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En el año 1948, cayó la “nevaona” fue famosa en todo el territorio por ser la mayor de las nevadas que conocían los nacidos. Así comentaban los antiguos. En mi pueblo de La Bobia, donde menos había era de un metro, en algunas partes había bastante más del metro. La casa de mis padres está situada al oeste del pueblo en medio de una gran vega muy vistosa y soleyera, a una distancia de unos trescientos metros de la casa de mis abuelos. Al amanecer con tal nevada, lo primero que hicimos fue quitar nieve para hacer camino hasta la cuadra para cebar el ganado y ordeñarlo. Para luego seguir quitando nieve hasta la fuente, que estaba a unos seiscientos metros de distancia aproximadamente. Para seguir después hasta la casa de mis abuelos que se encontraban solos. Aunque la cuadra estaba pegada a la casa y una vaca que tenían la podían cebar, estaban aislados y sin agua. Todos los días había que traerla desde la fuente. La transportábamos mi hermano Constante y yo, con varios calderos colgados de una pieza de madera que poníamos al hombro, tirando uno por cada extremo. De esta forma abastecíamos las dos casas del agua necesaria para el consumo y lavarse todos. Los que más gastaban eran los mineros que llegaban negros y llenos del polvo  del carbón. Tenían que bañarse en un barcal , en el cobertizo, el que lo tuviera, el resto a aire libre, lloviendo o con sol, para evitar mojar toda la casa.

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Aquel día de tanta nieve también trabajamos todos hasta que llegó la noche, momento en que  llegamos mi hermano Constante y yo a casa de nuestros abuelos. Fue un largo trayecto y de duro trabajo, pero después de paliar varias toneladas de nieve fuimos recibidos por los abuelos. Se pusieron muy contentos y nos dieron una buena merienda. Comimos un pedazo de tortilla de patata, un pedazo de tocino de lo blanco, una torta de las que mi abuela preparaba y unos traguitos de vino que mi abuelo nos dio; pues en nuestra casa no había nada de todo aquello y nos sabía a gloria. El tocino, a pesar de ser de lo blanco, lo comíamos con las mismas ganas que si fuera un manjar. No conocíamos el jamón ni el tocino entrevenado hasta que más tarde mejoraron las economías familiares y ya se podía criar un cerdo en la casa

Al terminar de merendar y sabiendo que mi abuelo tenía poca leña para el fuego, le pregunté si sabía dónde había algo de madera al que pudiéramos ir con tanta nieve. Dijo:

-Sí que hay una castañalona junto a la chimenea en mina de la Julia en los Collainos, pero allí no podéis llegar con tanta nieve, aparte de que puede ser peligroso para ti y para tu hermano. Este paraje está situado al sur de nuestro pueblo, y al otro lado de la montaña dando vista a Santa Bárbara. La distancia es de unos 1500 metros, pero el camino es muy malo, estrecho, entre dos paredes, con muchas pozas en su suelo y con mucho barro. Así como las subidas y bajadas, que también son muy pendientes, además de esta terrible nevada.

-Ya es difícil arrastrar la madera en tiempo seco por esos lugares tan malos, con tanta nieve no lo conseguiréis dijo mi abuelo. Seguíamos analizando las posibilidades pero él decía que no podía ser.

-La pared del camino no se ve porque todo está tapado y podéis saliros de éste y perderos por debajo de la nieve en ese abismo con tanta pendiente y de largo recorrido. Si por desgracia os deslizáis por debajo sería imposible el encontrar una persona, hasta que no se marche la nevada por lo accidentado del terreno y la inmensa longitud de la montaña.

Después de estudiar los posibles peligros, le dije al abuelo:

-Vamos a ir a buscar esa madera, lo más importante es saber los peligros que nos acechan, y como los sabemos, procuraremos evitarlos. Por ejemplo para no perdernos en el abismo, vamos a ir atados con una soga por la cintura, una para mi hermano, y otra para mí. Esta soga la ataremos a la castañal y si resbalamos quedaremos atados ella. Procuraremos sondear para saber dónde están las paredes para poder guiarnos, y circular por el camino. Sobre todo en los lugares que bien conocemos como más peligrosos. Llevaremos dos palas para quitar la nieve que nos moleste al caminar. Llevará muchas horas pero conseguiremos traerla, no lo dudes, yo no tengo ningún miedo. Tranquilo que no  pasa nada abuelo.

-Sí, pero para bajarla desde la Julia al camino es monte raso, si uno se desliza no aparece ni en quince días. Ese lugar es lo más peligroso, dijo el abuelo. Si por desgracia se marcha uno por debajo de esa cantidad de nieve, puede bajar hasta el final de la montaña y tiene más de un kilometro, es imposible.

-En efecto le dije, claro que lo es, por eso llevaremos las sogas, allí bajaremos atados a los arbustos que alguno hay a medida que vayamos avanzando con ella hasta llegar al camino. De esa forma evitaremos echar a rodar. Será lo mejor para bajarla. Y si uno se marcha no se aleja más que la longitud de la soga, te coges a ella y vas subiendo de nuevo a tu posición. Si Constante me acompaña mañana, al medio día saldremos  a por ella, creo que para la noche podremos regresar. En caso de que llegue la noche o nos cansáramos por demasiadas horas, lo dejaríamos para el día siguiente.

Mi hermano dijo que sí, que el también quería ir, mañana saldremos al medio día y lo conseguiremos.

Intervino nuestra abuela, que hasta ese momento nos escuchaba sin decir palabra, y le dijo a mi abuelo:

-Paisano, no se te ocurrirá dejarles ir, eso es muy peligroso, les puede pasar algo.

Mi abuelo que había analizado mis planes le dijo:

-Sí que lo van a conseguir, Arsenio lo planeó muy bien, yo no lo hubiera hecho mejor. Si lo hacen como dice, no les pasará nada, pero es indispensable cumplir con lo que dice hacer. Porque sin las sogas, las palas y el hacho, sería muy peligroso.

-No sé qué cuentas te vas a echar si pasa algo, dijo, la abuela.

-Ya está decido le contestó, estos dos son fuertes como robles para su edad y todavía no hay en todo el contorno mayores quien les gane. Así que si ellos lo deciden que así sea.

Mi abuelo se levantó de su aposento, me puso la mano en el hombro y dijo: 

-Arsenio, eres invencible, ten mucho cuidado con tu  hermano y contigo mismo y os  saldrá bien.

Era medio día cuando ya preparados para partir le dije a mi abuelo:

-Tranquilo abuelo, que no pasa nada. Si nos oscurece y no estamos muy cansados, igual bregamos también por la noche.

Cuando nos alejábamos me llamó y me dijo:

– No te olvides de lo peligroso de la nieve. Ten mucho cuidado. Le saludé con mi brazo en alto y seguimos caminando. No dejaron de mirarnos hasta que nos perdieron de vista, a medida que nos alejábamos hacia la montaña, que nos iba separando de ellos. Mi abuela también se quedó a su lado viendo como bregábamos en la gran nevada.

Continuará en el siguiente artículo

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