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Al año siguiente, cuando caminaba por unos viñedos a comprar la uva para traerla y pisar nuevamente, me llamó el dueño de la bodega que años atrás no me había dejado por querer también las llaves, me dijo:

– Asturiano, este año no lleves la uva para tu bodega, pisas en la mía y en las condiciones que hablamos: sin renta y, en lo que se refiere a los años, serán ilimitados, los que quieras porque yo no la necesito. Como pagos de alquiler pondrás un portón de hiero en la entrada de la cueva y la puerta de la lagareta también de hierro. Los domingos que tú vengas nos iremos con vosotros a la cueva.

Aquello era lo que yo mismo le había ofrecido. Acepté el trato y se empezó la limpieza y rehabilitación de toda la cueva. En poco más de quince días hice el portón y la puerta de la lagareta, con sus correspondientes cerraduras y todo puesto en orden. Cerramos vino aquel año. Se portó muy bien. Le gustó todo lo que se hizo y hasta nos ofreció una casa que tenía pegada a la suya que utilizábamos en los días que pasábamos allá para pisar. Al igual él que su mujer nos apreciaban mucho. Por eso, con cierta frecuencia les regalaba alguna lata de aceite de oliva de cinco litros y otras cosas. Apenas consumían vino, dado que ya eran mayores y no podían beber alcohol.

Pisamos el primer año poca cantidad. Al segundo, después de tener todo a punto para pisar la uva. Me llamo para decir que empezaba la vendimia, que fuéramos, así quedamos. De sábado cogimos todo el equipo y nos marchamos a la vendimia. A medida que pasaba cerca de los viñedos, antes de llegar, me pareció ver que la uva estaba muy verde. En el momento de llegar lo comenté con el dueño de la bodega.  

-Sí que está algo dijo: pero obligan a recogerla porque van a hacer la concentración parcelaria de la zona.

-No creo que nadie se atreva a obligar a recoger la uva estando verde le dije. El contratista que vaya a hacer la obra tendrá que esperar, no puede arruinar la economía de un pueblo, creo que están en un error. De todas formas iré hasta los viñedos a ver cómo está.

Cuando llegué hasta los más cercanos, revisé bien varias zonas y sobretodo donde teníamos que vendimiar nuestra uva. Vi que no me había equivocado, estaban verdes y no servían para hacer vino, regresé al pueblo.

-Yo no piso esta uva le dije, es un dolor estropearlo y trabajar de balde.

-Si no pisas tú me dijo furioso, -¿qué hago yo con mi uva?

-Con tu uva puedes hacer lo que has hecho durante muchos años, en los que no pisabas y la mandabas a Valdevimbre. ¿Quieres que pierda un capital además de trabajar en balde?

A pesar de haberme quedado el graduador de mosto en mi bodega de Asturias, a ojo lo calculé. Así se lo anuncié.  Le dije: esta uva tan verde no dará más de 10 u 11 grados y eso no servirá para vino. Saldrá un caldo que no valdrá ni para vinagre. Se estropeara todo. Es un tema muy serio, se trataba de la economía de todo el pueblo de aquel año. Por si la gente seguía mi recomendación, tenía que asegurarme. Le dije a mi esposa:

-No prepares nada porque nos vamos esta tarde  para casa. Voy a León a comprar un aparato para graduar el mosto, no quiero embarcar a nadie sin asegurarme antes de que todo va a salir como le a anuncié.

Al darle cuenta de mi posición al respecto, alguien podía seguir mi consejo y no quería fallar. Fui a León, compré el aparato y regresé. Cogí un saco de plástico y fui a visitar a un vecino que tenía gran cantidad de uva recogida para pisar. Le comenté el tema y le dije que me dejara un poco de uva para graduarla, que al momento se la devolvería. Regresé a casa y delante del dueño gradué el mosto.

-Ahí tienes. Quien habla es el aparato, el resto ya no merece ni comentario.

No me había equivocado. El grado mínimo tenía que ser de 15. Nunca había pisado uva con menos de 17 y esta uva verde solo daba 10,50. Un desastre que, a pesar de anunciarlo, nadie quiso hacer caso. Lo que nunca pude entender. Y que fue para mí una enorme sorpresa, fue como un pueblo profesional desde hacía cientos de años toleraba semejante barbaridad. Aquel año arruinaron la economía de todo el pueblo, como yo lo había anunciado. Cuando se dieron cuenta ya era tarde.

-Recuerda que esto va a ser como te lo pinto, una ruina para todo el pueblo. Me da pena que nadie se quiera enterar. 

Al oír mis explicaciones con contundencia, además de la prueba del aparato, bajó el tono.

-Tú serás de los pocos que te salvas de la quema le dije.

-¿Por qué?

-Porque tú vendes la uva y no pierdes el vino. Lo malo es para el que cierra y lo va tener que quemar para orujo. Esa es la diferencia.

-Tu bodega no se quedará vacía le dije. Cerraré 12.000 kilos de uva en su momento.

Mientras mi mujer preparaba para regresar a casa iré a Balderas a contratar el viaje de uva para dentro de tres semanas, cuando empiece la vendimia.

-Voy contigo me dijo, el dueño de la bodega. Tengo un pariente le compraras la uva.

Así fue. Llegamos a casa de su pariente y le dije:

-Quiero un camión de uva, de lo negro y la mejor variedad, al precio que marquen cuando comience la vendimia.

Le di mi número de teléfono para que me llamara y salimos de nuevo para su pueblo. Cogimos el petate y nos fuimos a Asturias a esperar la vendimia normal, pero esta vez la de Balderas, que tenía una uva de primera calidad y muy superior a la de aquella zona, en aquel tiempo.

Justamente a las tres semanas nos llamó el señor de Balderas. Nos pusimos de acuerdo para cargar y salimos con todo el equipo. De aquel pueblo trabajaban conmigo dos hombres, más otro que llevaba de aquí. Los dejé en la bodega y fui a por el camión de uva. Cuando regresé eran las 12 de la noche de un sábado. Había tenido que trabajar hasta el medio día en la oficina, en aquel tiempo ya empezamos a trabajar solo medio día los sábados.

Al llegar a la Bodega había medio pueblo de paisanos esperando a conocer la uva que había traído. Estaban bebiendo vino, yo nunca les cobraba. Todos querían saber. Seguro que nadie había olvidado lo que les había anunciado, aunque solo habían pasado tres semanas y era pronto para confirmase. Miraron la uva y charlaron lo que quisieron. Cada uno dio su opinión, yo a lo mío.

Al día siguiente empezamos a pisar. De nuevo la bodega estaba llena de paisanos. Todos bebían y nadie ayudaba. Solo querían saber cómo lo iba a hacer y qué le iba a echar al mosto para la fermentación. Uno me decía que le echara meta bisulfito, otro, sulfuroso, otro otra cosa. No cesaban de hacer preguntas, hasta que Emiliano les dijo:

-Dejad en paz a Arsenio. No le atormentéis más. Él sabe más que todos vosotros, es químico y se está riendo de vosotros.

No sé si les pareció mal aquello, o qué pensaron, pero por arte de magia y en el acto se fueron todos y nunca más volvieron, santo remedio para librarme de aquella gente que no se callaba.

Emiliano sabía que nunca metía nada a los mostos, siempre los había hecho con la pura uva y salieron perfectamente todos mis vinos, por eso quiso que se callaran. Les dijo de broma que yo era químico lo que les sirvió para que se callaran en el acto. Aquello parecía un gallinero. La verdad es que ya se pasaban con sus charlas. No se conformaron con beber vino gratis, sino que pretendían saber más de la cuenta y encima dar clase a los demás. Emiliano, que bien me conocía, se dio cuenta perfectamente de que me estaban molestando. Como yo no me atrevía a decirles que se callaran, por prudencia les aguanté. Pero como él también estaba cansado, les echó de aquella forma y sin ningún trauma.

Pude observar que siempre les resultó difícil concebir que yo no echara mezclas ni fijadores antes ni después de fermentar el mosto. Dado que ellos siempre las habían echado, les extrañó mucho y nunca se lo pudieron creer. Por ese motivo deje de darles más explicaciones porque no creyeron la verdad.

Terminamos de pisar el camión de uva que vino de Balderas. Durante el proceso de la fermentación íbamos a recebar cada veinte días. En una de nuestras vistas a la cueva, por el mes de enero, cuando se puede beber el primer vino del año, comimos en la cueva. Después de comer fuimos a tomar el café. Estaba muy frío. El bar estaba lleno de señores mayores jugando al dominó y a las cartas. Resguardados del el intenso frío. Debido al humo del tabaco, había una atmósfera muy cargada y no resultaba agradable estar allí. Al entrar, estaba arrimado al mostrador uno de los que había trabajado con nosotros en la cueva. Cuando nos vio dijo: con bastante energía, pues era un poco vocinglero:

-¡Mirad quien llega! ¡El Asturiano que decíais que era tonto! Cuando anunció que toda la uva de este año se estropearía, no le creísteis y salió como él dijo. En todo el pueblo nadie tiene vino, hubo que quemarlo para orujo, en cambio él tiene un vino de una calidad formidable, del que nunca hubo aquí. Con uva de Valderas y de la mejor y eso que era tonto. 

Seguía con su discurso. Me acerqué y le dije:

-Por favor, cállate. ¿Por qué tienes que decirlo en público?

Me había quedado de piedra. Nadie dijo nada. Aquel hombre no se callaba. No dejaba de hablar de por qué no me había hecho caso. Para él había sido algo muy importante.

-Mirad cómo sabía que la uva de Balderas era de mejor calidad y no quiso la de aquí, porque aparte de ser inferior estaba verde, como el nos había anunciado.

Así mismo les invitaba a hacer plantaciones de esa clase de uva, porque bien claro estaba que era más rentable. A pesar de ser cierto todo lo que decía, a mí me resulto muy molesto. Fueron momentos muy desagradables. Le dije en voz baja: 

-Háblales si quieres, pero cuando yo no esté, por favor. Esto resulta muy violento para nosotros.

-Lo que es verdad no tiene por qué ser violento. Tú tenías razón y nadie quiso escucharte.

Aquella mañana, cuando venía de misa este hombre, había ido con Emiliano que era el que cuidaba mi bodega y el dueño de esta y otro amigo suyo del pueblo. Estos dos señores mayores sabían muy bien lo que era bueno. Aunque el amo de la cueva sabía cómo era mi vino, no les había dicho nada para que lo comprobaran en el lugar. Éste siempre iba a la bodega porque le gustaba, aunque bebía muy poco. Sabía que yo ya era veterano dl ramo del vino. Además estaba bien asesorado de mi forma de ser, por un señor de su máxima confianza y, que por vivir aquí, también amigo mío.

Al dueño de la bodega le prestaba oír que había salido bien y que su cueva era la única que tenía vino en el pueblo aquel año. Me apreciaba mucho. Un día me dijo:

-Oye, Arsenio tengo pena por no ser más joven, porque contigo nos haríamos ricos. Con lo que tú sabes y mis tierras sacaríamos más dinero que nadie de todo el contorno. Podríamos tener los mejores viñedos, producir cebada, trigo y alfalfa en cantidad industrial.

-No hay problema le dije: si quieres podemos hacer algo. Se compran dos buenos tractores y a trabajar.

-Ya tengo demasiados años dijo.

-Usted no tiene por qué trabajar, lo harán las máquinas. Yo me encargaré de llevar los trabajos y dirigir los sembrados.

No quiso dedicarse a ese tipo de trabajos. Pasé pena porque en ese tiempo yo no tenía demasiada obra para toda mi gente y me gustaba su oferta. De haberlo aceptado seguro que hubiéramos hecho mucho dinero. Vinieron años muy buenos para esa clase de producto y a mí siempre me gustaron los trabajos en general pero sobretodo los del campo. Todavía hoy añoro aquello que pudo haber sido muy importante económicamente para los dos.

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