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En mis años de mozo soltero, un verano recuerdo que fue en agosto, mi amigo Pepito el Carpintero de la Peruyal, entramos al baile del “Castañeu” en el Condado Laviana. Sacamos a bailar a dos chicas. La que me toco a mí, al encontrase con mis dedos de acero fríos, se asustó de tal forma que dio un grito diciendo: “¡Ay! ¡Un hombre sin manos!” ¡Cómo sería que la gente se asustó también y hasta dejó de tocar la orquesta! A mí casi se me para hasta el reloj, del susto y la vergüenza que pasé. Tanto me sorprendio que no se quien era ni de donde vivía ni si era rubia o morena. Cuando alguien preguntó qué pasaba, yo me quede hasta sin habla. Mi buen amigo Pepito dejó a su chica y se acercó:

-¿Qué es, que se asustó?

-Sí.

Puso su brazo sobre mi hombro y dando dos palmadas dijo:

-Tranquilo amigo, no pasa nada. Esta niña se asusta por poco.

A continuación y viendo que la gente estaba parada sin saber el motivo de tal grito Pepito, con su gracia de siempre y con voz alta, les dijo:

-No hay ningún problema, solo que esta chica tuvo miedo a mi amigo porque no tiene manos.

-Si no es más que eso, a tocar de nuevo y que siga la marcha dijo: uno de la orquesta.

El baile siguió como antes pero nosotros abandonamos el lugar en el acto. A mí no me quedaron ganas de volver a dar sustos a nadie. Pepito también lo pasó mal.

Por desgracia Pepito ya no está, por eso quiero desde aquí recordarlo con todo el afecto que se merece un gran hombre. Fue un trabajador de marca, hombre noble recto e inteligente y muy agradable y de mucha memoria, se le daban bien los monólogos. Siempre nos apreciamos mucho. Éramos inseparables hasta que cada uno formamos un hogar. Al casarse la vida da un cambio tan grande y cada uno se dedica a la familia y al trabajo. Aunque siempre seguiríamos siendo amigos. Hasta las dos familias se apreciaron por nuestra amistad.

Recuerdo de una vez después de quedarse viudo, lo encontramos mi esposa y yo en Laviana. Hacía ya mucho tiempo que no nos veíamos. Tomamos juntos un culetín de sidra y al marchar me dijo:

-Arsenio esta vez vas a tener que llevarme en el coche hasta Blimea, hoy no tengo la moto.

-¡Claro que sí! Vamos, que mañana hay que trabajar.

Salimos y al llegar al Miramar dijo que le dejara allí, que subía andando hasta Sana Mames, 5 kilómetros andando y de noche, por no nos molestar.

-¿Cómo te vas a bajar? ¿Acaso crees que me  olvide de cuando tú me llevabas en tu moto?

Y como es natural seguimos hasta su casa. Cuando atravesábamos la cuesta del jardín dijo:

-¿Te acuerda Arsenio de una noche que veníamos de la fiesta de Vierres de Cabañaquinta y nos caímos aquí de la Lambreta?

-Sí que me acuerdo y también de que te habían dejado la rueda delantera floja en el garaje y al bajar la Collaona te quejabas de que la moto te marchaba.

-Aquel día sí que me costó mucho dominarla pero no nos dimos cuenta y, aunque caímos una vez, llegamos a casa.

Al día siguiente después de regresar del trabajo, bajó hasta el garaje Chapiru para ver qué le pasaba  a la Lambreta. Al verlo llegar y explicarle desde donde vino en ese estado le dijeron que no podía ser, que era imposible circular en esas condiciones. A los pocos días nos encontramos y me conto lo que dijeron en el garaje. Ponerlo bien y si no lo creéis es cosa vuestra.

Pepito perdió a su mujer muy joven, una terrible enfermedad la llevo. Fue una gran pena cuando mejor Vivian se que con dos hijos muy jóvenes y sin criar. Más tarde rehízo su vida de nuevo, conoció a otra gran mujer, pero él también se morito siendo joven.

Fue un buen minero y buen carpintero. Después de las horas de la mina trabajaba en el taller de carpintería que tenían él y su cuñado Tino el Curro eran dos buenos profesionales. Tino también fue hombre de batalla, muy trabajador y buena persona. También le recuerdo con mucho afecto. Los dos vivían para la familia y el trabajo, estaban muy unidos, se apreciaban mucho y siempre fueron muy apreciados, lo mismo en el trabajo como mineros que en su negocio particular.

Aquel día, cuando llegamos a su casa, al despedirnos tendió su mano para saludarme y me dijo:

-No sabes lo que me alegro de verte con tu coche. ¡Quién lo iba a creer que después de pasar por donde tú pasaste hayas podido recuperarte amigo! ¡Pensar que cuando yo te llevaba en la lambreta un día tú me llevarías en tú coche! Era imposible pero aquí estás. Hay que ver lo que cambian las cosas. José Rodríguez “Pepito” para los vecinos y amigos fue junto con Gerardo Iglesias Alonso y Marcelino García Cuetos, los amigos más notables por ser desde la infancia a demás de compañeros de trabajo.

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