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A parte de los trabajos anteriores, estuve en el taller cuatro mese hasta cumplir los dieciséis años. El mismo día que los cumplí, pensaba ir a la salida del trabajo a pedirle al Ingeniero el traslado para el interior de la mina. Cuando me disponía a marchar, a la hora de terminar la jornada, me llamó Faustino del Campo, mi jefe y me dijo:

-Arsenio tienes que ir a buscarme el tabaco al estanco de Santa Bárbara, pero antes tienes que ir por mi casa a recoger la cartulina de racionamiento y el dinero para pagarlo.

Al momento cogí el camino y a la velocidad del rayo, pasé por su casa. En muy poco tiempo subí a recoger el tabaco y regresé al taller de nuevo. El recorrido que había desde el taller hasta el Canto Las Matas, Santa Barbará, era de unos dos kilómetros y medio. En un momento recorrí los cinco. Al regresar con el tabaco, Faustino sorprendido por el poco tiempo que había tardado me preguntó:

-¿Cómo es posible que hayas tenido tiempo de recorrer tanto camino y en tan poco tiempo? ¿Qué motivo tienes para ir tan deprisa?

Aunque mi aprecio por él era muy importante, por miedo a que me impidiera mi propósito de ir a la mina no le dije la razón de mi prisa. La verdad era que yo pensaba que no me daría tiempo a visitar al ingeniero aquel día y era fin de semana, además el lunes era primero de mes. Yo quería comenzar a trabajar en la mina ese mismo día. Llegué a la oficina con tiempo suficiente para pedir paso para ver al ingeniero. Me preguntaron para qué quería verle. Les dije el motivo y me dieron un impreso para que lo rellenase y que lo firmara. Yo no sabía rellenar aquella solicitud, pedí por favor que lo rellenaran y lo firmé. Lo pasaron al Ingeniero y éste lo autorizó de forma que ya no hizo falta pasar a su despacho, por lo que éste no se dio cuenta de que era yo el que solicitaba pasar a la mina.

Posiblemente de haberlo sabido, no me hubiera firmado el traslado y casi seguro que seguiría insistiendo en enviarme a estudiar como antes lo había pretendido.

Bajé con mi solicitud muy contento para presentarme a destino al capataz jefe del pozo, Don José Moro, aquel gran hombre conocía mi historial como trabajador y también el de mi padre, por una desgracia que había ocurrido en aquel pozo. Hacía poco tiempo que un hermano de mi padre, Silvino, el mayor de los hermanos  que era vigilante, un peñón de grades dimensiones que se descolgó del techo en el taller de la Julia de tercera planta lo mató. Era el segundo hermano de mi padre que moría en la mina. Anteriormente, unos años antes también se murió Plácido, en la mina el Gallinal en San Mamés. Este joven no había cumplido los veinte años cuando sufrió el mortal accidente.

Al presentarle la solicitud a D. José Moro, dijo que no podía autorizarme sin permiso de mi padre, que cómo se me ocurría abandonar el Taller e insistió en que debía de ir a estudiar como el Ingeniero me había propuesto. Me recordó la muerte de mis dos tíos, así como la de otros más de nuestra zona, pidiéndome también que reflexionara a cerca de la importancia que iba tener en mi vida el estudiar, llegando a ser un buen jefe de taller, un buen perito, teniendo en cuenta mis cualidades sería una pena que fuera a desgraciarme en el interior de la mina.

Insistí en mi propósito y le dije que quería trabajar en este pozo, que sería una pena para mí tener que marcharme de la empresa si no me destinaba. Se quedó por un momento pensado y me preguntó

-¿A qué mina piensas ir si no te destino a ésta?

-A la mina “La Revenga” le dije.

Me miró con tristeza y dijo:

-No me queda más remedio que destinarte, no quiero que por mi culpa dejes esta empresa que tanto te aprecia, al igual que a toda tu familia por ser todos unos grandes trabajadores.

Me dio la papeleta de destino, me fui a lampistería donde me asignaron mi número de lámpara que aún recuerdo: el 696. Seguidamente fui a la casa de aseo donde escogí la que iba a ser mi percha para dejar la ropa. Estas perchas consistían o se formaban con tres platos circulares, uno más pequeño que el otro con varios ganchos a sus alrededor. Donde se colgaba  la ropa limpia a una parte y las de la mina a la otra, con un largo cable provisto de una pequeña polea para subirlo hasta lo más alto de la casa de aseo. Se ponía un candado para evitar el robo, ya que siempre hubo algún amigo de lo ajeno. Precisa mente en una de las fiestas de mi pueblo, me robaron los calcetines, zapatos y el dinero que lleve, para que a la salida del trabajo ya por la tarde pudiera ir a la fiesta, donde me esperaban mis padres y hermanos, que al verme llegar calzado con las alpargatas de la mina más negras que el mismo carbón, se sorprendieron. Mi madre, mando a una de mi hermana que fuera a buscar unos zapatos a casa, que no está muy lejos.

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