El regreso a casa con mis prótesis de a aluminio.
La tarde anterior a mi regreso, puse un telegrama a mis padres, que decía: mañana regreso a casa, esperadme en el bar Pelayo en Oviedo al medio día. Vine en avión hasta Lugo de Llanera. Todavía no existía el Aeropuerto de Ramón. Aquella mañana lluviosa y con mucha niebla, tardó mucho en aterrizar el avión. Era de los antiguos, un bimotor de los de hélices. Volaba a poca velocidad, creo que a unos trescientos kilómetros por hora. Luego en un autobús viejo y destartalado hasta la Capital. Cuando llegué ya era la una del mediodía.
Mi familia pensó que vendría en el Expreso que debería llegar a las diez de la mañana. En este tiempo desde Madrid a Oviedo se tardaba doce o catorce horas; las máquinas todavía eran a vapor, y las vías regulares. No les había dicho que venía en avión. Los telegramas eran muy caros, y teléfono no había por estos pueblos. Desde luego que la información al respecto fue muy escasa y esto dio lugar a una confusión. Durante el largo tiempo de espera la pregunta que se hacían era ¿por qué no llega Arsénio? ¿ Dónde está? ¿Qué pasó? Lo pasaron fatal.
Fueron a recibirme al tren, a la estación de Renfe de Oviedo. Fue casi toda la familia excepto mi madre y dos o tres hermanas que se quedaron preparando una comida para festejar mi llegada. Como no aparecía en el tren, hablaron con el Jefe de estación para que revisaran éste. Podía venir dormido y seguir a Gijón. Todos estaban muy nerviosos, tenían muchas ganas de verme. Era una nueva muy importante para todos. Llegaba aquel hijo, aquel hermano, que a pesar de hacer solo cuatro meses que no me veían, les parecían cuatro siglos. Todos esperaban mi llegada con impaciencia, deseosos de conocer mis nuevas manos, y también de saber cómo me encontraba de moral. Lo que todos ellos consideran muy importante, porque ciertamente lo era. Como era normal, necesitaban conocer y saber cómo lo encajé. Todo era una gran incógnita. Para mi familia, era importante todo lo que giraba a mi alrededor. Ninguno se olvidó de que iba ser crucial para el resto de mi vida y de sentirse más tranquilos al estar de nuevo con ellos. Las circunstancias que atravesamos eran demasiado duras y todos queríamos salir de aquel sufrimiento, cuanto antes mejor. Todos esperaban lo que iba ser una sorpresa. Estaban muy emocionados, seguro que tanto como yo por verlos y estar ya en casa.
Se llevaron un fuerte disgusto: Arsenio no aparecía por ninguna parte. No cesaron de preguntarse qué sería de mí. Les atormentaba saber que no había llegado en el tren y haber pasado una amarga mañana. El día era feo y gris, llovía sin cesar. Decidieron irse al Pelayo, donde habíamos quedado. Cuando llegué al Pelayo, lloramos todos como niños, ¡Qué ilusión para todos volver a estar juntos! Fue un día que nadie olvidó. Me miraron y cogieron mis manos. Era algo que no podían remediar. En toda la familia reinaba una gran alegría por mi llegada, pero también mucha tristeza. Mis aparatos no eran lo que ellos esperaban, no les parecían lo suficiente como para defenderme. La sorpresa de los aparatos fue la misma que recibí cuando los conocí, y que no pude evitar, aunque fuera delante del Director.
Tengo que decir que en este momento y después de pasar 58 años, al repasar este episodio volvió a mí aquella emoción, recordando como si fuera en aquel momento. ¿Qué pena siento porque ya no están ni mi querida esposa, ni mis padres y ocho de mis hermanos? Ya solo quedamos seis de los catorce que fuimos. Eso es lo que más siento porque lo de las manos lo tengo bien asumido desde hace muchos años.
Aunque se fueron tranquilos por ver que mi vida se arregló y que todo volvió a ser normal, viviendo todos unidos y con alegría. Se fueron sin conocer muchas cosas importantes más, como fue el diseño y montaje de las últimas maquinas que hice. Y tampoco han podido conocer este libro, ni otros más que escribí, ni el vídeo que presenta una serie de trabajos realizados a lo largo de unos cuantos años de mi vida de trabajo, que también les gustaría ver y contemplar, porque para ellos y los que vivimos es muy importante, porque forma parte de nuestra historia.
Al igual que yo, siempre habían imaginado unas manos. Miraban todos mis movimientos, estaban ciertamente intrigados, aunque me vieron tranquilo. Pues yo hacía lo que podía para mostrarles mi conformidad y mi seguridad. No quise que sufrieran más. En todo momento procuré mostrarme sonriente, alegre, aunque me quedaba largo trecho que recorrer. Tenía que hacer las cosas muy bien para demostrar que con mis apartaos iba ser útil. Que ya me podía defender, que podía caminar por la vida como uno más. Era mi propósito para que no sufrieran. Sobre todo, a mis padres, les decía:
-Todo ha cambiado. Ya estoy tranquilo, ya todo paso. Así que ánimos y a seguir todos con tranquilidad. Porque todos la necesitamos. De corazón os digo que si os veo con alegría a todos vosotros, me ayudáis muchísimo a combatir y luchar por mi aprendizaje a manejar mis prótesis que es cosa de largo tiempo pero con ganas y lucha lo conseguiré.
Cuando llegamos a casa
Como una pequeña prueba más, de lo mucho que trabajé y sufrí, describo lo que ocurrió una tarde en mi habitación. Cuando su Excelencia el General Don. Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado Español, le ingresaron en el piso tercero de la Clínica Nacional del Trabajo, donde le operaron de alguna cosa muy leve, porque estuvo muy poco tiempo. Desconozco el motivo de su ingreso, nosotros estábamos en el cuarto piso. Como era normal en aquel tiempo, por motivos de seguridad, nadie sabía a dónde iba el Jefe del Estado, ni para qué. Solo después de regresar lo publicaban, pero yo en ese tiempo no me enteraba de nada de lo que ocurría el exterior de la Clínica. No leía los periódicos ni hablaba con nadie más que lo necesario. Solo vivía para mi trabajo, obsesionado por liberarme de tanto dolo. Hay que darse cuenta de lo que supone el que tengan que cebarte como a un bebé, y viendo cómo te ponen la cuchar delante de ti, esperando a darte otra. Es en esos duros instantes cuando más te atormentas, pensando si algún día podrás salir de aquella pesadilla tandura como triste, para poder defenderte.
Aquella Clínica, era de las mejores que había en el país. Todavía no existía la Clínica de la Paz ni otras que ya hay por distintas partes de nuestra geografía. Un gran equipo de médicos, entre ellos estaba, su yerno Dr. Martínez Bordiú, Cuando terminaron todo el equipo que había atendido al Caudillo, se desplazaron a mi habitación.
Eran las cinco de la tarde cuando entraron en la habitación. La sorpresa fue grande ya que nunca hacían las visitas por las tardes. Siempre las hicieron por las mañanas. Sorprendido me levanté, solté el pañuelo que mordía sobre mi brazo derecho y como un sambenito sudando les miré sin decir palabra. Todos miraban también sorprendidos. No se creían lo que estaban viendo. Lo mismo el niño que yo estábamos, como siempre, trabajando a tope. Mi pierna derecha estaba apoyada en el larguero de mi cama, yo sentado en una silla, con el codo de mi brazo derecho apoyado en mi rodilla, el pañuelo en la boca, mientras que el Niño tiraba por mi cúbito y radio, aguantando las gotas de sudor que bajaban por mi cara producidas por el fuerte dolor que sentía por el caballar esfuerzo que le dábamos a mis brazos lesionados, anquilosados por la amputación y con tanto dolor. El Director D. Francisco y los médicos, Doctor Ladreda, Doctor Villazón, Doctor Martínez Bordiú, La Monja Jefa, y la enfermera jefa, formaban aquel grupo. El Director, como los demás, se dio cuenta del tremendo esfuerzo que se hacía. Me dijo:
-¿Cómo trabajas tanto, Arsenio? Es demasiado no hace falta tanto esfuerzo, sufrirás menos. Estas cosas son de mucho tiempo ¿Por qué tienes tanta prisa?
No se me ocurrió otra cosa más que decirle lo que él mismo me había dicho al ingresar:
-D. Francisco, usted ha dicho que estamos como en las minas: a tarea, y que cuando primero lo consiga el trabajar, primero iré a casa. Son muchas las ganas que tengo de saber a dónde puedo legar con mi rehabilitación y, lo que puedo conseguir.
-Cierto que te lo dije, hombre, pero ¿tantas ganas tienes de irte? ¿Es que no estás bien?
-Sí que estoy muy bien, señor. Nunca me cansaré de darles las gracias pero me necesitan en mi casa, allá están padeciendo mi ausencia. Cuando regrese lo pasarán mejor, mis padres no han vuelto a verme desde que salí de allí. Yo también tengo muchas ganas de verles.
-Te comprendo, tienes mucha razón, trabaja un poco más despacio que tú luego te pondrás las prótesis y las manejarás como es debido. Eres hombre de arranque, la pérdida de tus manos no serán obstáculo para abrirte camino y hacer una vida normal. Los hombres como tú siempre lo consiguen con más facilidad. Con tu arte y tu afición serás muy bueno para dar clases a tus compañeros. A mí pueden decirme que no pueden realizar un ejercicio, a ti no te lo podrán decir porque con tu habilidad les demostrarás que tú si lo haces. Ahí está la gran diferencia. Serás un buen profesor y les demostrarás cómo se trabaja.
El Director se acercó y me dijo: veo que eres hombre de mucha memoria, recuerdas hasta las cosas que os dije al ingresar y eso es muy bueno porque demuestra tu afición a recuperarte y con esa rapidez que tú trabajas.
Así es señor, le escuché con mucha atención por las buenas explicaciones que nos dio. Nunca olvidaré, aquellas bonitas palabras que me dijo: que saldría de aquí hecho un hombre. Le aseguro que esas frases fueron y serán para mi muy importantes, me animaron muchísimo y por eso confío en usted. Trabajo con esa ilusión que usted mismo creo en mi mente, porque creo en poder llegar adonde usted dijo que llegaría, por eso no paro de trabajar, y también porque donde hay un buen maestro debe haber un buen alumno.
-Muchas gracias Arsenio, por tu valoración y el buen conocimiento de las cosas.
El Director desde siempre me tuvo como el modelo de la casa. Con aquella sorpresa y viendo cómo trabajaba y lo que sufría por mis padres, sirvió para acabar de subirme lo mucho que ya él valoraba mi forma de ser. Aunque todos guardaron silencio mientras que estuvieron allí, solo habló el Director. Al marchar me felicitaron muy atentos y sin ocultar la gran sorpresa que se habían llevado por ver aquella escena de luchar por algo tan importante, y que serviría para valorarme con aprecio y con cariño como siempre lo hicieron.
A los pocos días, estábamos en rehabilitación. Llegó el Director y al observar que algunos no se molestaban ni ponían arte, les echó una regañina por lo poco que adelantan, diciéndoles que eran muy vagos. Literalmente les dijo, que daba pena ver alguno lo poco que hacía por su rehabilitación.
-¡No ponéis ningún interés! Solo me queda el remedio de poner a Arsenio a daros clases. No podréis decirle que no se puede hacer. Creo que será un buen remedio para que adelantéis un poco más
Me quedé de piedra. Estaba muy nervioso. No me atrevía con aquello. Se acercó y me dijo:
-Tienes que ser firme con ellos, tú sabes que lo mismo que trabajas tú el resto lo puede hacer. Así que manos a la obra, ya verás cómo les pones a todos a punto.
A pesar de que todos sabían mi forma de trabajar y que toda la dirección lo consideraba importante, vi que les causó sorpresa, por eso, los primeros días los pasé mal. Lo mío nunca fue dar clases, sino trabajar. En este tiempo ya me había dado cuenta del progreso que día a día se iba notando. Por eso bien sabía que era posible pero muy duro.
Creo que merece la pena reflexionar sobre la influencia que tiene en la vida de cada persona el escoger, en determinados momentos, un camino u otro. Allí y en aquel tiempo de tanto sufrimiento, fue cuando la suerte se decidió para el resto de mi vida. Lleno de dudas y asustado pensando en el duro porvenir de mi vida y sin darme cuenta del grave problema que podía ser el quedarme rezagado dándome por vencido sin antes luchar, pude haber firmado ir al patíbulo de la destrucción de mi propia vida. Viéndome metido en la desesperación y la bebida que me llevaría a la muerte prematura, y todo voluntariamente. Ahí es donde pude equivocarme y perder el norte, ya que esa decisión de trabajar y aprender fue la solución a mi grave problema, porque aprendí a manejar las prótesis, para sustituir a mis manos, con una facilidad pasmosa, y en un tiempo récord. Así fue valorado por las autoridades médicas y otras personalidades de la política.
Rehabilitación en la Clínica Madrid
En aquella buena clínica había cantidad de hombres con distintas incapacidades. Los había de columna, parapléjicos, tetrapléjicos, alguno sin piernas y sin manos. En ese tiempo y según los datos del Director, había en el país 21 hombres sin manos. Hasta había uno sin narices y sin ojos, se llamaba Paco, era del África Tetuán.
Paco fue un compañero en la Clínica al que le faltan la nariz y los ojos. Una bomba de las de la guerra perdida en el campo, le dejó así cuando era muy joven. Siempre vivió en Tetuán de donde era natural. Aunque ya hacía unos cuantos años de su accidente, tenía problemas con los injertos, y venia con al alguna frecuencia para ser operado, creo que por quinta o sexta vez. Tocaba muy bien el acordeón. Lo hacía en la terraza donde pasaban mucho tiempo con la mayoría de los compañeros que escuchaban música y tomando el aire de Madrid. Pero yo, siempre a lo mío, lo primero para mí era el trabajo de cada día, que iba ser decisivo para toda mi vida. Es en este primer tiempo cuando había que aplicarse, trabajar y aprender. Si no hubiera sido así, mi vida habría cambiado totalmente. Sería hombre al agua, la pereza y el miedo a no poder con ello, junto con los dolores, dejó fuera de combate a muchos hombres para el resto de su vida. Si al principio no lo haces, ya nunca lo harás.
Tuve la gran suerte de acogerlo con afición al no echarme atrás y dejarlo. Si no le das importancia a lo que esto supone, el tiempo va pasando y te adaptas a las circunstancias. Te disculpas a ti mismo diciendo que no puedes, que es muy fuerte, y ya nunca te recuperas. Es ahí donde firmas tu sentencia. Sin darte cuenta te quedas atrás, vencido por el miedo la pereza o vagancia y lo sentirás para el resto de tus días. Como decían los antiguos: “si tienes que coger al perro por las orejas no le mires para el rabo”. Ciertamente, es muy complicado, por muchas veces que se diga no se puede demostrar ni comprender lo duro y triste que resulta trabajar todo el día envuelto en dolores y sin saber ciertamente a dónde vas a llegar. Hasta el punto de que algunas veces la desesperación es más fuerte que uno y es cuando la hay que combatir con energía y sin pérdida de tiempo.
Hay veces que reniegas de todo, hasta piensas que es imposible continuar, conseguir lo que tan duro resulta. Pero luego reflexionas y piensas que si el Director dice que es cierto, que trabajando podré defenderme yo solo y hasta realizar diversos trabajos necesarios para la supervivencia, será porque lo sabe y porque es cierto. ¿Cómo va decir lo que no es?
Pensando y analizando las cosas llegas a la conclusión de que hay que tener fe en los demás, que hay que creerles y luchar. Con estos y otros razonamientos pensé en seguir explorando para saber a dónde podía llegar. Haría todo lo que pudiese y si lo lograse un día podría ser libre y defenderme. Con esta lucha interior y lleno de dudas me decidí a seguir adelante. Ya no pensé más que en eso. Llegué a soportar y a dominar mi pesada carga. Hoy estoy satisfecho del duro camino que a atravesé. De haberme quedado sumido en la pereza y el sufrimiento, mi vida sería totalmente diferente. Las secuelas de ese fallo que pude haber tenido, pudieron ser incalculables. Después de recorrer todo este trayecto y de reflexionar me pregunto: “¿Qué sería de mí sin esta lucha y me hubiera quedado? La respuesta es clara y contundente, mi vida sería un valle de lágrimas. No podría trabajar, no podría defenderme y mi economía seguiría mísera y pobre. Mi persona sería totalmente distinta, sumido en la tristeza y en la doble pobreza: pobreza de mi cerebro y en mi economía, porque nunca podría haber despegado sin el trabajo y la habilidad para planificarlo. Seguro que estaría atolondrado por no poder defenderme. Nunca levantaría cabeza, una vida destrozada, mientras que hoy me siento tranquilo, sereno y seguro de mí mismo, porque acerté, porque trabajé y cumplí y pude saber ser un hombre normal como los demás. Así es la diferencia de escoger un camino u otro. No hay quien lo mueva, el pasado ya es historia nadie le podrá dar la vuelta, ni podrá enderezar al que caminó por el sendero equivocado. De no poder manejar los aparatos nada más que para comer, el problema sería triste y desolador, un desastre de persona, perdida en el abismo.
Después de llevar una temporada en la Clínica, un día recibimos una visita de tres vecinos de Sotrondio que eran estudiantes en Madrid: José Antonio Fernández y González Carabín, abogado; Albino Noriega, ingeniero de minas y Jesús García perito. Estas vistas seria para nosotros muy importante ya que aparte de pasar con ellos algunas horas agradables, nos sacaron varias veces por Madrid, ya que en aquel tiempo no nos dejaban salir solos a la calle, pues no nos podíamos defender. Lo mismo Alejandro que yo les agradecimos mucho esa cortesía. El primer partido de fútbol que yo vi fue con ellos, en el Santiago Bernabéu, fue muy importante. Jugaba España contra Bélgica. Aun que a mi nunca me gusto el fútbol, aquel día me prestó verlo porque ganó España. Aquellas visitas fueron para nosotros tan necesarias como importantes, aparte de sacarnos de allí, nos daban ánimos, y nos ayudaban, ya que todavía nos defendíamos mal, aún estábamos en periodo de rehabilitación y lo pasamos muy bien con estos buenos muchachos que nunca más los veríamos. De estos señores que nos acompañaron por la Capital, solo está en nuestra zona Don.José Antonio Fernández y González Carabín, que siempre seguiríamos con nuestra amistad. Aparte de ser una gran persona, nunca me olvidaré de lo bien que se porto junto con sus compañeros con nosotros. Tampoco me olvidé de uno de sus compañeros de Oviedo, que iba con ellos a vernos a la Clínica. Era muy buen chaval y más tarde visitaría a mis padres para contarles un poco de cómo era mi vida en Madrid, luchando a brazo partido para superar aquel bache tan duro de mi juventud. Don Jesús, el de Tiva, ya murió. Era una gran persona y lo sentí de verdad. De Don Alvino Noriega, que nunca más nos vimos, solo sé por sus hermanos que fue un buen Ingeniero de minas y que trabajo fuera de Asturias, que está retirado, lo que mucho me alegro, porque tampoco me olvidé de sus vistas.
En una de nuestras salidas por Madrid, comimos en casa Gorri, un bar donde siempre parábamos los Asturianos. La comida fue abundante y el vino también, tomamos vino blanco del superior. A mí particularmente nunca me gustó el blanco pero aquel día lo tomé. No estaba acostumbrado y me hizo un poco de daño. Tuve que vomitarlo pero no pasó nada. Un individuo de Blimea, mayor, apareció por allí, y precisamente en ese momento, nos saludó. Al poco tiempo marchamos, cogimos el metro para la Clínica. Llovía mucho y no tuvimos ganas de paseo por la Capital.
Este pollo se marchaba para su tierra en Blimea, precisamente de mi parroquia, y con toda boca fría no se le ocurrió más que decir que se había encontrado con los dos de las manos en Madrid, y que el de la Bobia no tenía remedio, que posiblemente ya no se recuperase. Que el otro estaba muy bien, pero que yo tenía una borrachera impresionante. Aquel hombre con tanta ignorancia como poca cultura, no pensó el daño que con su maldito comentario y sin fundamento alguno por desconocer nuestra trayectoria en la Clínica, iba a producir. Esta noticia que corrió como la pólvora por todo el contorno, pues la gente no se olvidó de aquel grave accidente. Aquella mala noticia llegó a mis padres. El disgusto que se llevaron fue incalculable, si ya tenían poco, parió la abuela. En una de sus cartas me preguntaron por la cuestión, y con mucho tacto me aconsejaron que no bebiera. Yo, que sabía lo mal que lo pasaban, me di cuenta que para ellos iba ser un trauma y tampoco sabía por qué me decían aquello, que yo consideré una barbaridad. Sufrí en cantidad. Les escribí rápidamente pidiendo explicaciones del tema, asegurándoles que todo era falso, yo estaba normal. Además estaba considerado un trabajador incansable, tanto por el mismo Director que por los médicos en general. Soy sincero, hasta a las monjas les caí bien. Soy de los hombres que si no es para decir la verdad me callo, y esa prudencia hace que la gente te aprecie.
Para evitarles el disgusto hasta les dije que si dudaban de mí, que me lo dijeran, y hablaría con el Director para que les dijese la verdad. Me contestaron a vuelta de correo diciendo que se alegraban mucho, y que les había resultado extraño que yo hubiera tomado esa decisión, y me explicaron superficialmente que aquel irresponsable había causado porque metió la pata hasta el fondo. ¡Qué poca consideración hacia los demás! ¡Qué disgusto tan grande para mis padres y para mí! Que sin ninguna razón tuvimos que soportar cuando en este tiempo todos estábamos reventados de tanto sufrir.
No me quedé conforme. Entre los estudiantes, vecinos nuestros, que nos sacaban de allí a pasear por la capital, un compañero de ellos que no recuerdo el nombre, y que era de Oviedo, un día mientras nos acompañaban, comentó que se iba a Asturias. Yo, que aun seguía preocupado por aquella mentira que llegó a mis padres. Encima por un Sr. mayor, pero con poca chapeta. Le dije que si por favor podría visitar a mis padres. Este hombre, como los demás, sabía de lo sucedido, y muy atento me dijo:
-Será un paseo para mí. Tranquilo que los visitaré y aprovechare para comer “gallu de caleya” en tu casa.
-¡Claro que sí! Mis padres te agradecerán la visita porque sé que están ansiosos esperando noticias de aquí y de conocer algo de mi vida, de saber cómo van a ser mis nuevas manos y de muchas cosas más. Son muy cariñosos y te recibirán de lo mejor. Ya verás cómo te va a gustar estar con ellos.
Aquel hombre cumplió con lo prometido. Para mí fue una gran satisfacción mostrarles la verdad. Él, como sus compañeros, sabían mi malestar por aquel disgusto que mis padres se habían llevado sin ningún motivo. Este gran hombre, en cuanto le fue posible, emprendió camino hasta mi pueblo. En Sotrondio preguntó en un bar por el pueblo de La Bobia y le dijeron que era en la montaña, que había cinco kilómetros, pero que al tener carretera se podía ir en coche. Les dio las gracias y cuando se iba un voluntario le dijo que le acompañaba hasta casa de mis padres, que él me conocía porque trabajaba en el mismo Pozo que yo.
Llegaron y los recibieron con una gran alegría. Ellos nada sabían de su visita, llegaron por sorpresa. Se presentó y les contó cómo era realmente mi estancia en Madrid. Que yo le enviaba para que se quedaran tranquilos y que esa duda quedara aclarada. Comieron con mi familia. No conocían ni al estudiante ni a su acompañante, aunque era de Sotrondio. Tampoco mis hermanos que trabajaban en las minas de montaña del paquete de San Mamés y más tarde en el Pozo Cerezal, mientras que el acompañante del estudiante trabaja en el Pozo San Mamés.
El que acompañó al estudiante ya era popular: le llaman “el tragaldabas” por su forma de mucho comer. Tenía un tragadero sin fondo, así lo comentaba la gente. Comía sin sentido y bebía lo que le echaran. Casi no pudo regresar, se cogió una borrachera que no podía ni moverse. El estudiante era un hombre serio y una gran persona, de nada conocía al tripero y tampoco le iba dar la vuelta. Yo sí le conocía bien, trabajaba en el mismo filón que yo. En los largos recorridos por las galerías en la mina, cuando entrábamos, siempre se oía su fuerte voz, y que precisamente casi siempre habla de grandes comidas y farturas de vino. Si no era de eso, de fútbol, del trabajo nunca se acordaba, no le gustaba demasiado. Se ofreció voluntario para acompañar al estudiante porque sabía que le esperaba un atracón de comida y de vino. Si hubiera sido a trabajar no se hubiera apuntado voluntario, así me dijeron otros compañeros a mi regreso, porque él mismo les contó lo ocurrido. Mira que es cojonudo, dijo uno, no tuvo el estudiante más que encontrarse con el tragaldabas y el más vago del pozo.
Más tarde ya después de mi regreso a casa, me contó mi padre que aquella noticia dejó a toda la familia destrozada. Pensaron que yo había perdido el norte. Por ese motivo consideraron aquella visita como si de un mensajero del cielo se tratara. Mi padre, que era muy católico y creía de verdad en Dios, me dijo al verme de nuevo:
-Yo tenía confianza en ti y en Dios, hijo mío, sabía que nunca fallarías, porque siempre fuiste muy serio y cumplidor .
Se preguntaba cómo puede Arsenio haber cambiado tanto, no se lo podía creer, y seguía diciendo:
-Hay que tener fe, Dios aprieta pero no ahoga.
Mi padre tenía sus dudas pero se negaba a admitirlo. Sabía que de ser cierto yo no lo iba a negar, por eso se resistía a creerlo. Además, sabía que mi compañero bebía y llegó a decir a mi madre que no se lo creía. Ella le decía:
-¿Y por qué iba mentir el de Blimea?
-No es que diga mentira, es posible que se haya equivocado. No les conoce bien y pudo confundirlos, es fácil. Arsenio no pudo cambiar tanto y no me lo creo. Algo raro tuvo que pasar.
¡Qué importante es conocer y querer a una persona! Eso es algo que no se puede valorar. Es creer y confiar fielmente en uno. Es algo que no se puede describir. Nadie como mi padre me conocía. Nadie confiaba como él. Todos tenían sus dudas. Cuando era un niño, él y mi abuelo ya habían descubierto mi forma de ser y lo mantuvieron hasta el fin, sabían que mi palabra era firme y detestaba las mentiras.





Comentarios