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Cuando la revolución de octubre de 1934

Marchó mi padre a la guerra, allí se quedó mi madre con su rebaño de ocho niños. Si la  tristeza de mi padre al irse era grande, ¡cómo sería la de mi pobre madre, pensando que había posibilidades de volver a quedarse viuda! La guerra era como todas las guerras, encarnizada y feroz. La gente estaba atemorizada. ¿Cómo daría de comer a sus hijos? Si nosotros no podíamos ayudarla en los trabajos del campo por lo pequeños que éramos.

Mi padre se incorporó en el frente de Tarna, y le tocó intervenir en varias luchas. Trabajó también en la construcción de los nidos de ametralladoras y en diversas fortificaciones de aquella zona y es aquí donde les sorprendió la entrada de los “nacionales”. Al ser a tacados por la fuerte artillería y dándose cuenta de que todo estaba perdido, sólo podían salir huyendo. A pesar de que estaba muy cerca el enemigo y después de estar sitiados varios días, pudieron huir una noche a través de la maleza por los montes de Caso y Sobrescobio. Caminaron durante varias noches, ocultándose en la maleza durante el día para evitar ser apresados por el otro ejército. Fue un camino largo y penoso, sin más ropa que la puesta, llenos de piojos y sin nada que comer; sólo pudieron alimentarse de los frutos que algunas veces encontraban a su paso por los montes.

Después de ver cómo quedaban sus compañeros muertos en el campo de batalla, sólo les quedaba la huída y el pensamiento de cómo iban a entregarse, ya que venían de luchar del frente rojo y temían lo que pudiera pasar, porque castigaban a los que hubieran luchado con los que llamaban “los rojos”.

En el largo trayecto que recorrieron en aquellas montañas, si algo podían dormir, debía ser entre la maleza, ya que si encontraban alguna cabaña no podían ocuparla para no ser descubiertos. Después de varios días consiguen llegar al corte de Peña Mayor, desde allí ya divisaban los concejos de Lavian, San Martín y Langreo. Aunque les quedaba un largo camino ya era tierra conocida para ellos, lo cual era muy importante para circular por las noches. No llegaban a una docena los compañeros que le acompañaban aquí, en este paraje, y al llegar la noche, pensaron que lo mejor era separarse para caminar en solitario, cada uno a su pueblo. Se despiden, se desean suerte, y cada uno emprende el camino en dirección a su hogar.

Mi padre llegó a casa un poco antes del amanecer, muerto de hambre y con unas barbas larguísimas y acompañado de sus compañeros: los piojos. En el frente no tenían agua para bañarse y no se podían mover de las trincheras ni para ir a buscarla, excepto por las noches, para poder beber. Se encontraban prácticamente sitiados por el enemigo.

Volvía la alegría a la familia, que, a pesar de los inconvenientes del hambre y la esclavitud, sólo por el hecho de estar todos juntos ya era importantísimo. Mi padre tuvo que permanecer escondido durante una semana aproximadamente en un bosquecillo que había cerca de nuestra casa. Por la noche regresaba a dormir y al amanecer regresaba a su escondrijo, hasta que las cosas fueron mejorando y mi abuelo, con sus amistades, lo presentó a las autoridades para evitarse problemas y que pudiera incorporarse de nuevo a su trabajo en la mina como picador de carbón.. 

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