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El regreso a casa con mis prótesis de a aluminio.

La tarde anterior a mi regreso, puse un telegrama a mis padres, que decía: mañana regreso a casa, esperadme en el bar Pelayo en Oviedo al medio día. Vine en avión hasta Lugo de Llanera. Todavía no existía el Aeropuerto de Ramón. Aquella mañana lluviosa y con mucha niebla,  tardó mucho en aterrizar el avión. Era de los antiguos, un bimotor de los de hélices. Volaba a poca velocidad, creo que a unos trescientos kilómetros por hora. Luego en un autobús viejo y destartalado hasta la Capital. Cuando llegué ya era la una del mediodía.

Mi familia pensó que vendría en el Expreso que debería llegar a las diez de la mañana. En este tiempo desde Madrid a Oviedo se tardaba doce o catorce horas; las máquinas todavía eran a vapor, y las vías regulares. No les había dicho que venía en avión. Los telegramas eran muy caros, y teléfono no había por estos pueblos. Desde luego que la información al respecto fue muy escasa y esto dio lugar a una confusión. Durante el largo tiempo de espera la pregunta que se hacían era ¿por qué no llega Arsénio? ¿ Dónde está? ¿Qué pasó? Lo pasaron fatal. 

Fueron a recibirme al tren, a la estación de Renfe de Oviedo. Fue casi toda la familia excepto mi madre y dos o tres hermanas que se quedaron preparando una comida para festejar mi llegada. Como no aparecía en el tren, hablaron con el Jefe de estación para que revisaran éste. Podía venir dormido y seguir a Gijón. Todos estaban muy nerviosos, tenían muchas ganas de verme. Era una nueva muy importante para todos. Llegaba aquel hijo, aquel hermano, que a pesar de hacer solo cuatro meses que no me veían, les parecían cuatro siglos. Todos esperaban mi llegada con impaciencia, deseosos de conocer mis nuevas manos, y también de  saber cómo me encontraba de moral. Lo que todos ellos consideran muy importante, porque ciertamente lo era. Como era normal, necesitaban conocer y saber cómo lo encajé. Todo era una gran incógnita. Para mi familia, era importante todo lo que giraba a mi alrededor. Ninguno se olvidó de que iba ser crucial para el resto de mi vida y de sentirse más tranquilos al estar de nuevo con ellos. Las circunstancias que  atravesamos eran demasiado duras y todos queríamos  salir de aquel sufrimiento, cuanto antes mejor. Todos esperaban lo que iba ser una sorpresa. Estaban muy emocionados, seguro que tanto como yo por verlos y estar ya en casa.

Se llevaron un fuerte disgusto: Arsenio no aparecía por ninguna parte. No cesaron de preguntarse qué sería de mí. Les atormentaba saber que no había llegado en el tren y haber pasado una amarga mañana. El día era feo y gris, llovía sin cesar. Decidieron irse al Pelayo, donde habíamos quedado. Cuando llegué al Pelayo, lloramos todos como niños, ¡Qué ilusión para todos volver a estar juntos! Fue un día que nadie olvidó. Me miraron y cogieron mis manos. Era algo que no podían remediar. En toda la familia reinaba una gran alegría por  mi llegada, pero también mucha tristeza. Mis aparatos no eran lo que ellos esperaban, no les parecían lo suficiente como para defenderme. La sorpresa de los aparatos fue la misma que recibí cuando los conocí, y que no pude evitar, aunque fuera delante del Director.

Tengo que decir que en este momento y después de pasar 58 años, al repasar este episodio volvió a mí aquella emoción, recordando como si fuera en aquel momento. ¿Qué pena siento porque ya no están ni mi querida esposa, ni mis padres y ocho de mis hermanos? Ya solo quedamos seis de los catorce que fuimos. Eso es lo que más siento porque lo de las manos lo tengo bien asumido desde hace muchos años.

Aunque se fueron tranquilos por ver que mi vida se arregló y que todo volvió a ser normal, viviendo todos unidos y con alegría. Se fueron sin conocer muchas cosas importantes más, como fue el diseño y montaje de las últimas maquinas que hice. Y tampoco han podido conocer este libro, ni otros más que escribí, ni el vídeo que presenta una serie de trabajos realizados a lo largo de unos cuantos años de mi vida de trabajo, que también les gustaría ver y contemplar, porque para ellos y los que vivimos es muy importante, porque forma parte de nuestra historia.

Al igual que yo, siempre habían imaginado unas manos. Miraban todos mis movimientos, estaban ciertamente intrigados, aunque me vieron tranquilo. Pues yo hacía lo que podía para mostrarles mi conformidad y mi seguridad. No quise que sufrieran más. En todo momento procuré mostrarme sonriente, alegre, aunque me quedaba largo trecho que recorrer. Tenía que hacer las cosas muy bien para demostrar que con mis apartaos iba ser útil. Que ya me podía defender, que podía caminar por la vida como uno más. Era mi propósito para que no sufrieran. Sobre todo, a mis padres, les decía:

-Todo ha cambiado. Ya estoy tranquilo, ya todo paso. Así que ánimos y a seguir todos con tranquilidad. Porque todos la necesitamos. De corazón os digo que si os veo con alegría a todos vosotros, me ayudáis muchísimo a combatir y luchar por mi aprendizaje a manejar mis prótesis que es cosa de largo tiempo pero con ganas y lucha lo conseguiré.

Cuando llegamos a casa

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