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En esta misma finca, unos meses más tarde del accidente con la cerda, estábamos llindando les vaques mi madre y yo, cuando tuve que hacer una necesidad, me quitó los pantalones y salí al camino que tenía un anchurón y un matojo apropiado para el caso. Allí me coloqué y como llegó la hora de marcharse a casa, mi madre soltó las vacas, se retrasó un poco para cerrar la portilla de la finca y, como siempre, la primera que circulaba era la famosa La Borrega, porque siempre fue la jefa del rebaño.

Al llegar junto a mí, me cogió entre sus cuernos y de la primera me lanzó a la finca de abajo. Ese día, según mi familia, volví a nacer. El peligro fue doble, si al primer quite no me lanza, podía haberme matado enfilándome en sus grandes cuernos. Al lanzarme, caí en un matorral que amortiguó el golpe, de haber ido un poco más desviado habría caído en un pedregal de la finca vecina y dada la pendiente que había y con la velocidad que me lanzó podía haber sido más peligroso. Así que lo único que sufrí fueron magulladuras y un buen susto, además de las ortigas que me castigaron de duro, durante largo tiempo. Al estar desnudo de medio cuerpo para bajo, las ronchas que me salieron eran gordas y resquemaban como el fuego.

Aquella vaca que era de raza casina, con unas medidas especiales, fue la mejor de todas, trabajaba a las dos manos. Esto quiere decir que lo mismo le daba “xoncerla” (ponerla a tirar del carro) a derecha que a izquierda, lo que no es fácil para otras vacas, ya que lo normal es que cada una tira a donde fue adiestrada. Tiraba del carro y labraba las fincas como ninguna y daba unas buenas crías todos los años, además de una excelente leche con la que se hacía una manteca de primera.Un animal excelente, pero con un defecto que nunca se le quitó, la mala costumbre de tirarse a todo lo que encontraba a su paso, animales o personas. Para ella no existía el miedo, “truñaba” (envestía) aunque se encontrara con un rebaño de vacas. Tan fuerte y valiente fue, que nunca se encontró con ninguna que la venciera, era guerrera por naturaleza. También era un bonito animal, de unas medidas especiales, su cuerpo brillaba cubierto de un pelaje casi colorado que daba gusto contemplarla. Nunca conocí una vaca más grande que ella de su misma raza, así que la tuvimos hasta que ya era muy vieja y no podía con más. A pesar de su bravura y fiereza, los mayores de la casa la dominaban bien, siempre con una fuerte vara y poniendo cuidado para manejarla. Caminaba con mucha serenidad, nunca corría demasiado excepto para atacar a su adversario, pero siempre mirando a todas partes. Sus enormes cuernos eran igual que los de los toros que, en aquellos tiempos se dedicaron al fuerte trabajo del transporte de carbones y maderas, entre otras cosas. Por ejemplo, como los que transportaron el carbón de las primitivas minas de Langreo hasta el puerto de Gijón, antes de construir la famosa “Carretera Carbonera”.

 

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