Trabajando en San Gaspar de 3º planta zona sur, Pozo San Mames
A los ocho días me quitaron los puntos y me dieron el alta. Cuando fui a destino para incorporarme al trabajo, Alfonso Cuello, vigilante de primera de la zona del sur, en cuanto me vio llegar se dirigió a mí antes de presentarme al vigilante de primera de mi zona con el fin de llevarme con él para la del sur. Alfonso fue un hombre muy trabajador, muy competente como jefe y con gran poder de mando en el Pozo. Por esa razón se quería rodear de gente también competente y trabajadora. Nació y vivió en mi pueblo durante toda su vida. Conocía bien nuestra trayectoria como trabajadores. Me destinó para su zona, a la a rampla de San Gaspar, en tercera planta. Era una rampla tumbada, no andaba el carbón ni por las chapas. Una mina muy mala, tenía una escasa potencia que nunca rebasaba desde los 0.80 cm. a 1 metro, además de mucha tierra y poco carbón.

Hay que tener encuentra que si el esfuerzo de bajar el carbón era duro, tanto o más lo era el subir por el enorme esfuerzo que había que hacer en los lugares donde no podíamos subir de rodillas, es decir, a cuatro patas. El único medio para regresar era retando con un esfuerzo para los brazos que nos agotaba. Con las piernas poco podíamos hacer porque en las chapas se resbala. No hay palabras para mostrar lo que sufrimos bajo las órdenes de aquel mal vigilante, que no pagaba ni al panadero, segura mente.
El relevo de la rampla entraba a las doce del mediodía, porque el aire comprimido que producían los compresores del Pozo no era suficiente para los doscientos cincuenta picadores que había en éste
Además, había que alimentar algunas turbinas que ventilaban los “transversales “chimeneas contraataques y coladeros. Por ese motivo estaban fraccionados los picadores en tres relevos: seis de la mañana, doce del mediodía y tres de la tarde. El postiador y yo entrábamos a las seis de la mañana para postear el contraataque del pozo de a lente, colocar y reparar la tubería de la rampla y otras atenciones de mantenimiento que se precisaran. Así, con este relevo tiramos unos cuantos meses hasta que un día se quedo de baja enfermo uno de los esporiadores. El vigilante, nos destinó al relevo de la rampla a las doce del medio día y me destino a cubrir aquella falta de un esporiador.
Al comenzar la tarea y ver el poco rendimiento que aquellos compañeros daban por lo estrecho y excesiva longitud del pozo, a demás de lo poco que les pagaban. Si cierto era que trabajan con poca gracia, tenían su razón para no apurase demasiado, dado que se trata de diez hombres fuertes y todos de veinticinco años en adelante, pensé que si les pagaran un poco más, podían bajar toda la producción en las ocho horas de la jornada. Todos ellos forasteros y residentes en la residencia de la empresa y nuevos en las minas. Después de pensar en lo necesario que era dar salida al carbón de todos los picadores, les dije:
-Es muy poco lo que os pagan pero yo os propongo que trabajéis un poco más para que podamos bajar la tarea para la hora de salida. Si lo conseguimos, evitaremos que los picadores pasen todo el día parados por no poder “revolverse” entre el carbón que ellos mismos pican. Si así fuera yo propondré al vigilante que os pague una bonificación diaria a cada uno, que bien la merecéis.
Todos ellos de acuerdo con lo que les proponía, deciden aumentar el rendimiento. Me puse el primero en la línea y les metí carbón durante toda la jornada sin parar. Para la salida del relevo ya teníamos la producción que era asignada para aquel taller de sesenta vagones ya cargados. Cuando salíamos con el resto de personal, al bajar del contraataque a la galería nos encontramos con el vigilante. Este con despotismo dijo:
-Bobia, ¿a dónde vais?
-Para fuera, ¿a dónde vamos a ir, la tarea ya está cargada para hoy?
El tío, que era más terco que una mula y no se fiaba ni de su sombra, me dijo.
-¿Cómo va estar cargada ya, si nunca lo consiguieron, solo bajan la mitad de la tarea?
-Pues hoy ya la tienes cargada
Para este torpe hombre era imposible lo que acaba de oír. No se lo creyó
En el monto que bajamos el contraataque, llegaba el trenista. El vigilante se dirigió a este y le pregunto, ¿cuántos vagones cargaste de mi rampla? Sesenta y tres vagones y todavía queda alguno más. El individuo cambió de carácter total, al momento parecía otro, ya que hasta que no llegó el trenista había desconfiado de lo que le había dicho.
Seguimos trabajando durante una semana más. Después de comprobar que aunque con mucho trabajo, se podían bajar los sesenta vagones diarios, comente al vigilante, lo necesario que era el pagarles una bonificación de seis u ocho pesetas, a los esporiadpores. que bien poco era, teniendo en cuenta el gran rendimiento de aquellos hombres y el beneficio para la empresa y los picadores. Su contestación fue brusca y negativa.
-No hay bonificación para nadie.
-Piénsatelo mejor le dije: porque no hay animal que aguante tanto trabajo seguido y con tan poco dinero. Si no les pagas más, puede ocurrir que la producción vuelva a bajar como estaba anteriormente a mi llegada.
-De eso nada dijo y se marchó. Aquello que también le parecía, el tener la tarea asegurada, solo iba durar poco más de dos semanas. Llegó un sábado y para terminar de fastidiarlo, me dijo:
-Bobia, el postiador para el lunes vuelve a los contraataques a las seis de la mañana y como vino el guaje que estaba de baja, lo destiné con él. Tú sigue esporiando porque si marchas, la tarea volvería a bajar. Ya sabes que subiste la producción del taller de treinta vagones que estaban cargando, a sesenta y que no has fallado ningún día, nadie lo consiguió, por ese motivo tienes que seguir tú dirigiendo ese trabajo.
No me creí lo que acababa de oír. Con la adrenalina a tope por la putada que iba hacerme, pero con serenidad le dije:
Vigilante, los hombres no somos animales de carga para reventarnos y con un mísero salario, estás cometiendo un grave error, no he sido yo solo el que trabajó para conseguir poner el taller al día, los compañeros trabajaron tanto como yo. No les quieres pagar nada, te aseguro que nunca me gustaron los problemas, pero tú te metes de lleno en uno muy gordo. Con tu forma de ser, solo conseguirás volver a la situación de antes. Sí que es cierto que intervine para ponerles al tanto de lo que estaba pasando, dándome cuenta que se podía bajar la producción. Pero también valorando el tremendo trabajo de estos hombres que merecían una bonificación y que tú no has querido pagarles. Recuerda que en el momento de conseguir este resultado, te di nota de lo que había hablado con ellos, prometiéndoles que podía ser fácil esa bonificación. ¿Cómo puede ser posible le dije?, que ni tú ni el capataz jefe del pozo, os interés resolver este problema, donde se pierden esa cantidad de vagones de producción diarios. ¿Eso es mucho dinero que pierde la empres, además de someter a los picadores del taller, a un mísero jornal? Están invadidos de carbón la mayoría de la jornada, sin poder trabajar. Es denigrante lo que está ocurriendo aquí, estos picadores, si quieren ganarse el pan tendrán que dejar esta pozo, ¿cómo se las van arreglar para mantener la casa?
Desde luego que ese no es mi problema, si no me destinas a mi punto habitual, ni les pagas esa bonificación a los compañeros, te aseguro que les comentaré todo lo sucedido y seguro volverán al rendimiento que tenían antes de mi de llegada. Para poder conseguir bajar toda la producción hay que moverse muy rápido, es un trabajo excesivo y difícil de soportar, no da tiempo a descansar nada en toda la tarea. Y todo por el problema de lo mal cuidada que tienes la rampla, sin “machones, llaves” de madera para evitar que baje tan rápido el techo. Todo esto es como una ratonera donde uno no se puede ni mover.
Te repito que no pienso ganarlo con el “culo” (trabajo del esporiador, que sentado sobre las chapas arrastra el carbón). Lo mío no es esporiar, ni pasar toda la jornada arrastro por esas chapas, reventado de tanto trabajo, en cima de que no me pagaste ni las horas extras de los contraataques. El resultado de tus errores muy pronto los vas a conocer, si es que no te enteras de lo mal que lo haces.
Tú bien sabes que voy a ser picador dentro de poco tiempo le dije, y que necesito estar con el postiador o, en otro de los casos con los picadores en el frente, para trabajar lo que me corresponde y a la vez aprender a postiar. De ninguna manera me va a sujetar nadie, a bajar carbón arrastrado por las chapas y con un mísero sueldo, como los antiguos esclavos.
Si después de ponerte las cosas, en camino de resolverse, no lo quieres reconocer ni aceptar, yo declino toda responsabilidad. Trabajaré a mi marcha sin apurar ni molestar a nadie, porque no es misión mía, el mandar a la gente y mucho menos reventarla.
Este vigilante que era torpe y no tenía ni idea de mandar un taller, solo sabía dar voces. No tenía capacidad para dirigir ni para pagar. No sabía por dónde andaba, así fueron sus resultados como vigilante. No todos sirven para mandar, es más difícil dirigir y mandar los trabajos que trabajar.
Su contestación fue, Bobia hace lo que quieras, pero no tienes otro destino. Con su forma de ser “brusca” y con chulería, sin tacto para tratar a los obreros, imponía su dictadura con cierta agresividad. Esa forma de tratar a la gente nunca da buen resultado. El que cumple y trabaja debe ser respetado. Su mala forma de comportarse, le hace perder autoridad, ignorando que con sus voces no asusta a la los trabajadores. Seguro que pensó que me iba doblegar a resolver el problema que solo a él le correspondía, porque para eso le pagaban.
El vigilante que sabe dirigir y respetar a la los trabajadores, es apreciado y no dudamos en ayudarlo cuando lo necesite, aunque sea reventando de trabajo algunas veces, porque se hace querer y por que paga y porque los mineros somos así de cumplidores normal mente.
Al próximo día comenté con los compañero la respuesta de este vigilante y les pedí que me perdonaran por lo que les había hecho trabajar de más, sólo con el fin de beneficiar a los picadores, a la empresa y a ellos mismos si hubiera conseguido la mencionada bonificación. Como esto no fue posible, yo mismo propuse volver a la situación anterior, trabajar lo normal, lo que correspondía a su categoría. Les recomendé que tampoco hubiera que abusar, creo que debían justificar su salario. La gente al momento se dio cuenta de que nada se podía hacer y con la gracia que se merecía la situación, a la hora de la salida del relevo, en lugar de los sesenta vagones o más, que habían salido las dos semanas anteriores y desde que yo había llegado, sólo se habían cargado treinta cuatro vagones. Aquel torpe vigilante, recibió el resultado que se merecía.
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