El ejemplo lo había en nuestra casa: a mi hermano Daniel le retiraron de la mina por padecer el tercer grado de silicosis reconocido por ellos, se cree que ya tenían el cuarto o quinto, porque poco duro su vida Había sido reventado de trabajo y hambre en la profundización de varios Pozos, Pozo San Mames, Cerezal Y Cario. Fue retirado con una paga de setecientas pesetas, casado, no le daba ni para el solo ¿cómo iba arreglárselas para mantener la casa? Tenía treinta y cuatro años cuando le retiraron ya estaba deshecho totalmente. A simple vista se le notaba lo mal que respiraba, daba pena verlo. Había comenzado su vida de esclavo y sin comida siendo un niño. Solo duro diez años más y sufriendo su terrible enfermedad, la maldita silicosis. Como no iba a dedicarse a robar para poder comer, él, como otros compañeros más, también mineros, comenzaron a trabajar en estos chamizos. No molestaban a nadie, todo lo contrario, daban trabajo a mucha gente. Hasta mejoró la economía de la zona en cantidad. La Empresa Minera no quería que se metieran a chamiza. La pregunta es: ¿Por qué no les pagan más pensión? Está bien claro que un productor que cotizó a la seguridad social y que trabajó hasta reventar y deshacerse los pulmones en el tajo, debería tener una pensión lo suficientemente como para poder vivir el poco tiempo que le queda de vida.
Todos los de la época conocemos lo mal que se pasó a causa de este motivo. En aquel tiempo no había más remedio que dejarse morir, por no haber recursos sanitarios para curar esa terrible enfermedad, ni tampoco medios de seguridad para evitar el tragar todos los días tanto polvo. Cierto es que si los medios económicos fueran suficientes no precisarían chamizar. Nadie trabajaba por amor al arte, y mucho más en un estado como estos hombres que no podían ni caminar por la falta de oxigeno para sus pulmones ya quemados por la maleza que recibieron en el interior de la mina, trabajando en una atmósfera llena de polvo y gas que mata al más fuerte y en pocos años.
¿Por qué no les dejaban trabajar libremente, ya que no querían pagarles más? ¿Estableciendo unas normas de seguridad? y un control para que cada uno pagase sus impuestos reglamentarios de acuerdo con los ingresos de cada uno y entregando el carbón a la misma empresa y con las normas vigentes, o ¿autorizarles a formar pequeñas empresas donde se agruparan estos hombres desamparados, enfermos y sin medios económicos?
La prueba está, en que cuando la empresa eliminó a los chamiceros, dio concesiones a quien les pareció a ellos. Es decir, lo quito a los pobres, que no tenía otro medio para sobre vivir, para enriquecer a los que ya tenía bastante. Señal de que esos pequeños macizos ya abandonados no les interesaban. La mayoría aun siguen hoy en día, sin ser explotados, y con seguridad permanecerán sepultados bajo la tierra, para la eternidad. En cambio este carbón pudo haber solucionado la vida de aquellos esclavos que murieron cumpliendo con su deber y machacados por el exceso de trabajo, y sin protección ninguna, ni ser reconocidos como se merecen los trabajadores.
Estos hombres, primero reventados en el trabajo y después sufriendo lo que supone la maldita silicosis y sobre todo sabiendo las consecuencias de esta y sin olvidarse de que estaban condenados a morir en poco tiempo. Era una tortura para ellos y para los que les apreciábamos.
Si la esclavitud ya era dura, ¿cómo sería a partir de estas persecuciones, que para poder seguir trabajando, se decidió hacerlo por la noche? Hay que pasar por esta odisea para poder valorar el esfuerzo y lo difícil para defenderse a la luz de un candil. Ellos, en los chamizos donde caía agua sin parar y nosotros los arrieros, peleando con los animales cargados y siempre en solitario y en plena noche con lluvia o nieve y un frio aterrador. Pues cada uno iba a su aire, ya que ni se coincidía en el mismo lugar ni con la misma trayectoria de cada uno.
Mi burro no podía con los tajos de los caballos y se caía con mucha frecuencia, raro era el viaje en el que no se caía una o dos veces, rodando entre el fango. Yo estaba solo para poder cargarlo, subir los dos sacos de cincuenta kilos cada uno, si sujetaba por uno, se caía el otro, en plena noche con tanta oscuridad y llenos de barro, con una mojadura enorme. Solo tenía diez años y lo aguanté hasta los doce. Aunque reventado por tanto esfuerzo, lo pude soportar porque estaba sano como un roble, pero mi hermano y los otros que ya no respiraban ¡Cuánto sufrirían pensando que la muerte les llegaría pronto! Estos hombres, sí que fueron mártires, no se olvidaron nunca de cómo otros compañeros se morían antes que ellos. Vieron caer a vecinos de un día para otro sin poder hacer nada por salvarles.
Era lamentable verlos trabajar en esas circunstancias. El sufrimiento de estos se extendía a toda la familia, era casi una tortura. Mi hermano algunas veces decía bajo su desesperación: “pensar en el poco tiempo de vida que me queda y que éste individuo, venga a destrozarme lo que me da de comer, ¡es de terror! Si me pagaran por mi enfermedad, por accidente o me dieran un punto compatible no tendría ninguna gana de vivir reventado y de esta forma perseguido”. Así eran sus comentarios, que servían solo para sufrir él y los demás.
Al amanecer había que tapar los chamizos, para que no los pudieran localizar. Un trabajo de perros. Solo hay que imaginarse lo que supone el trabajo que da el hacer que desapareciera la entrada de una mina, para despistar y evitar que la hundieran. Nada más encontrase con uno lo dinamitaban y el dueño iba de cabeza al juzgado. Un juicio y a pagar. Estos esclavos, que además de estar enfermos por enfermedad profesional y que tenían los días o meses contados, fueron castigados con los mencionados juicios y multas, además de las humillaciones de los que los trataban como si fueran ladrones. Mi hermano Daniel murió a los cuarenta y cuatro años, y solo en los últimos meses de vida gastó setenta y nueve botellas de oxígeno. Sufrió muchísimo para vivir y también para morir. Sus últimos años de vida fueron una carga, una pesadilla de terror para él y para el resto de la familia, que le veíamos morir poco a poco hasta que se quedó como un cadáver viviente. Esta es la triste realidad de cómo nos trataron a los trabajadores.
Mi hermano encama ya destrozado, un día dijo a mis padres, a ver si Arsenio se marcha para Madrid y me deja sin oxigeno, ya sabéis que me muero asfixiado sin ello. Tranquilo le dijo mi padre, Arsenio, es hombre enérgico, lo tiene todo controlado, no te abandona ni a ti ni a nadie, sabes que lucha y ayuda al que le haga falta.
El problema del oxigeno fue demasiado gordo, ya no se encontraba por ninguna parte. Hubo que buscarlo por distintas partes, talleres y empresas, pero ni les gustaba cobrarlas ni darlas y por eso llego el momento que no había forma de conseguirlas y dado que yo iba con frecuencia a Madrid, era el miedo de mi hermano a quedar sin poder respirar. Sabía que yo las conseguiría de donde fuera. Hable con la empresa y les pedí siete botellas de repuesto para que antes de terminarlas se pudieran pedir más y de esa forma ya me podía marchar y todos más tranquilos. Además de decirles a mis padres que siempre estaría en contacto con ellos por si había problemas. En cuanto al oxigeno, que podían estar tranquilos yo lo había arreglado para que no les faltara. En el caso de que me retrasara en regresar yo mismo lo pediría desde allá si fuera necesario y sin problema.
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