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Por el terrible trabajo que había en aquella Rampla de Gaspar de 2ª planta del Rimadero, al tirar por grandes piezas de madera de pino y eucalipto mojadas, me salió una hernia en la boca del estómago. Fui ingresado en el Sanatorio Adaro de Sama de Langreo. Me reconocieron por la mañana, dijeron que sólo padecía una hernia. Regrese a mi sala Sto. Domingo, comí un buen plato de fabes y después de terminar la comida fui a la sala Santa Bárbara en el bajo del mismo Hospital. Allí se encontraba mi primo y vecino Luis García de La Bobia y que yo apreciaba mucho. Toda la vida fuimos amigos. Fue uno de los trabajadores más notables de su época además de una excelente persona. Hombre fuerte y duro para el trabajo. Era incansable pero murió de silicosis a una edad muy temprana. El exceso de trabajo no perdonaba, de no ser así su fortaleza era como para durar cien años. Fue una gran pena, lo sentí mucho, nos apreciábamos como hermanos. Le recuerdo con gran afecto y sentí mucho su desaparición, fue una gran persona.

Mi pariente Luis, había sufrido un accidente con fractura de pierna por el fémur, permanecía colgado en su cama en la sala Santa Bárbara. En ese tiempo las fracturas de piernas se curaban en cama, colgando la pierna de un cable con uno círculos de hierro para estirarla y que los huesos soldasen correctamente. En esta postura pasaban el tiempo necesario y sin poder salir de su cama. Iba a visitarle y hacerle compañía para hacerle más amena su estancia en cama de largo tiempo. Aquella misma tarde, a las cuatro mientras charlábamos yo miraba por la ventana para ver llegar a mi madre, sabía que llegaría en ese momento por ser la hora de visita. En efecto: al poco tiempo llegó, me asomé a la ventana y le dije después de saludarla:

-No me operan hoy madre, yo estoy bien y mi primo también.

En el momento que acabé de pronunciar estas palabras y por mi espalda se acercó Colas, un enfermero que por cierto también fue hombre atento y muy trabajador, apreciado por todos en aquel hospital, me dijo:

-Venga amigo, que te vamos a operar ahora mismo.

Yo sorprendido le dije:

-Pero si comí bien y además fabes.

-Es igual dijo él no tiene ninguna importancia.

Se lo comuniqué a mi madre y con la misma me fui con él para la sala. Me puso una inyección y me dijo que me acostara un momento hasta que viniese a buscarme. Seguí por allí, la inyección no me hizo efecto y no me fui a la cama, al poco tiempo llegó Colas y me dijo:

-¿Por qué no te acostaste? ¿Es que no te hizo efecto la inyección?

-Yo no siento nada, como si no me hubieras dado ninguna le dije.

Le acompañé, nos dirigimos al quirófano y él mismo me ayudó a subir a la mesa de operaciones. Me ataron de pies y manos y me pusieron varias inyecciones en un círculo por la boca del estómago en la zona de la hernia. Las molestias fueron pocas, vi a través de la pantalla cómo me realizaban algo la operación y cuando terminaron me desataron, me ayudaron a incorporarme mientras que el mismo Colas me dijo.

-Tú eres fuerte ¿serás quien a ir andando hasta tu sala?

-Sí que puedo, esto no es nada, ¡si no me duele más después¡.

Cogi la chaqueta de mi pijama la acerqué a mi barriga y apretando con el brazo me dirigí hasta mi cama situada la primera a la izquierda en la entrada de la sala Santo Domingo. En la tercera cama de esta misma línea estaba Albarín Casorra, vigilante de Pozo Cerezal. Éramos conocidos de toda la vida y aunque él era mayor que yo, teníamos mucha amistad. Este hombre mientras trabajaba en su finca particular le había caído una castañal totalmente encima de su cuerpo. Había sido un grave accidente pero como hombre fuerte que era, se recuperó, no sin pasar graves y duros sufrimientos. Se recuperó y siguió trabajando varios años más. Ya se murió, pasé gran pena por él. Fue jefe de mi padre y siempre le oí decir que era muy buena persona, un vigilante muy competente, hombre de muy buen carácter y siempre con alegría hasta para mandar a su gente, además de muy buen pagador. Lo mismo mi padre que yo mucho le apreciamos.

Al llegar a mi cama Alavarín me preguntó:

-Arsenio, ¿es que no te operaron?

-Sí, hombre, ¿no ves que vengo sujetando el vendaje? Ayudadme a acostarme, dije a otros compañeros ya que él no se podía mover de su cama. Uno de ellos me contestó:

-¡Qué bromista eres, amigo! ¡Cómo vas a estar operado si llegaste por tu propio pie!

Me las arreglé como pude a pesar de los dolores para meterme en la cama. Cuando se acercaron vieron con sorpresa que era cierto, ya estaba operado. En ese momento llegó Colas, el enfermero y les dijo:

-¿Es que no le ayudasteis? ¡Qué borricos sois!

-No le creímos, que nos perdone ¿Cómo íbamos a suponer que pudiera caminar de esa forma?

-¿Cómo es eso que se haya venido operado y solo?- Uno de ellos le preguntó.

– Porque es tan fuerte como un caballo. ¿No visteis que le di la inyección antes y no le hizo efecto ninguno?

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