El domingo 26 de enero del 2003, a las ocho de la tarde, regresamos a casa después de pasar el día en nuestra finca de Sotrondio, donde nos reunimos toda la familia. Como siempre los hijos y nietos, mi suegra y Pepe, nos gusta mucho, lo mismo a mi esposa que a mí, estar todos juntos. Después de saludarnos, dijo mi suegra.
-No os olvidáis de nosotros y eso me presta mucho.
Claro que no mujer, ¿cómo nos vamos a olvidar? Conservo el recuerdo de mis años de joven, cuando comenzamos tu hija y yo. Y también recuerdo tu bondad y nobleza, porque has sabido confiar en mí. Mientras que otros me despreciaban por no tener manos. Seguramente pensando que iba ser una carga para ellos, pero se equivocaron. Nunca fui una carga para nadie porque trabaje y luche como corresponde a un hombre, y eso es hoy una de mis mayores satisfacciones.
Precisamente se cumplen los 40 años que te pedí la mano de tu hija y con cariño dejaste que uniéramos nuestras vidas. A pesar de las circunstancias, no dudaste de mí. Supiste comprenderme. Atendiste mis promesas al decirte que sería su fiel compañero, porque la amaba con todo mi corazón. Que le daría calor como marido y que la enseñaría como un padre porque aun era una niña.
Así mismo os prometí velar por ella y por sus pequeños hermanos y también por ti, porque te encontrabas muy sola al haber perdido a tu marido y padre de tus hijos, en aquel trágico accidente de mina donde perdió la vida con solo 36 años. Tampoco me olvido de la buena convivencia que todos juntos hemos tenido, cumpliendo cada uno con sus deberes. Hoy mismo y después de pasar tanto tiempo te digo de corazón que allá donde vayamos tendrás nuestro apoyo y nuestro calor de hijos. Mis padres ya no están y tú hoy eres nuestra madre.
Aquí tienes el fruto que tú misma sembraste, confiando en nosotros al dejarnos con alegría formar nuestro hogar. Hoy recibes tú ese afecto, ese calor y esa confianza que nos diste y la felicidad de saber que te apreciamos. Además de orgullosa de tener esos nietinos que adoras y que son la alegría de todos nosotros. Así es la vida, casi siempre corresponde según nos hayamos comportado.
Mi suegra me dio las gracias y dijo:
-Sí señor, cumpliste como lo prometiste y fuiste muy luchador. Trabajaste demasiado pero el resultado ha sido incomparable, estoy orgullosa de vosotros por haber sabido criar y educar a los hijos como es debido. Hoy ya tienen los tres su carrera y eso es muy importante. Lo que tienes que hacer es dejar de trabajar, ya estuvo bien. Por tu lucha y duro trabajo bien mereces descansar, ya fue demasiado lo que luchaste.
Le di las gracias por ser tan comprensible y saber reconocer la carga de toda mi vida antes de perder las m anos y depuse. Saber que hasta la suegra reconoce y aprecia las cosas como son, tiene un gran merito. Aquí queda claro que todas las suegras no son malas.
Antes de comer, ya todos reunidos, les expliqué con alegría y satisfacción a nuestros hijos y nietos un poco de nuestra trayectoria para que no se olvidaran de lo importante que es saber estar y convivir con respeto y cariño.
Lo mismo mi suegra que mi esposa ya no están, que Dios las tenga en la gloria por que se lo merecen. Sus recuerdos siempre estarán con migo.
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