Cuando mis padres eran mayores y dejaron de criar el ternero y el cerdo para hacer el sanmartín. Los chorizos, las morcillas, el jamón de casa y carne para el congelador, comprendimos lo que eso suponía, ya que nuestra calidad de alimentación había bajado. En los primeros años de casado no me fue posible seguir con nuestras costumbres por excesivo trabajo y la baja economía. En aquel tiempo entre los diversos trabajos que tenia, uno de ellos era recoger las grasas por las plazas para mandarlas a la fundición que había en el Verrón Noreña. Cargaba en el 124, mi primer coche unos cuantos sacos de aquellas grasas y carnes para la fundición.
Entre las vendedoras de aquel producto había dos señoras a las que les comprar también la carne de cerdo para el consumo de casa. Un día lo compraba a la señora mayor y otro día a otra señora más joven. Procuraba repartir mis compras de la semana con las dos, porque me reservaban material para llevar a la fundición de grasas. Los tiempos eran muy malos y el dinero muy escaso, había que trabajar en lo que pudiera para sacar algo de dinero. Era joven y todavía no había aprendido lo suficiente para trabajar bien con mis prótesis, ni tampoco había hecho la adaptación de las herramientas para manejarme bien en los trabajos.
Para poder trabajar y defenderme con mis nuevas manos de acero, tuvieron que pasar algunos años de aprendizaje. Al principio todo resulta muy difícil y trabajoso. Aparte de aprender a manejar la prótesis, tuve que adatar todas las herramientas a mis posibilidades. Por todo eso siempre andaba escaso de tiempo. Madrugaba mucho y me acostaba tarde, fue demasiado lo que tuve que soportar.
Por si el exceso de trabajo fuera poco, la vida te presenta muchas veces sorpresas y muchos inconvenientes. Una de esas sorpresas fue que lo que compraba a la señora mayor era de tan mala calidad que no se podía come aquella carne y me fastidiaba mucho no comprárselo porque era muy buena persona, muy educada y me trataba muy bien. Por más que lo intentaba no podía comer ni el lacón ni el adobo. En cambio lo de la otra señora era muy bueno como lo de casa. Nunca supe de dónde lo sacaba. No sé si ella lo criaba o lo compraba a su vecina, pero siempre fue de muy buena calidad.
Lo malo de la señora más joven fue que a pesar de su buena mercancía, un día me la armó. En aquel tiempo ya cebamos el ternero y el gochu para el samartín y como no había grasa bastante para las morcillas, fui a comprarle unos cuantos kilos de grasa de cerdo.
-¿A cómo vale el kilo?
-A 300-pesetas, dijo.
-¿Qué dices mujer? Eso es demasiado, lo están cobrando alrededor de las 100 pesetas. ¿No estarás confundida?
-Yo lo vendo a ese precio, me dijo con su duro rostro.
Dado que estaba con prisa y era fin de semana, que era el tiempo que aprovechábamos para hacer el sanmatrtin ya que por la semana no había tiempo. Aparte de no lo haber en aquella plaza más que lo de la mencionada señora, no podía perder tiempo, aun que sabiendo que aquello era una estafa, no tuve más remedio que pagarlo o dejarlo. Seguidamente fui a la carnicería donde tenía encargada la tripa, la sal y el pimentón. Dado que antes le había preguntado por esa grasa a Pepín el carnicero y no la tenía, me preguntó:
-¿Trajiste la grasa Arsenio?
-Sí.
-¿A qué precio?
-A 300 pesetas.
-¿Cómo va a ser a ese precio? Se habrá equivocado.
-No se equivocó, no, yo mismo le dije que era muy caro, pero de nada me sirvió.
-¿Cómo es posible dijo Pepín- que haya gente así? Es para no creerlo.
Saqué la nota para que la viera.
-Arsenio no me hace falta, sé que lo que tú dices es cierto, solo fue un comentario porque cuesta trabajo pensar que esto pueda ocurrir, yo por lo menos soy incapaz de robar así a la gente.
-Cierto Pepín, tú eres de las personas serias, hace muchos años que nos conocemos, por alguna rozón somos amigos, ya sabes bien que ni ati, ni a mí nos gustan las trampas. La seriedad es fundamental, pero ya ves que hay gente para todo, increíble pero cierto.
Aquella actuación de la señora, lo sentí mucho. Primero por el disgusto de ver que haya personas capaces de estafar y segundo por la calidad de carne que vendía, la que ya no se la compraría mas porque yo no trato con esa clase de personas, prefiero alejar de ellas.
Nunca lo pude entender. Si vendía todos los productos al mismo precio que los de toda la plaza, porque me estafo 200 pesetas por kilo de grasa. El precio era a 100 pesetas, por 6 kilos, tenía que cobrar 600 y me cobro 1.800 pesetas.
Al final ella fue la que perdió porque nunca más le compre nada. Cuando pasamos junto a su tienda, porque aun sigue por los mercados, nos mira y no dice nada, nosotros tampoco. Pero creo que se recordara de lo que perdió un buen cliente.
El tiempo pasa pero la memoria no falla. Después de pasar 30 años, me encontré con la señora que me había cobrado la grasa de cerdo a un precio excesivo. En el mes de noviembre del 2015, fuimos mi hija Mónica y yo a comprar carne a la plaza de Sama de Langreo. Nos acercamos a una carnicería y pedimos la carne. El señor que nos atendió me dijo.
-Hola señor, hace mucho tiempo que no le veo.
-Vengo poco por esta zona vivo lejos. Esos dos señores no son de Langreo pero venden en todos los mercados de centro Asturias.
Le pregunte por una señora que le compraba en aquel tiempo. Le dije el nombre de la señora y con sorpresa salió ella de del apartamento de atrás.
-Yo soy esa señora dijo: con cara muy sonriente.
Ya no la conocía.
-Yo a usted si, no cambio nada esta como un chaval.
No hay queja, tengo buena salud y buenas ganas de comer.
¿Se acuerda señora cuando me cobro 300 pesetas por el kilo de la grasa de cerdo, aunque la vendían a 100?
-Si me acuerdo.
No estuvo muy acertada que se diga, perdió un buen cliente.
Bueno yo vendí al precio que pude y usted, es muy exigente le gusta lo bueno, dijo ella con su duro rostro como siempre. Es una señora de esas que hay duras y dictadoras, que mandan más que el sargento semana.
Nada tiene que ver le dije, lo de gustar las cosas buenas a su precio, con lo de ser exigente. Cierto que me gustan las cosas buenas, pero la grasa de cerdo para las morcillas es toda muy normal, no hay ninguna diferencia. Solo la puso usted en el alto precio, se aprovecho de que aquel día no había grasa en toda la plaza, por ser fin de semana y aprovechar la gente para hacer el sanmartín.
Con mucha sonrisa lo mismo ella que yo pero no nos pusimos de acuerdo, siguió defendiendo su postura.
Mi hija le pidió chuletas de cordero entre otras cosas, pero ella puso más de lo que le pidió. Bien se ve que sigue con su cara más dura que el acero. No le dijimos nada, le pagamos y marchamos. La forma de ser de algunas personas, hombfe o mujer no cambian nunca. La que nace egoístas y dictadora lo será hasta el fin de sus días, no hay que los cambie.
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