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El martes 2 de diciembre  2003, después de varios viajes, pude encontrar la novilla que buscaba. Los animales en general muchas veces aplican su inteligencia para el bien y otras para pelearse o atacar al que pillan por de lante. Esta novilla a pesar de ser de buena calidad y de gran tamaño por haber sido criada en buenos pastos de montaña y salió a buen precio. Pero era una salvaje, se asustaba por todo. Tan brava que no se dejaba tocar ni por su amo. Atacaba como un miura, manejaba sus afilados cuernos con una destreza de impresión, al igual que sus patas, que llegaban a todas partes. No hubo forma de hacerse con ella, era una fiera. Tenía unos ojos saltones que ya nos indicaban su bravura. Menos mal que siempre me gusto tener una buena cuadra, adecuada para poder atarla con toda seguridad, de no ser así, sería un peligro hasta para echarle de comer.

Después de muchos años criando ganado. Las he visto malas, pero casi siempre conseguía hacerme con ellas, aquella novilla imposible. Cuando iba a limpiarla me miraba con atención y no se dejaba tocar. Lo mismo hacía al echarle de comer, se alejaba de uno mirado con sus remellones ojos como diciendo: “aléjate porque si no te doy”. Algunas veces me sentaba cerca de ella y me miraba. Se acerca a olerme y no me hacía nada, pero en el momento que le hablaba empezaba a dar cornazos sin parar.

Lo más extraño de aquella novilla fue que el día que la compre en el mercado de Pola de Siero, era más noble que una oveya. La registre con toda facilidad, no se molestaba por nada, la toqué por todos lados, le cogí hasta los tetos. Fui con mucho cuidado al principio y aunque en ningún momento me dio la cabeza, no se mostró mal. La observé por segunda vez y no vi en ella ese arte para dar leña. Me cuesta trabajo saber de dónde salió en tan poco tiempo su maldad, su bravura. Es posible que la inyectaran para dejarla como atontada y dejara de pegar, ya que ni al cargarla al camión ni al bajarla ya en la cuadra dio señales de ser tan mala, todo fue normal.

Después de pasar unas horas, ya no me pude arrimar a ella, se convirtió en una fiera. Creo que de ser toro serviría muy bien para torear, era muy brava y con una inteligencia asombrosa.

Pasaron los tres meses de ceba y no cambio nada, siempre seria una fiera. Para poder cargarla en el camión para llevarla al matadero de Noreña, tuve que emplear el truco de taparle los ojos. Al no poder ver, se quedan como atontados y se manejan muy bien. Se puso el camión a la puerta de la cuadra para que no se escapara. La fiera se quedo fuera de combate, de tal forma que no se movió y la cargamos con facilidad. Después de cerrada en las cuadras del matadero y de quitarle el saco que le tapaban los ojos. No paraba ni en la cuadra, volvió a dar leña sin parar porque desconocía el lugar donde se encontraba.

Bien claro queda la gran diferencia de comprar en el mercado, a ir a la finca del paisano. Esta vez me la tuve que tragar, por no encontrar antes una como ella de buena calidad, pero noble y en los pastos.

En estas cosas de manejar a estos bravos animales y muchas más, es donde se ve con claridad la diferencia de nacer y vivir en la aldea, al que nace en la ciudad. Aunque siempre haya discrepancias y cada uno defienda su posición, no hay ninguna duda de que el de la ciudad vive mejor muchas veces, desde luego no siem0pre.El vivir en el campo tiene muchas más ventajas, las que la misma naturaleza nos enseña y que el de la gran población ignora. Aparte de las ventajas que supone producir y cultivar sus propios recursos para su alimento y a su gusto, además de salir muchos más baratos.

La diferencia de alimentarse con productos naturales es incomparable. Aunque cierto es que el sacrificio y el gasto que hay para desplazarse a la ciudad a estudiar, o para lo que haga falta, no es muy pequeño, pero queda compensado con creces.

Es imposible olvidarse donde quiera que uno vaya de las cosas del campo, no sólo de lo que uno come, que es importantísimo, sino también de la belleza y del oxígeno puro que se respira. Desde siempre al hombre le ha cautivado contemplar el bonito paisaje de su tierra y de sus montañas. La comida de la aldea y el paladar nos lo enseña el correr del tiempo, como todas las cosas y eso no se olvida, pero siempre habrá gente que no lo podrá comprender. Trabajar, pasear por tu finca contemplado las flores de tus frutales, ver cómo crece lo que más tarde será tu alimento. Coger los frutos del mismo árbol y la belleza de tus animalitos. Escuchar el alegre canto de los pajarillos en las ramas de los pomares y contemplar como vuelan de rama en rama, como si te quisieran acompañar para que puedas escuchar sus dulces melodías. Eso no lo puede valorar más que el que lo conoce y lo disfruta. Hasta puedes saber la hora que es por la sombra de los arboles antes de ponerse el sol. Vivir en el campo es maravilloso porque siempre tienes algo que aprender de la misma naturaleza.

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