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El 4 de mayo 2001 viajamos mi esposa y yo a Escocia para pasar dos meses con nuestros hijos. En los tres  vuelos,  vía Ranón-París-Birmingham-y Glasgow. Aunque normalmente solía ser solo por un mes, pues los billetes de ida y vuelta no los autorizan para más. Además de ser mucho más barato. Esta vez hubo que perder el billete de la vuelta, para poder estar un mes más y regresar con ellos en el coche y en el ferri.

Cuando caminas o viajas por la vida, algunas veces te encuentras con sorpresa muy agradable, que merecen la pena ser recordadas. Para este viaje embarcamos en el Aeropuerto de Asturias, a las siete menos cuarto de la mañana. Después de facturar el equipaje fuimos a la sala de estar junto a las puertas de embarque 1 y 2. Mientras que embarcaban los del vuelo anterior al nuestro por la puerta de al lado.

Cuando íbamos a  sentarnos solo había un asiento libre que ocupó mi esposa. Alado había una joven chica de unos treinta años más o menos. Por cierto que muy bonita, se encontraba con su hija, una niña de dos años, también guapa como su madre. Al acercarnos muy atenta nos dejó libre el asiento donde estaba la niña. La cogió en sus brazos para que yo pudiera sentarme. Le di las gracias y me senté. Saque los billetes y los pasaportes para prepararlos para embarcar. La chica muy atenta a mis movimientos, cosa normal a la que ya estoy acostumbrado, me observaba. Después de un momento dijo, con mucha educación:

-Señor, me deja usted asombrada por la facilidad con la que trabaja con sus aparatos. Antes me fije en su arte para manejar el equipaje y ahora con los papeles. Perdone, pero me ha sorprendido tanta habilidad. Se ve que lleva muchos años con ellos.

-Sí, ya hace unos cuantos.

-¿Le molesta si le pregunto que le pasó?

-¡No, mujer, por Dios! Me doy cuenta de que esto llama la atención, es normal.

Le expliqué el motivo de mi accidente y sin dejar de mirar a mis manos de acero, dijo:

-Se ve que es usted un hombre paciente y seguro de sí mismo. Le digo de corazón que lo que más me ha llamado la atención es su forma tan natural de ser. Se ve que asumió el problema con acierto y valentía y que él mismo dejó de existir en el momento que usted mismo lo combatió. ¡Qué agradable es ver y conocer a personas como usted! Desde luego yo no veo ningún problema de fondo, es como si no tuviera ninguna falta. Se ve que la suple con su agradable forma de ser y con su habilidad.

De nuevo le di las gracias. Por un momento me quedé pensando en su agradable charla, que quise memorizar en mi mente, por lo importante que me resultó su agradable forma de expresarse y de razonar las cosas. Fue como si me llegara al lo más profundo de mí ser. Quise reflejarlo aquí para mostrar lo importante que es saber apreciar y valorar a los demás. Actúo con realismo y con prudencia, a la vez que apreció las cosas por su propio merito. Al fin lo que cuenta es eso, saber cumplir y respetar, porque así serás tú respetado y apreciado. Sentirás la alegría de saber que hay gente con capacidad para apreciar y dar el cariño que todos necesitamos y que nos hace sentirnos satisfechos de cumplir en la vida como es debido.

 

Debo decir que la inteligencia de aquella joven me dejo a sombrado, hay que ver con qué facilidad pinto mi vida como si la conociera ya de mucho tiempo, mientras que otros lo ven fatal mente al revés y negativo.

Al poco tiempo llegó su marido, al igual que ella, muy educado y también muy elegante. Le quiso explicar un poco la cuestión, pero no le dio tiempo a casi nada, pues al momento nos llamaron para embarcar. Nos dijeron que iban a Paris una semana de vacaciones en el mismo vuelo que nosotros, pero no les veríamos hasta desembarcar en París.

De nuevo estuvimos juntos, en el autobús que nos llevaría hasta la base donde tenían que recoger el equipaje. Nosotros tuvimos que coger otro autobús para coger el vuelo que nos llevaría hasta Birmingham, al norte de Inglaterra, para coger el tercer vuelo a Glasgow. Muy atentos nos acompañaron a una de las oficinas de Iberia para que nos indicaran el número de autobús que debíamos coger. Como no hablaban español tuvimos que seguir buscando por más oficinas.  Ellos quisieron acompañarnos de nuevo, pero me di cuenta de que tenían que recoger sus equipajes, por lo que les dije, no podéis acompañarnos. Debéis ir a recoger vuestro equipaje, si os retrasáis va ser difícil encontrarlo ya que no sabían dónde estaba ni tampoco el autobús que debían coger. Ir tranquilos les dije, ya nos las arreglaríamos.

 

Habíamos entrado juntos en el autobús que nos trajo desde el avión hasta la base. Aquel Aeropuerto tan grande que no resultaba fácil buscar la zona de desembarque de los equipajes, por ese motivo yo quise que se fueran lo más rápido posible, ya que podrían perderlo.

Nos despedimos y con las prisas no nos dimos ni el número de teléfono. No sé si volveremos a verlos, pero tanto a mi esposa como a mí nos gustaría mucho poder saludarlos de nuevo. Si un día se encuentran con este libro, posiblemente podamos  volver a vernos, si no, va ser difícil.

¡Qué diferencia tan grande con aquellos que, siendo yo joven y acompañando a una chica, me despreciaron, machacando mis sentimientos bruscamente y sin pensar en el daño que me podían hacer! Yo siempre entendí que no me quisieran porque no sabían casi nada de mi persona, ni adónde iba, ni como podría ser mi vida, pero de no quererme a despreciarme hay un abismo. Esa es la gran diferencia, si no lo quieres déjalo, pero no maltrates a una persona que no te hace ningún daño. Lo que uno no quiere otro lo desea.

Tuvimos que buscar otro autobús para ir al otro aeropuerto. Ya habíamos salido de Asturias con veinticinco minutos de retraso y ahora se añadía el tiempo de búsqueda por largos y diversos pasillos. Siempre corriendo para no perderlo, pues estos apuros te restan posibilidades, las prisas siempre son malas para todo.

Cuando ya viajábamos en el autobús, sonó mi móvil. Era nuestro hijo que ya estaba con su mujer y la niña en Glasgow. No me dio tiempo a decirle más que íbamos de viaje al otro terminal, pero que creía llegar a tiempo para coger el segundo avión. Se quedó muy preocupado pensando que ya llegaríamos tarde. Le dije que esperara a marcar de nuevo un poco más tarde de la salida del avión y que si no le contestaba era porque ya estaríamos volando, pues allí no se puede utilizar el móvil.

Llegamos solo ocho minutos antes de la salida, muy apurados y casi sudando. Por si el retraso que llevábamos fuera poco, al pasar la aduana en París, la chica policía, al ver que mis aparatos pitaban, lo mismo me daba decirle uno que otro, no me entendía, mandó llamar a un policía para que me registraran. Éste tardó en llegar. Pensábamos que íbamos a perder el avión. Comprobó como pitaban y me llevó a una cabina. Allí me registró de pies a cabeza. Se aseguró muy bien de que no había más que mis aparatos, pero tomó nota de todo. Por fin me dejaron pasar la aduana para seguir corriendo y no perder el  vuelo.

Aquel vuelo fue muy regular. Quites muy grandes. Algunas veces se encuentran fuertes turbulencias que el avión bajaba en barrena. Si uno no está acostumbrado a esos desplomes del avión lo pasa apurado. En algunos momentos produce miedo. Duró nada menos que seis a siete minutos este tramo de fuertes presiones entre nubes y tormentas eléctricas. En aquel momento recordé que mi hijo me había contado que en su último vuelo a España también lo habían pasado regular y que había sido la primera vez, a pesar de haber volado muchas veces.

Al llegar  a Birmingham nos bajaron del avión para pasar  la aduana y volver a embarcar en el mismo avión, que nos llevaría a Glasgow. Lo que yo no entiendo es porque tuvimos que pasar otro registro si ya lo hicieron al embarcar en el avión.

Aquel viaje pasé por tres aduanas y cuatro controles. Por la enfermedad de la fiebre aftosa, nos revisaron más exhaustivamente, tanto a nosotros como al equipaje. Además de pasarlo como siempre por las máquinas, había un control especial a mano, donde nos quería quitar un queso de 5 kilos que llevábamos, ya que el equipaje facturado rebasaba los kilos autorizados, lo llevábamos en el de mano. Les dije que no era para la venta ni tenía nada adentro. Era para comer en casa de nuestra familia en Escocia. El policía mandó llamar a su jefa, lo miraron, le dieron vueltas y al fin lo dejaron. Ella misma le ordenó que no me lo quitara.

Aquí también me pasaron por un registro a toda prueba, por el dichoso pito de la máquina, por mis manos de acero. Aunque el policía era muy amable y parecía muy tranquilo, tampoco se anduvo por las ramas y el control fue de categoría. No quedó ninguna parte de mi cuerpo sin palpar.

Una respuesta a Segundo viaje a Escocia

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