Después de estos trabajos empecé a trabajar en restauración en minas a cielo abierto, puertos de alta montaña, taludes y medianeras de carreteras y ferrocarriles por distintas partes de nuestra región asturiana, León y Galicia. Lo que suponía para mí un duro trabajo. Aparte de la falta de experiencia por ser joven, me encontraría con muchos problemas. Entre varias empresas para las que trabajábamos, las hubo que se interesaron mucho por nuestra forma de trabajar, aparte del buen precio que se les puso. Cuando tengo que describir el mal comportamiento de alguno que tanto daño nos hizo, no figura el nombre. Solo se trata de describir lo mal que lo pasé y no de otra cosa. Solo pongo el nombre real cuando hablo de personas que merece la pena mencionar por distintos motivos pero siempre favorables y como gratitud por lo bien que se comportaron conmigo. Las empresas se portaron bien con nosotros y no tienen la culpa de que algunas veces hubiera un individuo con mala leche y que, sin conocimiento de su empresa, hiciera de las suyas, machacando a la gente sin ninguna razón, intentando echarnos para meter a otros a trabajar. Al principio desconocía el precio que estaban pagando a los que realizaban aquella clase de trabajos, por lo que puse un precio muy bajo, que me permitiera cubrir gatos según mis cálculos y por supuesto poder dar a conocer nuestra forma de trabajar.
La preparación de los terrenos lo hacíamos a fesoria y garabato, la siembra de las semillas por medio de unas turbinas que daban un rendimiento aceptable. Con capacidad para sembrar una hectárea por día con cada turbina. Los abonos y la cal se repartían como siempre a mano. Cuando llevábamos en una obra algún tiempo y teníamos algunas parcelas terminadas, ya en producción, precisamente muy importante por lo bien que se presentaban las praderas.
Una mañana me llamó el Ingeniero de aquella obra, me dijo que les acompañara a dar una vuelta por todas las obras. Bajábamos viendo todos los trabajos en su vehículo. Eran dos jefes, el más joven acababa de incorporarse. Mando para en una loma y mientras mirábamos cómo trabajaba mi gente, el jefe mayor me dijo: con un tono muy fuerte y agresivo:
-Arsenio, usted está cometiendo un error. Hace unas obras muy bien presentadas, pero el bajo precio que puso, no le va a cubrir gastos y no le voy a dar ni una peseta más. No se le ocurra venir a llorar más tarde, que no le atenderé.
-Puede estar seguro de que eso no va ocurrir, yo nunca pedí limosnas señor. Sé lo que tengo por delante y lo que quiero es que haya tajo, el resto ya lo arreglaré.
Trató de contestarme de nuevo con mucha brusquedad, pero el joven Ingeniero, le cortó diciendo:
-Por favor no lo trates así. Arsenio sabe bien lo que hace, lo tiene todo muy bien organizado y un buen equipo de personal de lo mejor. Hice unos cálculos del rendimiento que tienen y es muy bueno, el 2,5 % más que nuestro personal y eso me hace pensar que les paga bien y que rinden lo necesario como para salir adelante.
En efecto, así era, aquel hombre, además de noble y buena persona, era inteligente. Tenía bien controlado todo, mientras que el jefe mayor no sabía más que dar voces sin sentido. No sabía por dónde andaba, no pesaba más que una gallina desplumada. Daba pena ver su forma de enfocar las cosas. Era un tío repugnante y agresivo, un fierecilla. Aunque bajó un poco el tono, bien claro vi que no quería ver a mi equipo ni en pintura. Siempre me puso pegas de toda clase. Aunque se comportó un poco mejor durante la estancia de aquel joven, que era imparcial a la hora de valorar las cosas y el que realmente tenía que ser el jefe. Porque sabía mandar con sentido de la responsabilidad, a la vez que sabía defender los intereses de la empresa y también de los demás. Fue un gran hombre, siempre se mostró bien con todo el mundo, pero al poco tiempo lo cambiaron para otra obra. El otro aprovechó para seguir machacándome sin piedad. Allí pasé poco menos que una tortura, siempre bajo la presión del aquel fiera, que según los comentarios de los veteranos de la obra, decían que actuaba presionado por un tercero que desde la sombra trabajaba con su farsa y por razones de dinero.
Había mucho ganado suelto que al pastar nos estropeaba los sembrados recién nacidos por estar muy tiernos y apenas sin enraizar. Lo arrancaban todo, aparte de dejarlo pisoteado totalmente. La verdad es que era un dolor ver cómo lo dejaban. El ganado estaba suelto anárquicamente, no se podía tolerar aquello, pero nosotros ninguna culpa teníamos. La obra ya estaba en producción y con garantía. Yo no era responsable de aquellos destrozos. Pero como el jefe es el jefe, me obligaba siempre a restaurarlo sin pagar nada. Eso fue un atropello monumental, allí se perdieron cantidad de tiempo arreglándolo con un grupo de diez hombres, pagándoles de mi bolsillo los jornales y los materiales que se necesitaban. Fue mucho dinero el que me quitó, amparado en el poder, con una ignorancia y maldad mayor que su volumen. En mi tierra a eso lo llaman “Roba y pisotear al débil”.
Si poco tiempo antes me había dicho que con el precio que les había puesto no iba a poder salir, que no le llorara, ¿Por qué me obligaba a y trabajar sin pagar? Yo ya había entregado la obra. Fue considerando como una estafa por los mismos de la obra. Hasta el mismo capataz que vio como abusaba de su autoridad para echarnos de la obra, lo comento con migo. Es inconcebible me dijo, primero dijo qué es muy barato y luego te exigió más gasto sin ninguna razón. Ahí está su maldad: quería tumbarme para que me fuera. No lo podía hacer de otra forma más que derrocando mi economía. Bien claro estaba lo que la gente decía: “quieren echarte para meter a los que les dan dinero”. Porque cobran más del triple por el precio y de esa forma cebarles muy bien.
El capataz me dijo. Arsenio no sufras tanto, tu sabes lo mismo que yo que, no solo te estafan ati, también están estafando a la empresa y eso no puede durar mucho, algún día tendrá que reventar.
Nada tenía que ver con esos estropicios, debería ser pagado por lo menos por administración. Si no lo hacía “me echaba”, esa era su frase permanente, tratándome con desprecio como si fuera un animal. Algunas veces ya no sabía si dejarlo o si dar cuenta de él a los jefes de arriba, que precisamente eran muy buenos y apreciaban nuestros trabajos. No me atreví por si era peor el remedio que la enfermedad y lo seguí aguantando.
Una mañana llegó y me dijo que había que dejar de poner la cal, que no era necesaria y que le descontara el precio de ésta y la parte proporcional que correspondía a las horas de trabajo. Me dejó helado. Con educación le dije:
-La cal no se puede quitar porque nos fallarían los sembrados. Aquí es muy necesaria, usted sabe que el ph. Es muy bajo y sin regularlo no conseguiremos la producción necesaria. La calidad bajará tanto que habrá que volver a sembrar y abonar de nuevo
-No tiene por qué bajar, haga lo que le mando sin más. Aquí solo mando yo dijo con voz autoritaria.
Yo, que sabía lo importante que era la cal en estos terrenos, el disgusto que sufrí, fue enorme, sabía que iban a surgir fallos en la calidad y que iban cargarme a mí con la responsabilidad. Hice los cálculos para el descuento. Llegó de nuevo y me preguntó si ya había calculado lo que le iba descontar por metro cuadrado. Se lo di y dijo que era poco.
-No puedo hacer más descuento porque si no tengo que cerrar, le dije.
Al fin lo aceptó.
En la próxima parcela no se metió cal, transcurrido el tiempo necesario, aquello salió muy mal. No tuve más remedio que callarme y esperar a demostrarle que era muy necesario encalar. Resembré y encalé de nuevo por mi cuenta la mitad de la parcela que había salido mal. Esperé a mostrarle la gran diferencia que había delante del capataz, que se adelantó con mucha vista para defender la verdad. Aunque estaba bien claro que era necesario. De no haber sido por esta demostración ante el capataz nunca me hubiera pagado el precio de coste de ésta. Hay que tener en cuenta la forma de proceder de aquel hombre que primero dijo uno y más tarde otro.
A partir de aquel día en las nuevas obras se echaría cal. Se facturaría al precio establecido sin la cal, además de tener que poner la cal en lo que había en mal estado por su culpa. Seguí aguantando sin ninguna razón, con menos precio por metro cuadrado y soportando las riñas de siempre. Así hasta el último día, pero no me quedo mas remidió que seguir adelante para no quedarme sin trabajo
Muchas veces estuve a punto de dejarlo todo por aburrimiento, pero la naturaleza o la casualidad fue que hubiera una persona decente y con capacidad para saber valorar las cosas. Porque aquel Capataz, lucho por la verdad. Aunque el fiera no le hacía ni caso, por lo menos me ayudo animándome y con esperanzas de que un día lo cambiara de aquella obra. Me decía, sigue, no te des por vencido, ya mejorarán las cosas, lo malo no dura siempre. Fue un caballero, un hombre noble con valor para despreciar las barbaridades de su mismo jefe, porque sabía de su maldad. Lo mismo que aquel joven Ingeniero, que defendió la verdad.
Más tarde nos enviaron a otra explotación. Alternábamos los trabajos de las dos. Allí había un vigilante, el más vago y mentiroso que he conocido en mi vida, hasta el punto de que se pasaba casi toda la jornada en el bar. Los de explotación trabajan a su aire y nosotros atrás en la retaguardia, restaurando. Teníamos asignada una máquina de orugas, la pequeña, la máquina grande trabajaba en el frente de la explotación. El jefe de esta obra había ordenado con mucha razón, que para nuestro servicio en la restauración, no se enviara la máquina grande, sino la pequeña, porque era suficiente. Ahí sí que tenía razón el jefe. Éste había prohibido su uso porque eran muy caras. Era totalmente razonable y yo siempre lo cumplí.
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