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Como una pequeña prueba más, de lo mucho que trabajé y sufrí, describo lo que ocurrió una tarde en mi habitación. Cuando su Excelencia el General Don. Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado Español, le ingresaron en el piso tercero de la Clínica Nacional del Trabajo, donde le operaron de alguna cosa muy leve, porque estuvo muy poco tiempo. Desconozco el motivo de su ingreso, nosotros estábamos en el cuarto piso. Como era normal en aquel tiempo, por motivos de seguridad, nadie sabía a dónde iba el Jefe del Estado, ni para qué. Solo después de regresar lo publicaban, pero yo en ese tiempo no me enteraba de nada de lo que ocurría el exterior de la Clínica. No leía los periódicos ni hablaba con nadie más que lo necesario. Solo vivía para mi trabajo, obsesionado por liberarme de tanto dolo. Hay que darse cuenta de lo que supone el que tengan que cebarte como a un bebé, y viendo cómo te ponen la cuchar delante de ti, esperando a darte otra. Es en esos duros instantes cuando más te atormentas, pensando si algún día podrás salir de aquella pesadilla tandura como triste, para poder defenderte.

Aquella Clínica, era de las mejores que había en el país. Todavía no existía la Clínica de la Paz ni otras que ya hay por distintas partes de nuestra geografía. Un gran equipo de médicos, entre ellos estaba, su yerno Dr. Martínez  Bordiú, Cuando terminaron todo el equipo que había atendido al Caudillo, se desplazaron a mi habitación.

Eran las cinco de la tarde cuando entraron en la habitación. La  sorpresa fue grande ya que  nunca hacían las visitas por las tardes. Siempre las hicieron por las mañanas. Sorprendido me levanté, solté el pañuelo que mordía sobre mi brazo derecho y como un sambenito sudando les miré sin decir palabra. Todos miraban también sorprendidos. No se creían lo que estaban viendo. Lo mismo el niño que yo estábamos, como siempre, trabajando a tope. Mi pierna derecha estaba apoyada en el larguero de mi cama, yo sentado en una silla, con el codo de mi brazo derecho apoyado en mi rodilla, el pañuelo en la boca, mientras que el Niño tiraba por mi cúbito y radio, aguantando las gotas de sudor que bajaban por mi cara producidas por el fuerte dolor que sentía por el caballar esfuerzo que le dábamos a mis brazos lesionados, anquilosados por la amputación y con tanto dolor. El Director D. Francisco y los médicos, Doctor Ladreda, Doctor Villazón, Doctor Martínez Bordiú, La Monja Jefa, y la enfermera jefa, formaban aquel grupo. El Director, como los demás, se dio cuenta del tremendo esfuerzo que se hacía. Me dijo:

-¿Cómo trabajas tanto, Arsenio? Es demasiado no hace falta tanto esfuerzo, sufrirás menos. Estas cosas son de mucho tiempo ¿Por qué tienes tanta prisa?

No se me ocurrió otra cosa más que decirle lo que él mismo me había dicho al ingresar:

-D. Francisco, usted ha dicho que estamos como en las minas: a tarea, y que cuando primero lo consiga el trabajar, primero iré a casa. Son muchas las ganas que tengo de saber a dónde puedo legar con mi rehabilitación y, lo que puedo conseguir.

-Cierto que te lo dije, hombre, pero ¿tantas ganas tienes de irte? ¿Es que no estás bien?

-Sí que estoy muy bien, señor. Nunca me cansaré de darles las gracias pero me necesitan en mi casa, allá están padeciendo mi ausencia. Cuando regrese lo pasarán mejor, mis padres no han vuelto a verme desde que salí de allí. Yo también tengo muchas ganas de verles.

-Te comprendo, tienes mucha razón, trabaja un poco más despacio que tú luego te pondrás las prótesis y las manejarás como es debido. Eres hombre de arranque, la pérdida de tus manos no serán obstáculo para abrirte camino y hacer una vida normal. Los hombres como tú siempre lo consiguen con más facilidad. Con tu arte y tu afición serás muy bueno para dar clases a tus compañeros. A mí pueden decirme que no pueden realizar un ejercicio, a ti no te lo podrán decir porque con tu habilidad les demostrarás que tú si lo haces. Ahí está la gran diferencia. Serás un buen profesor y les demostrarás cómo se trabaja.

El Director se acercó y me dijo: veo que eres hombre de mucha memoria, recuerdas hasta las cosas que os dije al ingresar y eso es muy bueno porque demuestra tu afición a recuperarte y con esa rapidez que tú trabajas.

Así es señor, le escuché con mucha atención por las buenas explicaciones que nos dio. Nunca olvidaré, aquellas bonitas palabras que me dijo: que saldría de aquí hecho un hombre. Le aseguro que esas frases fueron y serán para mi muy importantes, me animaron muchísimo y por eso confío en usted. Trabajo con esa ilusión que usted mismo creo en mi mente, porque creo en poder llegar adonde usted dijo que llegaría, por eso no paro de trabajar, y también porque donde hay un buen maestro debe haber un buen alumno.

-Muchas gracias Arsenio, por tu valoración y el buen conocimiento de las cosas.

El Director desde siempre me tuvo como el modelo de la casa. Con aquella sorpresa y viendo cómo trabajaba y lo que sufría por mis padres, sirvió para acabar de subirme lo mucho que ya él valoraba mi forma de ser. Aunque todos guardaron silencio mientras que estuvieron allí, solo habló el Director. Al marchar me felicitaron muy atentos y sin ocultar la gran sorpresa que se habían llevado por ver aquella escena de luchar por algo tan importante, y que serviría para  valorarme con aprecio y con cariño como siempre lo hicieron. 

A los pocos días, estábamos en rehabilitación. Llegó el Director y al observar que algunos no se molestaban ni ponían arte, les echó una regañina por lo poco que adelantan, diciéndoles que eran muy vagos. Literalmente les dijo, que daba pena ver alguno lo poco que hacía por su rehabilitación.

-¡No ponéis ningún  interés! Solo me queda el remedio de poner a Arsenio a daros clases. No  podréis decirle que no se puede hacer. Creo que será un buen remedio para que adelantéis un poco más

Me quedé de piedra. Estaba muy nervioso. No me atrevía con aquello. Se acercó y me dijo:

-Tienes que ser firme con ellos, tú sabes que lo mismo que trabajas tú el resto lo puede hacer. Así que manos a la obra, ya verás cómo les pones a todos a punto.

A pesar de que todos sabían mi forma de trabajar y que toda la dirección lo consideraba importante, vi que les causó sorpresa, por eso, los primeros días los pasé mal. Lo mío nunca fue dar clases, sino trabajar. En este tiempo ya me había dado cuenta del progreso que día a día se iba notando. Por eso bien sabía que era posible pero muy duro. 

 

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