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La primera carta a mis padres

Tenía muchas ganas de poder comunicarme con mis padres y no había teléfono, ni otro medio más que el de las cartas que yo no podía escribir. Pedí al niño de Bustio, Agustín, que atara un bolígrafo con una goma a mi gancho y comencé a practicarme. Aunque era muy difícil porque no había pulso, ni control del gancho porque sólo se trataba de un simple cuero que lo sujetaba a mi brazo, sin mecanismo alguno, ni medios para poder dirigirlo, ni apoyarlo, por lo que, al principio, me resultó casi imposible. En lugar de letras con aquello sólo salían garabatos en todas las direcciones y sin control, pero yo no me di por vencido. Pensando que la inteligencia humana, sabiendo emplearla, tiene mucho campo. Porque está probado que los resultados llegarán tan lejos como la inteligencia de cada uno. Esa es mi teoría. A los quince días escribí la primera carta a mis padres y, aunque la caligrafía no era muy bonita que digamos, se entendía y mi esperanza era que con el tiempo la iba perfeccionar.

Lo de atarme el bolígrafo sólo lo tuve que pedir al principio porque al poco tiempo ya me di cuenta de que con una goma más gruesa, a la medida y en forma de cilindro yo mismo podría enchufar el bolígrafo. Lo difícil sería encontrar esa goma. Hasta que un día llegó el ayudante del Ortopédico, que por cierto era muy buen chaval, no así su jefe que no atendía ni a su mamá. Le conté lo que precisaba y él mismo me la preparó. En su siguiente visita a la clínica, me trajo una, la probamos y funcionó. Ya tenía otro problema resuelto y sin necesidad de tener que pedir ayuda. Nunca olvidé aquel proverbio que dice: no dejes para mañana lo que tengas que hacer hoy.

Cuando mis padres recibieron la primera carta escrita por mí no reconocieron mi letra y como las anteriores habían sido escritas por un compañero, pensaron que ésta sería también al dictado. Aunque en sus cartas no se explicaron bien al respecto yo noté que dudaban de la desconocida letra. Al ver que yo insistía en demostrar que era la mía, me dijeron que no me preocupara, que con el tiempo lo conseguiría. Aunque nunca dudaron de mi lealtad, quizá en ese tiempo pensaban que yo me hacía el valiente y decidido para que ellos no sufrieran porque para la mayoría de la gente era materialmente imposible creer que yo pudiera escribir sin mis manos. Si hasta que no lo vieron con sus propios ojos el personal de la clínica, no se lo creyeron, ¿cómo lo iban a creer los demás? Normal que dudaran.

Le di vueltas en mi cabeza para poder mostrarles la verdad hasta que un día pensé en que me sacaran una foto escribiendo, pero entonces pensé que sería peor el remedio que la enfermedad, no me valía el invento de la foto, porque iban a sufrir más. Aquel artefacto tenía muy mal aspecto. No me pareció bien que lo conocieran por el momento. Seguí pensando en cómo podía mostrarles que era yo realmente el que les escribía hasta que un día se me ocurrió decirle al Niño que me escribiera unas líneas que le iba a dictar. Al terminar mi carta le iba explicando lo que iba decir a mis padres:

Soy Agustín, asturiano y amigo de Arsenio, tengo 11 años y les escribo estas líneas para saludarles y decirles que es cierto que es Arsenio quien les escribe. Lo consiguió para poder comunicarse con ustedes. Si comparan las primeras cartas que recibieron verán que son distintas, esas las escribió un compañero que ya no está. Por favor, no duden de nosotros porque ni yo ni su hijo les decimos mentiras. Así mismo les digo que Arsenio ha sido felicitado por el director de la clínica, el doctor Francisco López de La Garma, delante de mi persona y le dijo: “eres muy valiente, nadie consiguió escribir en sólo quince días. Los hay aquí que llevan más de un año y no consiguen hacerlo. Haces mucho por tu rehabilitación llegarás muy lejos”. Yo, Agustín, doy fe de que todo esto que les explico es cierto y aprovecho la ocasión para saludarles atentamente, un cordial saludo. Y lo firmo.

Nunca me olvidé de este niño que tanto me ayudó y al que tardaría treinta años en volver a ver. En todo ese tiempo nunca supe de él, hasta que comencé a buscarlo a través de la gente que vino de aquella zona  a trabajar a las minas. Una tarde me dijeron que vivía en Cabrales y, a los pocos días,  fuimos mi esposa y yo a visitarle. No nos reconocimos, pero cuando le expliqué quién era, lo recordó todo. Le di las gracias por todo y nos presentó a su mujer y a su hijo pequeño. Pasamos un buen rato juntos recordando cosas del pasado. Pienso visitarle cuando termine el libro para regalarle uno dedicado a él y a su familia, en recuerdo de nuestra juventud. Aunque mi querida esposa ya no puede acompañarme, yo les saludaré en nombre de los dos.

 

2 respuestas a Mi lucha por aprender a escribir sin manos

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