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Tremendo destino, de un joven trabajador.

De muy abajo vengo,
y muy arriba no estoy,
viví de mi trabajo,
pero hombre rico no soy.
Por si fuera poco, el
hambre y esclavitud,
en mi desdichada juventud.

 

Trabajando en una escombrera para la Duro Felguera
y con solo 14 años,
picando a pico y pala me encontraba,
cuando apareció un grueso cable de acero, que me estorbaba.
Dejé el pico y la pala para quitarlo,
pero ya no me soltó.
Había una derivación eléctrica de alta tensión:
de la acometida de 5000, del Lavadero de carbón.

Pegado con las dos manos,
me zarandeaba de un lado a otro,
me daba fuertes golpes, sin soltarme de sus garras,
cunado ya morado me encontraba,
y a punto de morir, por el tiempo que pasaba.
Estaba solo y sin ayuda de nadie,
para librarme de aquella terrible tensión,
que tanto me azotaba,
no podía gritar, porque
mis fuerzas se agotaban,
pero de repente llegó la suerte,
ya que Eladio Suárez Llaneza, que lejos se encontraba,
a toda prisa vino para salvarme,
cuando ya agotado, poco tiempo me quedaba.

Cuando en el botiquín me encontraba, tras
verme el médico, di las gracias a Eladio,
que fuera el que me salvara, de morir en pocos minutos,
porque mis fuerzas ya al límite estaban.
Mi cara y todo el cuerpo,
negras y como quemadas se encontraban.

Menos mal que a tiempo llegó para salvarme,
para que no fuéramos dos:
Al poco tiempo, a mi hermano Constante,
la corriente de una locomotora,
dentro de la mina lo mató.
Sin decir más que ¡¡¡hay madre!!!
carbonizado lo dejó.

 
Con solo veintisiete años, al otro mundo lo envió.
Diecisiete años tenía, cuando la dinamita me la sentenció,
solo en aquella solitaria mina de la escribana,
4ª planta sur, del Pozo San Mamés.

Me disponía a desengolar un pozo que trancado se encontraba,
con dos cargas de dinamita,
para bolar un peñón, que era el que lo trancaba.
Salió el primer disparo y nada me ocurrió,
pero cuando salió el segundo, la explosión por la espalda me pilló.
Con múltiples heridas y mucha sangre,
en el suelo me dejó como atontado y sin saber lo que pasó.
Después que me recuperé a la galería bajé,
momento en el que, Payarin el trenista, llegó.
Este al ver mis heridas y abundante sangre, asustado se quedó:
“Vamos para afuera Arsenio,
más vale tu vida que el preciado carbón”.
“Si me pasaran los dolores y las heridas
dejan de sangrar, podremos cargar el carbón”, decía yo.
“Imposible, eso no deja de sangrar,
lo deben curar, o sino no lo podrás aguantar”.

 

A los 10 años empecé a trabajar como arriero,
con un burro y un caballo,
bajando carbón de las montañas.

Trabajaba por las noches,
pues de día no se podía,
lloviendo y nevando por aquellos caminos de monte,
pendientes y con mucho barro, cada día.
Cargaban los animales con dos sacos cada uno,
y a luchar por los malos caminos,
sin nadie que me acompañara.
Si se caía el burro por los grandes charcos de agua,
le quitaba la carga y que se levantara.
Con las tremendas mojaduras y sin luz ,
me las arreglaba para aguantar todas las noches,
hasta por las mañanas.

 

No solamente era mi vida la mala,
a los pobres mineros,
jóvenes ya retirados por la silicosis,
poca paga les daban.

La necesidad les obliga,
a trabajar ya sin fuerzas,
para poder aguantar el poco tiempo de vida, que les queda.
Obligados a trabajar por las noches, porque de día no les dejaba,
la empresa los castiga con juicios y multas,
hundiendo también los chamizos,
con cargas de dinamita, quitándoles así lo poco que les quedaba .

A mi hermano Daniel, lo retiraron a los 33 años,
Y murió a los 44.
Sólo duró 10 años de sufrimiento y dolor,
con los pulmones destrozados,
sin poder respirar,
y sabiendo que muy poco tiempo de vida le iba a quedar.

En los últimos meses de vida,
79 botellas de oxígeno gastó,
hasta que sus débiles pulmones dejaron de respirar y se marchó.

 

Desde los 14 años a los 20 años, que perdí las manos,
fui minero.
Mi vida fue machacada por la desgracia:
A los 16 años, trabajando en la rampla
San Gaspar, de 2ª planta norte, en el Rimadero,
Y por exceso de trabajo, una hernia me salió,
Operado en el Adaro, muy pronto me curó,
para volver al trabajo,
al mismo San Gaspar, que me “reventó”.

Pero no ocurrió así con la apéndice que, a los 18 años,
me atacó y que por poco me mata, por soportar el dolor.
Tremendos dolores tuve,
nueve días sin ir al médico,
hasta que ya no aguanté y casi me muero.

En aquellos tiempos las personas,
aguantábamos más que los animales de carga.
Me ingresaron sin fuerzas, ya ni me tenía,
me operaron de urgencia y cuando terminaron,
el médico, a la puerta del quirófano salía:
la tripa casi gangrenada en la mano,
“ésto es lo que Arsenio tenía ”
Asustado, mi cuñado Marcelo,
le preguntó: “¿es que murió?”.
“No, todavía está dormido.
Lo que no sabemos es, si despertará.
Sólo el tiempo dirá, si lo aguanta o se va”.

 

Cuando era un joven de 19 años,
picador de carbón en la rampla de San Luis de 3ª  planta sur, Pozo San Mamés,
enterrado a 700 metros de profundidad,
bajo las entrañas de la tierra,
hora y media una losa me tapó,
y sin conocimiento, ni ver al mundo,
como muerto, cuatro días y bajo la oscuridad de las tinieblas, me dejó.
Con solo 20 años la dinamita por segunda vez me la jugó,
cortándome las manos por las muñecas.
Desechas en pedazos de carne y huesos,
en la pradera las esparció a 250 metros,
por aquella tremenda explosión.

Destrozando mi vida por un tiempo,
hasta que reaccioné y con mucha suerte,
una familia formé, rodeado de hijos, nietos y esposa,
muy bien lo pasé, pero como la desgracia no me dejó,
¡¡¡ a mi esposa se llevó!!!
dejándome de nuevo invadido de pena, tristeza y soledad,
como si hubiera otra explosión.

 

El cariño y compañía de una buena mujer,
nada hay que lo iguale, porque el hombre solo,
no vive, sino triste y desolado,
pensando en el cariño que por desgracia, le dejó abandonado.

 

Los hijos emigran por distintos caminos del mundo,
dejando el nido paterno,
navegando por la vida buscando sus propios amores
y forjando nuevos hogares,
porque así tiene que ser,
para que la humanidad pueda permanecer.
Cuando por las mañanas me levanto
y abro la ventana de mi habitación,
miro el bonito paisaje que tengo delante,
escucho el rugir de las aguas del bravo cantábrico,
y contemplo también el vuelo y aterrizaje de las aves en el campo,
al rayar el alba a coger el primer alimento del día.
Van en pareja y cuidando uno del otro
cómo hacemos los humanos.
Yo estoy solo,
mirando hacia los horizontes lejanos,
con la vista como perdida,
y pensando en la triste soledad,
que me acompañará hasta el final de mi vida.

 
Después de 7 años de tu ausencia esposa mía,
tu recuerdo, tu imagen, y tu belleza,
permanecen como en aquel día…
pensando en ti noche y día,
porque, hasta en los sueños, estás conmigo,
pero cuando despierto y no estás,
me quedo como helado, porque no lo puedo remediar.
Aunque sufro mucho y no pueda dormir,
después que pasa el tiempo,
me tengo que conformar,
pensando que un día, te voy a acompañar.

 

Con mucho sufrimiento lo aguanté
y después de todo lo ocurrido en mi dura historia,
aquí estoy con muchas ganas de vivir, para acompañar
por la vida a mis hijos, nietos y yernos,
porque bien se lo merecen, por ser nobles, buenos
y bravos trabajadores.

 

La unión de la familia, es fundamental,
para que juntos se pueda luchar,
contra los problemas cotidianos, que la vida nos pueda dar.

Un abrazo para todos.
Arsenio Fernández.

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