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Arsenio Fernández

Con motivo de un reportaje en Televisión Española, en España directo, en el que presentaron. ¿Cómo trabajar sin manos? En aquel momento yo no tenía nada planificado para trabajar.

Estando tomando café con los hermanos Osete, Paco y Ulpiano, mis  amigos. Ulpiano me dijo. Arsenio, que trabajo vas a presentar en televisión. ¿Ya pensaste algo?

      No tengo nada previsto. No contaba con este reportaje.

Ulpiano dijo: puedes hacer una caja metalica. Obra de soldadura y esmerilado. Trabajando como lo haces tú, te saldrá bien.  

caja preparada para publicar de 780 x 450 y x 380

Caja de acero de 780 X 450 X 380

 

Es una buena idea, pues si que la voy hacer. Precisamente no encuentro un pequeño mueble a medida para mi escritorio. Lo pintaré en imitación madera y lo adapto al hueco que tengo libre.

Es el trabajo que presentaron en dicho reportaje. Pero no me gustó su acabado, ni siquiera en la pintura, que no me salió como yo quería. Por lo que decidí chapearlo en madera de roble.

Me salió muy regular pues cuando pensé en chapearla ya la tenía aquí en Candas, donde es más difícil trabajar pues no tengo las herramientas necesarias y para llevarlo a la finca pesa demasiado.

Por eso me llevó mucho tiempo terminarla y no salió como me gustan a mí las cosas. Aunque no es una obra de arte y es demasiado vulgar. Os lo presento por que, por lo menos, nos da una ligera idea de que con arte y ganas se pueden hacer las cosas. Las obras sin planificar y de prisa casi nunca salen bien. Aunque no se ve, es de acero y pesa un montón al moverlo.

Cuando mi amigo Paco la vio terminada sin cubrir de madera, tampoco le gustó. Le dije: miraré a ver qué puedo hacer para mejorarla. 

Cuando corchábamos los vinos de mi cueva, un amigo que nos ayudaba, me decía que era pena el poner corchos tan caros, que valían los de corchar la sidra y que constaban  a 6 pesetas. Los que yo ponía eran  corchos buenos valían a 32 pesetas. Desde luego que la diferencia es considerable, pero el resultado también lo es.

Dado que no había forma de convencerlo, se lo tuve que de demostrar Por mucho que le expliqué no quiso comprenderlo. En esta charla estaba Mateo, mi consuegro. Le dije que en la primera partida de vino que vayamos a corchar, pondríamos en algunas cajas el corcho barato y  demostraríamos a su pariente que estaba equivocado. En efecto, no me olvidé y del mismo vino que Mateo y yo corchamos y de la misma cuba se corcharon varias cajas con el corcho barato. Al poco tiempo comenzaron a encontrase botellas con ácido, mientras que en las otras se mantuvieron como siempre  muy bien.

Mateo llevo para su casa algunas cajas con el corcho malo y otras con el bueno, cuando paso algún tiempo, Mateo, me dijo.

-Si no es porque yo mismo trabajé contigo, no me lo podría creer. Esta vez mi primo falló. Hay que gastarse el dinero si se quiere algo bueno.

 Le quedó muy claro. Él bien sabía que siempre ponía corchos de más de 32 pesetas que yo pague. Los había hasta de 70 pesetas, aunque yo no los compre a ese precio, por alguna razón será. A nadie le gusta tirar el dinero y a mí tampoco.

Aquellos 12.000 kilos de uva se convirtieron en doce mil botellas de un vino excelente. Yo quise introducirlo en el mercado de mis clientes pero el precio era un poco más alto y no les interesó. La gente lo quería barato y una simple variación del precio fue lo suficiente para que no tuviera salida. Un error por su parte, pues yo les ofrecía lo que yo mismo iba beber a un precio muy bajo, teniendo en cuenta su calidad y el precio del mercado de aquel tiempo. 

Este vino duró doce años, pero había dejado veinte botellas para poder saber el tiempo que duraría mi vino sin fijadores de ninguna clase.  Cuando tenían veinte años  las probamos, era un excelente vino, con un sabor exquisito y un brillo que invitaba a beberlo. Fue una lástima no haber dejado más. Desconocía lo que pudieran duran pero. En lugar de estropearse mejoró con el tiempo. De saber que podía durar hasta por lo menos 33 años, hubiera dejado más cantidad, pero eso no lo supe hasta mucho más tarde.

En mis primeros años de almacenista de vinos, de soltero y viviendo en casa de mis padres, corchaba vino y lo almacenaba en el desván de la casa. Cada temporada corchaba una cantidad para que fuera envejeciendo. Cada botella tenía una etiqueta con su fecha. Las últimas que se encontraron al hacer una reparación del techo de la casa, tenían 33 años. Había unas cuantas botellas. Era un vino de una categoría excepcional. Lástima fue no saberlo primero para haber corchado más cantidad de aquel  vino en rama. En aquellos tiempos se creía que no durarían tanto tiempo. Decían que si se toldaban, que si se pondrían ajerezados, que si perdían el sabor. Por lo menos en estos dos casos se demostró que salieron a cuál mejor. En los dos casos eran vinos en rama de buena uva y, por supuesto, con un corcho de categoría. Vale más echarse que trabajar mal. Poner uva mala o un mal corcho se pierden el vino en poco tiempo. Por eso yo quise asegurarme para producir un buen caldo. Poniendo buena uva primero y buen corcho después, además de poner el mosto en buenas cubas y saber cuidarlo hasta que sea corchado.

Al año siguiente, cuando caminaba por unos viñedos a comprar la uva para traerla y pisar nuevamente, me llamó el dueño de la bodega que años atrás no me había dejado por querer también las llaves, me dijo:

– Asturiano, este año no lleves la uva para tu bodega, pisas en la mía y en las condiciones que hablamos: sin renta y, en lo que se refiere a los años, serán ilimitados, los que quieras porque yo no la necesito. Como pagos de alquiler pondrás un portón de hiero en la entrada de la cueva y la puerta de la lagareta también de hierro. Los domingos que tú vengas nos iremos con vosotros a la cueva.

Aquello era lo que yo mismo le había ofrecido. Acepté el trato y se empezó la limpieza y rehabilitación de toda la cueva. En poco más de quince días hice el portón y la puerta de la lagareta, con sus correspondientes cerraduras y todo puesto en orden. Cerramos vino aquel año. Se portó muy bien. Le gustó todo lo que se hizo y hasta nos ofreció una casa que tenía pegada a la suya que utilizábamos en los días que pasábamos allá para pisar. Al igual él que su mujer nos apreciaban mucho. Por eso, con cierta frecuencia les regalaba alguna lata de aceite de oliva de cinco litros y otras cosas. Apenas consumían vino, dado que ya eran mayores y no podían beber alcohol.

Pisamos el primer año poca cantidad. Al segundo, después de tener todo a punto para pisar la uva. Me llamo para decir que empezaba la vendimia, que fuéramos, así quedamos. De sábado cogimos todo el equipo y nos marchamos a la vendimia. A medida que pasaba cerca de los viñedos, antes de llegar, me pareció ver que la uva estaba muy verde. En el momento de llegar lo comenté con el dueño de la bodega.  

-Sí que está algo dijo: pero obligan a recogerla porque van a hacer la concentración parcelaria de la zona.

-No creo que nadie se atreva a obligar a recoger la uva estando verde le dije. El contratista que vaya a hacer la obra tendrá que esperar, no puede arruinar la economía de un pueblo, creo que están en un error. De todas formas iré hasta los viñedos a ver cómo está.

Cuando llegué hasta los más cercanos, revisé bien varias zonas y sobretodo donde teníamos que vendimiar nuestra uva. Vi que no me había equivocado, estaban verdes y no servían para hacer vino, regresé al pueblo.

-Yo no piso esta uva le dije, es un dolor estropearlo y trabajar de balde.

-Si no pisas tú me dijo furioso, -¿qué hago yo con mi uva?

-Con tu uva puedes hacer lo que has hecho durante muchos años, en los que no pisabas y la mandabas a Valdevimbre. ¿Quieres que pierda un capital además de trabajar en balde?

A pesar de haberme quedado el graduador de mosto en mi bodega de Asturias, a ojo lo calculé. Así se lo anuncié.  Le dije: esta uva tan verde no dará más de 10 u 11 grados y eso no servirá para vino. Saldrá un caldo que no valdrá ni para vinagre. Se estropeara todo. Es un tema muy serio, se trataba de la economía de todo el pueblo de aquel año. Por si la gente seguía mi recomendación, tenía que asegurarme. Le dije a mi esposa:

-No prepares nada porque nos vamos esta tarde  para casa. Voy a León a comprar un aparato para graduar el mosto, no quiero embarcar a nadie sin asegurarme antes de que todo va a salir como le a anuncié.

Al darle cuenta de mi posición al respecto, alguien podía seguir mi consejo y no quería fallar. Fui a León, compré el aparato y regresé. Cogí un saco de plástico y fui a visitar a un vecino que tenía gran cantidad de uva recogida para pisar. Le comenté el tema y le dije que me dejara un poco de uva para graduarla, que al momento se la devolvería. Regresé a casa y delante del dueño gradué el mosto.

-Ahí tienes. Quien habla es el aparato, el resto ya no merece ni comentario.

No me había equivocado. El grado mínimo tenía que ser de 15. Nunca había pisado uva con menos de 17 y esta uva verde solo daba 10,50. Un desastre que, a pesar de anunciarlo, nadie quiso hacer caso. Lo que nunca pude entender. Y que fue para mí una enorme sorpresa, fue como un pueblo profesional desde hacía cientos de años toleraba semejante barbaridad. Aquel año arruinaron la economía de todo el pueblo, como yo lo había anunciado. Cuando se dieron cuenta ya era tarde.

-Recuerda que esto va a ser como te lo pinto, una ruina para todo el pueblo. Me da pena que nadie se quiera enterar. 

Al oír mis explicaciones con contundencia, además de la prueba del aparato, bajó el tono.

-Tú serás de los pocos que te salvas de la quema le dije.

-¿Por qué?

-Porque tú vendes la uva y no pierdes el vino. Lo malo es para el que cierra y lo va tener que quemar para orujo. Esa es la diferencia.

-Tu bodega no se quedará vacía le dije. Cerraré 12.000 kilos de uva en su momento.

Mientras mi mujer preparaba para regresar a casa iré a Balderas a contratar el viaje de uva para dentro de tres semanas, cuando empiece la vendimia.

-Voy contigo me dijo, el dueño de la bodega. Tengo un pariente le compraras la uva.

Así fue. Llegamos a casa de su pariente y le dije:

-Quiero un camión de uva, de lo negro y la mejor variedad, al precio que marquen cuando comience la vendimia.

Le di mi número de teléfono para que me llamara y salimos de nuevo para su pueblo. Cogimos el petate y nos fuimos a Asturias a esperar la vendimia normal, pero esta vez la de Balderas, que tenía una uva de primera calidad y muy superior a la de aquella zona, en aquel tiempo.

Justamente a las tres semanas nos llamó el señor de Balderas. Nos pusimos de acuerdo para cargar y salimos con todo el equipo. De aquel pueblo trabajaban conmigo dos hombres, más otro que llevaba de aquí. Los dejé en la bodega y fui a por el camión de uva. Cuando regresé eran las 12 de la noche de un sábado. Había tenido que trabajar hasta el medio día en la oficina, en aquel tiempo ya empezamos a trabajar solo medio día los sábados.

Al llegar a la Bodega había medio pueblo de paisanos esperando a conocer la uva que había traído. Estaban bebiendo vino, yo nunca les cobraba. Todos querían saber. Seguro que nadie había olvidado lo que les había anunciado, aunque solo habían pasado tres semanas y era pronto para confirmase. Miraron la uva y charlaron lo que quisieron. Cada uno dio su opinión, yo a lo mío.

Al día siguiente empezamos a pisar. De nuevo la bodega estaba llena de paisanos. Todos bebían y nadie ayudaba. Solo querían saber cómo lo iba a hacer y qué le iba a echar al mosto para la fermentación. Uno me decía que le echara meta bisulfito, otro, sulfuroso, otro otra cosa. No cesaban de hacer preguntas, hasta que Emiliano les dijo:

-Dejad en paz a Arsenio. No le atormentéis más. Él sabe más que todos vosotros, es químico y se está riendo de vosotros.

No sé si les pareció mal aquello, o qué pensaron, pero por arte de magia y en el acto se fueron todos y nunca más volvieron, santo remedio para librarme de aquella gente que no se callaba.

Emiliano sabía que nunca metía nada a los mostos, siempre los había hecho con la pura uva y salieron perfectamente todos mis vinos, por eso quiso que se callaran. Les dijo de broma que yo era químico lo que les sirvió para que se callaran en el acto. Aquello parecía un gallinero. La verdad es que ya se pasaban con sus charlas. No se conformaron con beber vino gratis, sino que pretendían saber más de la cuenta y encima dar clase a los demás. Emiliano, que bien me conocía, se dio cuenta perfectamente de que me estaban molestando. Como yo no me atrevía a decirles que se callaran, por prudencia les aguanté. Pero como él también estaba cansado, les echó de aquella forma y sin ningún trauma.

Pude observar que siempre les resultó difícil concebir que yo no echara mezclas ni fijadores antes ni después de fermentar el mosto. Dado que ellos siempre las habían echado, les extrañó mucho y nunca se lo pudieron creer. Por ese motivo deje de darles más explicaciones porque no creyeron la verdad.

Terminamos de pisar el camión de uva que vino de Balderas. Durante el proceso de la fermentación íbamos a recebar cada veinte días. En una de nuestras vistas a la cueva, por el mes de enero, cuando se puede beber el primer vino del año, comimos en la cueva. Después de comer fuimos a tomar el café. Estaba muy frío. El bar estaba lleno de señores mayores jugando al dominó y a las cartas. Resguardados del el intenso frío. Debido al humo del tabaco, había una atmósfera muy cargada y no resultaba agradable estar allí. Al entrar, estaba arrimado al mostrador uno de los que había trabajado con nosotros en la cueva. Cuando nos vio dijo: con bastante energía, pues era un poco vocinglero:

-¡Mirad quien llega! ¡El Asturiano que decíais que era tonto! Cuando anunció que toda la uva de este año se estropearía, no le creísteis y salió como él dijo. En todo el pueblo nadie tiene vino, hubo que quemarlo para orujo, en cambio él tiene un vino de una calidad formidable, del que nunca hubo aquí. Con uva de Valderas y de la mejor y eso que era tonto. 

Seguía con su discurso. Me acerqué y le dije:

-Por favor, cállate. ¿Por qué tienes que decirlo en público?

Me había quedado de piedra. Nadie dijo nada. Aquel hombre no se callaba. No dejaba de hablar de por qué no me había hecho caso. Para él había sido algo muy importante.

-Mirad cómo sabía que la uva de Balderas era de mejor calidad y no quiso la de aquí, porque aparte de ser inferior estaba verde, como el nos había anunciado.

Así mismo les invitaba a hacer plantaciones de esa clase de uva, porque bien claro estaba que era más rentable. A pesar de ser cierto todo lo que decía, a mí me resulto muy molesto. Fueron momentos muy desagradables. Le dije en voz baja: 

-Háblales si quieres, pero cuando yo no esté, por favor. Esto resulta muy violento para nosotros.

-Lo que es verdad no tiene por qué ser violento. Tú tenías razón y nadie quiso escucharte.

Aquella mañana, cuando venía de misa este hombre, había ido con Emiliano que era el que cuidaba mi bodega y el dueño de esta y otro amigo suyo del pueblo. Estos dos señores mayores sabían muy bien lo que era bueno. Aunque el amo de la cueva sabía cómo era mi vino, no les había dicho nada para que lo comprobaran en el lugar. Éste siempre iba a la bodega porque le gustaba, aunque bebía muy poco. Sabía que yo ya era veterano dl ramo del vino. Además estaba bien asesorado de mi forma de ser, por un señor de su máxima confianza y, que por vivir aquí, también amigo mío.

Al dueño de la bodega le prestaba oír que había salido bien y que su cueva era la única que tenía vino en el pueblo aquel año. Me apreciaba mucho. Un día me dijo:

-Oye, Arsenio tengo pena por no ser más joven, porque contigo nos haríamos ricos. Con lo que tú sabes y mis tierras sacaríamos más dinero que nadie de todo el contorno. Podríamos tener los mejores viñedos, producir cebada, trigo y alfalfa en cantidad industrial.

-No hay problema le dije: si quieres podemos hacer algo. Se compran dos buenos tractores y a trabajar.

-Ya tengo demasiados años dijo.

-Usted no tiene por qué trabajar, lo harán las máquinas. Yo me encargaré de llevar los trabajos y dirigir los sembrados.

No quiso dedicarse a ese tipo de trabajos. Pasé pena porque en ese tiempo yo no tenía demasiada obra para toda mi gente y me gustaba su oferta. De haberlo aceptado seguro que hubiéramos hecho mucho dinero. Vinieron años muy buenos para esa clase de producto y a mí siempre me gustaron los trabajos en general pero sobretodo los del campo. Todavía hoy añoro aquello que pudo haber sido muy importante económicamente para los dos.

Unos días más tarde, en otro pueblo al lado de León, una señora me alquilaba su bodega a cambio de una cantidad de vino al año. Me interesó y nos entregó las llaves para empezar a limpiarla. Llevaba muchos años parada. Las cubas estaban estropeadas, había desprendimientos de tierra por algunas partes de la cueva, todo estaba muy mal. Aquello fue un trabajo de mucho tiempo: limpieza, reparar cubas, reponer aros, encalar, reparación de lagareta, lavar y remojar las cubas, porque todas perdían, limpiar toda su antojana y hasta hubo que transportar el agua desde el pueblo. Fue mucha obra y de muchos días de trabajo.

Después de tanto trabajo, ya terminada, un domingo llegó la señora y dijo: que había que quemar toda la maleza que había a su alrededor. Se marchó y comenzamos a limpiar y quemar todo aquello. Al momento no dominábamos el fuego. Aquel día pudo ser trágico, nos metimos en tal lío que yo pensé que se pasaba a los trigales cercanos. Luchamos con el fuego durante horas. A punto estuve de quemar con la maleza. El fuego corría como la pólvora. Encima de la sequía que había, salió ese aire de Castilla que a viva el fuego a toda marcha. Estuvo a punto de invadir toda la zona, en la que había sembrados de varias clases, además de muchos trigales. Si se hubiera quemado, hubiera sido mi ruina. No pagaría con todo el trabajo de mi vida los daños que pudo haber causado aquel fuego, que daba miedo verlo. Fue casi un milagro conseguir apagarlo. Solo éramos cuatro personas y sin agua. Esto pudo haber sido una catástrofe por desconocer el grave riesgo que suponía. La señora, en lugar de advertirnos, nos mandó darle fuego. De conocer el peligro, lo más fácil hubiera sido segarlo y quemarlo un día con humedad suficiente como para evitar la quema. Echamos en apagarlo desde las 11 de la mañana a las 6 de la tarde, trabajando a revenar. Es algo que nunca olvidaremos, jamás se me volvió a ocurrir prender más fuego a ninguna clase de maleza. 

Si esta fue gorda, la señora nos preparó otra de órdago. Apenas habíamos terminado con tanta faena de trabajo y de reponernos del incendio, cuando un día nos visitó y nos dijo que había cambiado de idea, que ella quería tener las llaves de su bodega. Unas para nosotros y otras para ella. Le dije: ese no había sido el trato, y que si había que darle las llaves, también le daríamos la bodega y no pisaríamos. Dijo que si no lo aceptábamos que lo dejáramos. En el acto le di las llaves y marchamos. No tuvimos otra opción. Allí se quedó un montón de trabajo de muchos días. Habíamos pasado varios fines de semana trabajando a tope para luego abandonarlo. No creo que ellos hayan cerrado vino después. No nos ayudaron en nada y luego nos echaron. Cogimos todo lo que teníamos de nuestra propiedad y dejamos aquel pueblo para nunca más volver a él.

Aquel año traje uva para mi bodega, aunque resultaba un poco más latoso por falta de espacio.