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Estaba en la Clínica Nacional del Trabajo, en la Avenida Reina Victoria, nº 21, de Madrid, en el cuarto piso, habitación 32. A los quince días de ingresar y, para que pudiéramos comer solos, nos pusieron un pequeño aparato de cuero con una especie de gancho “no articulado” para enchufar la cuchara y el tanque de aluminio que usábamos para beber. Era algo provisional hasta que nuestros brazos estuvieran preparados para manejar las prótesis. Aquellos rústicos y pobres ganchos no articulados daban pavor verlos y casi se me para hasta el reloj, ya que parecía imposible poder hacer algo con ellos. Se trataba de un simple redondo de hierro curvado. Después de darle vueltas a las cosas, comencé a estudiarlos en profundidad para ver hasta dónde podía llegar con ellos. Con mucha lucha y dedicación, al cabo de unos días les saqué un gran provecho y no sólo para poder comer, los aproveché también para aprender a escribir.
 
Otro gran servicio que descubrí fue el poder asearme con ellos yo solo. Después de diversas pruebas, enrollando en el gancho un papel, conseguí limpiarme. Aunque al principio era muy latoso, dado que el papel se escurría por no poder sujetarlo, luego me di cuenta que si lo mojaba ligeramente se adaptaría mejor y de esta forma fui perfeccionado el tema para poder arreglármelas solo. Una de las cosas más bochornosas es que tengan que limpiarte el trasero.
 
Como ya no solicitaba la ayuda de los enfermeros, estos muy sorprendidos me preguntaron:
 
– ¿Cómo puedes asearte tu solo si es imposible?, no tienes con qué coger nada. ¿Quieres, por favor, decirnos como te las arreglas?
 
– Nada hay imposible, después de practicarlo unos días, llegué a defenderme solo.
 
Les mostré una gran esponja plana y delgada, para adaptarla mejor, que sujetaba con el gancho por el medio de ésta. La primera operación era limpiarme con papel enrollado en este gancho. Luego con la esponja me lavaba y al terminar me secaba con papel nuevamente y asunto resuelto. Desde luego que tuve que tener mucha paciencia, resultaba muy difícil sujetar las cosas, todo se me caía al suelo y vuelta a empezar de nuevo. Fue demasiado lo que tuve que soportar, pero el hombre que lucha puede ganar la batalla.
 

 
Lo que al principio a mí mismo me parecía imposible, más tarde era casi normal. Nada como lavarse y con jabón, es una forma muy higiénica y no hay manchas en la ropa interior nunca. Sigo con ese sistema. Como anécdota les diré que hace poco tiempo, cuando mi asistenta explicaba por teléfono a una de sus hijas como me las arreglo para asearme yo solo, le dijo: “se arregla tan bien que cuando se ducha y se quita su ropa, está tan limpia como cuando se la pone”. Y agregó: “jamás he visto un hombre tan limpio, no sé como lo hace tan bien, hasta friega el lavabo y lo deja todo limpio y ordenado, todo en su sitio”. Así es, la persona debe ser limpia y ordenada. Primero, por su propia higiene y después, para no molestar a las personas que te rodean. Creo que es una de las cosas fundamentales para la buena convivencia y el respeto a los demás.    
 
– Ahora voy a por lo de escribir, les dije a los enfermeros.
 
Uno de ellos dijo que nunca lo conseguiría, que era imposible. El otro le dijo: yo no lo pongo en duda, viendo cómo trabaja este hombre. También nos parecía imposible el que se aseara el solo y ya lo ves como lo consiguió. Estos enfermeros que fueron los primeros en saberlo, alucinaron. No tenían palabras para valorar lo que consideraron un gran éxito. Muy pronto se enteró todo el equipo médico de mi forma de trabajar y de luchar por arreglarme solo, fue algo inaudito y digno de aprecio por todos ellos. Aquellos resultados fueron unos de mis primeros éxitos en la vida.
 
Después de las experiencias vividas, cada vez que tengo que hablar a la juventud, siempre recalco que hay que creer en los demás. No se pude perder la fe en la gente, el mundo sin fe y sin cariño a los demás sería un desastre imposible de soportar. Tengo mil anécdotas que demuestran que el caminar por la vida con realismo y seriedad es fundamental. Nada hay más bonito para sentirse tranquilo y con esa paz interior que todos necesitamos. Hay que ser realista, no engañar, cumplir con la palabra dada en todo momento y hacer todo el bien que se pueda. Seguro estoy de ello, a mí me dio resultado el ser así, por eso llegué a donde estoy. La mentira y la farsa no funcionaron nunca y no va ser hoy al revés el mundo. Eso está más que claro. El que piense así, tarde o temprano lo ha de pagar, la misma vida le pasa factura, ¡eso va a misa!
 

Como dice el proverbio “Dios aprieta pero no ahoga”,

 
Poco a poco iba solucionando mis problemas, aunque al principio luchaba en solitario, cerrado y triste en mi habitación, poco o nada veía en los resultados. Siempre pensé que la rehabilitación debería ser por la mañana y la tarde pero eso no pudo ser. Por ese motivo quise hacerlo por mi cuenta cerrado en mi habitación. Nunca me atreví a pedir a un compañero de los que tenían manos que me ayudara, pues se trataba de muchas horas y la gente no quiere comprometerse. Solo me quedaba el tener un ayudante para por las tardes dar movimiento a mis muñecas, pues yo solo poco podía hacer.
Cuando llevaba unos días trabajando solo, ingresó un niño de 11 años, también era asturiano, de Bustio, un pueblo situado en la misma raya con Santander. Este niño venía para que le pusieran unos injertos en su pie derecho, en el que había sufrido unas graves quemaduras y que aunque estaban sanas las heridas, le habían quedado los tendones prácticamente sin cubrir y a la vista. 
 
Este niño, que siempre estaba con nosotros, se hizo amigo nuestro y venía a pasar las tardes a mi habitación. Miraba como trabajaba y un día me dijo:
 
– ¿Te puedo ayudar yo? 
 
Cogió una de mis muñecas y comenzó a hacer lo que yo solo mal conseguía. Tiraba con arte y aunque me producía un fuerte dolor, no le decía nada. En una de las paradas cogí y mordí mi pañuelo para aguantar mejor el dolor. Pues me di cuenta que aquello funcionaba. Ya tuve ayudante todo el tiempo. La ayuda de este niño fue para mí, como una bendición del cielo, como si la providencia me lo hubiera enviado. El cúbito y el radio, al igual que el resto de los brazos, mejoraron en cantidad. De no ser a base de darles aquel movimiento, habría tardado mucho más tiempo en ponerlos a punto. Hay que ver lo difícil que es hacer que se muevan los dos huesos uno para cada lado, como si fueran dos dedos, pero con la gran diferencia de que éstos están anquilosados y atrofiados por la amputación. Hacer que se movieran me costó lágrimas y sudor. Fue en ese tiempo cuando el sufrimiento y la angustia se agudizaron, fue cuando peor lo pasé. Esta etapa de mi vida iba ser una de las más duras, pero decisivas de verdad. El niño, mientras que trabajaba tirando por mis huesos, miraba como bajaban por mi rostro las gotas de sudor producidas por el dolor, pero no decía nada. Era bravo de verdad, porque aguantó largas horas de lucha conmigo. No todos tienen las agallas de este valiente niño que, a pesar de ser tan joven, no dudó en soportar aquel duro esfuerzo para ayudarme.
 
No todo son inconvenientes por ser aldeano, algunas ventajas nos enseña esta dura vida de trabajo. Si no estuviera acostumbrado a trabajar, ese niño nunca habría soportado aquel trabajo que con tanto arte y decisión aguantó voluntariamente y prestando un servicio como si fuera una persona mayor. Es digno de destacar el conocimiento y valor de aquel niño, que pronto se dio cuenta que yo solo muy poco iba conseguir.
 
Creo que todo esto merece un comentario que considero importante. Mientras que este valiente niño, trabajaba sin descanso, otras personas mayores que había por allí, nunca se ofrecieron ayudarme. Todos sabían de aquel trabajo que se hacía todas las tardes fuera domingo festivo o no. A nadie le interesó aquella ayuda que era importantísima para la vida de un hombre, excepto al niño. Esa es la gran diferencia de unas personas a otras. Está más que claro que a la persona que desde niño le enseñan bien, esto va a repercutir en su comportamiento durante el resto de su vida. Sin duda ninguna debemos copiar del ejemplar comportamiento de este valiente niño.
 
Los enfermeros venían todos los días y miraban la lucha que llevaba sin descanso y con toda su nobleza me decían que no trabajara tanto, que era mejor llevarlo con un poco más de calma. Pero no se ofrecieron a nada. Yo les decía que era mejor trabajar que estar parado mirando como corre el aire no enseña nada y yo estaba aprendiendo. Era superior a mí, esas ganas que tenía de poder valerme por mi mismo no me dejaban perder el tiempo y seguía en mi empeño aprovechando al máximo las horas de cada día. Podía comer, aunque con dificultades, y también asearme pero todavía me faltaba poder escribir a casa. Aunque el resto de la rehabilitación iba a llevar más tiempo me pareció que lo de escribir lo conseguiría en menos tiempo. Pensando en todo ello no dejé de luchar. Si por las mañanas había rehabilitación, por la tarde lo alternaba con lo de escribir. Alejandro decía lo mismo que los enfermeros, que no debía trabajar tanto. Muchas veces en la tarde iba y venía a la habitación mientras el niño y yo trabajamos y me decía:
 
– No sé para que trabajas tanto si no te van a pagar las horas extras.
 
Se reía y se iba de nuevo. Era una de sus bromas. No le gustaba el aparato y, además, tenía un poco más cortos los muñones, lo que le suponía más dificultad, pero tampoco parecía tener mucho interés. No se arreglaba con los aparatos y se enfadaba con cierta frecuencia, cuando se le escapaba la cuchara o alguna cosa, pues resulta muy difícil aprender a comer. Las monjas miraban, pero no decían nada. Ellas bien sabían que la desesperación era grande. Las atenciones allí fueron de lo mejor y en todos los órdenes.
 
Cuando le salía alguna cosa mal miraba para mí y decía:
 
–Tú eres el hombre de la suerte, siempre te sale todo bien, no sé cómo te las arreglas amigo.
 
–Hay que tener más paciencia y tú tienes poca, le decía.
 
–Si esto es no tener paciencia que venga Dios a verlo, hombre.
 
–Claro que tienes razón para quejarte, todo es muy duro y monótono, pero tienes que pensar que si tú no lo haces nadie lo va hacer por ti. Los dolores son fuertes y el tiempo se hace muy pesado pero hay que conseguir mover y manejar mejor esos huesos, que sin ellos no vamos a ninguna parte.
 
Este fuerte trabajo sería vital para el funcionamiento de las prótesis que me colocarían más tarde, cuando estuviera preparado. Los dos huesos son los que nos hacen mover y rotar la mano a ambos lados. Al ser amputados se quedaron anquilosados. Es necesario hacerlos funcionar nuevamente. Si antes mandaban las manos, ahora mandarían mis prótesis y por esa razón yo me apliqué todo el tiempo. Mi habitación se había convertido en una pequeña ortopedia. Estaba convencido de que tenía que ser así, a base de lucha. Ese trabajo era sólo para mí y nadie me lo podía hacer. Sin descanso y sin diversiones, aunque se le pueden llamar así a las charlas de la sala de estar o con algún compañero que estaba en cama, o subir a la terraza a escuchar a Paco tocando su acordeón. Para mí era más importante progresar en mi perfeccionamiento, pues sabía que buena falta me iba a hacer. Además hay otro tema muy importante y es que yo nunca pude estar parado, porque esa fue mi manera de ser toda mi vida y eso me ayudó mucho. En aquel tiempo, en nuestra aldea, trabajábamos desde niños durante toda la semana y no había descanso, ni siquiera los domingos o días festivos. Trabajar comer y dormir, no había otra cosa.
 
Aunque parezca hoy imposible, en aquel tiempo algunos de los mayores se morían al retirase porque no soportaban dejar el trabajo, un comportamiento muy parecido al del pajarillo al que se le mete en una jaula y la tristeza de verse encerrado lo mata. En el hombre es la tristeza de no trabajar.
 

 

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