Unos días más tarde, en otro pueblo al lado de León, una señora me alquilaba su bodega a cambio de una cantidad de vino al año. Me interesó y nos entregó las llaves para empezar a limpiarla. Llevaba muchos años parada. Las cubas estaban estropeadas, había desprendimientos de tierra por algunas partes de la cueva, todo estaba muy mal. Aquello fue un trabajo de mucho tiempo: limpieza, reparar cubas, reponer aros, encalar, reparación de lagareta, lavar y remojar las cubas, porque todas perdían, limpiar toda su antojana y hasta hubo que transportar el agua desde el pueblo. Fue mucha obra y de muchos días de trabajo.
Después de tanto trabajo, ya terminada, un domingo llegó la señora y dijo: que había que quemar toda la maleza que había a su alrededor. Se marchó y comenzamos a limpiar y quemar todo aquello. Al momento no dominábamos el fuego. Aquel día pudo ser trágico, nos metimos en tal lío que yo pensé que se pasaba a los trigales cercanos. Luchamos con el fuego durante horas. A punto estuve de quemar con la maleza. El fuego corría como la pólvora. Encima de la sequía que había, salió ese aire de Castilla que a viva el fuego a toda marcha. Estuvo a punto de invadir toda la zona, en la que había sembrados de varias clases, además de muchos trigales. Si se hubiera quemado, hubiera sido mi ruina. No pagaría con todo el trabajo de mi vida los daños que pudo haber causado aquel fuego, que daba miedo verlo. Fue casi un milagro conseguir apagarlo. Solo éramos cuatro personas y sin agua. Esto pudo haber sido una catástrofe por desconocer el grave riesgo que suponía. La señora, en lugar de advertirnos, nos mandó darle fuego. De conocer el peligro, lo más fácil hubiera sido segarlo y quemarlo un día con humedad suficiente como para evitar la quema. Echamos en apagarlo desde las 11 de la mañana a las 6 de la tarde, trabajando a revenar. Es algo que nunca olvidaremos, jamás se me volvió a ocurrir prender más fuego a ninguna clase de maleza.
Si esta fue gorda, la señora nos preparó otra de órdago. Apenas habíamos terminado con tanta faena de trabajo y de reponernos del incendio, cuando un día nos visitó y nos dijo que había cambiado de idea, que ella quería tener las llaves de su bodega. Unas para nosotros y otras para ella. Le dije: ese no había sido el trato, y que si había que darle las llaves, también le daríamos la bodega y no pisaríamos. Dijo que si no lo aceptábamos que lo dejáramos. En el acto le di las llaves y marchamos. No tuvimos otra opción. Allí se quedó un montón de trabajo de muchos días. Habíamos pasado varios fines de semana trabajando a tope para luego abandonarlo. No creo que ellos hayan cerrado vino después. No nos ayudaron en nada y luego nos echaron. Cogimos todo lo que teníamos de nuestra propiedad y dejamos aquel pueblo para nunca más volver a él.
Aquel año traje uva para mi bodega, aunque resultaba un poco más latoso por falta de espacio.
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