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 Al terminar con los chamizos, yo como mucha gente me quedé sin trabajo, tenia doce años. A los pocos días decidimos dos vecinos y amigos, Gustavo González Suarez y Anselmo Suarez, “Mito” a pedir trabajo a un contratista de obras que había en Blimea, el Sr. Julio Díaz, nos dio trabajo y al día siguiente comenzamos a trabajar en la construcción.

Nos destinaron a realizar diversos trabajos para la Empresa minera de Coto Musel. Situada en el concejo de Laviana. Donde había que hacer distintas obras, como la reparación de la casa de aseo de las minas del Caniquín, la construcción de balsas para los finos del carbón en el Lavadero del Sutu Laviana. Un edificio para sala de máquinas, y un profundo desagüe hasta el río Nalón. Esta excavación de una profundidad de 3 metros fue muy penosa para nosotros, pero sobre todo para mí, que era uno los más jóvenes. Cuando lanzaba la palada, como no tenía fuerza suficiente para lanzarla a tanta altura, la mayoría de las veces se caía por mi cabeza todo el escombro, recibiendo los golpes de los regodones y el polvo que me cejaba los ojos. No hace falta mucha inteligencia para comprender cómo lo pasaba. Caminaba desde La Bobia a Laviana, atravesando los montes con diversos valles y cañadas por caminos con grandes barrizales y diversos arroyos, que en la mayoría de los casos discurrían por el mal camino que había, lloviendo o nevando. Otras veces con fuertes heladas. Trabajaba diez horas y con un pequeño bocadillo. Salía de noche de casa y llegaba de noche, además de cansado y hambriento. Y por si todo esto fuera poco, había que aguantar al encargado, que era un vestía insoportable, todo el día estaba encima de nosotros, exigiendo más rapidez, cuando ya estábamos reventados y a tope de nuestras fuerzas. Todavía no me atrevo a juzgar aquel encargado. No sé si de ignorante, tonto, o criminal, ni cuál era el motivo para reventar y maltratar a la gente, a demás de insultarnos y de ser unos niños mal alimentados y con pocas fuerzas para soportar el duro trabajo de aquel, maldito tajo.

La jornada era de ocho horas, pero nos obligaban a trabajar otras dos más extraordinarias, lo que se llamaba echar el “cuarto” que era desde las cinco a las siete. Unas veces descargando cemento, que había que subirlo por una escalera de hierro muy pendiente, estrecho y muy largo. Yo, que era pequeño y muy delgado, pesaba más el saco que yo, cuando llegaba arriba ya no podía más, estaba reventado. Hay que tener en cuenta que cincuenta kilos son muchísimo para un niño de doce años mal alimentado.

Una tarde al comenzar el ”cuarto”, nos destinaron a los tres vecinos a descargar un tren de ladrillo que venía en unos volquetes grandes de basculante, y para darles la vuelta, había que limpiar bien los ladrillos de la pila, para evitar que el basculante se saliera de su sitio y que no descarrilara. Seguro que por falta de experiencia, que no teníamos por ser niños, no quitamos lo suficiente y el volquete al darle vuelta descarriló, salió del cangrejo. Al momento llegó el encargado, que era como un tigre y nos dijo:

-¡Hijos de puta! no servís para nada, voy a coger un ladrillo y daros con él en la cabeza.

Yo estaba reventado de tanto trabajo y con los dedos sangrando gastados por los ladrillos y la cerámica, además de algo quemados por el cemento. Asustado pegué un salto para atrás y le dije:

-Yo no soy hijo de puta, ni tampoco un esclavo, ya no podemos con más y nos amenazas con pegarnos, trabaja tú, que tienes más fuerza, yo no puedo con más y en el acto les dije a mis compañeros, yo aquí no trabajo más, si queréis nos vamos ahora mismo.

Nada dijeron, yo marché. Los compañeros lo aguantaron, eran mayores que yo. No pude soportar tanto trabajo y despotismo de aquel fiera, que más bien parecía mandar un rebaño de animales que a niños.

Reventado de tanto trabajo marche para casa

Al llegar a casa dos horas más temprano que otros días, mi madre me peguntó cómo había llegado tan pronto. Le conté lo sucedido, y me echó la gran bronca, diciéndome que si me iba a quedar en casa a colgarme del sueldo de mi padre que no alcanzaba para el gasto de la casa.

-Nada de eso, madre, ya no puedo soportar más tanto trabajo estoy reventado.

-A trabajar, como siempre, ¿cómo te vas a quedar en casa? me dijo sin pensar en mi problema.

Mi madre no había reconocido las circunstancias por las que yo a travesaba. Era dura para sí misma y no se daba cuenta de lo joven que yo era para tanto esfuerzo, ni tampoco comprendió que ya no podía con más. Desconocía aquella clase de trabajo, no sabía el terrible esfuerzo que supone trabajar a una profundidad de tres metros y paliar la pesada tierra mezclada con regodón. Por eso me regañó de duro. Al momento y antes de que terminara con la gran regañina, llegó mi padre que nos escuchaba, y preguntó:

-¿Qué es lo que pasa?

Mi madre seguía en sus trece de enviarme de nuevo al trabajo. Mi padre le dijo:

-Tranquila mujer, lo primero es escuchar a nuestro hijo.

Y con las mismas se dirigió a mí y me pidió que le explicara lo sucedido. Le conté realmente como fue todo, por lo que había pasado. Él, que bien sabía cómo era yo en todos los órdenes incluido en el trabajo, le dijo a mi madre:

-Arsenio no dice mentiras, y tampoco es por no trabajar, y tú eso bien lo sabes, es bravo, le gusta trabajar, lo lleva en la sangre lo mismo por ti que por mí. Tiene que ser muy gordo para que él reniegue del trabajo, así nos lo acaba de explicar, todo eso es demasiado para su corta edad. No volverá más a ese lugar, porque yo no quiero que encima de reventarlo, le quieran pegar. Ya le encontraré otro trabajo y mientras éste aparece, trabajar en la sementera y cuidara  del ganado.

Tenía trece años, en aquella obra solo trabaje solo un año, pero de una verdadera tortura, por la falta de comida y el exceso de trabajo y el mal trato del encargado.

Desde esta fecha hasta cumplir los catorce, trabajé en labores del campo de la casa, fecha en que mi padre, me acompañó a pedir trabajo al Ingeniero del pozo San Mamés, de la Empresa Duro Felguera.

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