Una de las primeras obras que hicimos fuera de la provincia fue en una mina a cielo abierto, situada a una altura de 1.500 metros, enclavada en una cordillera donde el aire soplaba casi permanentemente, con unas temperaturas extremas. Muy bajas en invierno y mucha sequía y calor en verano. Se trataba de dos polos opuestos y difíciles de solucionar, pues contra los elementos atmosféricos poco o nada se puede hacer. Por aquel clima tan diferente y fuerte no era fácil conseguir una buena pradera. Si no era a base de una buena técnica y un elevado gasto en materiales de primera calidad.
Había que emplear materiales especiales para esas alturas. Incluso en invierno hubo que regarla con abundante agua, a pesar del intenso frío, no llovía lo suficiente y fue necesario subir agua en cantidad para conseguir la germinación de las semillas. También hubo que regarla en verano para evitar la sequía. Había que ser esclavo de su vigilancia para poder sacar algo que fuera presentable.
Hubo que comprar un equipo de regadío expresamente para aquella obra, compuesto de 300 metros de mangueras de dos pulgadas y aspersores de gran potencia.
Además de alquilar dos cubas de 8.000 litros cada una y otros materiales que supusieron un alto precio.
Había que pagar la pensión del personal y la salida correspondiente. Así mismo competir en el precio, cosa difícil. Como en todas partes hay gente que tira los precios para ser contratado y después hacen unas chapuzas que da hasta pena contemplarlas. Otras veces también te encuentras con alguien como los de esta obra que tiran a pasar y no reconocen ni les interesa la calidad de tu obra, había de todo.
Después de todos estos sacrificios y de trabajar con arte para sacar una cosa importante, a la hora de medir la superficie de aquella obra. El topógrafo de la empresa, presentó una medición que no se ajustaba a la realidad. Dijo que él la había medido con el aparato topográfico. Le expliqué que no podía ser porque se perdían muchos metros. El aparato medía a vuelo de pájaro, lo que se llama medir en tabla y se quedan los metros de vaguada. La diferencia era de mucho dinero. El individuo no se bajaba de su pedestal y por mucho que le expliqué no pude convencerlo. No tuve otro remedio que llevarle dos topógrafos de Asturias para demostrarle su equivocación. Allí tuvimos un debate y no pudimos convencerlo. La Empresa dijo: que era lo que él decía. Después de pasar mucho tiempo y ver que no pagaban, pensé que llevarlos ante los tribunales, me iba a suponer más dinero del que les reclamaba. Decidí invitarles a perder la mitad de aquella gran diferencia a cada uno. Lo aceptaron y pude cobrar. Aunque perdimos 800.000 pesetas de nuestro propio trabajo.
Esta obra, que yo había hecho con ilusión, porque en la zona había mucho trabajo, era muy interesante dar a conocer nuestro sistema. Aparte de que nunca me gustaron las chapuzas.
El consumo de agua que teníamos era grande, cada cuba llevaba 8000 litros y trabajaban todo el día las mismas horas que nosotros. Las cubas eran contratadas por la empresa de la Mina y trabajan con nosotros en equipo. Yo mismo tenía que controlarles las horas de trabajo para dar nota a la Empresa quien les pagaba.
El dueño de una de las cubas era un joven rebelde y protestón, todo se le ponía pico arriba y solo quería que le apuntara horas y trabajar lo menos que podía. Algunas veces pensé echarlo de allí, pero me fastidiaba y le aguanté, no sin darme algún disgustillo. No era buen trabajador ni cumplía con su deber, era un vago que no sabía por dónde andaba y no se daba cuenta que el que perdía era él.
En cambio el otro, algo mayor que yo. Era un señor serio y formal, muy trabajador, un gran hombre que cumplía con su deber, hasta miraba por nuestros intereses. Aquel señor vivía en Ponferrada, aunque era de Galicia. Se hospedaba en el mismo lugar que nuestra gente. Teniendo en cuenta lo trabajador que era, le pagaba las comidas con los míos.
Los fines de semana todos iban a casa. Aquel hombre un lunes se trajo la comida de su vasa y no bajo a comer con el resto de personal al pueblo, que estaba a 8 kilómetros de distancia.
Aquel día lunes iba ser para Alfonso Blanco el gallego, un día trágico que nunca iba olvidar. Se alejó unos metros de la obra, y se sentó encima de unos gorbizos a comer. Después se tumbó para descansar. Se echó un pigarcio y cuando despertó, ya iba ser la hora de ir al trabajo. Al levantarse el pobre hombre no sabía que debajo de su espalda tenía una víbora y que por estar aprisionada estaba furiosa. La víbora salió huyendo pero se encontró con el brazo de este hombre, que lo había apoyado para levantarse y le picó en la -muñeca, con tan mala suerte que se puso malísimo, casi se muere. Aquel accidente le iba salir muy caro al gran hombre. La víbora le metió en sus riñones una parasitosis que le dio mucho que hacer durante años. Tuvo que ir a distintos médicos y viajar a varias partes de nuestro país. Se fue hasta Barcelona, Madrid. Sufrió mucho, hasta pensó que sería su fin. Además, gastó mucho dinero. Esto fue para su vida una hecatombe, pero no se murió. Sigue viviendo en Ponferrada. Hace poco que le llamé y le prometí que iríamos a verle mi esposa y yo. Sentí mucha pena de que un hombre de esa calidad haya tenido un contratiempo tan terrible, pues los dolores de esa parasitosis son de los más fuertes.-
Conozco un poco lo que es pelear con esos dolores de las víboras. A mi padre le picó una y pasó seis meses con terribles dolores y una fuerte inflamación de toda la pierna, pero tuvo más suerte y no se le infectó, solo le inyectó su veneno. Aunque eliminarlo es de largo tiempo se fueron los síntomas y los dolores.
En una de mis visitas a esa explotación llevé a mi esposa. Llevamos la comida para comer en la montaña. No me gustaba la comida de aquel bar, además, comer en el monte en verano una comida de casa con vino de casa es muy agradable.
El personal bajó a comer y nosotros fuimos a donde teníamos el coche, un lugar alto para poder estar más frescos, ya que en aquellas alturas no había árboles, ni sombra para cobijarse. Llegamos y nos dispusimos a comer. Había un calor insoportable, era uno de estos día de nubes que ni en las alturas había fresco, todo lo contrario un calor insoportable. Además de aquel calor, nos invadieron una nube de mosquitos que jamás había conocido en aquellas alturas de 1.550 metros. Mi esposa retiro la comida porque allí no se podía estar. Bajamos a 4 kilómetros donde había unas viejas vías de las minas de monte que habían explotado por aquellas montañas y que al pasar por cerca de ellas se veían algunos árboles. Esta zona estaba retirada de la cordillera y había matorrales. Pensé que podíamos buscar un lugar a la sombra.
Cogimos el coche y bajamos. Recorrimos casi toda la trinchera, y a pesar de circular muy despacio por la maleza, no vi un agujero que había en una bóveda donde pasaba un reguero. Se metió la rueda derecha delantera en él y el coche se inclinó. Nos bajamos, lo miré y vi que no había más peligro que el agujero. Me puse sobre la parte trasera del coche para hacer fuerza. Conseguía ponerlo en su posición normal, pero no se estabilizaba, se iba de nuevo al fondo. Necesitaba una madera para forrarlo y poder sacarlo.
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