a su hijo” porque seguramente será tan trabajador y formal como lo es usted. Allí mismo, y al momento me harían la afiliación.

-Acompáñeles a la oficina del pozo para que lo filien y lo manden a reconocimiento médico, dijo al cabo.

Le dimos las gracias, y nos despedimos de él. Pasamos a otra oficina donde me afiliaron. Los dos marchamos para casa muy contentos, y agradecidos del cabo de guardas jurados por su buen comportamiento y aprecio hacia mi padre; y también del ingeniero, por la excepción que hizo al apreciar el valor como buen trabajador que era mi padre, y darme el trabajo que tanto deseábamos por lo necesario que nos era, ya que era muy difícil conseguir trabajo hasta no cumplir los dieciséis años, cuando se podía entrar al interior de las minas, con la categoría de “guaje” o ramplero. Otro trabajo no lo había.

A los pocos días de visitar al Ingeniero Jefe del Pozo, empecé a trabajar, dos años al exterior y cinco en la mina hasta mi accidente en el que perdí las manos. El resto en la oficina. Trabajé en esta empresa cuarenta y dos años. ¡Quién le iba decir a mi padre o al ingeniero que más tarde iba ir a trabajar con él bajo sus órdenes, donde estuve hasta que llegó la hora de mi retiro! Y lo mismo con Adolfo Bernardo, que fuimos compañeros y muy buenos amigos toda la vida.

En este pasaje de la vida, podemos apreciar y valorar lo importante que es el ser un buen trabajador y cumplidor de los deberes, tanto en el trabajo como en la vida social. Así fue mi padre de apreciado siempre, lo mismo por los jefes que por los compañeros de trabajo. Está muy claro que a la corta o a la larga, las cosas van por su cauce, el que hace bien, bien recibe el que va por la vida dando tumbos, poco puede esperar de los demás.

Mi primer trabajo para la empresa Duro Felguera fue en el exterior del pozo, picando vagones; y cuando llevaba cuatro meses, los dos peones que hacían la misma labor que yo, en el lavadero del Grupo, situado al oeste del pozo y al otro lado de la montaña, dando vista a Santa Bárbara. Uno de estos fue destinado a otro trabajo, y el otro se quedó de baja por enfermedad. Estos dos, con categoría de peones, tenían veintiocho y treinta años, yo catorce, y me destinaron para ese punto.

Mi trabajo consistía en picar el carbón que se quedaba pegaba en el fondo de los vagones, y que si no se quitaba terminan llenándose y no se caía al vascular. El cargamento que traían de la mina, sería mínimo al no caber por éste que queda pegado en el fondo. Este carbón se echaba en una pila y cuando ya había para llenar un vagón se cargaba y para el basculador donde tenía que dar nota de todos los que yo produjera. Allí se apuntaba toda la producción que se basculaba, y el vigilante, todos los días, tomaba nota para pasarlo a las oficinas y a la jefatura.

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