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Mi esposa decía que esperara a que regresara el personal para que te ayuden a sacarlo. La verdad es que estaba muy inclinado y a ella le parecía imposible. Tranquila yo lo sacare, voy a buscar una madera para ponerla bajo la rueda y sacarlo. Al momento recordé que al pasar  había una pieza de madera. Fui a buscarla, estaba al lado de un matorral muy grande, me agaché a cogerla y sentí un ruido delante de mí. Había una culebra de esas que habitan por las montañas de la cordillera entre Asturias y León.  Yo no las conocía aunque, sabía que habitaban por aquella zona. Miden entre 2,5 y 3 metros de largo y gordas como el muslo de una persona, pero inofensivas, no atacan a la gente, huyen a toda prisa. Me quedé mirando con atención, pero pasé pena porque no pude ver su longitud. Cuando la vi estaba hecha una gran rosca y muy gruesa. Tampoco pude ver su cabeza ni su cola. Rápidamente se ocultó en la maleza. No tenía con qué sacarla para verla entera, no me atreví a cogerla con mis manos, aunque sean de acero. Sí lo hubiera hecho con una herramienta o una buena madera, pero no la tenía. La pieza de madera que encontré era muy pesada y no me servía para sujetarla, aparte que muy rápido se escondió y me perdí el contemplarla como real mente era.

Regresé con la madera. A mi esposa le extrañó que me hubiera retrasado un poco y le conté la razón de mi tardanza.

¿Y no le tuviste miedo me dijo, sorprendida?

-No hacen nada mujer, huyen a toda prisa.

-Yo en tu lugar salgo corriendo dijo ella.

 Puse la pieza a lado de la rueda del coche para que mi esposa la empujara. Subí a lo alto del coche para hacer contrapeso. Empujo la pieza y entro muy fácil. Aquella pieza sirvió para hacer palanca. Metí una tabla debajo de la rueda, arranqué el coche y salió con normalidad. Mi esposa dijo.

-No sé cómo te arreglas Arsenio, que buscas solución para todo. Nunca falla tu técnica para nada, a mi me parecía imposible que lo sacaras, pero salió muy bien y en un momento.

Cariño mío, nuca se puede dormir uno en los laureles, ni esperar a que los demás te saquen las castañas del fuego.

-Eso es buena verdad, pero a todos no se les ocurren las cosas con tanta facilidad. Dicen que Dios que da la plaga da el remedio.  Tú perdiste las manos, pero tu inteligencia lo supera todo y eso dejo de ser un problema para ti. Estoy segura que lo valiente y trabajador que eres, es lo que te llevo a superarte y por eso yo nunca eche de menos la falta de tus manos. Te quiero mucho cariño.

– Yo también te quiero cielo mío, eres noble y muy buena. Puedes estar segura de que ya empecé a quererte desde el primer momento en que nos conocimos. Nos dimos un abrazo, porque siempre nos amábamos como dos niños. No vivíamos uno sin el otro, hasta que la desgracia me la llevo.

Di la vuelta al coche y fuimos a comer a un lugar cercano para vigilar la culebra que me hubiera gustado ver, pero parecía que lo sabía y no salió. Acaso pudo haber ido a otro lado a tomar el sol, donde no la podía encontrar.

Al día siguiente tuve la visita de un ingeniero y del geólogo de aquella empresa. Mientras que visitábamos una de las obras, les comenté lo de la culebra y me dijeron que en esa zona había muchas pero que eran inofensivas. Eso ya lo sabía y por eso sentí el no poder verla con más detalle.

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