Cuando corchábamos los vinos de mi cueva, un amigo que nos ayudaba, me decía que era pena el poner corchos tan caros, que valían los de corchar la sidra y que constaban a 6 pesetas. Los que yo ponía eran corchos buenos valían a 32 pesetas. Desde luego que la diferencia es considerable, pero el resultado también lo es.
Dado que no había forma de convencerlo, se lo tuve que de demostrar Por mucho que le expliqué no quiso comprenderlo. En esta charla estaba Mateo, mi consuegro. Le dije que en la primera partida de vino que vayamos a corchar, pondríamos en algunas cajas el corcho barato y demostraríamos a su pariente que estaba equivocado. En efecto, no me olvidé y del mismo vino que Mateo y yo corchamos y de la misma cuba se corcharon varias cajas con el corcho barato. Al poco tiempo comenzaron a encontrase botellas con ácido, mientras que en las otras se mantuvieron como siempre muy bien.
Mateo llevo para su casa algunas cajas con el corcho malo y otras con el bueno, cuando paso algún tiempo, Mateo, me dijo.
-Si no es porque yo mismo trabajé contigo, no me lo podría creer. Esta vez mi primo falló. Hay que gastarse el dinero si se quiere algo bueno.
Le quedó muy claro. Él bien sabía que siempre ponía corchos de más de 32 pesetas que yo pague. Los había hasta de 70 pesetas, aunque yo no los compre a ese precio, por alguna razón será. A nadie le gusta tirar el dinero y a mí tampoco.
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