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Arsenio Fernández

Una prueba de lo mal que lo pasábamos fue una tarde de invierno que estaba muy frío. Me encontraba cuidando a mis hermanos  por ser el mayor. Éramos ocho los pequeños de la casa. cerrados en la cocina que nos daba calor, en el resto de la casa no había calefacción. 

 
Todos teníamos hambre y los más pequeños comenzaron a llorar. Yo, que no sabía qué les podía dar para comer, recordé que al ir a la escuela otro compañero y yo, comíamos nabos crudos. Fui a la huerta a buscarlos. Éstos los dedicábamos al cebo del ganado y se los di a mis hermanos cortados en forma de patatas fritas. No los pudimos comer, sabían muy mal, entonces fue cuando pensé que lo mejor sería freírlos y echarles un poco de pimentón. Al verlos en una media fuente y con el bonito color de pimentón, todos se pusieron a comerlos, pero tampoco les gustaron y siguieron llorando. Nada pude hacer, la bandeja permanecía en la mesa.

 
Mi madre y una de mis hermanas habían ido a lavar toda la ropa de la casa al reguero de La Cerezal, que estaba a más de dos kilómetros de distancia de la casa. Al volver venían cargadas con la ropa en la cabeza, mojadas hasta los huesos y heladas por el frío de aquel invierno. Venían, además, hambrientas y al llegar vieron por la ventana de la cocina aquella bandeja y se creyeron que eran patatas fritas. Al entrar a la cocina muy contentas preguntaron: 
 
–¿De donde sacaste las patatas Arsenio?
 
No me dio tiempo a contestarles cuando ya las habían probado. Aunque quisieron comerlas tampoco pudieron, les sabían tan mal que fue imposible. Mi madre, con lágrimas en los ojos, nos abrazó y nos dijo que, en otra ocasión, podríamos comer. Era lo único que la pobre podía hacer, darnos ánimos, porque comida no tenía.
 
Había alguna clase de nabos que se podían comer crudos aunque sabían muy mal, pero la fame nos obligaba. Los que yo les preparé en aquella ocasión eran de los duros y con un sabor muy fuerte, hasta esa mala suerte tuvimos, pues de ser de los otros, aquella tarde nos hubiera quitado un poco la fame tan terrible que teníamos. 
 

 

Eran tiempos de hambre y escasez para todos. Al trabajo tan enorme que tanto nos costaba realizar por la poca fuerza que teníamos, debido a nuestra mala alimentación, se unía a nuestra corta edad y la poca experiencia para realizar los trabajos. Estábamos casi siempre hambrientos por no haber comida. Aunque algunas veces se disponía de algo de dinero, no había donde comprar. Por ese motivo nació el “estraperlo En su momento hablaré de éste y de sus estafadores.
 
Estábamos obligados a alimentarnos de las escasas cosechas que nosotros mismos teníamos que producir y que eran nuestra esperanza para poder comer durante una parte del año, porque no había para más. Producíamos maíz para hacer pan (boroña de casa), patatas, cebollas y verduras, leche de nuestras vacas. También nos alimentábamos de las castañas que recogíamos con grandes mojaduras y padeciendo el frío del invierno por los castañeos de distintas zonas lejanas. Todas estas dificultades las padecíamos los que no teníamos este fruto, que nos era de primera necesidad y que tanta hambre nos quitó a lo largo de los meses que nos duraban, pues, había días que era lo único que teníamos para comer. Las cosechas eran siempre muy escasas para alimentarnos a toda la familia por la falta de tierras para poder sembrar, a parte de la falta de medios técnicos, que en aquel tiempo no existían. Este problema se agudizaba más aun cuando algunos años fallaban las cosechas por las inclemencias del tiempo. Las tormentas de aire y granizo que eran muy frecuentes las destrozaban; sobre todo a los maizales que los tumba y se rompen, fallando toda su producción, al pudrirse tumbados en el suelo. El maíz y las patatas eran dos productos fundamentales en nuestra alimentación. 
 
Aquellas castañas que tanta hambre nos quitaron, desaparecieron en nuestra zona porque más tarde cortaron todas los castañales para la industria de extractos curtientes. Dejaron arrasados todos los castañeos y precisamente aquellos en los que los árboles estaban bien formados y con muy buenos injertos que eran los que producían castañas en cantidad, porque los árboles sin injertos producen muy poca y de pequeño fruto. Nadie se preocupó más de reponer aquellas importantes plantaciones que fueron las que nos libraron de tanta hambre a todos los de mi época.
 
Si este fruto lo hubiera en cantidad como en aquellos tiempos, podría servir como ayuda para alguna gente que con esta crisis lo está pasando muy mal. La castaña es un alimento muy sano y muy completo. Yo, a mi edad, todo los días como unas pocas, porque además son muy sabrosas. Tengo que decir, con toda mi honradez, que prefiero unas castañas bien asadas, a una raja de carne. Es necesario hacer plantaciones de estos árboles. Hay que repoblar los lugares donde había esta producción que eliminaron sin tener en cuenta el daño que hacían, porque es muy necesaria como alimento y como producción de buenas maderas para muebles y casas. ¿A dónde vamos con estos desguaces de cosas tan necesarias? A medida que la industria fue necesitando gente, cosa muy importante sin duda, se dejaron los pueblos abandonados, la gente emigró a la ciudad. Pero hoy esta industria está fallando y la gente sin trabajo ni donde sembrar para poder comer. Los que viven en los pueblos trabajan las tierras y no pasan hambre. Por ese motivo creo que hay que preparar cursillos para los jóvenes que ni estudian ni tienen trabajo, y enseñarles entre otras muchas cosas más, el saber producir trabajando en el campo. Todo es cuestión de probarlo y lo mismo que nos gusta a los que vivimos de este modo, puede que haya mucha gente que se adapte, por lo menos hasta que la industria vuelva a reponerse y se elimine el paro.
 
En aquellos años las nevadas eran muy grandes y las tormentas tan fuertes que destrozaban las cosechas, quedando sin nada parar comer. Estas terribles nevadas seguidas de fuertes heladas permanecían muchísimo tiempo, hasta teníamos que subir a los tejados de las cuadras y de las casas para quitar la nieve y evitar que se hundieran los edificios. Así mismo, teníamos que hacer camino quitando la nieve a paladas para ir a cebar al ganado y para poder ir también a buscar agua a la fuente para abastecer el servicio de la casa, y para poder soltar el ganado a beber, dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde. Había que llevar los ganados hasta la fuente porque resultaba muy lejos para traer el agua al hombro. Esto sólo se hacía para el servicio de la casa. Había una sola fuente para todo el pueblo, y el agua casi siempre escaseaba excepto en el invierno.
 
Estos trabajos los realizábamos descalzos, ya que las alpargatas que teníamos no se podían mojar porque eran de esparto y se deshacían. Sólo las podíamos usar cuando estaba seco o con madreñas, pero por muchos caminos no se podía transitar con éstas porque había mucho barro y agua y se enterraban en él. Por eso cogíamos las alpargatas y las madreñas en la mano para circular descalzos.
 

Cuando era niño tuve la gran suerte de sobrevivir al “mal de moda”. Esta fue una terrible enfermedad que arrasó la población infantil de toda la nación. En aquel tiempo murieron multitud de niños, se decía que esta epidemia puso de luto a toda España. Esta enfermedad nos atacó a los dos hermanos más pequeños de la casa: a Laudina y a mí. A ella le tocó peor suerte, no lo aguantó y se murió, tenía dos años, y yo uno. Tomábamos el mismo tratamiento y dormíamos en la misma cama, ya que, según el médico que nos trataba, Doctor D. Emiliano Fernández Guerra, decía que los dos íbamos a morir al no haber medicina específica para aquella enfermedad. Dijo a mis padres una mañana que los dos moriríamos aquella noche, que pidieran el ataúd para los dos, ya que debido a tanta mortalidad, andaban escasos. Exactamente aquella noche se moría mi hermana, y aunque yo permanecí varios días más en estado grave, pude aguantar y nunca más estuve enfermo.

Segun me contaron mis padres, la muerte de mi hermana fue un trauma para toda la familia. A pesar de tener sólo dos años, era la atención de mis padres y hermanos mayores. Era una niña muy guapa, además de muy inteligente pues a su corta edad ya se le notaba su dinamismo y fortaleza, pero el mal de moda se la llevó.

Esta desgracia sería la primera de mi familia, seguida de una cadena de desgracias que permanecieron largos años acechando, como si la mala suerte se cebara con nosotros. Hubo muchos accidentes de trabajo, han sido varios los muertos en la mina de nuestra familia en distintas épocas.  Unos por accidente, otros por la silicosis producida por el polvo del carbón y la maleza y los gases de la mina, durante los trabajos. Más adelante y, a su debido tiempo, describiré todo lo sucedido.

El doctor don Emiliano, no se olvidó de aquella tragedia que azotó a los más jóvenes. Más tarde, y después de perder mis manos, y trabajando en las oficinas del grupo minero, hubo un tiempo que los viernes, yo iba al botiquín de accidentes de la empresa Duro Felguera, con los médicos que curaban a los accidentados, además de ser, los  médicos del seguro de enfermedad que estaba junto el de accidentes. Por eso los viernes se reunían todos. La misión mía era el tomar nota de los accidentados de cada sección, para las Oficinas centrales del Grupo. Como es normal, después de terminar con el trabajo, los médicos se reunían en una mesa grande, donde yo trabajaba. Siempre salía algún comentario, cosas del trabajo, pero también de hechos como lo del "mal de moda", que don. Emiliano, sabía que me había atacado a mí. Les dijo: Arsenio es hombre de suerte, porque estuvo al borde de la muerte. Su hermana se murió y él lo aguantó y aunque haya perdido las manos, fue bravo y lo superó, vive como uno más.

 Allí estaban tres médicos, D. Emiliano, D. Alfonso Arguelles, y D. Tobías y los practicantes, D. Elviro García Noriega, D. Manuel García Carcedo, Don Jeremías. Todos ellos eran grandes profesionales, además de buenas personas. Desde esta página, quiero recordarles con mucho afecto y hacerles un pequeño homenaje por lo cumplidores que fueron, lo bien que me trataron y lo mucho que me apreciaron en aquellos duros y amargos días de mi vida en los que perdí las manos, además por lo mucho que aprendí de ellos ya que en esa época se juntaba mi  falta de experiencia con la escasa cultura que teníamos la gente trabajadora. Había pasado muy poco tiempo de mi accidente y no había despegado de aquella mala situación. Sin ninguna duda, el trabajar entre aquella buena gente, fue muy importante para mí, pues aquello fue como una escuela donde muy pronto me di cuenta de que tenía que ponerme las pilas, estudiar y trabajar.

 

 

 

Las prótesis que me habían puesto en Madrid, sin duda fueron muy importantes. Aparte de mi rehabilitación, fueron la base de mis conocimientos para comenzar una nueva etapa de mi vida. Diseñando singulares sistemas, para poder fabricar los que llevaría hasta la fecha. Eran de aluminio y hierro y no permitían trabajar ni manejar herramientas, tampoco realizar los esfuerzos necesarios para casi nada. Eran muy débiles, pero importantes porque no se conocía otra cosa. Hay que tener en cuenta que fueron diseñados para los que no tenemos manos, y por lo tanto, pensando en que nunca podríamos trabajar, y que solo serían destinados para poder comer y arreglarse en los más esencial, pero muy relativamente.

Tenían muchos inconvenientes, con frecuencia surgían problemas diversos. Eran muy simples, la base no tenía capacidad para pegarle goma, que tampoco se conocía. Este sistema de ponerle goma, fue una de mis primeras ideas que sería muy importante y decisiva para sujetar las cosas, y que no salgan disparadas con la presión. Por ese motivo en la Clínica pusieron el sistema de enganchar la prótesis en el rabo de la cuchara, tenedor y cuchillo. El vaso era de aluminio con un asa. El cepillo de dientes había que forrarlo con esparadrapo para que no se resbalara. Todo resultaba muy complicado, aparte del excesivo peso de estas, que rendían los brazos al manejarlas. En cambio al fabricar otro formato completamente distinto y con más base, conseguí ponerles gomas. Pobre de mí de no haber ideado esta revolucionaria forma, pues sin éstas nunca podría trabajar.

Para comer fuera de casa tenía que llevar mis cubiertos, y así con todo el resto. Era reventar. Iba por la calle tranquilamente, y cuando menos me lo esperaba se rompía una goma de las que hacían la presión de tiro, y saltaba, hasta se podía asustar a la gente. Esta goma enrollada, muy estirada, y con un nudo muy feo, mandaba la fuerza para hacer presión  necesaria para sujetar las cosas. Un sistema muy feo y primitivo

Como es normal al romperse, el susto no era solo para mí, también asustaba a la gente que estaba  cerca. A parte de la vergüenza que pasaba, me quedaba sin funcionamiento hasta que llegara a casa y me pusieran otra, que precisamente, era difícil calcularla. Al ir enrollada había que ir probando ya que  unas veces tiraba mucho, otras poco, y no podía ser. Se precisaba una fuerza ni más ni menos equilibrada y que la fuerza de tiro fuera igual en las dos, ya que sin esto no había armonía de trabajo. Cosa muy difícil y sobretodo en el tiempo de aprendizaje. Sí cogía una cosa con la derecha se me caía lo de la izquierda. Hay que imaginarse lo que suponía estar con la cuchara en la mano, coger el pan y que se caiga la cuchara en el plato. Todos estos inconvenientes y muchos más había que subsanarlos a base de estudiarlo muy bien y con mucho tiempo y más paciencia.

Lo mismo ocurría con el resto de los materiales. El cable que fallaba con mucha frecuencia; el cuero, que se cortaba con facilidad por ser débil; el fieltro, que fallaba; todo era muy difícil. Había que evitar estos inconvenientes, había que sacar otro modelo, que fuera seguro, fuerte y estético, además de práctico para cualquier tipo de trabajo.

Razón tenía el director de la Clínica, Dr. Francisco López de Lagarma. Lo que él había diseñado no era suficiente, él tenía manos, y como el dijo: hace falta uno sin ellas para revolucionarlo. Nadie se va interesar más que vosotros por el tema, sois vosotros los que tenéis que darle vueltas y renovar lo que haga falta. Nada más cierto que lo que aquel gran hombre nos decía.

Los defectos aparecían al trabajar y no poder defenderme. Quedaba desolado, me sentía muy solo, triste, sin fuerzas, hasta cohibido. Es muy duro verse de esa forma habiendo sido un hombre de arte, de batalla de trabajo y acostumbrado a moverse con rapidez,en casi todo tipo de trabajos.

Este montón de problemas fueron los que despertaron en mi mente el diseño y la investigación. Hice multitud de cálculos y croquis de distintos modelos, que en las pruebas reales algunos fallaron. Hasta diseñé manos con sus cinco dedos articulados por medio de una especie de rótulas y cables independientes, pero no dieron resultado, surgían inconvenientes por todos lados. Uno muy difícil de resolver fue conseguir que el cable que mandaba y ejercía la fuerza para abrir la prótesis se rompiera por el ángulo del codo. Le colocamos poleas, se le cambió la camisa que lo cubría y lo dirigía. Fueron necesarias muchas pruebas para cambiar la distancia del ángulo a su punto estratégico y evitar que se rompiera al poco tiempo y siempre por el mismo lado. Pero al fin se consiguió que funcionó con una duración suficiente de estos cables y sin problemas.

Preparé otra forma para los cueros, que no duraban casi nada, y que también se rompían y me dejaban sin actividad en cualquier parte. Las pinzas se hicieron totalmente diferentes con otros materiales y de acero inoxidable entre otras casa. Más fuertes, más anchas con base suficiente. Preparé un sistema para pegarle gomas y evitar que los objetos se escurrieran. Con este nuevo modelo ya se podían emplear cualquier tipo de cubiertos para comer, sin tener que llevarme los especiales creados para el caso. También pude comenzar a trabajar con cualquier tipo de herramientas. Manejar el palote para arar la tierra, la fesoria para cavar, y poder sembrar patatas, cebollas, ajos y lechugas. Llevar la carretilla; segar la hierba, realizar trabajos normales. Todo esto revolucionó mi vida. Gozaba trabajando porque además de la necesidad, me gustaba, era mi vida y mi afición. Todo cambió para bien. Después de haber sufrido tanto, me sentí muy alegre y satisfecho, por que poco a poco iba consiguiendo el regresar a mi vida de trabajador y a defenderme por mi solo.

Así mismo se evitaron las gomas que ejercían el tiro, fueron sustituidas por unos cilindros de fundición calculados con la fuerza necesaria. Más fuertes y con una estética adecuada para el caso. Aunque me costó mucho tiempo de pruebas para saber la fuerza que precisara. Todo esto resultó muy difícil. Había que saber el largo y grosor, la potencia, y elasticidad necesaria del cilindro. Es decir, con juna potencia apropiada,pero que desconocía, ya que si tiraba mucho no funcionaba y si tiraba poco no tenían fuerza para sujetar las cosas. El conseguir esta fuerza a la medida fue una odisea, ya casi no me quedaba más qué hacer hasta que una noche en cama, pensé que me podrían servir para saber la fuerza unas placas de goma. Al día siguiente busqué por distintas partes unos grandes sacabocados, que aún conservo como recuerdo de lo mucho que me costó dar solución a mi grave problema. Con estos, de distintas medidas, y con unas placas de gama de un grosor de diez milímetros, hice unos cilindros agujereados que iba probando en mis aparatos, para después de conocer la potencia que ejercían. Lo calculé y pude aprovechar aquellas pruebas para fabricar un molde y poder fundir unos cilindros y darle la fuerza que necesito. Aunque no era igual lo que mandaban tres placas que un cilindro de fundición, me sirvió para ir aproximando posiciones y más tarde conseguir la fuerza definitiva y casi milagrosa, porque salió a la justa medida, en el largo, grosor y con la fuerza adecuada. Todos estos resultados que poco a poco iban saliendo, fueron importantísimos por dos razones: la primera, porque ya pude trabajar y la segunda, la satisfacción de conseguirlo que me alegró y me sacó de la penumbra y de la tristeza de verme convertido en un invalido, por un tiempo y hasta que me pude defender. Después de todas estas peripecias la suerte me acompaño y todo volvió  a la normalidad de mi vida

Mientras que trabajaba en el proyecto lo pase regular por lo difícil que era calcular la fuerza que iba a conseguir con este sistema que desconocía totalmente al principio. Solo conocía la fuerza que daban los cilindros que había hecho con las placas de gruesa goma, pero resultaba muy difícil el trasmitirla a los cilindros de fundición. Temía fallar y quise estar seguro de que iba a servir antes de presentarlo al jefe de taller, José Pinón. Tenía que estar seguro de qué era lo que precisaba. El molde costaba mucho hacerlo por ser una obra de torno de unas cuantas horas, por lo que si fallaba lo pasaría muy mal, pues no quería ser demasiado pesado, ni hacer perder tiempo al jefe de Taller y su gente. Aparte, estudié la forma de hacerlo en cuatro cilindros de doble largo con el fin de abaratar el precio de la fundición. Calculé para hacer el corte seccionado en dos y sin restarle su fuerza y medida, de esta forma se hacen ocho de cada vez.

Lo mismo ocurre con el pegamento, que no tenía la suficiente fuerza como para aguantar la presión de los objetos al trabajar y se despegaban con mucha facilidad. Hoy ya está en el mercado uno que funciona perfecta mente y con una gran resistencia, pues todos los pegamentos que hubo en el mercado fueron pocos para ir haciendo pruebas que casi siempre fallaron.

Todavía después del molde hecho, había que conocer la clase de goma a emplear en la fundición. Unas no sirven por demasiado duras y ejercer demasiado fuerza, otras muy poca, hasta las hay que al faltarles elasticidad se rompen. Fue necesario probar con muchas para conseguir la mezcla del caucho adecuado. Después de ser probado funcionaba perfectamente, pero apareció el problema de que estas gomas negras me manchaban la ropa y la cara. Si ponía un traje claro, al poco tiempo se quedaba de pena, si me tocaba la cara también, y sobre todo las camisas blancas. Con este problema y con mucho cuidado tuve que tirar muchos años, hasta que un día en Gijón, encontré la mezcla de color que no manchaba, solamente podía ser colorada o verde, ya que si fuera blanca se mancharía y aunque se lavara, siempre estaría de mal color, y negra era la que pintaba como si de una brocha se tratara.

Después de conseguir esto, que fue importantísimo, me faltaba pegar la goma en la base de los aparatos para que no escurrieran los objetos al cogerlos, que por ser de ese mismo color también manchaban y que tuve que soportar con mucho cuidado, hasta que me encontré con otro tipo de goma en placas de siete milímetros y de una elasticidad apropiada y que tampoco manchaba.        

Fueron largos años de investigación y de mucho trabajo, pero con paciencia se consiguió y desaparecieron aquel montón de problemas que fueron duros de resolver.     

Hasta me resulta difícil pensar como pude acertar de la primera ese molde, que quedaría patentado para su eternidad. A pesar de la cantidad de tiempo que le eché al tema, reconozco que fue una suerte que saliera tan bien, sin tener que hacer renovaciones ni nada, lo más difícil sería adatar la clase de goma a las medidas y fuerza necesaria de mis aparatos. Esto fue una larga lucha, pero muy necesaria, que bien mereció el tiempo de lucha para su investigación, y que funciona perfectamente y como tiene que ser.

Se barrenaron bolas de acero recocidas para hacer los cables con suficiente capacidad de resistencia, a la vez de una flexibilidad adecuada que evitara las roturas y que su duración fuera de largo tiempo. Este cable fue importante, dado que ya conocía el problema de los anteriores, busqué un tipo de cable fuerte trenzado, para que al deshojar antes de fallar, así él mismo me avisaría con sus hilos que al abrirse pinchan pero que aun duran lo suficiente como para llegar a casa y cambiarlo, sin dejarme a la luna de valencia, sin movimiento de mi aparato.

Después de probar con varios tipos de materiales y ya con experiencia, comencé a fabricar mis propias prótesis en mi casa. Dos juegos para vestir y otros dos para trabajar, procurando siempre tenerlas a punto por si surgía una avería. Alguna de las piezas que no puedo hacer por no tener tono las encargo en un taller, como los rodamientos y los cueros. El resto yo mismo lo fabrico en acero inoxidable. Una vez reunido todo las monto y a funcionar.

Lo difícil de todos estos trabajos es que nadie conoce como el que los maneja, lo que hay que hacer para conseguir que todo funcione y a la medida- El que tienen manos no sabe las necesidades del que no las tiene.

Después de tanta lucha llegaron los buenos resultados que cambiaron mi vida, volviendo la alegría para mí y, para toda mi familia que también lo pasaron muy mal. No se puede describir con palabras lo que se sufre en estos tremen dos casos.

Arsenio Fernández.

 

 

Muchas veces los problemas son demasiado duros. Para la construcción de mis aparatos precisaba de chapa de acero inoxidable de un milímetro de grosor, para hacer el cuerpo de la prótesis. Pletina de 20×5 y de 30×5 para hacer las articulaciones, además de unos rodamientos a bolas, que hay que hacer a torno expresamente para este mi caso, ya que no hay en el mercado este tipo de mecanismo, por ser creado expresamente para las prótesis de mano con unas medidas especiales y lo más ligeros posible. Estos rodamientos los encargo a un tornero ya que yo no los puede fabricarlos, porque no tengo tono. Además de este material, necesitaba tornillos de diversas medidas, cuero y otros materiales. El problema estaba en que el acero inoxidable, al igual que la chapa, las pletinas y los tornillos, lo vende una empresa de Gijón, que no servía más que en cantidades industriales. Por ese motivo me vi obligado a buscar por las chatarrerías y aunque estos recortes eran de material nuevo y de buena calidad, ya que procedían de recortes de la industria, casi nunca los encontraba a la medida en su grosor. Es decir, si una pieza debía ser de 30×5, la que encontraba era de 50. Había que cortarla y mecanizarla, por lo que el trabajo se multiplicaba. No me quedó más remedio que aplicar este material pero a base de mucho trabajo, pues todas las articulaciones las tuve que cortar de llanta de 50 milímetros, y al mecanizarla se recalienta y endurece el material y luego cuesta mucho el barrenarlo, desguaza barrenas sin control, por ese simple problema, que bien fácil era evitarlo, si me lo vendieran. Es un trabajo de chinos como se dice muchas veces.

Hacer cada pieza de material a medida suponía una ventaja muy considerable en todos los órdenes. Solo puede conocer esta gran diferencia el que lo trabaja. En la casa donde lo vendían lo había de grosor y ancho necesarios. Así sería más fácil  la construcción, aunque hubiera que trabajarlos, no habría que tocar el ancho, pero no lo vendían en pequeñas cantidades.

Estaba harto de buscar estos materiales, era incapaz de encontrarlos, hasta que un día  ya a punto de terminar esta obra, por precisar de otro tipo de acero para otra de mis máquinas en este caso para la picadora de carne para los mastines, me acerqué hasta “Aceros Garay”, en Granda. El encargado me conocía  por ser cliente desde hacía años.

Después de servirme lo que iba a buscar, le pregunté por un lugar donde pudiera

encontrar tornillos, chapa y la pletina de acero inoxidable que me hacía falta. Este gran hombre, que siempre me atendió muy bien, pues era de los que se esmeraban por sus clientes, me dijo:

-Es muy difícil encontrarlo, pero se me ocurre que lo mejor será que te acerques a un taller que hay detrás de la Central Lechera, Talleres Cuesta, donde trabajan solo en acero inoxidable. 

En efecto, esto me quedaba muy cerca, en el mismo momento cogí el coche y me fui a ese taller. Llegué, les saludé y un señor se acercó y me dijo:

-Hombre, Arsenio ¿cómo tú por aquí? ¿No me conoces?

-No le conozco.

-Yo estuve en tu finca y me invitaste al buen vino que tú mismo haces en tu bodega, y que mucho me gustó. Estuve allí con un cuñado mío que te compró uralitas de unas naves que tú reformaste.

-Sí que le recuerdo. No te conocía, perdona.      

Le conté el problema que tuve para hacer esta obra y con la máxima atención me dijo que lo que me hiciera falta. Aunque era poca cantidad fue lo necesario para que pudiera disponer de un repuesto. Mandó cortar lo que necesitaba y no quiso cobrarme nada. ¡Qué diferencia tan grande hay de unas personas a otras! Es para no creerlo. Desde luego que me fui de allí muy agradecido y contento por haber encontrado esta clase de personas que saben comportarse con sus semejantes como es debido y que desinteresadamente me ayudaron a conseguir algo tan necesario. Tanto se lo agradecí que a los pocos días le visité para regale una gran caja de vino, que bien se la tenía merecida. A mí siempre me gusta corresponder con la buena gente, soy hombre que valoro mucho esas cosas y jamás las olvido. Este gran hombre me agradeció el vino y se quedo muy contento y yo también.

Debo decir en honor a la verdad que me parece normal que no vendan la mitad de una chapa de acero inoxidable, pero lo de los tornillos y las pletinas, que son de seis metros y que las compras enteras, no lo entiendo. No sé por qué han dejado de vender al público pequeñas cantidades. Yo necesitaba 60 tornillos de 4×20 y 80 más de 3×15 milímetros, más dos pletinas, una de 20×5 y otra de 30×5. Esta pequeña cantidad, para ellos, facturaba unas 19.000 pesetas. Comprándoles la chapa completa, aunque para mí me sobraba con la mitad. A mí no me parece tan poca cantidad como para no les valer.

Cuando entraba a las naves, me encontré con un conocido que me dijo.

-¿A dónde vas? Ahora ya no quieren saber nada con los pobres, ya no te sirven más que en cantidades industriales

Lo que sí sé, es que yo iba dejar alrededor de unas 19.000 pesetas y no les valían. Así son las cosas, pero hay que soportarlas. Si estos señores se dieran cuenta del reventón de trabajo que me originaron, creo que les remordería algo la conciencia, si es que la conocen claro.