Al incorporarme al nuevo trabajo en las oficinas del Pozo San Mames, Grupo San Martin, después de mi accidente, lo pase muy mal, me costó mucho trabajo el adatarme a un trabajo que no conocía. Todo diferente, distintos jefes, distinto personal, muchas horas cerrado en aquellas oficinas. Aparte de no poder defenderme poco más que para comer y hacer mis necesidades, por que aquellas prótesis eran muy simples, todo se escurría al cogerlos objetos. Fue de tormento, mi vida de trabajador minero era muy diferente, donde trabajaba en lo mío, lo que me gustaba y donde ganaba dinero suficiente para vivir. Había sido craso en aquel ambiente de minero desde niño y eso impone, el resto era desconocido para mí.
Mi horario de trabajo desde las nueve de la mañana hasta las siete u las ocho de la tarde, y sin cobrar nunca ni una hora extra, aunque mi jornada era de 8 horas y la hora de mi salida a las seis, porque había jornada partida. Otro problema, que no me dejaba tiempo para mi trabajo particular, tenía que estudiar, trabajar allí 8 horas, trabajar en mi finca además del tiempo que necesitaba para diseñar y hacer pruebas con mis inventos, lo que tanta falta me hacía. Tan duro me resulto al principio que creí no poder soportarlo. Eran muchos los problemas, pero el más grave, era que mi salario en estas oficinas no me alcanzaba ni para pagar mi pensión, era un mísero sueldo No soportaba el pasar todo el día, no era mi lugar de trabajo, no entendía nada de aquello. Todo me parecía imposible, lo que yo precisaba fundamentalmente, más que el pan de cada día, era trabajar para ganar lo necesario para vivir y no podía y eso me torturaba.
Si antes del accidente estaba contento con mi trabajo, y después la desgracia, había conseguido rehacer mi vida en La Clínica de Madrid, la añoraba, sentía pena por dejarla, el no hacerles caso en quedarme a trabajar allá, lo considere un tremendo fallo. Aquí en estas oficinas, muchas horas sujeto, poco dinero, y mucha dictadura, me sentía como cerrado en una jaula y pensado en mi pobre economía.
Alejandro tenía más libertad, iba y venía a su antojo, yo atado como el perro a su estaca, desde que amanecía hasta la noche. Con frecuencia venia a visitarme al trabajo, comentábamos nuestros problemas, pero siempre llegábamos a los mismo, lo poco que ganábamos.
Yo siempre aprovechaba para aconsejarlo que se apartara de los bares y dejara de beber, le decía entre otras cosas. Tú y yo tenemos que andar muy derechos, todo el mundo nos mira, así como vamos bien vestidos, siempre de traje y corbata, lo mismo tenemos que hacer con la bebida, no pasarnos. Ser prudentes y respetar para que seamos respetados, si perdemos el norte, adiós a nuestras ilusiones, perderemos también nuestra capacidad y hasta el mismo crédito personal, ante la gente.
Debemos llevar una conducta intachable, seremos respetados y admitidos en la sociedad. Recuerda que llevamos una tara muy grave, que ésta no sea ningún obstáculo para nosotros. Creo que si nos comportamos podremos formar una familia y ser padres como los demás. El tema está en no perder la cabeza y la bebida es la que nos puede traicionar, hay que largarse de ella sin más.
Hay que trabajar y estudiar porque lo necesitamos. Nuestra vida ha cambiado tanto que es como si cambiáramos de planeta. Trabajamos con gente preparada mientras que nosotros estamos como los animalitos del monte porque es lo único que conocemos. ¿Adónde vamos con esta pobre cultura? Si no luchamos, nada podemos conseguir. No podemos quedarnos a la, orilla lamentando nuestra desdicha, porque así solo agravaremos el problema.
De estas cosas le hablé multitud de veces, lo que sentía de corazón que él no lo entendiera. Le salieron mal las cosas porque no pudo con tanto peso, tanto dolor. Yo seguí por el camino que había trazado: el camino del trajo y de la lucha y que quise que él también siguiera, pero no pudo, fue más fuerte su pasión por la bebida que el camino de la lucha y de la recuperación.
Yo le disculpo, sé que fue muy duro, es muy difícil recuperarse de un trauma tan grave como lo fue el nuestro accidente. Muy pocos hubo que lo superaran. Si la vida ya es por sí dura para hombres en nuestro estado es peor. Alejandro, se quejaba de que nos pagaban muy poco y tenía razón. En la mina se ganaba un sueldo bueno, un barrenista y un picador medio, salían por las 4.500 pesetas al mes, mientras que el sueldo que nos pagaban a nosotros era de 315 pts.de salario, más las primas de producción que suponían un total de 550 pesetas al mes. Estas primas de producción eran variables, unas veces de 250 y otras de más o menos.
Así que pocas veces cobrábamos las 600 ptas. Aunque Alejandro podía arreglárselas con ese sueldo porque vivía en la residencia de la empresa. Yo también porque estaba con mis padres. De haber tenido que pagar la pensión no nos alcanzaría ni para medio mes. Todo esto se sumaba a nuestra dura situación. Eso era una de las cosas que nos atormentaba a los dos. Muchas veces le dije:
-Tenemos que poner un negocio de algo, hay que estudiar muy bien las cosas. Le gustaba mi opinión, comenzamos a pensar cuál podría ser el mejor negocio. A él le pareció que sería buena una carnicería en El Entrego. La colocaría en un pequeño edificio que había, junto al cruce de la carretera a las Cubas, a la entrada del Entrego, donde cobraban los arbitrios municipales y que al eliminar estos se había quedado libre.
Lo valoraba como muy apropiado por quedarle cerca de su trabajo para poder a tenderlo. Pondría un carnicero a trabajar y él lo controlaría. A partir de aquel día cada uno comenzamos a pensar en lo que podría ser su negocio. Yo pensé en abrir un almacén de vinos, le di vueltas y en unos pocos meses me decidí. Tenía un poco de dinero que había ahorrado mientras trabajaba. Mis padres nos dejaban lo que podían para ir juntado para el día de mañana, bien que me valió. En aquel tiempo ya había comenzado a mejorar un poco las economías familiares. En el bajo de la casa de mi hermano Corsino, en Blimea, se puso este almacén. Alejandro no se decidió, lo fue dejando y no abriría nunca la que pudo ser su carnicería, además de su salvación porque el trabajo le ocuparía y lo apartaría de los bares y de la bebida, pero no dejo su equivocado camino y eso lo llevarla a su perdición. Nunca levanto cabeza.
Alejandro era inteligente, y en la mina trabajador, su accidente le dio un giro total a su vida. Le parecía muy difícil el poder trabajar con sus aparatos, no pudo con ello. Muchas veces cuando charlábamos de esta cuestión me decía:
-No seas tan optimista Arsenio, porque con estas pinzas no hay quien trabaje, ni tú, que eres el que mejor los manejas bien. Yo, que encima de ser más torpe las tengo más cortas ¿qué quieres, que haga milagros? Cuando me hablaba de aquella forma sentía pena por él, porque era muy noble y realista, valoraba las cosas con inteligencia y no dudaba en decir la verdad. Pero yo bien veía que su moral estaba por los suelos y que ya nunca iba ser capaz de superarse, perdió la moral por completo.
Cierto era que él no podía trabajar con la misma facilidad que yo por que le quedaron más cortos sus brazos y eso fue un grave problema.
Desde luego que razón no le faltaba. La cosa andaba muy medida, resultaba muy duro. Se trataba de un largo proceso de adaptación, no de meses sino de años. Se necesitaba experiencia y no la había. Trabajabas pero te hacías heridas, a parte estaba el peso de los aparatos, que nos rendía los brazos y dolían en cantidad. Nuestra duda siempre era ¿a dónde podremos llegar? ¿Qué clase de trabajos llegaríamos a poder hacer? Resultaba casi imposible pensar que se conseguiría poder trabajar. Había que ser más fuerte que un mulo, para soportarlo al principio y también para el resto de nuestras vidas. “Lo que está a la vista no necesita candil”, así lo decían los antiguos. Por esa dureza, por ese sacrificio tan enorme que hubo que soportar, él no pudo, le resultó demasiado duro y su vida se perdió entre sus tristes pensamientos y la bebida. Lástima fue que no haya podido soportarlo. Murió siendo muy joven. La bebida lo destrozo, le salió una cirrosis y en poco tiempo lo mato. Sentí mucho su desaparición porque éramos como hermanos. Habíamos convivido mucho tiempo junto y siempre nos apreciamos. Era muy buen compañero por eso sentí las críticas de algunos que por desconocer lo duro y triste que es verse así, dijeron: “¿porqué no hace como el de La Bobia que estudia y trabaja, en lugar de darle al tanque? ¡Qué trabaje!”
Lo primero que tienen que saber los que acostumbran a dar demasiado la mojada, es lo que sufriría aquel hombre, que quería a su novia y a su hija y las abandono por el dolor y la desesperación, atrofiado y cansado de vivir. No debemos olvidar que a la semana de poder las manos me invito a que nos pusiéramos al tren, los dos a la vez para no tener tanto miedo a morir. Está muy claro que aunque de momento conseguí aparte de aquellos malos pensamientos, no fe lo suficiente y siguió padeciendo hasta el final, sin encontrar remedio para liberarse del tremendo trauma.
-¡Qué fácil es criticar desconociendo las cosas y dar opiniones que ni saben ni quieren saber! También podían decir: “¿por qué el de La Bobia no juega al fútbol como Raúl el del Madrid?” Todos los hombres tenemos cualidades y limitaciones. Todos somos distintos, a uno se le da bien la mecánica y a otro la pintura, por ejemplo, cosas distintas que para uno son imposibles y para otro son fáciles. Esa es la gran diferencia, Alejandro sabía trabajar y era una gran persona, pero le resultó imposible lo duro de su accidente y no pudo superarlo, fue superior a sus fuerzas. No terminó de asimilarlo, no se le puede criticar, hay que pasar por ese trauma para después opinar.
Nunca olvide un proverbio que dice: “lo que uno adora otro lo detesta”, así somos los hombres y seguiremos siendo, con fallos o aciertos. Si pudiéramos adivinar el futuro creo que sería la gloria para muchos, pero seguro que la perdición para otros, por eso cuando hicieron el mundo, lo hicieron así, para que no podamos conocer el futuro. Creo que si fuera así, perderíamos las fuerzas para luchar y seguir adelante. Hasta es posible que no pudiéramos recorrer el camino que al nacer nuestro destino nos trazó.
Lo que sí nos sirve es el pasado y el presente, que a través de él podemos analizar nuestros aciertos, pero también nuestros errores. Si los aprovechamos nos podrán servir para corregirnos y no caer de nuevo en ellos. Todos somos muy valientes hasta que nos vemos en uno de esos problemas que nos deja fuera de combate y envuelto en las tinieblas.
Ahí es cuando hay que reaccionar y emplear toda la energía, luchar y aguantar. Pero eso pocos lo conseguimos, fallamos sin querer y sin darnos cuenta, caemos al precipicio sin poder remediarlo. Así de simples somos los hombres, algunas veces sucumbimos ante una adversidad que podríamos combatir y superar. Es ahí donde está el problema: la duda nos traiciona y nos aleja de la realidad.
Pasé pena porque no pude convencerle, también por su hija y su novia. Los tres juntos pudieron formar una familia y vivir con toda normalidad fuera de la bebida. Quizá hoy podría ser abuelo y sus nietos, hija y mujer serían su orgullo, como lo son los míos para mí. Le darían ganas de vivir y de estar en este mundo aún después de pasar por la tragedia y los sufrimientos que al principio padecimos. Fue una lástima, se perdió una vida que hacía falta para formar esa familia que él mismo rechazó.





Deja una respuesta